Un chorro de electricidad recorrió a Pedro por dentro como un relámpago. Los músculos del estómago se le contrajeron. Mientras escuchaba aquella voz sexy y aterciopelada se dio cuenta de que habían encontrado una mina de oro. No necesitaba esperar al final de la canción para saberlo, pero la dejó terminar, como no podía ser de otra manera.
La voz potente y elegante de Paula se mezclaba con la instrumentación rica y empastada de la banda. Su actuación era simplemente increíble. Hacía temblar las rodillas.
Los miembros del grupo intercambiaron sonrisas disimuladas y Raul dibujó la palabra «eureka» con los labios, al tiempo que se volvía hacia Pedro para levantar el pulgar. Ninguna de las voces que había escuchado durante esos cuatro días se acercaba al extraordinario talento de Paula Chaves. En realidad, llevaba más de dos años sin escuchar cantar a nadie de esa manera. Era algo natural en ella. Le salía del alma.
Maravillado, Pedro movía la cabeza de un lado a otro mientras la observaba. Su cuerpo se movía de una forma tan natural y sexy, siempre al ritmo de la música. De repente, sintió que volvía a emocionarse con la música. Estaba entusiasmado, ilusionado, y cuando se sentía así era capaz de trabajar sin descanso durante veinticuatro horas seguidas si era necesario, con tal de conseguir su propósito.
A partir de ese momento, trabajaría sin parar para llevar a lo más alto al grupo. Estaba dispuesto a ello por primera vez en mucho tiempo.
****
Cuando los últimos acordes de la canción se fueron perdiendo, Paula tomó un último suspiro de alivio y soltó el micrófono.
Detrás de ella, Santiago Bridges silbó con fuerza.
–Eso ha sido increíble. No se puede hacer mejor.
Paula sintió un calor repentino en las mejillas al oír el cumplido. Los dos hombres que la habían estado observando durante la actuación echaron a andar hacia el escenario.
–¿En qué otros grupos ha estado? –le preguntó Pedro.
Mientras contemplaba esos ojos de color azul hielo, Paula sintió que el corazón se le caía a los pies.
–No… no he estado en otros grupos –admitió sin más.
–Tienes que estar de broma –Raul parecía completamente estupefacto.
Sorprendida al ver que no la creía, Paula abrió los ojos.
–No mentiría sobre algo así. Lo cierto es que siempre he cantado como hobby y porque no puedo evitarlo. Me encanta la música. Me apasiona.
Pedro sintió que los músculos del estómago se le contraían aún más.
–Entonces, ¿nunca ha cantado profesionalmente?
–No. Nunca.
Sus ojos verdes no escondían artificio alguno.
–Bueno, ¿cómo alimenta el cuerpo y el alma entonces?
–¿Se refiere a cómo me gano la vida? –Paula suspiró–. Soy dependienta. ¿Recuerda que le dije que tuve que sustituir a la gerente esta mañana?
–¿Y dónde está la tienda?
–Está aquí, en el pueblo. Claro.
Pedro estaba realmente sorprendido. Muchas chicas habían hecho un viaje largo para hacer la prueba. Algunas vivían en Escocia incluso, pero ella, sin embargo, había salido de ese pequeño pueblo donde habían organizado las pruebas.
Riéndose a carcajadas, Raul se dio una palmada en el muslo.
–¡Bueno, vaya sorpresa! Llevamos cuatro días tirándonos de los pelos porque no encontrábamos a nadie y tú estabas aquí al lado.
–Me enteré de las pruebas cuando vi el anuncio en la oficina de correos. No me lo podía creer. En este pueblo nunca pasa nada tan emocionante. Me pareció… –Paula se
sonrojó un poco–. Me pareció una señal –se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja y sonrió con timidez–. Bueno, en cualquier caso, gracias por haberme escuchado y por haberme dado la oportunidad de cantaros esta canción. Pase lo que pase, he disfrutado mucho.
Dio media vuelta y comenzó a bajar los peldaños. Pedro levantó una mano y la hizo pararse en seco.
–Un momento.
–Tengo que volver al trabajo. Ya… ya se lo dije. Hoy tenemos inventario. Terminaremos bastante tarde.
–¿Quiere cantar con esta banda o no?
–¿Quiere decir…? ¿Me está diciendo…?
La expresión de su rostro era casi cómica, pero Pedro no estaba para reírse en ese momento.
–Teniendo en cuenta la calidad de la actuación que acaba de ofrecernos, creo que sería una locura por mi parte no ofrecerle la oportunidad de cantar con el grupo. Creo que todos estamos de acuerdo y sabemos que es usted lo que estamos buscando.
Miró a sus compañeros fugazmente, pero en realidad no necesitaba confirmación. Además, él era quien tenía la última palabra al fin y al cabo.
–Pero, si la aceptamos, tiene que ser consciente de que hay muchísimo trabajo por hacer. Puede que sepa cantar muy bien, pero tiene muchas cosas que aprender antes de que pueda salir al escenario. ¿De verdad que nunca ha cantado profesionalmente?
Paula se dio cuenta de que Pedro no la creía. Por muy emocionante que fuera la idea de cantar con la banda, Paula sabía que, si aceptaba el trabajo, jamás llegaría a tener una relación cordial con el jefe.
Se aclaró la garganta. Estaba algo nerviosa.
–Estuve en un grupo en el instituto desde los quince hasta los dieciocho años, pero no he hecho nada desde entonces. Solo actuábamos en sitios de la zona, en fiestas de Navidad, cumpleaños, aniversarios y cosas así.
–¿Y era la cantante principal?
–No. Quiero decir que… todos cantábamos. Éramos seis, pero yo a veces tocaba el piano y la guitarra.
Raul arqueó las cejas, mostrando su perplejidad.
–¿También sabes música?
–Sí. Bueno, leo música y sé tocar un poco. Practico cuando puedo, al menos con la guitarra. Ya no tengo piano.
En ese momento, Pedro entendió por qué manejaba tan bien el instrumento vocal. Solo alguien que tuviera formación musical o que tuviera buen oído para la música de manera innata podía ofrecer una actuación como esa sin ensayar.
Al mirar a Paula, vio su propia sorpresa reflejada en el rostro de su amigo.
–Cielo, por lo que a mí respecta, no me cabe ninguna duda de que eres la cantante adecuada para esta banda –el americano sonrió y le dio un apretón de manos con entusiasmo–. Por cierto, mi nombre completo es Raul Young. Soy el recadero oficial y burro de carga de Blue Sky. Eso quiere decir que organizo los bolos, me aseguro de que todo esté en orden antes de salir al escenario y recojo el dinero de las entradas al final del concierto. El hombre que está a tu lado con cara de póker es Pedro Alfonso, un productor muy conocido, y también es el mánager del grupo. Tienes que haber oído hablar de él. Bueno, algún día nos hará ricos a todos, como lo es él. Puedes apostar por ello. Si hay
alguien que puede hacer milagros por aquí, ese es él. Lleva tanto tiempo en la industria de la música que seguramente se merezca ya una placa en el Salón de la Fama del Rock.
–Muy gracioso.
Pedro no le ofreció la mano a Paula. Mientras los otros miembros de la banda le daban la bienvenida, miró a Raul de reojo y vio que no dejaba de mirarla.
–Venga a mi despacho, señorita Chaves –le dijo una vez terminaron–. Tenemos que hablar en privado.
Dando un salto, echó a andar hacia el fondo de la sala.
Después de ayudar a Paula a bajar los escalones, Raul fue detrás de su jefe a toda prisa.
–Oye, ¿no quieres que te acompañe?
Pedro se volvió un momento y sacudió la cabeza. Un músculo se contrajo justo debajo de sus pómulos.
–Ahora mismo no, amigo mío. Ya tendremos tiempo de repasar el calendario de ensayos luego. Nos reuniremos mañana por la tarde para hablar de todo. Ahora mismo necesito hablar en privado con la señorita Chaves.
–¿Señorita Chaves? ¿Por qué no Paula?
Ignorando el comentario, Pedro dio media vuelta y abrió la puerta de su despacho.
Paula fue tras él. Un enjambre de mariposas revoloteaba en su estómago. Toda aquella experiencia le parecía surrealista de repente. El despacho del carismático mánager de Blue Sky no era mucho más grande que un cuartito de la limpieza.
Dentro solo había dos sillas de plástico y una caja de color naranja que hacía las veces de mesa. A través de una pequeña ventana se veía un pedacito de cielo.
Humedeciéndose los labios, Paula respiró profundamente. Por alguna razón, estar tan cerca de Pedro Alfonso le causaba mucha más tensión que cualquier audición a la que pudiera asistir.
–Siéntese, por favor.
Paula obedeció.
–Ya me ha dicho que tiene un trabajo. Supongo que es un trabajo a tiempo completo –abrió el cuaderno negro que estaba sobre la caja y comenzó a escribir.
–Sí.
–Ha dicho que trabaja en una tienda. ¿Qué clase de tienda es? –Pedro levantó la vista y la atravesó con su mirada de color azul.
–Es una tienda que se llama Morgana. Es de libros esotéricos y de autoayuda, pero también vendemos cosas como incienso, bisutería de los nativos americanos, música de ambiente y cristales.
«Y me encanta trabajar allí», pensó, aunque no lo dijera en alto. Se movió un poco en la silla. Iba a ser una pena tener que dejar la tienda, pero su gran pasión siempre había sido la música y ya era hora de hacer algo al respecto. Su amiga Lisa sabía lo mucho que le gustaba cantar.
Paula le había dicho lo del anuncio.
Se busca cantante femenina versátil de entre veinte y treinta años para grupo consolidado de rock melódico.
Las pruebas se iban a celebrar en la iglesia de St Joseph, en el mismo pueblo donde vivían, y Lisa la había animado a presentarse.
–Supongo que tiene claro que, si quiere cantar en este grupo, no puede trabajar a tiempo completo en una tienda.
Pedro no dejaba de mirarla ni un segundo mientras hablaba.
–Los ensayos empiezan mañana por la tarde y habrá ensayo todos los días durante las próximas tres semanas, que es cuando la banda hará su primera actuación. Después de eso, estaremos por todo el país, de gira durante tres semanas. ¿Está preparada para asumir un calendario tan apretado, señorita Chaves?
–Realmente no había pensado nada más allá de la audición, pero entiendo que cualquier persona que acepte el trabajo tendrá que estar preparada para hacer bolos con regularidad y salir de gira, así que, sí. Estoy dispuesta a comprometerme, señor Alfonso. Nunca he deseado nada con tanta intensidad.
–¿Y es consciente de que eso significa tener que dejar su actual trabajo?
–Claro.
Aunque su respuesta hubiera sido rápida y contundente, la pequeña arruga que surcaba su entrecejo no pasó desapercibida para Pedro. De pronto, tuvo la impresión de que Paula Chaves desconocía los entresijos del negocio musical.
–¿Eso le preocupa?
Levantando la barbilla, Paula se esforzó por sostenerle la mirada.
–Le mentiría si le dijera que no me asusta la idea de un cambio tan grande, pero quiero aceptar este desafío, sobre todo si eso me va a ayudar a conseguir aquello que siempre he deseado tanto: convertirme en una cantante profesional. Además, los cambios son inevitables, ¿no? Todo cambia.
–No hay nada que temer. Hay muchas cantantes que darían lo que fuera por tener una oportunidad como esta. Blue Sky se ha quedado sin vocalista, pero siguen siendo una banda consolidada. Justo antes de la marcha de Marcie, habían sido invitados a tocar en uno de los programas más famosos de la televisión.
–Por favor, no piense que soy una desagradecida.
Al no parar de moverse en la silla, Paula se enganchó las medias en una astilla de madera de la caja. Al echarse hacia delante para soltarse, no pudo evitar sonrojarse. La mirada de Pedro se posó en su rodilla de inmediato.
Una fría gota de sudor corrió por la espalda de Paula.
–Creo que todavía no me lo creo. No pensaba que llegaría a ser seleccionada. Todavía estoy intentando asimilarlo.
–Bueno… –apartando la mirada de su rodilla, no sin reticencia, Pedro se esforzó por mostrarse profesional–. No le estoy pidiendo que firme esta noche, pero eso tampoco significa que le esté dando una oportunidad para cambiar de opinión. Cuando decido que algo me interesa, Paula, no descanso hasta conseguirlo, así que la espero aquí mañana a las cinco. Vamos a ensayar hasta última hora de la tarde. ¿Trato hecho?
Paula se mordió el labio.
–Sí. Sí. Trato hecho. ¿Pero puedo venir a las seis menos cuarto? Tengo que cerrar la tienda a las cinco y media. No tardaré más de eso. Puedo estar aquí en diez minutos si vengo en coche.
–A las seis menos cuarto entonces. Y, antes de que se vaya, será mejor que me dé su número de teléfono y su dirección, por si acaso.
Paula le dio la información que le pedía. Pedro tomó nota de todo y, entonces, se puso en pie. Ella hizo lo mismo.
–Le veo mañana entonces, señor… –dijo, abrochándose el abrigo con manos temblorosas. De repente había olvidado el apellido del mánager.
–Llámame Pedro.
–Muy bien.
–Solo una cosa más antes de que te vayas.
–¿Qué?
–Será mejor que te explique una de las reglas más importantes. No puede haber compadreo con los demás miembros de la banda fuera de las horas de trabajo, y no estoy hablando precisamente de tomar unas cervezas. ¿Me he explicado con claridad?
Paula sintió que las mejillas le ardían e hizo todo lo posible por esquivar su mirada.
Si realmente creía que tenía intención de confraternizar con los chicos del grupo, entonces estaba muy equivocado. Ya no había lugar para los hombres en su vida, sobre todo después de lo ocurrido con su ex, Sean. No se iba a arriesgar a tener otra relación destructiva con un hombre, por muy efímera que fuera.
–Lo único que quiero es cantar. No tengo interés en ninguna otra cosa. Se lo puedo asegurar.
Pedro no pudo evitar preguntarse por qué. Acababa de ver dolor y furia en esos ojos verdes.
–Muy bien. Solo una cosa más entonces.
–¿Qué?
Esa vez Paula le miró a los ojos sin miedo, como si le retara a inmiscuirse un poco más en su vida privada.
Pedro esbozó una sonrisa pícara.
–Yo me pensaría seriamente la posibilidad de invertir en un nuevo par de medias, si fuera tú.
La vergüenza la hizo tartamudear.
–Es que no hago más que engancharlas en todos sitios. No son muy prácticas. Normalmente prefiero llevar vaqueros.
–Créeme… –la voz de Pedro se volvió más grave y aterciopelada–. Las medias son mejores.
El corazón de Paula dio un doble latido.
«Muy bien. Puedo hacerlo. Cantar es pan comido para mí», se dijo.
Avanzó hacia el escenario. Los tres miembros de la banda tomaron sus instrumentos sin mucho entusiasmo. ¿A cuántas cantantes les habrían hecho la prueba a esas alturas?
Paula se fijó un instante en el nombre de la banda, impreso en el bombo. Al ver que no le sonaban de nada, sus labios esbozaron una sonrisa disimulada. El guitarrista solista fue el primero en presentarse. Le dijo que se llamaba Mauro y la ayudó a subir el último peldaño de la escalera de madera que conducía al escenario. Tenía un semblante abierto, amigable, muy distinto al del hombre que la había recibido y al que ya había bautizado como el Capitán Ahab.
¿Por qué se había empeñado en acudir a esa prueba? ¿Por qué le había parecido una buena idea? Que le gustara cantar no significaba que tuviera suficiente talento como para
llegar a vivir de ello.
–Por cierto, soy Raul. El hombre que te dijo que volvieras mañana es el mandamás. ¿No te vas a quitar el abrigo?
Al pie del escenario estaba el rubio que había convencido a su jefe para que le diera una oportunidad. Le dedicó una sonrisa ganadora y le guiñó un ojo.
El Capitán Ahab permanecía al fondo de la sala, en silencio y con cara de pocos amigos. Paula, sin embargo, se dio cuenta de que la estaba mirando.
«Tu actuación va a tener que ser excepcional si pretendes impresionarme», parecía querer decirle.
¿Pero quién era? ¿Acaso era alguien famoso? A esas alturas, Paula no podía negar que se sentía intrigada. Parecía estar claro que era la persona a cargo de las pruebas, pero no había dicho su nombre en ningún momento.
–Prefiero dejármelo puesto, si no te importa –le dijo a Raul–. Tengo un poco de frío.
Se agarró del pie de micro como si necesitara algo sólido a lo que aferrarse.
¿Por qué se había puesto esa falda tan corta?
Su amiga Lisa se había empeñado en que debía hacer un esfuerzo y dar una buena imagen para la prueba. Por eso había decidido ponerse esa ropa, pero si de ella hubiera dependido, se hubiera puesto unos vaqueros y una camiseta.
–¿Qué nos vas a cantar? –le preguntó Raul.
Paula contestó a su pregunta. Era una canción considerada un clásico del rock. Tenía un ritmo lento y pulsante, pero era un tema con mucha fuerza y sentimiento.
–Buena elección.
Paula no pudo evitar sonrojarse, así que se volvió hacia la banda para que no pudiera ver el efecto que había tenido su comentario.
–¿Os viene bien la canción?
El batería, un rubio con barba llamado Santiago Bridges, le contestó con un redoble preciso. El bajista, un escocés corpulento que se hacía llamar Kevin Ferguson, tocó un par de acordes.
–Hagamos un poco de rock and roll, ¿no? Todo tuyo, cielo. A por ello.
«Puedo hacerlo», se dijo Paula mientras esperaba a que los músicos introdujeran el tema.
Durante un par de segundos, cerró los ojos y apretó los párpados. Si quería conservar las fuerzas no podía mirar al señor Darth Vader.
Sin embargo, en cuanto la música empezó a sonar, el miedo se desvaneció y un deseo de cantar irrefrenable se apoderó de ella. Conocía esa canción a la perfección, pero jamás les hubiera dicho que solo la había cantado en el baño y en la intimidad de su habitación.
Su falta de experiencia les hubiera espantado si se lo hubiera dicho antes de poder cantar. Reprimiendo unas repentinas ganas de sonreír, esperó a que llegara su entrada, abrió los labios y comenzó a cantar.
Qué te parece? –incapaz de reprimir esa sensación de decepción que le embargaba, Pedro Alfonso levantó la vista hacia el escenario y miró a Raul, su cómplice en el crimen, que no hacía más que caminar de un lado a otro con sus botas de tacón cubano.
Las audiciones no estaban saliendo bien.
Raul dejó de deambular de repente y se pasó una mano por el cabello.
–¿Me preguntas que qué me parece? –exclamó, mirando a Pedro–. Me parece que Rosie Rhys-Jones, o como se llame, no es lo bastante buena. Dios sabe que es difícil reemplazar a Marcia, pero Rosie…
–Josie.
–Josie. Lo que sea –frunciendo el ceño, Raul cruzó sus musculosos brazos antes de continuar–. Estaría muy bien en un crucero, entreteniendo a la gente que tiene más dinero que gusto, pero no tiene madera de vocalista principal, y eso es un hecho. Además, Pedro, ninguna de las cantantes que hemos visto hasta ahora tiene lo que hace falta para estar al frente de una banda tan grande como Blue Sky, ¿no crees?
Pedro se limitó a escudriñar el horizonte e hizo un repaso mental de todas las chicas que habían pasado por allí hasta ese momento. No podía negar que Raul tenía razón. Se volvió hacia su amigo y le miró con esos ojos azules que atravesaban de lado a lado. Ese hoyuelo tan característico apareció junto a la comisura de sus labios.
–Tienes razón. Claro. Simplemente tenemos que seguir buscando.
Pedro casi nunca daba muchas explicaciones, a menos que no tuviera más remedio que hacerlo, pero sabía que la decisión final dependería de él. Aunque Raul llevara mucho más tiempo en la industria de la música que él, en la cumbre de su carrera había llegado a ser el productor con más éxito de la escena musical y sabía que Raul valoraba mucho su experiencia y su juicio.
–¿No queda nadie ahí fuera? –bostezando, Pedro se puso en pie y estiró los brazos por encima de la cabeza.
El movimiento hizo que se le levantara un poco la camiseta, dejando ver un vientre plano y unas caderas estrechas.
Raul bajó del escenario de un salto y fue a su encuentro.
–No, a menos que estén escondidas en el cementerio –dijo, bromeando y fingiendo un estremecimiento exagerado.
Su expresión burlona reflejaba con gran exactitud cuál era su opinión respecto a la idea de llevar a cabo una audición en un sombrío salón de iglesia en el corazón de la Inglaterra rural. Pero Pedro sabía que hacer las cosas de esa forma al menos les daba una cierta privacidad que no era posible tener en Londres.
La prensa musical y los tabloides siempre estaban deseando saber qué se traía entre manos. Él era el hombre que había llevado a muchos artistas ingleses a lo más alto, pero había visto truncada su meteórica carrera por culpa de un escándalo destructivo. Después de aquello, había dejado la producción y la promoción de grupos musicales. Se había recluido en casa y había pasado mucho tiempo lamiéndose las heridas y reflexionando sobre su vida.
Durante unos años se había dedicado a viajar por todo el mundo, como un nómada, y aunque hubiera llegado a pensar que jamás iba a volver a la industria de la música,
finalmente, había empezado a escuchar y a estudiar la música de otras culturas. Así se había dado cuenta de que no podía dejar a un lado la música. Siempre había sido su mayor pasión y lo seguiría siendo para siempre. Era aquello por lo que merecía la pena vivir.
Por lo tanto, al regresar a casa, había decidido volver a sus orígenes. Había empezado llevando a una banda humilde y finalmente se había convertido en productor. De eso hacía quince años y el círculo se había cerrado con Blue Sky.
Mirando el reloj, hizo una mueca.
–De todos modos, creo que ya he oído bastante como para saber que no hemos encontrado a nuestra cantante todavía. ¿Quieres que lo dejemos por hoy?
Apoyando las manos en las caderas, Pedro miró a los tres miembros del grupo. Todos esperaban que les dijera qué iban a hacer a continuación.
–Estos chicos también han tenido bastante por hoy, así que vamos a tomar una cerveza y a comernos un trozo de tarta. Podemos retomarlo mañana bien temprano. Hay una chica de Birmingham que podría ser una posibilidad. Es la vocalista principal de una banda que ha tenido cierta notoriedad en su ciudad natal.
Aunque intentara sonar esperanzado, Pedro sabía que su tono de voz le traicionaba y que dejaba entrever lo que realmente pensaba de la chica de Birmingham. Lo que estaba buscando, lo que todos estaban buscando, era a una persona extraordinaria, una chica que destacara entre las demás, que fuera capaz de ponerse al frente de una banda que había estado a punto de alcanzar el éxito justo antes de la abrupta marcha de Marcie.
Era una auténtica pena que la chica hubiera decidido casarse con su amor de toda la vida en el último momento e irse a cultivar uvas a Dordoña, en vez de liderar una banda de rock. Pero así era el negocio musical. Todo el mundo lo sabía. Sin embargo, a veces se podían hacer milagros, y Pedro sabía que él podía hacerlo. Lo único que tenía que hacer para demostrarlo era encontrar a una cantante excepcional.
De repente se oyó el golpe de una puerta al cerrarse bruscamente. Toda la estancia vibró. El sonido reverberó por todo el techo abovedado como si acabaran de disparar un cañón.
¿Quién podía ser?
Pedro se quedó estupefacto al ver a la culpable de semejante estruendo. Era una joven alta, delgada y morena. Forcejeaba con el cinturón de su chubasquero, pero no conseguía desabrocharlo porque se había quedado encajado entre las puertas traseras del vestíbulo. Pedro alzó la vista lentamente y descubrió unas botas negras de ante y unas piernas cubiertas por pantis del mismo color. Se detuvo en la rodilla una fracción de segundo. Algo de piel blanca asomaba por debajo de un agujero del tamaño de una moneda pequeña. Mientras intentaba soltar el cinturón, la chica emitió un sonido disimulado y suspiroso que podría haber sido una palabrota.
Pedro se volvió parcialmente y vio que Raul sonreía. Sabía que no era solo porque la chica estuviera pasando un mal rato con la puerta y el abrigo.
Cuando logró soltar el cinturón por fin, la chica levantó la cabeza y murmuró unas palabras de disculpa. Al verla de frente, Pedro sintió que el aire se le escapaba de los pulmones de golpe, como si acabaran de darle un puñetazo.
Era absolutamente espectacular. Incluso a esa distancia podía ver que tenía los ojos verdes, color esmeralda. Eran los ojos más hermosos que había visto en toda su vida, pero también tenía unos pómulos perfectamente redondeados y unos labios carnosos del color de las cerezas.
Raul fue el primero en recuperarse.
–Hola. ¿Puedo ayudarla? –le preguntó con entusiasmo.
–Aquí son las audiciones, ¿no?
Mirando a su alrededor con nerviosismo, la chica vio a los cinco hombres que la rodeaban. Había sillas de plástico contra la pared, el suelo estaba polvoriento y el techo abovedado tenía el estucado agrietado y amarillento. La expresión de su rostro era de perplejidad, como si aún no pudiera creerse que estuviera allí. Todavía permanecía inmóvil junto a la puerta. No se había separado ni un centímetro.
–¿Llego demasiado tarde? Siento no haber podido venir antes, pero tenía un inventario –se alisó la falda negra que llevaba y tiró del borde del abrigo, como si tuviera miedo de haber enseñado demasiado.
–¿Has dicho «inventario»? –la sonrisa pícara de Raul se hizo aún más grande–. A mí me puedes hacer inventario cuando quieras, cielo.
«Hora de tomar las riendas», pensó Pedro, impaciente.
La chica podía ser muy guapa, pero seguramente sería igual a todas las que habían pasado por allí esa tarde; una absoluta pérdida de tiempo. Ya tenía más que suficiente con cuatro días seguidos de audiciones.
Además, por si todo eso fuera poco, la joven le recordaba a una chica con la que había estado en el pasado, una chica que le había dejado para perseguir un sueño de fama y dinero y que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguir su meta.
En cualquier caso, la joven que tenía delante debía de ser otra de tantas.
Sin embargo, mientras la observaba, sintió el azote de un deseo repentino que le sacudió por dentro. Casi llegó a marearse y, en ese momento, vio la advertencia con claridad. Algo le decía que debía andarse con cuidado porque la fuerza seductora de una belleza como esa sin duda debía de ser casi imposible de resistir.
La idea de sentirse realmente tentado le asustaba. La tentación nunca era algo sencillo. Para Pedro no era más que debilidad, y a él siempre le había gustado tomar el control de las cosas. Desde una edad temprana había aprendido a cuidar de sí mismo y a poner barreras allí donde nadie más iba a ponerlas.
–En realidad, llega tarde.
En cuanto las palabras salieron de su boca, él mismo se traicionó. Incapaz de hacer otra cosa, terminó avanzando hacia la hechizante joven y, de alguna manera, el deseo de que se fuera se desvaneció sin más. Todo su instinto le decía que aprovechara la oportunidad de admirar su belleza mientras pudiera. Después de todo, que un auténtico ángel se presentara ante sus ojos no era algo que ocurriera todos los días.
–Lo que quería decir es que llega tarde hoy a las audiciones, pero puede volver mañana, si realmente le interesa. Si no, lo único que puedo hacer es agradecerle el interés y desearle suerte.
–¿Me está preguntando si realmente me interesa? Si no me interesara de verdad, ¿por qué iba a venir hasta aquí?
Sorprendido con la contestación que la chica acababa de darle, Pedro suspiró. Su instinto innato le decía que debía protegerse y su mente trataba de buscar una razón legítima para no permitirle hacer la prueba ese día.
–Bueno, si ese es el caso, entonces no le importara volver mañana, ¿no? Llevamos todo el día haciendo pruebas.
Empezamos muy pronto y no nos vendría mal parar ya.
La joven pareció titubear durante unos segundos. Se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja, pero al retirar la mano el pelo volvió a soltársele. Era evidente que no sabía qué hacer a continuación.
–Tenía la esperanza de que pudieran hacerme la prueba esta noche. No puedo venir mañana.
–Entonces, a lo mejor no es tan importante para usted hacer la audición, ¿no?
Las mejillas de la muchacha se tiñeron de rojo, pero no era por vergüenza. Estaba claro que no se había tomado bien su comentario.
Pedro, que no quería dejarse conmover por su rostro angelical, hizo todo lo posible por mantenerse firme.
–¿Cómo se llama? –terminó preguntándole.
–Paula. Paula Chaves.
–Bueno, Paula… –Pedro cruzó los brazos sobre el pecho y no pudo evitar mirarla de arriba abajo–. Como le he dicho, si realmente le interesa hacer la prueba, puede volver mañana, que es cuando nos viene mejor hacerla. ¿Le viene bien a las once y media?
–Lo siento –la mirada verde esmeralda de la joven se encendió de repente–. No quiero ser una molestia, pero de verdad que no puedo venir mañana. Una amiga muy cercana, la gerente de la tienda donde trabajo, tiene que ir al dentista a que le saquen una muela del juicio, y yo soy la única que puede sustituirla.
Pedro aguantó la risa como pudo. Se le habían ocurrido muchas excusas posibles, pero jamás hubiera imaginado una como esa.
La muela del juicio…
Casi podía sentir la risotada de Raul, creciendo a sus espaldas, a punto de escapársele de la boca sin remedio.
«Maldita sea», pensó. Iba a ser muy difícil negarle algo a Paula Chaves si continuaba mirándole como una niña perdida, con esos ojos verdes llenos de esperanza y decepción al mismo tiempo.
–Venga, hombre –Raul se plantó junto a Pedro. Sus rasgos amables adoptaron una expresión persuasiva–. La banda sigue aquí, así que no tenemos nada que perder.
«Mi cordura, por una parte», pensó Pedro, aunque no dijera nada. Si Pauña Chaves parecía un animalillo triste sin haber cantado todavía, solo Dios sabía qué haría cuando se disculpara con ella y le aconsejara que no dejara su trabajo diurno.
Soltando el aliento con impaciencia, Pedro se tocó el cabello sin dejar de mirar a la chica.
–Muy bien –dijo finalmente, resignado–. Le daré diez minutos para que me enseñe lo que sabe hacer.
«O más bien lo que no sabe.»