domingo, 8 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 16





Las fotos de Pedro y Julia en la puerta del restaurante en su primera «cita» eran una cosa. Le dolía verlas, pero resultaba tolerable. Las imágenes de los dos tomando café unos días más tarde eran algo distinto. Paula sintió una opresión en el pecho.


En las fotos salían dados de la mano.


Había sonrisas. También lo que podían considerarse miradas románticas. Era suficiente para que una chica perdiera toda esperanza, algo a lo que Paula prácticamente había renunciado ya por el bien de su negocio. Pero aquel día Pedro estaba mirando el trasero de Julia. 


¿Cuánto sería capaz de aguantar?


Paula se revolvió incómoda en la silla de la sala de espera del despacho de Pedro y pasó las hojas del periódico, forzándose a mirar las fotos de Julia y Pedro corriendo por Central Park con Moro. Parecían estar tan bien juntos, sonriendo y corriendo. Le dolía todo el cuerpo. Después de todo, ¿quién sonreía al correr?


Solo la gente enamorada.


Pedro y Julia eran la pareja perfecta todo lo bella que se podía ser. Pedro, en particular, estaba guapísimo. Todas las mujeres de la ciudad babearían al ver aquellas fotos. Tenía la camiseta gris estirada por el pecho y el vientre, tanto que se le marcaban los abdominales. Oh, cuántos besos había depositado en aquel maravilloso vientre. Pero ahora aquellos abdominales estaban tan fuera de su alcance como la tarta de queso en una dieta.


La foto más dolorosa era la de después de correr. Julia, vestida con unas mallas negras ajustadas y camiseta a juego, estaba inclinada hacia delante tocándose los dedos de los pies. Pedro le estaba mirando el trasero con disimulo.


Aquella no era forma de empezar el día, y menos cuando estaba a punto de pasar las próximas dos horas con Pedro.


En cualquier momento la llamaría para que fuera a su oficina y le ayudara en una conferencia de prensa online en la que Pedro iba a hablar con una docena de revistas de todo el mundo por videoconferencia. Aquel día no se trataba del escándalo. Se trataba de poner el foco en el negocio de Pedro, de impresionar a la junta de directores de AlTel.


Paula consultó el reloj. Pedro ya iba cinco minutos tarde respecto al horario que le había dado. Por suerte ella se había anticipado y le había dado más tiempo a propósito.


–Señorita Chaves, el señor Alfonso quiere verla ahora –dijo Mia, la asistente de Pedro, apareciendo en una puerta adyacente al espacioso vestíbulo.


Paula la siguió por la puerta y después por un ancho corredor mientras un flujo constante de empleados pasaba
de un espacio de trabajo abierto al otro.


La oficina entera estaba llena de gente, un ejército innumerable escogido por Pedro.


Mia llamó a una puerta con los nudillos y la abrió para Paula. 


El despacho de Pedro medía fácilmente el doble del apartamento de Paula. Igual que el propio Pedro, era un espacio moderno, bonito e impresionante. Él estaba sentado detrás de un escritorio de brillante material negro dándole la espalda.


–Tenemos el ordenador y los monitores preparados para las
entrevistas –Mia señaló hacia la mesa de conferencias situada al fondo de la habitación.


–Estupendo. Gracias –susurró Paula, que no quería molestar a Pedro. Se estaba sentando cuando él habló.


–Hola.


Paula le miró. En cuanto sus ojos conectaron supo que tenía un problema.


Le provocó una oleada de atracción, y teniendo en cuenta las fotos del periódico, se sintió molesta.


–Hola a ti también –deseó haber sabido disimular el tono amargo de voz, pero le resultó imposible–. Esto no debería llevarnos más de noventa minutos –encendió el ordenador que tenía delante–. Tiene cámara web, ¿verdad?


–Por supuesto. Es de última generación. ¿Qué ordenador no tiene cámara web?


–Lo siento. No era mi intención insultar al equipamiento de tu oficina.


–¿Estás bien? Pareces agitada –Pedro agarró el periódico matinal del escritorio y se lo pasó–. Has visto esto, ¿verdad? Es exactamente lo que buscabas, ¿no es así? Todo el mundo en la oficina hablaba de ello cuando llegué al trabajo. Mi padre me ha llamado para decirme que está encantado.


Paula se cruzó de brazos.


–Sí, lo he visto. Bien hecho. La próxima vez tal vez estaría bien que no te pillaran mirándole el trasero.


–¿Por eso estás así? No te ha gustado verlo, ¿eh? –Pedro sonrió y tomó asiento en una silla a su lado–. ¿Estás celosa?


Paula entornó los ojos, estaba muy perturbada por la cuestión.


–Lo único que intento es hacer que parezcas menos mujeriego, nada más.


–Oh, vamos –Pedro sacudió la cabeza y se rio–. No puedes estar hablando en serio. Cualquier hombre del mundo habría hecho lo mismo que yo. Julia tiene un trasero espectacular. No tiene nada de malo mirar.


Ella dejó escapar un profundo suspiro, aunque no quería que Pedro se diera cuenta de lo mucho que le molestaba. ¿Por qué tenía que usar la palabra «espectacular»? Era como un puñetazo al estómago.


–Sabía que utilizarías esa defensa. Los hombres sois a veces muy predecibles. Veis una cara bonita y no podéis controlaros.


–O un trasero particularmente atractivo, como es el caso.


Pedro se reclinó hacia atrás y arqueó ambas cejas. Se notaba que se lo estaba pasando en grande.


–Tienes una entrevista dentro de un minuto. No podemos estar hablando de esto ahora mismo.


–Claro que podemos. Pueden esperar. Quiero saber por qué te molesta esto.


–Y no me importa hablar de ello. Terminaste saliendo en los periódicos con Julia. Eso es lo único que me importa.


La pantalla del ordenador cobró vida y aparecieron una docena de caras desconocidas. El hombre situado en la esquina superior derecha agitó la mano.


–Hola, señor Alfonso, señorita Chaves. Yo voy a moderar el chat hoy. Empezaremos dentro de unos minutos.


–Estupendo. Estamos preparados – Paula colocó sus notas y el bolígrafo cuidadosamente.


–Lo cierto es que vamos a necesitar otros cinco minutos, si no le importa.


El moderador alzó la vista.


–Eh… claro, señor Alfonso. Pero que no sea más. Los periodistas que se van a unir hoy a nosotros tienen la agenda muy apretada.


–No se preocupe. No los entretendré Pedro le quitó el sonido al ordenador–. Quiero saber por qué te molestan tanto las fotos. ¿O tengo que recordarte que fue idea tuya liarme con Julia?





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