miércoles, 16 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 11





Paula estaba en la cocina, fregando las cosas del desayuno, mientras observaba a Marcos a través de la ventana. El pequeño estaba fuera, arrastrando un camión de juguete por el césped y parándose en distintos sitios para colocar bloques de plástico, siguiendo las reglas de algún juego de su invención.


El jardín trasero era un magnífico patio de recreo para el niño. Para tranquilidad de Paula, estaba vallado, y había una pequeña parcela de huerta, con tomates, pepinos, pimientos… A Marcos le fascinaba verlos crecer, y se divertía mucho recogiéndolos cuando estaban maduros. El otro jardín, en la parte delantera de la casa, era el lugar donde Paula plantaba las flores que más le gustaban, a salvo de los balones y las travesuras de su hijo.


La vivienda era una casa de madera típica de Queensland construida en alto, con tejadillos alrededor para dar sombra en verano. No era grandiosa ni mucho menos, pero era un hogar, un hogar propio que sus padres y los padres de Angelo les habían ayudado a comprar cuando se casaron. 


Pero ya no tenía marido, y su hijo no tenía un padre… ¿Era una fantasía ridícula soñar que Pedro Alfonso pudiera llegar a ejercer esos dos papeles? La noche anterior, cuando había estado atendiendo a Marcos, y cuando le había hecho el amor…


Paula suspiró pesadamente recordándose que estaba comprometido con Marcela Banks. Lo más probable era que Pedro y ella hubieran tenido algún roce durante la fiesta y que al final aquello hubiera terminado en una discusión. 


Solía pasarle a todas las parejas, pero también solía ocurrir que tras uno o dos días las cosas se calmaran y… En ese momento sonó el teléfono.


Paula sacó las manos del agua jabonosa, las secó con un paño y corrió a contestar la llamada. Probablemente sería su madre, que querría saber cómo había resultado su actuación en la fiesta. «¡Qué gran honor que Isabella Alfonso te haya pedido que cantes!», había exclamado entusiasmada cuando se lo anunció.


Paula torció el gesto ante la idea de tener que fingir estar contenta y hacer como si nada perturbador le hubiera ocurrido…, algo como haber tenido un amante imprevisto en medio de la noche, y no saber siquiera si él querría recordarlo u olvidarlo a la mañana siguiente.


–¿Sí, dígame? –contestó tratando de sonar despreocupada.


–¿Paula? Soy Pedro Alfonso –fue la respuesta al otro lado de la línea. Al escuchar esa voz firme e inconfundible, Paula se vio atrapada inmediatamente por un torbellino de emociones contradictorias. La sorpresa por volver a hablar con él tan pronto, cuando había estado convencida de que no volvería a saber nada de él, la dejó sin habla un buen rato. Miró el reloj de la cocina: pasaban unos minutos de las diez. ¿Acabaría de despertarse y se había dado cuenta de que se habían marchado? ¿La estaba llamando para disculparse y decirle que había sido un tremendo error?


Los latidos del corazón martillaban en sus oídos, se notaba el pecho tan tirante que apenas podía respirar, y tenía agarrado el auricular con tal fuerza, que los nudillos de la mano estaban blancos. En su mente empezó a conjurar pensamientos positivos, esperanzada de que él fuera a decir algo bueno, no porque lo creyera, sino porque necesitaba aliviar un poco la tremenda tensión que sentía.


–Comprendo que esta mañana te pareciera que lo más acertado era marcharte temprano pero… –comenzó él con la voz ronca–, ¿podríamos vernos hoy?


¡Quería verla! Paula no podía dar crédito a sus oídos, ni mucho menos acertar a decir palabra alguna. Todo el cuerpo le temblaba por la sorpresa y la alegría. Parecía que después de todo él no quería olvidarse de la noche anterior… Quería verla, pero… ¿con qué propósito? Tal vez lo único que quisiera era explicarse, pedirle disculpas en persona…


–¿Paula?


La joven se humedeció los labios con la lengua. Su corazón la impelía a gritar que «sí» a aquel encuentro que le proponía, sin importarle nada más, pero de algún modo sentía que se merecía más. Estando comprometido con otra mujer, ¿cómo podía citarla a solas? ¿Acaso tenía intención de poner sus sentimientos a prueba? ¿O…, tal vez, se le ocurrió, sintiendo un pinchazo de indignación en el estómago, tal vez pretendía mantener un doble juego con ambas?


–Paula, escucha, ya no estoy comprometido con Marcela –le dijo él–, rompí nuestro compromiso anoche, después de la fiesta, cuando la llevé a su casa. No hay ningún impedimento para que… –se quedó callado un momento, evidentemente buscando unas palabras menos ofensivas–. Quiero decir, que no querría que pensaras que estoy engañando a nadie. Por favor, créeme.


¡Había terminado con Marcela! Fue como si hubiera explotado un cohete en la cabeza de Paula ante aquella noticia.


–Debí habértelo dicho anoche –se disculpó él–. Perdóname, por favor, y perdóname también por la preocupación que pueda haberte causado.


El alivio de Paula se tradujo en un profundo suspiro.


–Gracias, Pedro, sí que me preocupó –decir eso era decir poco, pero en aquel momento no le importó. Era como si le hubiesen quitado un pesado yunque de la espalda, y parecía que la sangre le burbujease en las venas, transmitiendo esperanza al corazón.


–Por favor, me gustaría mucho poder pasar algún tiempo hoy contigo –insistió Pedro–, ¿y si fuéramos Marcos, tú y yo de picnic?


Una invitación así, que incluía además a su hijo, fue la confirmación de que verdaderamente disfrutaba de su compañía.


–De acuerdo, me encantaría –respondió ella intentando no sonar muy ilusionada–. Podríamos ir a Crystal Cascades. Es un sitio precioso y no está muy lejos de aquí –propuso–. Vivo en Redlynch, en las afueras de Cairns –explicó para que él se situara.


–Lo sé, mi abuela me ha dado tu teléfono y tu dirección.


De nuevo, Paula se quedó muy sorprendida al oír aquello, pero la alegró contar con una prueba de que no se estuviera ocultando.


–¿Has hablado con ella de lo que…? –balbució.


–Sí, hace un rato. ¿Te va bien que os recoja a las doce?


–Claro –respondió ella–, estaremos listos a esa hora.


–¡Estupendo! Nos vemos luego, entonces.


¡Un picnic con Pedro Alfonso! Paula abrazó el auricular contra su pecho. Estaba ocurriendo de verdad, no era un sueño imposible… ¡Pedro quería estar con ella y con Marcos!



****

Pedro colgó el teléfono con una sonrisa de satisfacción en los labios. No recordaba cuándo había sido la última vez que había ido de picnic, pero la idea se le había ocurrido de repente y le había parecido estupenda. Paula, Marcos… 


Era como tener su propia familia. Sin embargo, se quedó un instante pensativo. ¿Era Paula para él una especie de revulsivo contra Marcela? ¿Estaba cambiándola por los desayunos dominicales en restaurantes de moda junto a la costa, por las charlas banales con las amistades de su ex prometida?


Desde luego no podía negar que sentía un fuerte deseo de alejarse de todo aquello, de dirigirse hacia otro horizonte, y en aquel momento Paula Chaves y su hijo se habían convertido en aquel nuevo enfoque para él. No obstante, se dijo, debería avanzar con cautela, en vez de lanzarse sin paracaídas a una nueva relación. Había cometido un grave error con Marcela, ¿podía volver a fiarse de sus instintos con Paula?


Debía controlarse, el control era la clave, pero… ¿quería de verdad controlarse con Paula, con los sentimientos que despertaba en él?, ¿podía siquiera hacerlo? Lo único que sabía era que necesitaba volver a verla, estar con ella, saber más de ella…



****


Paula estaba todavía en una nube media hora después cuando su madre la llamó por teléfono. En ese momento la situación era tan distinta que no tenía que fingir estar contenta porque de hecho lo estaba. Respondió entusiasmada a la batería de preguntas de su madre sobre la fiesta y su actuación.


–¿Así que los dúos fueron bien recibidos por el público? ¡Qué maravilla, hija! –exclamó su madre con enorme satisfacción.


–Sí –asintió Paula–, y la señora Alfonso estaba encantada… ¡Oh!, y Patricio Owen me dijo que me llamaría para alguna otra actuación conjunta.


–¡Dios mío!, viniendo de un profesional eso sí que es un cumplido, Paula. Claro que no ha sido casualidad, porque tú tienes una voz preciosa… –añadió su madre henchida de orgullo. Paula se rio.


–Sí, bueno, no sé… Lo cierto es que tampoco quiero hacerme ilusiones. Patricio Owen es la clase de hombre que se deshace en lisonjas con todo el mundo.


–¿Por qué no venís a almorzar y me lo cuentas todo?


–Mamá, de verdad que no hay mucho más que contar –protestó Paula. «Quitando lo ocurrido a medianoche, claro…», añadió para sí. Tenía una especie de temor a referirle aquello. «Todavía no», se dijo cautelosa, no hasta que estuviera segura de las intenciones de él…–. El caso es que le había prometido a Marcos llevarlo hoy de picnic y no puedo faltar a mi palabra –se excusó–, pero gracias por la invitación, mamá.


–En fin, supongo que ya te pillaré algún día durante la semana. Dale un beso a Marcos de mi parte… No, espera, mejor pónmelo al teléfono, tengo muchas ganas de hablar con él.


Paula no podía arriesgarse a que al pequeño se le escapara que un hombre había dormido con su mamá la noche anterior.


–Es que está jugando fuera… –respondió Paula. Con un poco de suerte tal vez Marcos lo hubiera olvidado dentro de unos días.


–Oh, entonces déjalo, ya hablaré con él otro día. Bueno, hija, te dejo, ya voy a contarle a tu padre el enorme éxito que has tenido. ¡Se alegrará tanto de oírlo! Cuídate.


–Lo haré. ¡Hasta pronto!


Cuando Paula colgó el teléfono, su expresión no era tan alegre como unos momentos atrás, sino más bien pensativa. 


Mientras hablaba con su madre, se le pasó por la mente que, aunque hubiera estado a la altura de Pedro Alfonso en la cama, aquello no significaba que él la considerase adecuada en otras facetas de su vida. Había estado recordando todas aquellas preguntas que le había hecho en los jardines sobre su familia, su trabajo… Y después la había besado y se había disculpado por hacerlo aduciendo que «no era justo».


¿Qué no era justo exactamente?, ¿besarla cuando aún estaba comprometido con Marcela Banks, o darle esperanzas cuando ella nunca encajaría en su mundo? La mutua atracción que sentían no tenía que ver ni con lo uno ni con lo otro.


Tal vez su ruptura con la diseñadora no quisiera decir otra cosa más que el que había comprendido que no tenía nada en común con ella. No implicaba que quisiera casarse con ella en su lugar, se dijo Paula. Tenía que tener mucho cuidado con no ilusionarse por la cita de aquel día. Era posible que únicamente se sintiera culpable por haber perdido el control con ella la noche anterior y solo quisiera descargar su conciencia.


Claro que para eso hubiera bastado con la llamada de teléfono… ¿Y si realmente quisiera conocerla mejor, ahondar en aquella atracción? Sea como fuera, concluyó la joven, no tenía ningún sentido preocuparse por la dirección que pudiera tomar aquella relación. No iba a negarse aquella oportunidad, era una de esas cosas que solo ocurrían una vez en la vida.


No, no quería hablar de ello ni con su madre ni con nadie, no quería recibir advertencias, que le plantearan más dudas. 


Fueran cuales fueran las consecuencias, escucharía a su corazón, se dejaría guiar por su instinto.





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