lunes, 25 de abril de 2016
MI CANCION: CAPITULO 1
Qué te parece? –incapaz de reprimir esa sensación de decepción que le embargaba, Pedro Alfonso levantó la vista hacia el escenario y miró a Raul, su cómplice en el crimen, que no hacía más que caminar de un lado a otro con sus botas de tacón cubano.
Las audiciones no estaban saliendo bien.
Raul dejó de deambular de repente y se pasó una mano por el cabello.
–¿Me preguntas que qué me parece? –exclamó, mirando a Pedro–. Me parece que Rosie Rhys-Jones, o como se llame, no es lo bastante buena. Dios sabe que es difícil reemplazar a Marcia, pero Rosie…
–Josie.
–Josie. Lo que sea –frunciendo el ceño, Raul cruzó sus musculosos brazos antes de continuar–. Estaría muy bien en un crucero, entreteniendo a la gente que tiene más dinero que gusto, pero no tiene madera de vocalista principal, y eso es un hecho. Además, Pedro, ninguna de las cantantes que hemos visto hasta ahora tiene lo que hace falta para estar al frente de una banda tan grande como Blue Sky, ¿no crees?
Pedro se limitó a escudriñar el horizonte e hizo un repaso mental de todas las chicas que habían pasado por allí hasta ese momento. No podía negar que Raul tenía razón. Se volvió hacia su amigo y le miró con esos ojos azules que atravesaban de lado a lado. Ese hoyuelo tan característico apareció junto a la comisura de sus labios.
–Tienes razón. Claro. Simplemente tenemos que seguir buscando.
Pedro casi nunca daba muchas explicaciones, a menos que no tuviera más remedio que hacerlo, pero sabía que la decisión final dependería de él. Aunque Raul llevara mucho más tiempo en la industria de la música que él, en la cumbre de su carrera había llegado a ser el productor con más éxito de la escena musical y sabía que Raul valoraba mucho su experiencia y su juicio.
–¿No queda nadie ahí fuera? –bostezando, Pedro se puso en pie y estiró los brazos por encima de la cabeza.
El movimiento hizo que se le levantara un poco la camiseta, dejando ver un vientre plano y unas caderas estrechas.
Raul bajó del escenario de un salto y fue a su encuentro.
–No, a menos que estén escondidas en el cementerio –dijo, bromeando y fingiendo un estremecimiento exagerado.
Su expresión burlona reflejaba con gran exactitud cuál era su opinión respecto a la idea de llevar a cabo una audición en un sombrío salón de iglesia en el corazón de la Inglaterra rural. Pero Pedro sabía que hacer las cosas de esa forma al menos les daba una cierta privacidad que no era posible tener en Londres.
La prensa musical y los tabloides siempre estaban deseando saber qué se traía entre manos. Él era el hombre que había llevado a muchos artistas ingleses a lo más alto, pero había visto truncada su meteórica carrera por culpa de un escándalo destructivo. Después de aquello, había dejado la producción y la promoción de grupos musicales. Se había recluido en casa y había pasado mucho tiempo lamiéndose las heridas y reflexionando sobre su vida.
Durante unos años se había dedicado a viajar por todo el mundo, como un nómada, y aunque hubiera llegado a pensar que jamás iba a volver a la industria de la música,
finalmente, había empezado a escuchar y a estudiar la música de otras culturas. Así se había dado cuenta de que no podía dejar a un lado la música. Siempre había sido su mayor pasión y lo seguiría siendo para siempre. Era aquello por lo que merecía la pena vivir.
Por lo tanto, al regresar a casa, había decidido volver a sus orígenes. Había empezado llevando a una banda humilde y finalmente se había convertido en productor. De eso hacía quince años y el círculo se había cerrado con Blue Sky.
Mirando el reloj, hizo una mueca.
–De todos modos, creo que ya he oído bastante como para saber que no hemos encontrado a nuestra cantante todavía. ¿Quieres que lo dejemos por hoy?
Apoyando las manos en las caderas, Pedro miró a los tres miembros del grupo. Todos esperaban que les dijera qué iban a hacer a continuación.
–Estos chicos también han tenido bastante por hoy, así que vamos a tomar una cerveza y a comernos un trozo de tarta. Podemos retomarlo mañana bien temprano. Hay una chica de Birmingham que podría ser una posibilidad. Es la vocalista principal de una banda que ha tenido cierta notoriedad en su ciudad natal.
Aunque intentara sonar esperanzado, Pedro sabía que su tono de voz le traicionaba y que dejaba entrever lo que realmente pensaba de la chica de Birmingham. Lo que estaba buscando, lo que todos estaban buscando, era a una persona extraordinaria, una chica que destacara entre las demás, que fuera capaz de ponerse al frente de una banda que había estado a punto de alcanzar el éxito justo antes de la abrupta marcha de Marcie.
Era una auténtica pena que la chica hubiera decidido casarse con su amor de toda la vida en el último momento e irse a cultivar uvas a Dordoña, en vez de liderar una banda de rock. Pero así era el negocio musical. Todo el mundo lo sabía. Sin embargo, a veces se podían hacer milagros, y Pedro sabía que él podía hacerlo. Lo único que tenía que hacer para demostrarlo era encontrar a una cantante excepcional.
De repente se oyó el golpe de una puerta al cerrarse bruscamente. Toda la estancia vibró. El sonido reverberó por todo el techo abovedado como si acabaran de disparar un cañón.
¿Quién podía ser?
Pedro se quedó estupefacto al ver a la culpable de semejante estruendo. Era una joven alta, delgada y morena. Forcejeaba con el cinturón de su chubasquero, pero no conseguía desabrocharlo porque se había quedado encajado entre las puertas traseras del vestíbulo. Pedro alzó la vista lentamente y descubrió unas botas negras de ante y unas piernas cubiertas por pantis del mismo color. Se detuvo en la rodilla una fracción de segundo. Algo de piel blanca asomaba por debajo de un agujero del tamaño de una moneda pequeña. Mientras intentaba soltar el cinturón, la chica emitió un sonido disimulado y suspiroso que podría haber sido una palabrota.
Pedro se volvió parcialmente y vio que Raul sonreía. Sabía que no era solo porque la chica estuviera pasando un mal rato con la puerta y el abrigo.
Cuando logró soltar el cinturón por fin, la chica levantó la cabeza y murmuró unas palabras de disculpa. Al verla de frente, Pedro sintió que el aire se le escapaba de los pulmones de golpe, como si acabaran de darle un puñetazo.
Era absolutamente espectacular. Incluso a esa distancia podía ver que tenía los ojos verdes, color esmeralda. Eran los ojos más hermosos que había visto en toda su vida, pero también tenía unos pómulos perfectamente redondeados y unos labios carnosos del color de las cerezas.
Raul fue el primero en recuperarse.
–Hola. ¿Puedo ayudarla? –le preguntó con entusiasmo.
–Aquí son las audiciones, ¿no?
Mirando a su alrededor con nerviosismo, la chica vio a los cinco hombres que la rodeaban. Había sillas de plástico contra la pared, el suelo estaba polvoriento y el techo abovedado tenía el estucado agrietado y amarillento. La expresión de su rostro era de perplejidad, como si aún no pudiera creerse que estuviera allí. Todavía permanecía inmóvil junto a la puerta. No se había separado ni un centímetro.
–¿Llego demasiado tarde? Siento no haber podido venir antes, pero tenía un inventario –se alisó la falda negra que llevaba y tiró del borde del abrigo, como si tuviera miedo de haber enseñado demasiado.
–¿Has dicho «inventario»? –la sonrisa pícara de Raul se hizo aún más grande–. A mí me puedes hacer inventario cuando quieras, cielo.
«Hora de tomar las riendas», pensó Pedro, impaciente.
La chica podía ser muy guapa, pero seguramente sería igual a todas las que habían pasado por allí esa tarde; una absoluta pérdida de tiempo. Ya tenía más que suficiente con cuatro días seguidos de audiciones.
Además, por si todo eso fuera poco, la joven le recordaba a una chica con la que había estado en el pasado, una chica que le había dejado para perseguir un sueño de fama y dinero y que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguir su meta.
En cualquier caso, la joven que tenía delante debía de ser otra de tantas.
Sin embargo, mientras la observaba, sintió el azote de un deseo repentino que le sacudió por dentro. Casi llegó a marearse y, en ese momento, vio la advertencia con claridad. Algo le decía que debía andarse con cuidado porque la fuerza seductora de una belleza como esa sin duda debía de ser casi imposible de resistir.
La idea de sentirse realmente tentado le asustaba. La tentación nunca era algo sencillo. Para Pedro no era más que debilidad, y a él siempre le había gustado tomar el control de las cosas. Desde una edad temprana había aprendido a cuidar de sí mismo y a poner barreras allí donde nadie más iba a ponerlas.
–En realidad, llega tarde.
En cuanto las palabras salieron de su boca, él mismo se traicionó. Incapaz de hacer otra cosa, terminó avanzando hacia la hechizante joven y, de alguna manera, el deseo de que se fuera se desvaneció sin más. Todo su instinto le decía que aprovechara la oportunidad de admirar su belleza mientras pudiera. Después de todo, que un auténtico ángel se presentara ante sus ojos no era algo que ocurriera todos los días.
–Lo que quería decir es que llega tarde hoy a las audiciones, pero puede volver mañana, si realmente le interesa. Si no, lo único que puedo hacer es agradecerle el interés y desearle suerte.
–¿Me está preguntando si realmente me interesa? Si no me interesara de verdad, ¿por qué iba a venir hasta aquí?
Sorprendido con la contestación que la chica acababa de darle, Pedro suspiró. Su instinto innato le decía que debía protegerse y su mente trataba de buscar una razón legítima para no permitirle hacer la prueba ese día.
–Bueno, si ese es el caso, entonces no le importara volver mañana, ¿no? Llevamos todo el día haciendo pruebas.
Empezamos muy pronto y no nos vendría mal parar ya.
La joven pareció titubear durante unos segundos. Se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja, pero al retirar la mano el pelo volvió a soltársele. Era evidente que no sabía qué hacer a continuación.
–Tenía la esperanza de que pudieran hacerme la prueba esta noche. No puedo venir mañana.
–Entonces, a lo mejor no es tan importante para usted hacer la audición, ¿no?
Las mejillas de la muchacha se tiñeron de rojo, pero no era por vergüenza. Estaba claro que no se había tomado bien su comentario.
Pedro, que no quería dejarse conmover por su rostro angelical, hizo todo lo posible por mantenerse firme.
–¿Cómo se llama? –terminó preguntándole.
–Paula. Paula Chaves.
–Bueno, Paula… –Pedro cruzó los brazos sobre el pecho y no pudo evitar mirarla de arriba abajo–. Como le he dicho, si realmente le interesa hacer la prueba, puede volver mañana, que es cuando nos viene mejor hacerla. ¿Le viene bien a las once y media?
–Lo siento –la mirada verde esmeralda de la joven se encendió de repente–. No quiero ser una molestia, pero de verdad que no puedo venir mañana. Una amiga muy cercana, la gerente de la tienda donde trabajo, tiene que ir al dentista a que le saquen una muela del juicio, y yo soy la única que puede sustituirla.
Pedro aguantó la risa como pudo. Se le habían ocurrido muchas excusas posibles, pero jamás hubiera imaginado una como esa.
La muela del juicio…
Casi podía sentir la risotada de Raul, creciendo a sus espaldas, a punto de escapársele de la boca sin remedio.
«Maldita sea», pensó. Iba a ser muy difícil negarle algo a Paula Chaves si continuaba mirándole como una niña perdida, con esos ojos verdes llenos de esperanza y decepción al mismo tiempo.
–Venga, hombre –Raul se plantó junto a Pedro. Sus rasgos amables adoptaron una expresión persuasiva–. La banda sigue aquí, así que no tenemos nada que perder.
«Mi cordura, por una parte», pensó Pedro, aunque no dijera nada. Si Pauña Chaves parecía un animalillo triste sin haber cantado todavía, solo Dios sabía qué haría cuando se disculpara con ella y le aconsejara que no dejara su trabajo diurno.
Soltando el aliento con impaciencia, Pedro se tocó el cabello sin dejar de mirar a la chica.
–Muy bien –dijo finalmente, resignado–. Le daré diez minutos para que me enseñe lo que sabe hacer.
«O más bien lo que no sabe.»
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