domingo, 8 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 17





Hacía una semana que no estaba tan cerca de Pedro, y su mente y su cuerpo estaban todo lo turbados que podían estar. Todo lo relacionado con su presencia física, su aroma, su pelo, sus manos, la hacía desear meterse dentro de su camisa.


–Por favor, deja de recordarme que esto fue idea mía. Mi cerebro no puede procesar tantas cosas a la vez.


–¿Qué cosas? ¿El trabajo? ¿Las fotos? ¿Julia? –Pedro agarró un bolígrafo y jugueteó con él entre los dedos.


–Vamos a centrarnos en la entrevista. No quieres saber qué pasa por mi cabeza en estos momentos.


–Lo cierto es que pagaría por saber qué pasa por esa cabecita tuya. Podemos empezar con el comentario de que los hombres son todos iguales. ¿Hay algún tipo imbécil en tu pasado? Quiero decir, me gustaría pensar que todo esto es por mí, pero ahora me pregunto si ocurre algo más.


Paula no estaba dispuesta a adentrarse en el tema de su ex y de su desastrosa vida amorosa.


–Lo único que pasa es que estoy intentando hacer mi trabajo y tú te dedicas a boicotearlo. Es como si me pasara horas poniendo la mesa para la cena y tú pasaras al lado dándole la vuelta a los tenedores.


Pedro alzó una ceja.


–No me gustan las cosas falsas y fingidas, nada más. Estaba pasando un rato con Julia, se agachó y le miré el trasero porque lo tiene bonito. Fin de la historia. No hay más.


Paula alzó la vista y vio al moderador agitando las manos con fuerza. Encendió otra vez el micrófono otra vez.


–Señor Afonso, señorita Chaves, tenemos que empezar.


–Sí, por supuesto –dijo Paula–. Siento el retraso.


Pedro se aclaró la garganta.


–Sí, empecemos –entonces escribió una nota en un trozo de papel y se lo pasó a Paula.



Si tú te inclinas con esa falda que
llevas, estaré encantado de mirarte
también el trasero.


CENICIENTA: CAPITULO 16





Las fotos de Pedro y Julia en la puerta del restaurante en su primera «cita» eran una cosa. Le dolía verlas, pero resultaba tolerable. Las imágenes de los dos tomando café unos días más tarde eran algo distinto. Paula sintió una opresión en el pecho.


En las fotos salían dados de la mano.


Había sonrisas. También lo que podían considerarse miradas románticas. Era suficiente para que una chica perdiera toda esperanza, algo a lo que Paula prácticamente había renunciado ya por el bien de su negocio. Pero aquel día Pedro estaba mirando el trasero de Julia. 


¿Cuánto sería capaz de aguantar?


Paula se revolvió incómoda en la silla de la sala de espera del despacho de Pedro y pasó las hojas del periódico, forzándose a mirar las fotos de Julia y Pedro corriendo por Central Park con Moro. Parecían estar tan bien juntos, sonriendo y corriendo. Le dolía todo el cuerpo. Después de todo, ¿quién sonreía al correr?


Solo la gente enamorada.


Pedro y Julia eran la pareja perfecta todo lo bella que se podía ser. Pedro, en particular, estaba guapísimo. Todas las mujeres de la ciudad babearían al ver aquellas fotos. Tenía la camiseta gris estirada por el pecho y el vientre, tanto que se le marcaban los abdominales. Oh, cuántos besos había depositado en aquel maravilloso vientre. Pero ahora aquellos abdominales estaban tan fuera de su alcance como la tarta de queso en una dieta.


La foto más dolorosa era la de después de correr. Julia, vestida con unas mallas negras ajustadas y camiseta a juego, estaba inclinada hacia delante tocándose los dedos de los pies. Pedro le estaba mirando el trasero con disimulo.


Aquella no era forma de empezar el día, y menos cuando estaba a punto de pasar las próximas dos horas con Pedro.


En cualquier momento la llamaría para que fuera a su oficina y le ayudara en una conferencia de prensa online en la que Pedro iba a hablar con una docena de revistas de todo el mundo por videoconferencia. Aquel día no se trataba del escándalo. Se trataba de poner el foco en el negocio de Pedro, de impresionar a la junta de directores de AlTel.


Paula consultó el reloj. Pedro ya iba cinco minutos tarde respecto al horario que le había dado. Por suerte ella se había anticipado y le había dado más tiempo a propósito.


–Señorita Chaves, el señor Alfonso quiere verla ahora –dijo Mia, la asistente de Pedro, apareciendo en una puerta adyacente al espacioso vestíbulo.


Paula la siguió por la puerta y después por un ancho corredor mientras un flujo constante de empleados pasaba
de un espacio de trabajo abierto al otro.


La oficina entera estaba llena de gente, un ejército innumerable escogido por Pedro.


Mia llamó a una puerta con los nudillos y la abrió para Paula. 


El despacho de Pedro medía fácilmente el doble del apartamento de Paula. Igual que el propio Pedro, era un espacio moderno, bonito e impresionante. Él estaba sentado detrás de un escritorio de brillante material negro dándole la espalda.


–Tenemos el ordenador y los monitores preparados para las
entrevistas –Mia señaló hacia la mesa de conferencias situada al fondo de la habitación.


–Estupendo. Gracias –susurró Paula, que no quería molestar a Pedro. Se estaba sentando cuando él habló.


–Hola.


Paula le miró. En cuanto sus ojos conectaron supo que tenía un problema.


Le provocó una oleada de atracción, y teniendo en cuenta las fotos del periódico, se sintió molesta.


–Hola a ti también –deseó haber sabido disimular el tono amargo de voz, pero le resultó imposible–. Esto no debería llevarnos más de noventa minutos –encendió el ordenador que tenía delante–. Tiene cámara web, ¿verdad?


–Por supuesto. Es de última generación. ¿Qué ordenador no tiene cámara web?


–Lo siento. No era mi intención insultar al equipamiento de tu oficina.


–¿Estás bien? Pareces agitada –Pedro agarró el periódico matinal del escritorio y se lo pasó–. Has visto esto, ¿verdad? Es exactamente lo que buscabas, ¿no es así? Todo el mundo en la oficina hablaba de ello cuando llegué al trabajo. Mi padre me ha llamado para decirme que está encantado.


Paula se cruzó de brazos.


–Sí, lo he visto. Bien hecho. La próxima vez tal vez estaría bien que no te pillaran mirándole el trasero.


–¿Por eso estás así? No te ha gustado verlo, ¿eh? –Pedro sonrió y tomó asiento en una silla a su lado–. ¿Estás celosa?


Paula entornó los ojos, estaba muy perturbada por la cuestión.


–Lo único que intento es hacer que parezcas menos mujeriego, nada más.


–Oh, vamos –Pedro sacudió la cabeza y se rio–. No puedes estar hablando en serio. Cualquier hombre del mundo habría hecho lo mismo que yo. Julia tiene un trasero espectacular. No tiene nada de malo mirar.


Ella dejó escapar un profundo suspiro, aunque no quería que Pedro se diera cuenta de lo mucho que le molestaba. ¿Por qué tenía que usar la palabra «espectacular»? Era como un puñetazo al estómago.


–Sabía que utilizarías esa defensa. Los hombres sois a veces muy predecibles. Veis una cara bonita y no podéis controlaros.


–O un trasero particularmente atractivo, como es el caso.


Pedro se reclinó hacia atrás y arqueó ambas cejas. Se notaba que se lo estaba pasando en grande.


–Tienes una entrevista dentro de un minuto. No podemos estar hablando de esto ahora mismo.


–Claro que podemos. Pueden esperar. Quiero saber por qué te molesta esto.


–Y no me importa hablar de ello. Terminaste saliendo en los periódicos con Julia. Eso es lo único que me importa.


La pantalla del ordenador cobró vida y aparecieron una docena de caras desconocidas. El hombre situado en la esquina superior derecha agitó la mano.


–Hola, señor Alfonso, señorita Chaves. Yo voy a moderar el chat hoy. Empezaremos dentro de unos minutos.


–Estupendo. Estamos preparados – Paula colocó sus notas y el bolígrafo cuidadosamente.


–Lo cierto es que vamos a necesitar otros cinco minutos, si no le importa.


El moderador alzó la vista.


–Eh… claro, señor Alfonso. Pero que no sea más. Los periodistas que se van a unir hoy a nosotros tienen la agenda muy apretada.


–No se preocupe. No los entretendré Pedro le quitó el sonido al ordenador–. Quiero saber por qué te molestan tanto las fotos. ¿O tengo que recordarte que fue idea tuya liarme con Julia?





CENICIENTA: CAPITULO 15






Pedro tecleaba con fuerza su ordenador portátil tratando de expresar las ideas para la nueva aplicación que quería que su equipo desarrollara, pero estaba dando vueltas en círculo. 


Apoyó los codos en el escritorio y se pasó una mano por el pelo. Toda la jornada laboral había sido una pérdida de tiempo. No podía quitarse de la cabeza a Paula.


¿Cómo iba a conseguir que lo de Julia pareciera real, y cómo influiría eso en su relación con Paula? No podía por menos que admirar su tenacidad, su dedicación al trabajo bien hecho.


Su asistente, Mia, estaba apoyada en la puerta de su despacho.


–Son las seis y media, señor Alfonso, Se supone que debe recoger a la señorita Keys a las siete y el coche le está esperando fuera.


–Gracias. Creo que será mejor que me cambie.


«Y también necesito una copa antes de mi primera aparición pública con Julia».


Pedro cerró la puerta del baño privado de su despacho y se puso una camisa limpia. Agarró la chaqueta del traje que estaba colgada de un gancho detrás de la puerta y luego se puso una corbata de rayas negras y grises.


No estaba nervioso por ver a Julia.


Habían tomado un café y todo había salido bien. Lo cierto era que su ruptura había sido todo lo amigable que podía ser. Después de tres citas, Julia le tomó de la mano en la parte de atrás de la limusina y dijo:
–Aquí no hay nada, ¿verdad?


Pedro se sintió inmensamente aliviado. Se caían bien. Se hacían reír.


Pero no había ninguna química. Sobre el papel hacían la pareja perfecta, pero la realidad era muy distinta.


Lo que le preocupaba de verdad era que pudieran hacer creíble la farsa de una relación romántica. Seguro que la gente les vería juntos y se daría cuenta de que no estaban realmente juntos.


Pero Pedro tenía que cumplir con su trabajo por mucho que eso contradijera su modo de vida. Le convenía que el escándalo se olvidara para que su padre pudiera pasar sus últimos días sabiendo con certeza que la integridad del apellido Alfonso estaba intacta. Tenía que funcionar para hacer además feliz a Paula, porque gran parte de su trabajo
dependía de aquel éxito. Al final, si tenía suerte, provocaría uno de dos efectos en ella: o se pondría tan celosa que se daría cuenta de que lo deseaba o la ayudaría a ver que era un hombre bueno. Aquella podía ser su prueba de fuego, la oportunidad para demostrarle a Paula de qué pasta estaba hecho.


La limusina llegó al apartamento de Julia y tras veinte largos minutos de charla banal en el coche, llegaron al Milano. 


Como Paula había prometido, había un puñado de fotógrafos en la puerta.


–Julia, aquí –gritó uno de ellos.


Los flashes de las cámaras se dispararon mientras ella le rozaba las yemas de los dedos con las suyas. Julia sabía cómo manejarse en la situación, sonriendo para la foto pero sin parecer forzada y caminando a la velocidad justa para que pudieran conseguir la imagen.


Una de las ventajas de escoger a Julia como falsa novia era que ella ocuparía el papel principal. Su rostro llevaba años en las portadas de las revistas.


Entraron en el restaurante. Se escuchaba el suave repiqueteo de la cubertería de plata y las copas de cristal por encima de una suave música de jazz.


El maître les hizo una seña para que se acercaran a la mesa de la esquina. Todo el restaurante empezó a murmurar.


Julia consultó la carta.


–Y dime, cariño –le miró de reojo–. ¿Qué te apetece cenar? –una enorme sonrisa le asomó a los labios y ladeó la cabeza, permitiendo que la ondulada melena le cayera por los hombros.


Cualquier otro hombre estaría babeando a sus pies. Pedro no sintió nada.


–¿Cariño? –susurró–. No creo que me llamaras así cuando salíamos.


Julia deslizó un dedo por el mantel.


–Si vamos a interpretar un papel, tenemos que hacerlo bien. Necesitamos motes cariñosos.


Pedro asintió.


–Ah, de acuerdo –iba a tardar un tiempo en acostumbrarse.


El camarero se detuvo a su lado y les tomó nota de las bebidas, un martini seco para Julia y bourbon solo para Pedro.


Él volvió a repasar el menú.


–Creo que tomaré la costilla a la toscana.


–Suena estupendo, cariño –aseguró Julia–. Yo tomaré la ensalada césar con langostinos –Julia cerró la carta y puso la mano sobre la mesa. Luego dio un golpecito en la mesa y miró a Pedro.


Ah, de acuerdo. Le tomó la mano en la suya, pero no se sintió bien. Aquella no era la persona con la que debería estar. Eso sí, la persona con la que quería estar era quien le había colocado en aquella situación. Así que tal vez fuera mejor callarse, continuar con la farsa y confiar en que todo saliera bien.


Apenas faltaban tres semanas para la gala de AlTel, y allí terminaría el trabajo de Paula. Podría intentarlo entonces. 


Y seguramente volver a ser rechazado, pero podía intentarlo.


–Deberíamos ponernos de acuerdo con la historia –dijo Julia–. Ya sabes, cómo volvimos. La gente va a hacer
preguntas. Necesitamos tener respuestas o no será creíble.


–¿Por qué no empiezas tú?


Julia estiró la espalda y sonrió.


–He pensado un poco en ello hoy. Podemos decir que me llamaste cuando supiste que me mudaba a Nueva York.
Tu vida estaba hecha jirones, por supuesto. Quiero decir, que habías tocado fondo.


Pedro parpadeó a pesar de que sabía que estaba diciendo la verdad.


–Sí, ya lo he pillado –cambió de posición en el asiento.


–Hablamos durante horas por teléfono aquella noche y yo accedí a regañadientes a dejarte ir a mi apartamento cuando estuviera en la ciudad.


–¿Por qué a regañadientes?


–Seamos serios, Pedro. Por supuesto que he visto esas horribles fotos. Están por todo Internet. ¿Qué mujer no sospecharía un poco de ti?


Pedro se le cayó el alma a los pies.


Aquella podía ser también la duda de Paula. Había visto la peor parte de él.


–Supongo que tienes razón.


–Me trajiste flores, rosas blancas. Son un símbolo de buenas intenciones.


–Creía que las rosas blancas significaban disculpas.


–Bueno, rompiste conmigo.


–Lo decidimos los dos de mutuo acuerdo. Y nadie se va a creer que yo rompí contigo. Eso es absurdo –Pedro sacudió la cabeza. De hecho, toda aquella conversación era absurda.


–Muy bien, de acuerdo. Rosas rojas. Pasión –Julia le guiñó un ojo.


Pedro no dijo nada. Se limitó a darle otro sorbo a su bourbon.


–Las chispas saltaron en cuanto nos vimos –continuó ella–. Supimos que teníamos que volver a estar juntos.


Pedro se inclinó hacia delante.


–¿Qué decimos dentro de un mes, cuando rompamos?


–Oh, lo habitual –Julia le dio un sorbo a su copa de vino–. Dos personas dedicadas a su trabajo que no encontraron tiempo el uno para el otro. Eso es creíble, ¿verdad?


Pedro se le escapó un suspiro entre los labios.


–Más de lo que crees, cariño. Más de lo que crees.