jueves, 17 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 13





Control… Pedro trató de concentrarse en aquella palabra mientras llevaba a Paula y a Marcos de vuelta a casa. Lo habían pasado estupendamente. Tal vez había hablado demasiado de él, alentado por Paula, interesada incluso en los recuerdos de su infancia, pero, al menos, con la charla había logrado mantener a raya el deseo enloquecedor de tocarla, de volver a experimentar las increíbles sensaciones de la noche anterior, todavía recientes en su memoria.


El solo perfume de Paula, sentada a su lado, le estaba haciendo cada vez más difícil mantener la atención en la carretera. No, ahondar en la amistad entre ellos era más importante, se dijo, mucho más importante que el sexo si quería que aquella se convirtiera en una relación duradera. 


Y, sin embargo, el ver que conectaban tan bien, el haberla escuchado reír aquella tarde, su amable comprensión al hablarle de la muerte de sus padres… Todas aquellas cosas parecían decirle que estaban hechos el uno para el otro, que no había que abrir camino, porque un puente se había tendido entre ellos en el mismo instante en que se conocieron.


Ansiaba tanto poder volver a tener aunque solo fuera unos minutos de intimidad con ella… Pero tenía que ser cauteloso delante del chico. Debía esperar a que se acostumbrase a él, a que lo aceptara en su vida y en la vida de su madre. Y la próxima vez… ¡debía acordarse de recoger la ropa del suelo!, se recordó sonriendo divertido.


En aquel momento daría lo que fuera por arrancarle la ropa a Paula y desnudarse él también, por hacerle el amor de nuevo. 


Sabía que ella también lo deseaba, por las señales que su cuerpo había estado emitiendo toda la tarde. Bastaría con alargar la mano y…


No, se reprendió mentalmente, aquello podía esperar. Paula lo había invitado a cenar el miércoles por la noche, insistiendo en que quería corresponderlo por el picnic. 


Seguramente la joven acostaría al pequeño temprano y entonces la tendría para él solo… ¿Estaría Paula anticipando también ese momento? Pedro estaba excitándose enormemente, pero, por suerte ya habían llegado a la casa.


Detuvo el vehículo diciéndose que tenía que olvidarse de sus deseos y pensar solo en lo afortunado que era, pero entonces vio que el pequeño Marcos se había quedado dormido en su asiento. ¿Y si lo llevaban dentro en silencio, sin que se despertara? ¿Y si…?


«¡No!, no comiences algo que querrás terminar», se reprendió con renovada severidad. Se limitaría a acompañarlos a la puerta y marcharse como un caballero.


Afortunadamente para su propósito, Marcos se despertó en ese momento, y su alegre cháchara mientras iban hacia la casa hizo la despedida más fácil.


Finalmente Pedro dio media vuelta sobre sus talones, felicitándose por no haber sucumbido a la tentación, y se dirigió hacia la verja.


Mientras salía, vio acercarse en ese instante un deportivo blanco, que se detuvo a unos metros, y del cual se apeó Patricio Owen. Pedro se detuvo, notando que la tensión lo estaba atenazando, como si alguien estuviera apretando una tuerca hasta el límite en su interior. No quería que aquel baboso se acercara a Paula. Además, ¿qué diablos estaba haciendo allí? ¿No le bastaba con haber puesto la puntilla a su ruptura con Marcela, como para intentar seducir también a Paula?


–¡Hola!, ¿visitando a mi nueva pareja, Pedro? –lo saludó como si tuvieran mucha confianza.


–¿Tu pareja? –masculló Pedro conteniendo a duras penas el deseo de atizar a aquel sinvergüenza.


–Paula, la chica de la voz de oro –respondió Patricio Owen–. ¿No te parece que estuvo maravillosa anoche? Desde luego ha sido todo un descubrimiento por parte de tu abuela.


–Sí, sin duda –asintió Pedro con tirantez. «Pero no para ti, alimaña», añadió para sus adentros.


–En fin, el caso es que pensé en venir para proponerle otras actuaciones… Y veo que he tenido suerte, ya que está en casa –comentó mirando hacia el porche, donde Paula estaban aún con Marcos, tal vez viendo marchar a Pedros, o curiosa por saber qué traía a Patricio Owen por allí–. La suerte está de mi parte.


Pedro sintió que le hervía la sangre ante esa última afirmación. Owen tenía la mala costumbre de aprovechar la más mínima oportunidad que se le presentaba para inclinar la balanza a su favor, sobre todo en lo que respectaba a las mujeres.


–Espero que la trates con el respeto que merece –le dijo Pedro en tono de advertencia–, a mi abuela no le gustaría enterarse de que te has propasado con ella, aprecia mucho a Paula.


Patricio Owen enarcó las cejas con aire divertido, pero sus ojos ofrecían una expresión dura y fría.


–Los Alfonso no sois los dueños de todo lo que hay en la región, Pedro. La gente tiene derecho a decidir por sí misma, y es Paula quien debe decidir qué ofertas aceptar.


Aunque detestaba la idea de dejar a la joven a su suerte, tenía que admitir que ella era libre de hacer lo que quisiera. 


Tenía que confiar en ella. Paula era una chica con los pies en la tierra, y la había oído comentar el día que la conoció que no la atraía aquel mundillo por el que se movían personajes como Patricio Owen. Si era tan lista como él creía, no se mezclaría con alguien de esa calaña.


–Sí, es ella quien debe decidir –asintió encogiéndose de hombros. Tampoco quería mostrarse demasiado protector con ella, ya que Patricio Owen podía interpretarlo como un desafío estimulante y lanzarse a su conquista–, pero asegúrate de que ella sepa lo que le estás ofreciendo.


–Yo nunca prometo más de lo que doy –fue la cínica respuesta del pianista.


–Solo espero que la trates con un mínimo de consideración –le dijo Pedro con seriedad–, es una mujer viuda, y madre de un hijo, no lleva una vida fácil.


–Bueno, tal vez yo pueda alegrarla un poco –respondió Patricio Owen con impertinencia.


Pedro reprimió nuevamente los deseos de asestarle un puñetazo, de desencajar esa cara de galán de cine que tanto gustaba a las mujeres, pero no quería montar una escena delante de Paula y su hijo.


–Me marcho ya –le anunció secamente.


Owen levantó la mano burlón.


–¡Hasta pronto, Pedro, ya nos veremos!


Pedro caminó hacia su coche sin mirar atrás. En el fondo Patricio Owen tenía razón, no era asunto suyo, y no tenía derecho a inmiscuirse. Cada cual debía hacer sus elecciones, y solo de cada uno dependía que fueran o no acertadas. De todos modos, no tenía otro remedio que esperar hasta el miércoles por la noche para averiguar que quería Paula de la vida.



****


–¿Qué película quieres que te ponga, Marcos?, ¿El libro de la selva?


Aquella era la favorita del pequeño, y Paula esperaba que lo mantuviera entretenido mientras hablaba con Patricio Owen.


–¡Sí, sí, El libro de la selva! –asintió el niño con entusiasmo, lanzándose sobre el sillón.


Aún estaba algo inquieto por las emociones del día, así que no querría irse a dormir todavía, pero, aunque ya era hora de que estuviera en la cama, Paula pensó que sería una buena excusa para despedir rápidamente a Patricio Owen antes de que se viera envuelta en una de sus interminables peroratas salpicadas de los chismes más variopintos.


Sí, era un tipo bastante cotilla. Durante los ensayos de la semana anterior, todas sus conversaciones habían contenido un buen número de picantes detalles acerca de la gente que conocía. Al principio a Paula le había resultado divertido, pero pronto comenzó a observar que subyacía siempre una cierta malicia en aquellas críticas que no era de su agrado. No quería ni pensar en que pudiera convertirse en su nuevo tema de chismorreo, ahora que todo el mundo estaría especulando acerca de las causas de la ruptura entre Marcela Banks y Pedro Alfonso. Sería espantoso que la etiquetaran como «la otra».


Ya era bastante malo que hubiera tenido que aparecer justo cuando Pedro se marchaba. Tenía la impresión de que a él no le había hecho mucha gracia. Parecía tan rígido mientras hablaba con él… Lo cierto era que le preocupaba qué pudieran haberse dicho. Seguramente el haber encontrado a Pedro Alfonso allí al llegar habría despertado la curiosidad del pianista.


–Quédate aquí, ¿de acuerdo, Marcos? Mamá tiene que hablar con un señor de cosas de trabajo, ¿de acuerdo?


–De acuerdo –respondió el niño, cuyos ojos estaban ya pegados a la pantalla.


Paula trató de tranquilizarse mientras cruzaba la puerta del salón. «No es más que una visita de negocios», se recordó. 


Aunque lo cierto era que no resultaba muy profesional que no la hubiera telefoneado antes de ir. De hecho, le había parecido una actitud muy descarada. Era bastante presuntuoso por su parte pensar que sería bien recibido en cualquier momento, se dijo la joven saliendo al porche. Le había pedido que la esperara allí aduciendo que dentro hacía algo de calor, aunque el verdadero motivo era que no quería que entrara en su casa.


–Bueno, Patricio, esta sí que ha sido una sorpresa… –le dijo–, ¿qué te trae por aquí?


–El dulce aroma del éxito –respondió él. Le dedicó una de sus encantadoras sonrisas y comentó–. Tuvimos un éxito tremendo anoche.


–Me alegra que pienses eso, Patricio, pero…


–El caso es que he almorzado con unos amigos por aquí cerca y pensé en matar dos pájaros de un tiro. Estoy aquí para proponerte algunas actuaciones, Paula –le explicó sin darle tiempo a rechistar. Así que ese era su juego… Primero explicaba su presencia allí con una razón plausible, y luego le arrojaba el anzuelo de una posibilidad de trabajo en el futuro.


La sola idea de tener que hacer pareja con él, aunque fuera en lo profesional, no la agradaba en demasía. La semana anterior no había tenido aquella sensación porque, mientras ensayaban, había centrado su mente en Pedro Alfonso, en hacer un buen papel ante él, en impresionarlo. En aquel momento en cambio, después de que su relación hubiera entrado en una nueva etapa, parecía absurdo utilizarlo como sistema de concentración, y desde luego no le apetecía demasiado volver a trabajar con aquel hombre. Claro que, ¿no sería una insensatez rechazar una oferta así? Lo mejor sería pedirle que le diera tiempo para pensarlo.


–No creo que este sea el momento más adecuado para hablar de esto, Patricio–se disculpó–, Marcos está cansado y es hora de su baño y de acostarlo, y…


–¿Acabáis de llegar ahora mismo de Alfonso’s Castle? –preguntó él de repente. Era obvio que la curiosidad por saber qué estaba haciendo allí Pedro antes de que él llegara lo estaba matando.


–Ha sido un día muy largo, Patricio –respondió ella con un gran suspiro, ignorándolo–, y yo…


–Sí, imagino que estarás exhausta –dijo él en un tono poco convencido.


–Pues sí –asintió ella con una sonrisa irónica–, la verdad. Eso de lo que querías hablarme…, ¿era algo urgente?


Él sacudió la cabeza y alargó la mano, acariciándole la mejilla con los nudillos.


–No, pero no te olvides del magnífico equipo que formamos juntos. Creo que podemos hacernos ricos, Paula. Piénsalo, te llamaré esta semana.


–De acuerdo –capituló ella. Aunque su voz sonó calmada, no le había gustado nada aquel gesto. ¿Cómo se atrevía a mostrarse tan familiar con ella?


–Buena chica –dijo el pianista con una sonrisa de aprobación.


Aunque él fuera el cantante profesional y ella la aficionada, a Paula no le hizo ni pizca de gracia aquella condescendencia. 


No era ella quien había tratado de obtener su apoyo, sino él quien había ido en su busca para aprovechar el éxito.


–Oh, Patricio…, algo que deberías saber es que no tengo intención de cantar en clubs nocturnos –le aclaró para que lo tuviera presente–, no es lo mío, prefiero limitarme a las bodas.


–Vamos, Paula… ¿Lo has probado alguna vez? –replicó él.


–No.


–Pues tienes una gran voz, y deberías permitir que la oyera más gente –le insistió con otra sonrisa encantadora–. En fin, comprendo que estés cansada y que tu hijo te quita mucho tiempo, pero tú también tienes una vida que vivir, y un don que no deberías desperdiciar –concluyó levantando la mano para que ella no volviera a rechistar–. Consúltalo con la almohada, te llamaré.


¡Qué curioso!, reflexionó Paula, los argumentos de Patricio Owen tenían la misma base que la opinión que Marcela Banks le expresara aquel día en el cenador de Alfonso’s Castle. Un don desperdiciado… ¿Estaba desperdiciando realmente su talento?, se preguntó mientras veía alejarse al pianista. Lo cierto era que disfrutaba cantando, y no podía negar que hacerlo ante un público hacía que se le disparara la adrenalina… Era natural después de todo, ¿a quién no le gustaría que lo aplaudiesen y hacer que la gente pasara un rato agradable?


Sin embargo, nunca se había permitido abrigar falsas esperanzas respecto a forjarse una carrera gracias a su voz. 


De hecho, por lo que había oído y leído acerca del mundo de la música, no todo era de color de rosa. Aun en el caso de que Patricio Owen la aupara al principio… ¿no esperaría él algo a cambio?


Era la clase de hombre que conducía un coche caro y lujoso como una especie de símbolo material de su éxito, pero… 


¿Era feliz? A su edad llevaba nada menos que dos divorcios a sus espaldas.


Paula sacudió la cabeza mientras entraba en la casa y cerraba la puerta tras uno de los días más azarosos de su vida. Tal vez si Pedro Alfonso no hubiera entrado en su vida habría estado más receptiva hacia la oferta de Patricio Owen, pero la posibilidad de una relación con el primero le parecía más importante que cualquier otra cosa, y no quería que hubiera nada que la retuviera si él la reclamaba a su lado en algún momento.


Las feministas se desesperarían con ella, pensó Paula con cierta ironía mientras entraba en el salón. Marcos se había quedado dormido en el sillón y, al mirarlo, vio tan claramente a Angelo, que se le encogió el corazón. Marcos se merecía un padre, y ella quería volver a tener un marido. 


¿Sería Pedro el hombre que les devolviera el cariño y el apoyo que habían perdido…, o estaría corriendo hacia un espejismo?








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