Escuchó como los Alfonso se iban a la cama y apagó la luz para que pensaran que ella había hecho lo mismo. Se quedó mirando la pared con la luz que se filtraba por la ventana durante tres horas, hasta que lentamente se levantó sin hacer ruido. Casi a oscuras, se puso unos vaqueros y una camiseta blanca. Cogió la gorra cubriéndose el cabello y como no podía llevarse la maleta, metió en el bolso más grande que tenía, una muda limpia. Las deportivas que llevaba no hacían ruido sobre el suelo de madera, pero tenía miedo que la puerta chirriara, así que cogió aceite de cocina y lo echó sobre las bisagras con cuidado. Lucas la miraba desde su sitio, pero no se movió. Con el corazón palpitando fuertemente, miró el salón sintiéndose como si abandonara su hogar y reprimió sus ganas de llorar. Abrió la puerta lentamente y cuando salió al porche, se mordió el labio inferior cerrándola suavemente. Suspiró de alivio por no haber hecho ruido. Bajó los escalones y gimió al oír un ligero crujido. Caminó casi de puntillas por el camino. Tardaría por lo menos media hora en llegar a la carretera principal y dos horas en llegar a la ciudad. Desde allí cogería un autobús a cualquier sitio. El primero que saliera.
Había caminado unos metros, cuando escuchó un crujido tras ella. Sobresaltada se volvió para no ver nada. Suspiró de alivio y aceleró el paso, cuando algo se interpuso en su camino. Abrió los ojos como platos al ver un enorme lobo mostrando los colmillos. Dio un paso atrás y él fue hacia ella lentamente, como si quisiera intimidarla. Entonces escuchó los ladridos de Lucas desde el interior de la casa, que debía estar a cien metros. Cerró los ojos porque no le daría tiempo a llegar. Un sonido tras ella indicaba que la estaban rodeando, pero ella siguió frente al primero. No pensaba darle la espalda. Dio otro paso hacia atrás y este gruñó mostrando los colmillos. Paula empezó a temblar incontrolable, cuando escuchó un silbido que pasaba a su lado, justo en el momento que el lobo saltaba hacia atrás cayendo muerto con la cabeza abierta. Reaccionando, se volvió con intención de volver hacia la casa, para encontrarse dos lobos más pequeños ante ella. Uno cayó en el momento en que dio un paso hacia ella con intención de morderla y el otro gruñó antes de recibir un tiro en el lomo que lo tumbó. Temblando rodeó los lobos que sangraban abundantemente y empezó a caminar hacia la casa, acelerando el ritmo hasta echar a correr, subiendo los escalones de un salto y abriendo la puerta casi sin respiración. Pedro, estaba con lo que parecía un rifle como los de las películas, apoyado en el alféizar de la ventana sin dejar de mirar al exterior con la culata apoyada en el hombro
—¿Te ha gustado el paseo, nena? — dijo antes de disparar otra vez. Un gemido en el exterior indicaba que se había cargado a otro. Tiró de una palanca antes de decir sin despegar la vista de la mira telescópica— Creo que es mejor que te acuestes. Mañana tienes que pintar las ventanas de rojo.
Veinte minutos después se abría la puerta de su habitación y Pedro se tumbaba a su lado suspirando. Después de unos minutos le susurró —Te oí hasta levantarte de la cama.
Te lo digo para que no pierdas el tiempo de nuevo. Lo único que has logrado ha sido, perder horas de sueño, arriesgar la vida y cabrearme. Ahora duérmete antes de que te diga algo de lo que me arrepienta mañana.
Paula se volvió y le miró el perfil —Gracias. — dijo reteniendo las lágrimas todavía con el miedo en el cuerpo.
Él volvió la cabeza hacia ella— ¿Sabes lo que te podía haber pasado?
—Sí.
—No vuelvas a hacer algo así. Has sido una inconsciente, sabiendo que los lobos estaban rondando.
—Los lobos llevan rondando tres años.
Se miraron en silencio y Paula se acercó a él apoyando la cabeza en su pecho desnudo —Duerme, nena. Si los lobos se acercan, yo estaré aquí.
Increíblemente esa vez le creyó y se quedó dormida, sintiéndose segura por primera vez en tres años
*****
Cuando terminó de pintar el exterior de la casa, quedó preciosa y hasta Pedro tuvo que admitir que las ventanas rojas eran un acierto. Entonces Paula entró en la casa y entrecerró los ojos mirando el papel pintado del salón. El abuelo gimió al ver su expresión y ella sonrió radiante antes de gritar— ¿Pedro?
Él estaba fuera tomando una cerveza con su padre —Dime, nena.
—¿Cuándo vais de compras?
El sonido de la puerta hizo que se volviera. Pedro y su padre la miraban con los ojos entrecerrados —Ayer fuimos a comprar lo de la semana, ¿recuerdas?
—Ya, pero se me han olvidado algunas cosillas.
—¡Hay comida para un regimiento!
—No hablo de comida. — haciéndose la tonta empezó a hacer la cena.
—¿Entonces qué necesitas? — preguntó siguiéndola con su padre y su abuelo detrás.
—Pues…— empezó a cortar unos tomates —Había pensado…
—Madre mía. —dijo el abuelo levantando los brazos al cielo.
—¿Qué? — Pedro la miraba sin poder creérselo.
—Pues… ¿os gusta ese papel pintado? — dijo señalando con el cuchillo el papel que había en la pared de en frente.
Los tres se volvieron dándole la espalda y los tres se dieron la vuelta lentamente— Muchacha, ¿qué vas a hacer de cenar? — preguntó Armando cambiando de tema, mirando de reojo a Pedro, que la observaba sin poder creérselo.
—Ni hablar, ¿me oyes? ¿Obras en la casa? — gritó enfadado.
—No son obras.
—¿Quitar el papel y después qué? ¿Un ala nueva en la casa?
Pues no era mala idea. Al menos así tendrían intimidad. El abuelo se echó a reír al ver su cara y Pedro puso los ojos en blanco— No seáis exagerados. ¡Hasta vosotros reconocéis que necesitáis otro baño!
—¡Porque tú vives aquí! —dijo Pedro —Hasta ahora no había problemas con el baño.
Paula se sonrojó y el abuelo miró a su nieto como si hubiera metido la pata.
— Mamá decía que se necesitaba otro baño y nunca le hicimos caso. — dijo Armando dándole la razón a Paula. Ella mirando los tomates, se recriminó por haber abierto la boca.
Aquella no era su casa, pero como por orden del juez no podía salir de allí en tres meses, necesitaba entretenerse a parte de planchar y cocinar.
Pedro se acercó y le quitó el cuchillo hábilmente. Paula le miró sorprendida y Pedro la cogió por la muñeca tirando de ella hacia su habitación— Tengo que hacer la cena.
—Vamos a hablar.
—Vale, lo he entendido— dijo entrando en la habitación algo avergonzada —No cambiaré nada más.
Pedro la sentó en la cama y se acuclilló ante ella. Paula no quería mirarle a la cara, pero no le quedó más remedio que hacerlo— Sé que te aburres aquí.
—No tenéis ni Internet. — dijo indignada haciéndolo sonreír —Mi ordenador aquí es inútil.
—Pero tienes que darte cuenta que la casa está bien como está. —le miró como si estuviera loco — ¡Está bien como está, porque lo digo yo!
—Vale. — se cruzó de brazos mirándolo fastidiada— ¿Algo más o puedo hacer la cena?
—Ahora no me pongas esa cara, porque no tienes derecho a criticar mi casa. ¡Mucho menos a cambiarla!
—Todo lo que he hecho ha sido para mejor. — levantó la barbilla — ¡He aumentado su valor! ¡Y ese papel pintado estaría bien en los setenta, pero estamos en el dos mil dieciseis!
Pedro gruñó incorporándose— ¿Y luego qué será? — señaló la pared de su habitación con otro papel pintado de flores azules— ¿Tampoco te gustará ese? ¿Y el de mi habitación? ¿Y la del abuelo?
—¡Horribles! Me dan ganas de llorar.
—No puedo contigo.
—¡Serás exagerado! ¡Sólo es papel!
—¡Si sólo es papel, déjalo así!
—Tampoco querías pintar la casa y ha quedado preciosa. Por cierto, ¿qué tal unas macetas con flores en la barandilla? —Pedro chasqueó la lengua y fue hasta la puerta saliendo a toda prisa— ¿Eso es que no? ¿Y una caseta para Lucas? ¡Hay algunas preciosas! ¡Parecen pequeñas casitas! ¡Incluso puedes pintarlas de mismo color de tu casa para que hagan juego!
Los trámites en la oficina del sheriff fueron de risa. Se presentaron las chicas para firmar la denuncia y declarar.
Indignada tuvo que oír como las tres mentían descaradamente, diciendo que Paula las había provocado y que se tiró sobre Lorena sin provocación por parte de ella. El sheriff llamó al juez, porque sino tendría que estar detenida hasta el lunes. El hombre después de que el sheriff insistiera en que no era peligrosa, le ordenó arresto domiciliario hasta el lunes, que debía presentarse en el juzgado.
Pedro la miraba de reojo al volver a casa— Estás muy callada.
—Esto no ha sido buena idea. Debería haberme quedado en Seattle y no hacer nada.
—Te hubieran usado para atrapar a Falconi, como hicieron con su hijo. — por su tono de voz se dio cuenta de que se estaba enfadando y ella lo miró sorprendida.
—¿La sicótica de tu vecina me pega una paliza y te enfadas conmigo?
—En realidad la paliza se la pegaste tú. — respondió entre dientes— Ella te provocó, pero por la cara que tenía al declarar, creo que ella ha sido la peor parada. Y no me enfado. Es que ya vuelves con tus tonterías sobre que deberías irte. ¡Lo dices cada día!
—¡Porque fue mala idea, Pedro!
Él apretó el volante hasta que sus nudillos se quedaron blancos y en cuanto llegaron a casa, ella se bajó dando un portazo. Entró en la casa ya enteramente pintada de blanco y pasó ante los chicos que estaban en el sofá viendo la televisión.
El abuelo miró a Pedro que entró con cara de querer matar a alguien— ¿No ha ido bien?
—Si consideras que terminar en la oficina del sheriff, por meterse en una pelea con Lorena es ir bien, pues ha ido fenomenal.
—¿Y quién ganó? — preguntó Armando divertido.
Pedro levantó una ceja— ¿Tú qué crees? Tenías que ver la nariz de Lorena, parece un pepino.
El abuelo se echó a reír— Nadie puede con nuestra chica.
La mirada de Pedro se oscureció más— No es nuestra chica. —dijo yendo hacia la habitación de Paula mientras que ellos se miraban.
Cuando lo perdieron de vista, Armando dijo a su padre— No va bien.
—Se tiene que acostumbrar, pero es perfecta para él. ¡Si no ha podido apartar las manos de ella desde que la conoce!
—No hablo de Pedro. — Armando apretó los labios preocupados— Todo esto es demasiado para ella. Lógico si lleva así tres años.
—Sí, me da la sensación que no se siente segura.
—Mañana empezaremos con las clases de tiro.
Sonrieron asintiendo como si hubieran encontrado la solución.
Pedro entró en la habitación y Paula ya estaba en la cama dándole la espalda y con el camisón puesto — ¿No quieres hablar?
—No tengo nada que decir.
Él apretó los labios y salió de la habitación sin decir nada.
Paula se sintió una desagradecida por todo lo que habían hecho por ella. Se estaban arriesgando mucho por su seguridad y Paula les trataba así. No era culpa suya que Lorena lo hubiera descubierto todo y tampoco era culpa suya, que Paula se sintiera insegura. Lo que tenía claro una persona que ha ocultado su identidad durante tres años, incluso a su familia, es que con todas las personas que sabían lo que estaba pasando, no duraría viva ni una semana. Debía irse por el bien de todos.
La armonía volvió a la familia y el sábado era la fiesta en la ciudad. El abuelo insistió en que la llevara al baile, aunque Pedro no estaba de acuerdo— Allí habrá mucha gente. Y no quiero llamarla Elisa.
—Llámala Paula. Aquí está segura. Nadie conoce a los Falconi. Relájate y salir a bailar como una pareja normal. Divertíos.
¿Qué le había entrado al abuelo con divertirse? Paula miró a Pedro, que pensaba en ello con los ojos entrecerrados— ¿Quieres ir?
Paula sonrió. ¡Iban a tener una cita! —Sí.
—Pues ve a prepararte. —Pedro sonrió— Hay baile, así que ponte zapatos cómodos.
Casi chilla de la alegría y salió corriendo, haciendo ladrar a Lucas que estaba mucho mejor, pero seguía en la cocina.
Se decidió por un vestido blanco, que tenía la espalda al aire y se abrochaba en la nuca. La falda caía en vuelo hasta encima de las rodillas y se dejó el cabello suelto, que después de lavarlo, estaba formando sus gruesos rizos pelirrojos. Incluso se maquilló algo más de lo normal, resaltando sus ojos verdes con un eyeliner negro. Cuando terminó, suspiró esperando que le gustara a Pedro y salió con el bolso de mano plateado que le había regalado una compañera de trabajo en las Navidades, para ir a la fiesta de Noche Vieja.
Cuando salió al salón, los hombres que estaban hablando se la quedaron mirando con la boca abierta y se sonrojó— ¿Estoy bien?
Pedro, guapísimo con un traje gris, sonrió acercándose y cogiéndole la mano— Preciosa.
—¿Llevas la pistola, Pedro? Te la van a robar en cuanto llegues a la pista. — dijo el abuelo divertido.
Su nieto gruñó haciéndola reír—Seréis exagerados.
Pero no exageraban, porque en cuanto llegaron a la fiesta, la presentó a unos conocidos y ya no pudo sentarse en casi toda la noche. Pedro tuvo que robársela al sheriff para que pudieran bailar— Estás muy guapo de traje.
—Tú también. Tengo unas ganas terribles de ver que llevas debajo. —dijo haciéndola reír. Se miraron a los ojos y Pedro la besó suavemente en los labios justo cuando terminaba el baile.
—Voy al aseo.
—No tardes.
Atravesó las mesas, donde los que no bailaban estaban sentados y fue hasta los baños empujando la puerta abatible y suspirando de alivio cuando vio que no había gente.
Después de usar el baño, se miró al espejo y se retocaba los labios cuando alguien entró en el baño. Miró quién era distraída y apretó sus jugosos labios al ver que era Lorena con dos amigas detrás. Llevaba un vestido rosa de seda impresionante y puso los brazos en jarras mirándola de arriba abajo— Pero si está aquí la zorra que quiere quitarme a Pedro.
Se enderezó metiendo la barra de labios en el bolso y se volvió lentamente con una mano en la cadera. Si creía que la iba a intimidar lo llevaba claro. Era de Brooklyn —Pero si está aquí la zorra que cree que puede quitarme a mi hombre.
Esa frase la puso furiosa— Que se esté acostando contigo, no significa que sea tu hombre.
—Es más mío que tuyo. — levantó una ceja—Es a mí a quien quiere en su cama.
Sus amigas jadearon de asombro — ¡Serás puta! A ti te quiere para lo que te quiere, mientras que se va a terminar casando conmigo.
Paula se echó a reír— ¿Estás mal de la cabeza? Si hubiera querido algo contigo, lo hubiera hecho hace tiempo, ¿no? ¿Desde cuándo os conocéis?
—Esperaba a que creciera. — dijo entre dientes—A mí no me trata como a una puta.
Esa frase la enfureció— Que más quisieras guapa, que acabar en su cama. Ahora apártate de mi camino, antes de que te enseñe modales.
Lorena sonrió y miró a sus amigas— Cree que esto va a acabar así.
—¿Y cómo va a acabar?
—Pues. — dio un paso hacia ella, pero Paula no se dejó intimidar —Vas a volver al agujero del que has salido, antes de que me cabrees y llame a la policía de Nueva York.
Esas palabras hicieron palidecer a Paula— ¿Pedro no habló contigo?
—¿Crees que me he creído una palabra? El tío de Jessi… —señaló con la cabeza a la chica morena— es el sheriff y ella vio tu foto. Estás buscada por asesinato. Por eso te oculta, pero voy a hacer que entre en razón.
Esa tía estaba loca. Loca por él y haría lo que hiciera falta para recuperarlo. Menuda bruja — Yo no he hecho nada.
—¿Crees que me importa? —furiosa la miró con sus ojos azules— ¡Es mío! ¡Y será mi marido!
Esa frase puso a Paula de los nervios. No sólo creía que podía hacer lo que le diera la gana, sino creía que podía quedarse con lo que era suyo —Apártate de mi camino antes de que te vuelva la cara del revés.
—Mira, zorrita de tetas grandes. Puede que seas muy buena en la cama, pero como no te vayas esta noche, lo vas a pasar muy mal.
Esa fue la gota que colmó el vaso y Paula la abofeteó. Lorena la miró sorprendida llevándose una mano a la mejilla, pero antes de darse cuenta se había tirado sobre Paula cogiéndola por el cabello— ¡Serás puta! ¡A mí nadie me pega!
—Pues iba siendo hora. — dijo antes de agarrar su recogido rubio y tirar de ella hacia atrás. Lorena no la soltaba y fueron de un lado a otro gritando y pegándose. Cuando intentó morderla, Paula la empujó y salió por la puerta del baño, cuando sus amigas se apartaron de golpe. Furiosa salió tras ella, para ver que había acabado sobre una de las mesas, pero Lorena se recuperó enseguida y furiosa y despeinada, gritó tirándose sobre su estómago, provocando que su espalda chocara con la pared. Paula sin aliento la cogió por el cabello y le dio un puñetazo. —¡Déjame en paz! — gritó sin darse cuenta que la música se había detenido, mientras varios se levantaban de las mesas apartándose.
—¡Más quisieras, zorra! — Lorena volvió a la carga y tirándose sobre ella, cayeron sobre una de las mesas, volcándola al suelo.
—¡Paula! — gritó Pedro acercándose apartando a la gente.
Furiosa se sentó a horcajadas sobre Lorena que estaba atontada y la agarró por el pelo —Es mío, ¿me oyes? ¡Como vuelvas a amenazarme, te mato!
—¡Está loca! — gritó Lorena empezando a llorar— ¡Quitármela de encima!
Ahora se hacía la víctima y le dio tanta rabia que le arreó un tortazo— ¡Basta! — gritó Pedro cogiéndola por la cintura y levantándola del suelo — ¿Qué estás haciendo?
Lorena pataleó hacia atrás llorando y miró a Pedro —¡Ha amenazado con matarme!
—Algo habrás hecho tú. — dijo el sheriff mirándola con los ojos entrecerrados.
—¡Quiero denunciarla!
—Lorena, no te pases. — Pedro cogió de la mano a Paula y tiró de ella.
—¿Qué no me pase? Es peligrosa. ¡Seguro que tiene antecedentes!
—La ha amenazado y se ha tirado sobre Lorena. —dijo una de sus amigas sonriendo satisfecha. Entonces se dio cuenta que había caído en la trampa —Yo declararé.
El sheriff apretó los labios mirando a Pedro que abrió los ojos como platos— ¡Vamos, eran tres contra una!
—Tengo que llevarla a la oficina para la denuncia.
Pedro se acercó al sheriff—Sabes lo que pasará si…
—No puedo dejar que se transgreda la ley, Pedro. Si ha sobrepasado la línea, debo denunciarla.
Pedro apretó los labios fulminando con la mirada a Lorena y después miró a Paula —Vamos, nena.
—¿Me va a denunciar?
—Claro que sí. — dijo Lorena satisfecha.
—Entonces esto de propina. — dijo pegándole un puñetazo, que la dejó inconsciente cayendo sobre una de sus amigas.
—Ahora sí que tengo que detenerte. — dijo el sheriff apesadumbrado sacando las esposas.
Pedro furioso pasó su mano por su pelo negro— No hace falta esposarla. Vamos voluntariamente.
—Si la detengo, tengo que ponérselas.
Asustada miró a Pedro mientras el sheriff le daba la vuelta y le cogió las muñecas— No te preocupes, nena. Voy contigo.
Fue humillante pasar esposada entre toda aquella gente que no la conocía, mientras chismorreaban mirándola como si fuera una delincuente. Todo por esa zorra retorcida.
Esperaba que le hubiera roto la nariz.
Pedro se sentó en la parte de atrás con ella y la cogió por la barbilla—¿Estás bien?
—Sí.
—Te ha tirado sobre la mesa.
—Estoy bien. — dijo asustada— ¿Qué va a pasar ahora?
—Hablaré con el juez.
—Le diremos que te deje bajo custodia en el rancho de Pedro. — dijo el sheriff arrancando el coche —Arresto domiciliario.
—¿Puede hacer eso?
—Hablaré con él. — dijo Pedro acariciando la mejilla, que se le empezaba a sonrojar de los golpes— Menuda pelea.
—Dijo que iba a llamar a la policía de Nueva York porque era una asesina. Me provocó llamándome puta y zorra. — sus ojos se llenaron de lágrimas— Dijo que solo te divertías conmigo en la cama.
—Esa niña…— dijo el sheriff enfadado.
—¡No es una niña! ¡La tratáis como si lo fuera y es una consentida!
—Nena. Olvídate de ella. No hará nada.
—¿Y sus amigas? — nerviosa le miró a los ojos— No es seguro. Ya no estamos seguros de nada.
—Todo va a ir bien.
—¡Deja de decir eso! —gritó de los nervios sin darse cuenta que estaba llorando— ¡Llevo tres años huyendo! ¡Tú no sabes lo que es!
Pedro le acarició el cabello —Ya hablaremos en casa. — le dijo en voz baja antes de besar sus labios suavemente.
Estaban en la cama después de hacer el amor y él le acariciaba el brazo, mientras pensaba que Pedro estaba convencido que ella no podía adaptarse a esa vida. No es que ella quisiera adaptarse, pues pensaba volver a Nueva York... Mentirosa, dijo para sí. Era su hogar después de tres años e iba a echarlo de menos y cada día que pasaba se sentía más a gusto allí. Más a gusto con Pedro. Pensar en dejarle, le formó un nudo en la boca del estómago— ¿Qué piensas? — preguntó él al notar que se tensaba.
—En que sólo llevo dos días aquí y parece que ha pasado un siglo. —levantó la vista y le miró a los ojos — ¿Es un error que nos hayamos acostado?
Él frunció el ceño— ¿Por qué lo dices?
—Me voy a ir…
Pedro se tensó sentándose en la cama y ella le miró sentándose también— ¿Ya estás pensando otra vez en irte cuando acabas de llegar?
—No es eso, es que…— asombrada vio que se levantaba —¿Qué haces?
—Creo que voy a dormir en mi habitación.
—¿Por qué?
—Está claro que no quieres sentirte atada a mí. —Paula se sonrojó viéndolo subirse los pantalones — ¿Me equivoco?
—Cuando me vaya… —le vio ir hacia la puerta— ¿no me escuchas?
—Has dicho cuando te vayas, en lugar de decir si me voy. — cogió el pomo de la puerta— Esa frase ya lo dice todo. —la miró fijamente— Está claro que sólo estás acostándote conmigo para tener sexo. Así que cuando quieras un polvo, avísame. —salió de la habitación dejándola con la boca abierta.
—¿Pero qué mosca le ha picado?
Se pasó horas pensando en lo que había pasado y le quedó muy claro que Pedro pensaba que lo estaba utilizando para tener sexo. Pero él también hacía lo mismo, ¿o no?
Dándole vueltas al tema al fin se quedó dormida, pero escuchó el gallo que la sobresaltó sentándola en la cama— Mierda. — susurró pasándose la mano por la frente intentando despejarse.
Se levantó y se puso el camisón para salir de la habitación.
Estaba saliendo del baño, cuando se encontró con el abuelo— Buenos días.
—No sé qué ha pasado, niña. Pero has metido la pata. — dijo cerrando la puerta del baño, dejándola con la boca abierta.
Cuando se vistió con unos pantalones cortos y una camiseta vieja, hizo el desayuno, pero cuando Armando y el abuelo estuvieron sentados miró hacia el pasillo—¿Y Pedro?
—Se ha ido a la ciudad. Tenía cosas que hacer.
Hizo una mueca entristeciéndose. No debía haber abierto la boca y enfrentarse a las consecuencias cuando llegara el momento de irse. Estaba claro que como había dicho el abuelo, había metido la pata.
Después de dar de comer al perro, que se había despertado, salió de la casa para continuar con la pintura. El abuelo la acompañaba, mientras Armando se había quedado trabajando en el pajar.
Cuando estuvo pintada la parte delantera de la casa, sonrió mirando el resultado. La verdad es que el porche pedía que se le diera una mano, así que se puso a ello para asombro del abuelo— ¿Qué haces, niña?
—Sino quedará feo. Todo de blanco quedará mejor.
—Esto es un rancho, no una casa de veraneo.
—Lo sé. Pero quedará muy bien.
—¡Habrá que retocarlo todos los años!
Le miró atónita— ¡Como si fueras a hacerlo tú, viejo gruñón!
El abuelo entrecerró los ojos— Por lo que tengo entendido tú tampoco.
Esa frase la sonrojó y se detuvo con la brocha sobre la barandilla. Suspiró bajándola. Tenía razón. —Perdona, tienes razón.
El abuelo se sentó en su mecedora mirándola fijamente— Estás hecha un lío, ¿verdad?
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las reprimió asintiendo— No te agobies. Tienes muchas cosas en la cabeza. ¿Por qué no te diviertes para variar? Seguro que has pasado estos últimos años preocupándote por vigilar tu espalda. Ahora no tienes que hacerlo. Estamos nosotros.
—¿Qué me divierta? — preguntó pasando una mano por su nariz pintándola de blanco.
—Eres joven. Diviértete. Disfruta un poco de la vida. —el abuelo frunció el ceño mirando el brochazo que le había dado a la barandilla— Y ahora acaba eso. No puedes dejarlo así.
Sonrió y siguió pintando la barandilla. Estaba terminando el lado izquierdo, cuando escuchó un coche acercarse a toda prisa. Pedro se detuvo levantando polvo por el frenazo y se bajó mirándola con el ceño fruncido dando un portazo— ¿Pasa algo?
—Sí. — siseó acercándose a ella y cogiéndola en brazos haciéndola gritar, soltando la brocha sobre el suelo de madera.
— Ahora tendré que pintar el suelo.
—Pues lo pintas. — dijo antes de besarla robándole el aliento.
El abuelo soltó una risita y dijo— Voy a ver lo que hace mi hijo.
Pedro la metió en casa y mirándola a los ojos la llevó hasta su habitación — ¿Qué tal si no hablamos del futuro? — dijo él con voz grave.
—¿Has hablado con el abuelo?
Pedro la miró confundido— ¿Qué?
—Nada. — le besó abrazando su cuello y Pedro gimió antes de tirarla sobre la cama para hacerle el amor sin preocuparse de quien los oyeran.