domingo, 8 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 15






Pedro tecleaba con fuerza su ordenador portátil tratando de expresar las ideas para la nueva aplicación que quería que su equipo desarrollara, pero estaba dando vueltas en círculo. 


Apoyó los codos en el escritorio y se pasó una mano por el pelo. Toda la jornada laboral había sido una pérdida de tiempo. No podía quitarse de la cabeza a Paula.


¿Cómo iba a conseguir que lo de Julia pareciera real, y cómo influiría eso en su relación con Paula? No podía por menos que admirar su tenacidad, su dedicación al trabajo bien hecho.


Su asistente, Mia, estaba apoyada en la puerta de su despacho.


–Son las seis y media, señor Alfonso, Se supone que debe recoger a la señorita Keys a las siete y el coche le está esperando fuera.


–Gracias. Creo que será mejor que me cambie.


«Y también necesito una copa antes de mi primera aparición pública con Julia».


Pedro cerró la puerta del baño privado de su despacho y se puso una camisa limpia. Agarró la chaqueta del traje que estaba colgada de un gancho detrás de la puerta y luego se puso una corbata de rayas negras y grises.


No estaba nervioso por ver a Julia.


Habían tomado un café y todo había salido bien. Lo cierto era que su ruptura había sido todo lo amigable que podía ser. Después de tres citas, Julia le tomó de la mano en la parte de atrás de la limusina y dijo:
–Aquí no hay nada, ¿verdad?


Pedro se sintió inmensamente aliviado. Se caían bien. Se hacían reír.


Pero no había ninguna química. Sobre el papel hacían la pareja perfecta, pero la realidad era muy distinta.


Lo que le preocupaba de verdad era que pudieran hacer creíble la farsa de una relación romántica. Seguro que la gente les vería juntos y se daría cuenta de que no estaban realmente juntos.


Pero Pedro tenía que cumplir con su trabajo por mucho que eso contradijera su modo de vida. Le convenía que el escándalo se olvidara para que su padre pudiera pasar sus últimos días sabiendo con certeza que la integridad del apellido Alfonso estaba intacta. Tenía que funcionar para hacer además feliz a Paula, porque gran parte de su trabajo
dependía de aquel éxito. Al final, si tenía suerte, provocaría uno de dos efectos en ella: o se pondría tan celosa que se daría cuenta de que lo deseaba o la ayudaría a ver que era un hombre bueno. Aquella podía ser su prueba de fuego, la oportunidad para demostrarle a Paula de qué pasta estaba hecho.


La limusina llegó al apartamento de Julia y tras veinte largos minutos de charla banal en el coche, llegaron al Milano. 


Como Paula había prometido, había un puñado de fotógrafos en la puerta.


–Julia, aquí –gritó uno de ellos.


Los flashes de las cámaras se dispararon mientras ella le rozaba las yemas de los dedos con las suyas. Julia sabía cómo manejarse en la situación, sonriendo para la foto pero sin parecer forzada y caminando a la velocidad justa para que pudieran conseguir la imagen.


Una de las ventajas de escoger a Julia como falsa novia era que ella ocuparía el papel principal. Su rostro llevaba años en las portadas de las revistas.


Entraron en el restaurante. Se escuchaba el suave repiqueteo de la cubertería de plata y las copas de cristal por encima de una suave música de jazz.


El maître les hizo una seña para que se acercaran a la mesa de la esquina. Todo el restaurante empezó a murmurar.


Julia consultó la carta.


–Y dime, cariño –le miró de reojo–. ¿Qué te apetece cenar? –una enorme sonrisa le asomó a los labios y ladeó la cabeza, permitiendo que la ondulada melena le cayera por los hombros.


Cualquier otro hombre estaría babeando a sus pies. Pedro no sintió nada.


–¿Cariño? –susurró–. No creo que me llamaras así cuando salíamos.


Julia deslizó un dedo por el mantel.


–Si vamos a interpretar un papel, tenemos que hacerlo bien. Necesitamos motes cariñosos.


Pedro asintió.


–Ah, de acuerdo –iba a tardar un tiempo en acostumbrarse.


El camarero se detuvo a su lado y les tomó nota de las bebidas, un martini seco para Julia y bourbon solo para Pedro.


Él volvió a repasar el menú.


–Creo que tomaré la costilla a la toscana.


–Suena estupendo, cariño –aseguró Julia–. Yo tomaré la ensalada césar con langostinos –Julia cerró la carta y puso la mano sobre la mesa. Luego dio un golpecito en la mesa y miró a Pedro.


Ah, de acuerdo. Le tomó la mano en la suya, pero no se sintió bien. Aquella no era la persona con la que debería estar. Eso sí, la persona con la que quería estar era quien le había colocado en aquella situación. Así que tal vez fuera mejor callarse, continuar con la farsa y confiar en que todo saliera bien.


Apenas faltaban tres semanas para la gala de AlTel, y allí terminaría el trabajo de Paula. Podría intentarlo entonces. 


Y seguramente volver a ser rechazado, pero podía intentarlo.


–Deberíamos ponernos de acuerdo con la historia –dijo Julia–. Ya sabes, cómo volvimos. La gente va a hacer
preguntas. Necesitamos tener respuestas o no será creíble.


–¿Por qué no empiezas tú?


Julia estiró la espalda y sonrió.


–He pensado un poco en ello hoy. Podemos decir que me llamaste cuando supiste que me mudaba a Nueva York.
Tu vida estaba hecha jirones, por supuesto. Quiero decir, que habías tocado fondo.


Pedro parpadeó a pesar de que sabía que estaba diciendo la verdad.


–Sí, ya lo he pillado –cambió de posición en el asiento.


–Hablamos durante horas por teléfono aquella noche y yo accedí a regañadientes a dejarte ir a mi apartamento cuando estuviera en la ciudad.


–¿Por qué a regañadientes?


–Seamos serios, Pedro. Por supuesto que he visto esas horribles fotos. Están por todo Internet. ¿Qué mujer no sospecharía un poco de ti?


Pedro se le cayó el alma a los pies.


Aquella podía ser también la duda de Paula. Había visto la peor parte de él.


–Supongo que tienes razón.


–Me trajiste flores, rosas blancas. Son un símbolo de buenas intenciones.


–Creía que las rosas blancas significaban disculpas.


–Bueno, rompiste conmigo.


–Lo decidimos los dos de mutuo acuerdo. Y nadie se va a creer que yo rompí contigo. Eso es absurdo –Pedro sacudió la cabeza. De hecho, toda aquella conversación era absurda.


–Muy bien, de acuerdo. Rosas rojas. Pasión –Julia le guiñó un ojo.


Pedro no dijo nada. Se limitó a darle otro sorbo a su bourbon.


–Las chispas saltaron en cuanto nos vimos –continuó ella–. Supimos que teníamos que volver a estar juntos.


Pedro se inclinó hacia delante.


–¿Qué decimos dentro de un mes, cuando rompamos?


–Oh, lo habitual –Julia le dio un sorbo a su copa de vino–. Dos personas dedicadas a su trabajo que no encontraron tiempo el uno para el otro. Eso es creíble, ¿verdad?


Pedro se le escapó un suspiro entre los labios.


–Más de lo que crees, cariño. Más de lo que crees.







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