jueves, 17 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 13





Control… Pedro trató de concentrarse en aquella palabra mientras llevaba a Paula y a Marcos de vuelta a casa. Lo habían pasado estupendamente. Tal vez había hablado demasiado de él, alentado por Paula, interesada incluso en los recuerdos de su infancia, pero, al menos, con la charla había logrado mantener a raya el deseo enloquecedor de tocarla, de volver a experimentar las increíbles sensaciones de la noche anterior, todavía recientes en su memoria.


El solo perfume de Paula, sentada a su lado, le estaba haciendo cada vez más difícil mantener la atención en la carretera. No, ahondar en la amistad entre ellos era más importante, se dijo, mucho más importante que el sexo si quería que aquella se convirtiera en una relación duradera. 


Y, sin embargo, el ver que conectaban tan bien, el haberla escuchado reír aquella tarde, su amable comprensión al hablarle de la muerte de sus padres… Todas aquellas cosas parecían decirle que estaban hechos el uno para el otro, que no había que abrir camino, porque un puente se había tendido entre ellos en el mismo instante en que se conocieron.


Ansiaba tanto poder volver a tener aunque solo fuera unos minutos de intimidad con ella… Pero tenía que ser cauteloso delante del chico. Debía esperar a que se acostumbrase a él, a que lo aceptara en su vida y en la vida de su madre. Y la próxima vez… ¡debía acordarse de recoger la ropa del suelo!, se recordó sonriendo divertido.


En aquel momento daría lo que fuera por arrancarle la ropa a Paula y desnudarse él también, por hacerle el amor de nuevo. 


Sabía que ella también lo deseaba, por las señales que su cuerpo había estado emitiendo toda la tarde. Bastaría con alargar la mano y…


No, se reprendió mentalmente, aquello podía esperar. Paula lo había invitado a cenar el miércoles por la noche, insistiendo en que quería corresponderlo por el picnic. 


Seguramente la joven acostaría al pequeño temprano y entonces la tendría para él solo… ¿Estaría Paula anticipando también ese momento? Pedro estaba excitándose enormemente, pero, por suerte ya habían llegado a la casa.


Detuvo el vehículo diciéndose que tenía que olvidarse de sus deseos y pensar solo en lo afortunado que era, pero entonces vio que el pequeño Marcos se había quedado dormido en su asiento. ¿Y si lo llevaban dentro en silencio, sin que se despertara? ¿Y si…?


«¡No!, no comiences algo que querrás terminar», se reprendió con renovada severidad. Se limitaría a acompañarlos a la puerta y marcharse como un caballero.


Afortunadamente para su propósito, Marcos se despertó en ese momento, y su alegre cháchara mientras iban hacia la casa hizo la despedida más fácil.


Finalmente Pedro dio media vuelta sobre sus talones, felicitándose por no haber sucumbido a la tentación, y se dirigió hacia la verja.


Mientras salía, vio acercarse en ese instante un deportivo blanco, que se detuvo a unos metros, y del cual se apeó Patricio Owen. Pedro se detuvo, notando que la tensión lo estaba atenazando, como si alguien estuviera apretando una tuerca hasta el límite en su interior. No quería que aquel baboso se acercara a Paula. Además, ¿qué diablos estaba haciendo allí? ¿No le bastaba con haber puesto la puntilla a su ruptura con Marcela, como para intentar seducir también a Paula?


–¡Hola!, ¿visitando a mi nueva pareja, Pedro? –lo saludó como si tuvieran mucha confianza.


–¿Tu pareja? –masculló Pedro conteniendo a duras penas el deseo de atizar a aquel sinvergüenza.


–Paula, la chica de la voz de oro –respondió Patricio Owen–. ¿No te parece que estuvo maravillosa anoche? Desde luego ha sido todo un descubrimiento por parte de tu abuela.


–Sí, sin duda –asintió Pedro con tirantez. «Pero no para ti, alimaña», añadió para sus adentros.


–En fin, el caso es que pensé en venir para proponerle otras actuaciones… Y veo que he tenido suerte, ya que está en casa –comentó mirando hacia el porche, donde Paula estaban aún con Marcos, tal vez viendo marchar a Pedros, o curiosa por saber qué traía a Patricio Owen por allí–. La suerte está de mi parte.


Pedro sintió que le hervía la sangre ante esa última afirmación. Owen tenía la mala costumbre de aprovechar la más mínima oportunidad que se le presentaba para inclinar la balanza a su favor, sobre todo en lo que respectaba a las mujeres.


–Espero que la trates con el respeto que merece –le dijo Pedro en tono de advertencia–, a mi abuela no le gustaría enterarse de que te has propasado con ella, aprecia mucho a Paula.


Patricio Owen enarcó las cejas con aire divertido, pero sus ojos ofrecían una expresión dura y fría.


–Los Alfonso no sois los dueños de todo lo que hay en la región, Pedro. La gente tiene derecho a decidir por sí misma, y es Paula quien debe decidir qué ofertas aceptar.


Aunque detestaba la idea de dejar a la joven a su suerte, tenía que admitir que ella era libre de hacer lo que quisiera. 


Tenía que confiar en ella. Paula era una chica con los pies en la tierra, y la había oído comentar el día que la conoció que no la atraía aquel mundillo por el que se movían personajes como Patricio Owen. Si era tan lista como él creía, no se mezclaría con alguien de esa calaña.


–Sí, es ella quien debe decidir –asintió encogiéndose de hombros. Tampoco quería mostrarse demasiado protector con ella, ya que Patricio Owen podía interpretarlo como un desafío estimulante y lanzarse a su conquista–, pero asegúrate de que ella sepa lo que le estás ofreciendo.


–Yo nunca prometo más de lo que doy –fue la cínica respuesta del pianista.


–Solo espero que la trates con un mínimo de consideración –le dijo Pedro con seriedad–, es una mujer viuda, y madre de un hijo, no lleva una vida fácil.


–Bueno, tal vez yo pueda alegrarla un poco –respondió Patricio Owen con impertinencia.


Pedro reprimió nuevamente los deseos de asestarle un puñetazo, de desencajar esa cara de galán de cine que tanto gustaba a las mujeres, pero no quería montar una escena delante de Paula y su hijo.


–Me marcho ya –le anunció secamente.


Owen levantó la mano burlón.


–¡Hasta pronto, Pedro, ya nos veremos!


Pedro caminó hacia su coche sin mirar atrás. En el fondo Patricio Owen tenía razón, no era asunto suyo, y no tenía derecho a inmiscuirse. Cada cual debía hacer sus elecciones, y solo de cada uno dependía que fueran o no acertadas. De todos modos, no tenía otro remedio que esperar hasta el miércoles por la noche para averiguar que quería Paula de la vida.



****


–¿Qué película quieres que te ponga, Marcos?, ¿El libro de la selva?


Aquella era la favorita del pequeño, y Paula esperaba que lo mantuviera entretenido mientras hablaba con Patricio Owen.


–¡Sí, sí, El libro de la selva! –asintió el niño con entusiasmo, lanzándose sobre el sillón.


Aún estaba algo inquieto por las emociones del día, así que no querría irse a dormir todavía, pero, aunque ya era hora de que estuviera en la cama, Paula pensó que sería una buena excusa para despedir rápidamente a Patricio Owen antes de que se viera envuelta en una de sus interminables peroratas salpicadas de los chismes más variopintos.


Sí, era un tipo bastante cotilla. Durante los ensayos de la semana anterior, todas sus conversaciones habían contenido un buen número de picantes detalles acerca de la gente que conocía. Al principio a Paula le había resultado divertido, pero pronto comenzó a observar que subyacía siempre una cierta malicia en aquellas críticas que no era de su agrado. No quería ni pensar en que pudiera convertirse en su nuevo tema de chismorreo, ahora que todo el mundo estaría especulando acerca de las causas de la ruptura entre Marcela Banks y Pedro Alfonso. Sería espantoso que la etiquetaran como «la otra».


Ya era bastante malo que hubiera tenido que aparecer justo cuando Pedro se marchaba. Tenía la impresión de que a él no le había hecho mucha gracia. Parecía tan rígido mientras hablaba con él… Lo cierto era que le preocupaba qué pudieran haberse dicho. Seguramente el haber encontrado a Pedro Alfonso allí al llegar habría despertado la curiosidad del pianista.


–Quédate aquí, ¿de acuerdo, Marcos? Mamá tiene que hablar con un señor de cosas de trabajo, ¿de acuerdo?


–De acuerdo –respondió el niño, cuyos ojos estaban ya pegados a la pantalla.


Paula trató de tranquilizarse mientras cruzaba la puerta del salón. «No es más que una visita de negocios», se recordó. 


Aunque lo cierto era que no resultaba muy profesional que no la hubiera telefoneado antes de ir. De hecho, le había parecido una actitud muy descarada. Era bastante presuntuoso por su parte pensar que sería bien recibido en cualquier momento, se dijo la joven saliendo al porche. Le había pedido que la esperara allí aduciendo que dentro hacía algo de calor, aunque el verdadero motivo era que no quería que entrara en su casa.


–Bueno, Patricio, esta sí que ha sido una sorpresa… –le dijo–, ¿qué te trae por aquí?


–El dulce aroma del éxito –respondió él. Le dedicó una de sus encantadoras sonrisas y comentó–. Tuvimos un éxito tremendo anoche.


–Me alegra que pienses eso, Patricio, pero…


–El caso es que he almorzado con unos amigos por aquí cerca y pensé en matar dos pájaros de un tiro. Estoy aquí para proponerte algunas actuaciones, Paula –le explicó sin darle tiempo a rechistar. Así que ese era su juego… Primero explicaba su presencia allí con una razón plausible, y luego le arrojaba el anzuelo de una posibilidad de trabajo en el futuro.


La sola idea de tener que hacer pareja con él, aunque fuera en lo profesional, no la agradaba en demasía. La semana anterior no había tenido aquella sensación porque, mientras ensayaban, había centrado su mente en Pedro Alfonso, en hacer un buen papel ante él, en impresionarlo. En aquel momento en cambio, después de que su relación hubiera entrado en una nueva etapa, parecía absurdo utilizarlo como sistema de concentración, y desde luego no le apetecía demasiado volver a trabajar con aquel hombre. Claro que, ¿no sería una insensatez rechazar una oferta así? Lo mejor sería pedirle que le diera tiempo para pensarlo.


–No creo que este sea el momento más adecuado para hablar de esto, Patricio–se disculpó–, Marcos está cansado y es hora de su baño y de acostarlo, y…


–¿Acabáis de llegar ahora mismo de Alfonso’s Castle? –preguntó él de repente. Era obvio que la curiosidad por saber qué estaba haciendo allí Pedro antes de que él llegara lo estaba matando.


–Ha sido un día muy largo, Patricio –respondió ella con un gran suspiro, ignorándolo–, y yo…


–Sí, imagino que estarás exhausta –dijo él en un tono poco convencido.


–Pues sí –asintió ella con una sonrisa irónica–, la verdad. Eso de lo que querías hablarme…, ¿era algo urgente?


Él sacudió la cabeza y alargó la mano, acariciándole la mejilla con los nudillos.


–No, pero no te olvides del magnífico equipo que formamos juntos. Creo que podemos hacernos ricos, Paula. Piénsalo, te llamaré esta semana.


–De acuerdo –capituló ella. Aunque su voz sonó calmada, no le había gustado nada aquel gesto. ¿Cómo se atrevía a mostrarse tan familiar con ella?


–Buena chica –dijo el pianista con una sonrisa de aprobación.


Aunque él fuera el cantante profesional y ella la aficionada, a Paula no le hizo ni pizca de gracia aquella condescendencia. 


No era ella quien había tratado de obtener su apoyo, sino él quien había ido en su busca para aprovechar el éxito.


–Oh, Patricio…, algo que deberías saber es que no tengo intención de cantar en clubs nocturnos –le aclaró para que lo tuviera presente–, no es lo mío, prefiero limitarme a las bodas.


–Vamos, Paula… ¿Lo has probado alguna vez? –replicó él.


–No.


–Pues tienes una gran voz, y deberías permitir que la oyera más gente –le insistió con otra sonrisa encantadora–. En fin, comprendo que estés cansada y que tu hijo te quita mucho tiempo, pero tú también tienes una vida que vivir, y un don que no deberías desperdiciar –concluyó levantando la mano para que ella no volviera a rechistar–. Consúltalo con la almohada, te llamaré.


¡Qué curioso!, reflexionó Paula, los argumentos de Patricio Owen tenían la misma base que la opinión que Marcela Banks le expresara aquel día en el cenador de Alfonso’s Castle. Un don desperdiciado… ¿Estaba desperdiciando realmente su talento?, se preguntó mientras veía alejarse al pianista. Lo cierto era que disfrutaba cantando, y no podía negar que hacerlo ante un público hacía que se le disparara la adrenalina… Era natural después de todo, ¿a quién no le gustaría que lo aplaudiesen y hacer que la gente pasara un rato agradable?


Sin embargo, nunca se había permitido abrigar falsas esperanzas respecto a forjarse una carrera gracias a su voz. 


De hecho, por lo que había oído y leído acerca del mundo de la música, no todo era de color de rosa. Aun en el caso de que Patricio Owen la aupara al principio… ¿no esperaría él algo a cambio?


Era la clase de hombre que conducía un coche caro y lujoso como una especie de símbolo material de su éxito, pero… 


¿Era feliz? A su edad llevaba nada menos que dos divorcios a sus espaldas.


Paula sacudió la cabeza mientras entraba en la casa y cerraba la puerta tras uno de los días más azarosos de su vida. Tal vez si Pedro Alfonso no hubiera entrado en su vida habría estado más receptiva hacia la oferta de Patricio Owen, pero la posibilidad de una relación con el primero le parecía más importante que cualquier otra cosa, y no quería que hubiera nada que la retuviera si él la reclamaba a su lado en algún momento.


Las feministas se desesperarían con ella, pensó Paula con cierta ironía mientras entraba en el salón. Marcos se había quedado dormido en el sillón y, al mirarlo, vio tan claramente a Angelo, que se le encogió el corazón. Marcos se merecía un padre, y ella quería volver a tener un marido. 


¿Sería Pedro el hombre que les devolviera el cariño y el apoyo que habían perdido…, o estaría corriendo hacia un espejismo?








miércoles, 16 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 12





Las doce de la mañana. Paula había decidido quedarse con la ropa informal que se había puesto aquella mañana en Alfonso’s Castle ya que iban a ir de picnic. Sin embargo, en aquel momento tenía más mariposas en el estómago que las que había dibujadas en la camiseta que hacía juego con la falda vaquera que llevaba. Y, cuando Marcos la llamó desde el vestíbulo gritando: «¡Ya está aquí, mamá! Tiene un todoterreno grande como el del tío Dany», Paula sintió que ese cosquilleo en el estómago se intensificaba aún más.


Un todoterreno… Seguro que a Marcela la llevaba en un lujoso deportivo cuando… «¡Basta ya, Paula!», se reprendió, «esto es un picnic, no una cita romántica». Además, como parecía dudoso que él tuviera una silla de niño en el coche, tendrían que ir en su viejo coche de todos modos.


Paula tomó de la mesa de la cocina la mochila donde había puesto todas las cosas que pudiera necesitar para Marcos, cosas que Pedro, no siendo padre, no habría previsto, por supuesto. Inspiró con fuerza y se dirigió a la puerta principal y salió de la casa con Marcos justo cuando Pedro estaba subiendo los escalones de la entrada.


Pedro se detuvo un instante frente a ellos, como si no estuviera muy seguro de qué estaba haciendo allí. ¿Estaba arrepintiéndose? Llevaba puestos unos vaqueros y un polo azul marino que resaltaba el color de sus ojos de tal modo que Paula no podía dejar de mirarlos, fascinada. Se notaba toda temblorosa por dentro, como si estuviera esperando un veredicto, pero entonces él sonrió, y los nervios de la joven se desvanecieron.


–¡Hola!, me alegra veros de nuevo –los saludó a ambos–. ¿Te acuerdas de mí, Marcos? Mi nombre es Pedro.


–Sí, me acuerdo de ti, no te asustó el sapo y me enseñaste los peces –contestó el niño.


Pedro se rio con ganas ante semejante reconocimiento.


–Bueno, vamos a guardar esta bolsa que trae tu madre…, y nos vamos –anuncio quitando a Paula la mochila del hombro y diciéndole–. No tenías por qué molestarte en preparar nada, Paula, Rosita ha tenido la amabilidad de hacernos…


–No, son cosas para Marcos. No estaba segura de si…


–Oh, eso… Bueno, yo he traído pollo frito, plátanos, helados… Creía que a los niños pequeños les gustaban esas cosas…. –le dijo él con un brillo burlón en los ojos–, ¿o me equivoco?


–No, es verdad, a Marcos le encantan todas esas cosas –asintió ella sin poder evitar una sonrisa.


Cuando iban caminando hacia la verja, de pronto Paula recordó el problema del transporte.


–Como no tendrás un asiento de niño para el coche he pensado que…


–Sí que lo tengo, he alquilado uno en un servicio de alquiler de coches.


Paula se detuvo, sorprendida por las molestias que se había tomado.


–Bueno, os invité a los dos, ¿no? –le recordó él en un tono suave.


–Sí –balbució ella sonrojándose como una colegiala. Desde que enviudara, no había encontrado a ningún hombre que se preocupara de su hijo, normalmente solo querían salir con ella, y cuando se enteraban de que había un crío de por medio se esfumaban.


Pedro aseguró al pequeño en su silla en el interior del Land Cruiser, y abrió la puerta del acompañante para que Paula entrara. Esta se encontró en una situación algo embarazosa, ya que el vehículo era bastante alto, y no sabía cómo subir de una forma elegante. Pedro le ahorró tener que averiguarlo alzándola en brazos y sentándola como había hecho con el niño.


–Ya está –le dijo sonriendo–, sin problemas –al mirarla a los ojos comprendió que ella estaba recordando ese mismo gesto de la noche anterior, cuando la había transportado en volandas hasta el lecho–. Lo siento, no he podido resistir la tentación –murmuró Pedro. Y, durante un instante electrizante, los ojos de él descendieron hasta sus labios. 


Paula no se atrevía a respirar. ¿Iba a besarla?, se preguntó ansiosa y expectante.


–¿Vas a ponerle el cinturón a mamá también? –preguntó Marcos.


El hechizo del momento se rompió, y Pedro, reaccionando rápidamente, respondió mientras hacía caso al niño:
–Listo, Marcos, tienes razón, la seguridad ante todo, hay que cumplir las normas, ¿verdad?


Y, acto seguido, cerró la puerta y dio la vuelta al coche para sentarse al volante, dando tiempo a Paula a recobrar la compostura, aunque por dentro se deleitó en haber podido comprobar que aún despertaba deseo en él.


–Pues tú no cumpliste la norma de recoger la ropa del suelo –apuntó Marcos en tono de crítica–. ¿No te enseñó tu madre que debías hacerlo? A mí mamá siempre me riñe cuando no lo hago.


El corazón le dio un vuelco a Paula. No había duda de a qué se estaba refiriendo su hijo, y esa vez no había forma de evitar el tema. Pedro le dirigió una mirada, cómo pidiendo auxilio, y ella se la devolvió, rogándole que no respondiera nada inconveniente.


–Sí… –comenzó Pedro inseguro–, sí, claro que tenía esa norma yo también de pequeño, pero es que anoche estaba muy cansado y me olvidé. Pero la recogí esta mañana, ¿sabes, Marcos?


–Ah, bueno, entonces no se enfadarán contigo –concluyó Marcos satisfecho.


–Sí, más vale tarde que nunca.


Pedro alargó una de sus fuertes manos para apretar afectuosamente la mano de Paula. Esta le sonrió agradeciéndole su delicadeza, y aquel simple gesto afianzó de algún modo lo que sentían el uno por el otro, acercándolos más.


–¿Todo bien? –murmuró él.


–Ya lo creo –contestó Paula sonriéndole–, has estado fantástico…, como ayer.


–Tú también lo estuviste –respondió él con un brillo travieso en los ojos.


Aquellas cuatro palabras, susurradas con voz cálida, hicieron que Paula se estremeciera. En aquel momento se olvidó de que Marcos estaba en el asiento trasero, de que iba a decirle a Pedro cómo llegar a Crystal Cascades… hasta de que iban de picnic.


Aparentemente Pedro debía haber mirado la ruta en un mapa antes de salir, ya que puso el coche en marcha y tomó la carretera correcta. Mientras conducía, Paula lo observó recordando la sensación de sus manos recorriéndola la noche anterior, sus musculosas piernas, la perfección de su cuerpo… Quería volver a sentir todo aquello y, de pronto, tuvo la certeza de que también él.







UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 11





Paula estaba en la cocina, fregando las cosas del desayuno, mientras observaba a Marcos a través de la ventana. El pequeño estaba fuera, arrastrando un camión de juguete por el césped y parándose en distintos sitios para colocar bloques de plástico, siguiendo las reglas de algún juego de su invención.


El jardín trasero era un magnífico patio de recreo para el niño. Para tranquilidad de Paula, estaba vallado, y había una pequeña parcela de huerta, con tomates, pepinos, pimientos… A Marcos le fascinaba verlos crecer, y se divertía mucho recogiéndolos cuando estaban maduros. El otro jardín, en la parte delantera de la casa, era el lugar donde Paula plantaba las flores que más le gustaban, a salvo de los balones y las travesuras de su hijo.


La vivienda era una casa de madera típica de Queensland construida en alto, con tejadillos alrededor para dar sombra en verano. No era grandiosa ni mucho menos, pero era un hogar, un hogar propio que sus padres y los padres de Angelo les habían ayudado a comprar cuando se casaron. 


Pero ya no tenía marido, y su hijo no tenía un padre… ¿Era una fantasía ridícula soñar que Pedro Alfonso pudiera llegar a ejercer esos dos papeles? La noche anterior, cuando había estado atendiendo a Marcos, y cuando le había hecho el amor…


Paula suspiró pesadamente recordándose que estaba comprometido con Marcela Banks. Lo más probable era que Pedro y ella hubieran tenido algún roce durante la fiesta y que al final aquello hubiera terminado en una discusión. 


Solía pasarle a todas las parejas, pero también solía ocurrir que tras uno o dos días las cosas se calmaran y… En ese momento sonó el teléfono.


Paula sacó las manos del agua jabonosa, las secó con un paño y corrió a contestar la llamada. Probablemente sería su madre, que querría saber cómo había resultado su actuación en la fiesta. «¡Qué gran honor que Isabella Alfonso te haya pedido que cantes!», había exclamado entusiasmada cuando se lo anunció.


Paula torció el gesto ante la idea de tener que fingir estar contenta y hacer como si nada perturbador le hubiera ocurrido…, algo como haber tenido un amante imprevisto en medio de la noche, y no saber siquiera si él querría recordarlo u olvidarlo a la mañana siguiente.


–¿Sí, dígame? –contestó tratando de sonar despreocupada.


–¿Paula? Soy Pedro Alfonso –fue la respuesta al otro lado de la línea. Al escuchar esa voz firme e inconfundible, Paula se vio atrapada inmediatamente por un torbellino de emociones contradictorias. La sorpresa por volver a hablar con él tan pronto, cuando había estado convencida de que no volvería a saber nada de él, la dejó sin habla un buen rato. Miró el reloj de la cocina: pasaban unos minutos de las diez. ¿Acabaría de despertarse y se había dado cuenta de que se habían marchado? ¿La estaba llamando para disculparse y decirle que había sido un tremendo error?


Los latidos del corazón martillaban en sus oídos, se notaba el pecho tan tirante que apenas podía respirar, y tenía agarrado el auricular con tal fuerza, que los nudillos de la mano estaban blancos. En su mente empezó a conjurar pensamientos positivos, esperanzada de que él fuera a decir algo bueno, no porque lo creyera, sino porque necesitaba aliviar un poco la tremenda tensión que sentía.


–Comprendo que esta mañana te pareciera que lo más acertado era marcharte temprano pero… –comenzó él con la voz ronca–, ¿podríamos vernos hoy?


¡Quería verla! Paula no podía dar crédito a sus oídos, ni mucho menos acertar a decir palabra alguna. Todo el cuerpo le temblaba por la sorpresa y la alegría. Parecía que después de todo él no quería olvidarse de la noche anterior… Quería verla, pero… ¿con qué propósito? Tal vez lo único que quisiera era explicarse, pedirle disculpas en persona…


–¿Paula?


La joven se humedeció los labios con la lengua. Su corazón la impelía a gritar que «sí» a aquel encuentro que le proponía, sin importarle nada más, pero de algún modo sentía que se merecía más. Estando comprometido con otra mujer, ¿cómo podía citarla a solas? ¿Acaso tenía intención de poner sus sentimientos a prueba? ¿O…, tal vez, se le ocurrió, sintiendo un pinchazo de indignación en el estómago, tal vez pretendía mantener un doble juego con ambas?


–Paula, escucha, ya no estoy comprometido con Marcela –le dijo él–, rompí nuestro compromiso anoche, después de la fiesta, cuando la llevé a su casa. No hay ningún impedimento para que… –se quedó callado un momento, evidentemente buscando unas palabras menos ofensivas–. Quiero decir, que no querría que pensaras que estoy engañando a nadie. Por favor, créeme.


¡Había terminado con Marcela! Fue como si hubiera explotado un cohete en la cabeza de Paula ante aquella noticia.


–Debí habértelo dicho anoche –se disculpó él–. Perdóname, por favor, y perdóname también por la preocupación que pueda haberte causado.


El alivio de Paula se tradujo en un profundo suspiro.


–Gracias, Pedro, sí que me preocupó –decir eso era decir poco, pero en aquel momento no le importó. Era como si le hubiesen quitado un pesado yunque de la espalda, y parecía que la sangre le burbujease en las venas, transmitiendo esperanza al corazón.


–Por favor, me gustaría mucho poder pasar algún tiempo hoy contigo –insistió Pedro–, ¿y si fuéramos Marcos, tú y yo de picnic?


Una invitación así, que incluía además a su hijo, fue la confirmación de que verdaderamente disfrutaba de su compañía.


–De acuerdo, me encantaría –respondió ella intentando no sonar muy ilusionada–. Podríamos ir a Crystal Cascades. Es un sitio precioso y no está muy lejos de aquí –propuso–. Vivo en Redlynch, en las afueras de Cairns –explicó para que él se situara.


–Lo sé, mi abuela me ha dado tu teléfono y tu dirección.


De nuevo, Paula se quedó muy sorprendida al oír aquello, pero la alegró contar con una prueba de que no se estuviera ocultando.


–¿Has hablado con ella de lo que…? –balbució.


–Sí, hace un rato. ¿Te va bien que os recoja a las doce?


–Claro –respondió ella–, estaremos listos a esa hora.


–¡Estupendo! Nos vemos luego, entonces.


¡Un picnic con Pedro Alfonso! Paula abrazó el auricular contra su pecho. Estaba ocurriendo de verdad, no era un sueño imposible… ¡Pedro quería estar con ella y con Marcos!



****

Pedro colgó el teléfono con una sonrisa de satisfacción en los labios. No recordaba cuándo había sido la última vez que había ido de picnic, pero la idea se le había ocurrido de repente y le había parecido estupenda. Paula, Marcos… 


Era como tener su propia familia. Sin embargo, se quedó un instante pensativo. ¿Era Paula para él una especie de revulsivo contra Marcela? ¿Estaba cambiándola por los desayunos dominicales en restaurantes de moda junto a la costa, por las charlas banales con las amistades de su ex prometida?


Desde luego no podía negar que sentía un fuerte deseo de alejarse de todo aquello, de dirigirse hacia otro horizonte, y en aquel momento Paula Chaves y su hijo se habían convertido en aquel nuevo enfoque para él. No obstante, se dijo, debería avanzar con cautela, en vez de lanzarse sin paracaídas a una nueva relación. Había cometido un grave error con Marcela, ¿podía volver a fiarse de sus instintos con Paula?


Debía controlarse, el control era la clave, pero… ¿quería de verdad controlarse con Paula, con los sentimientos que despertaba en él?, ¿podía siquiera hacerlo? Lo único que sabía era que necesitaba volver a verla, estar con ella, saber más de ella…



****


Paula estaba todavía en una nube media hora después cuando su madre la llamó por teléfono. En ese momento la situación era tan distinta que no tenía que fingir estar contenta porque de hecho lo estaba. Respondió entusiasmada a la batería de preguntas de su madre sobre la fiesta y su actuación.


–¿Así que los dúos fueron bien recibidos por el público? ¡Qué maravilla, hija! –exclamó su madre con enorme satisfacción.


–Sí –asintió Paula–, y la señora Alfonso estaba encantada… ¡Oh!, y Patricio Owen me dijo que me llamaría para alguna otra actuación conjunta.


–¡Dios mío!, viniendo de un profesional eso sí que es un cumplido, Paula. Claro que no ha sido casualidad, porque tú tienes una voz preciosa… –añadió su madre henchida de orgullo. Paula se rio.


–Sí, bueno, no sé… Lo cierto es que tampoco quiero hacerme ilusiones. Patricio Owen es la clase de hombre que se deshace en lisonjas con todo el mundo.


–¿Por qué no venís a almorzar y me lo cuentas todo?


–Mamá, de verdad que no hay mucho más que contar –protestó Paula. «Quitando lo ocurrido a medianoche, claro…», añadió para sí. Tenía una especie de temor a referirle aquello. «Todavía no», se dijo cautelosa, no hasta que estuviera segura de las intenciones de él…–. El caso es que le había prometido a Marcos llevarlo hoy de picnic y no puedo faltar a mi palabra –se excusó–, pero gracias por la invitación, mamá.


–En fin, supongo que ya te pillaré algún día durante la semana. Dale un beso a Marcos de mi parte… No, espera, mejor pónmelo al teléfono, tengo muchas ganas de hablar con él.


Paula no podía arriesgarse a que al pequeño se le escapara que un hombre había dormido con su mamá la noche anterior.


–Es que está jugando fuera… –respondió Paula. Con un poco de suerte tal vez Marcos lo hubiera olvidado dentro de unos días.


–Oh, entonces déjalo, ya hablaré con él otro día. Bueno, hija, te dejo, ya voy a contarle a tu padre el enorme éxito que has tenido. ¡Se alegrará tanto de oírlo! Cuídate.


–Lo haré. ¡Hasta pronto!


Cuando Paula colgó el teléfono, su expresión no era tan alegre como unos momentos atrás, sino más bien pensativa. 


Mientras hablaba con su madre, se le pasó por la mente que, aunque hubiera estado a la altura de Pedro Alfonso en la cama, aquello no significaba que él la considerase adecuada en otras facetas de su vida. Había estado recordando todas aquellas preguntas que le había hecho en los jardines sobre su familia, su trabajo… Y después la había besado y se había disculpado por hacerlo aduciendo que «no era justo».


¿Qué no era justo exactamente?, ¿besarla cuando aún estaba comprometido con Marcela Banks, o darle esperanzas cuando ella nunca encajaría en su mundo? La mutua atracción que sentían no tenía que ver ni con lo uno ni con lo otro.


Tal vez su ruptura con la diseñadora no quisiera decir otra cosa más que el que había comprendido que no tenía nada en común con ella. No implicaba que quisiera casarse con ella en su lugar, se dijo Paula. Tenía que tener mucho cuidado con no ilusionarse por la cita de aquel día. Era posible que únicamente se sintiera culpable por haber perdido el control con ella la noche anterior y solo quisiera descargar su conciencia.


Claro que para eso hubiera bastado con la llamada de teléfono… ¿Y si realmente quisiera conocerla mejor, ahondar en aquella atracción? Sea como fuera, concluyó la joven, no tenía ningún sentido preocuparse por la dirección que pudiera tomar aquella relación. No iba a negarse aquella oportunidad, era una de esas cosas que solo ocurrían una vez en la vida.


No, no quería hablar de ello ni con su madre ni con nadie, no quería recibir advertencias, que le plantearan más dudas. 


Fueran cuales fueran las consecuencias, escucharía a su corazón, se dejaría guiar por su instinto.