viernes, 5 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 23




Paula se despertó y, durante un momento, no supo dónde estaba. Al abrir los ojos se percató de que estaba en la caravana y recordó lo sucedido el día anterior.


No le apetecía pasar otro día con Pedro. Ya había tenido bastante, aunque su cuerpo traicionero se empeñan en demostrarle lo contrario.


Se sentó en la cama y miró el reloj. Las nueve de la mañana.


 No podía ser...


Benjamin siempre se despertaba al amanecer. Estaba a punto de levantarse cuando Benja entró en la habitación.


—¡Bien! Estás despierta, mamá. Pedro me dijo que tenía que dejarte dormir, pero has dormido un montón de rato. Hemos estado en el café del paseo marítimo y hemos desayunado y todo.


—Deberías haberme despertado. Ya sabes que no debes ir a ningún sitio sin avisarme —le aterrorizaba la idea de que Pedro pudiera llevárselo.


Pedro me dijo que no pasaba nada, porque estabas cansada y necesitabas recuperarte.


Paula miró a su hijo y vio su mirada de preocupación. Ella forzó una sonrisa.


—Sí, está bien, pero no vuelvas a hacerlo, ¿de acuerdo? —lo besó en la frente, y enderezando la espalda maldijo en silencio.


Entonces se percató de que Pedro estaba a los pies de su cama.


—Buenos días, Paula. ¿Has dormido bien? —la miró de arriba abajo.


Ella trató saliva al sentir que los pechos se le ponían turgentes al verlo. Estaba muy atractivo. De pronto ella se percató de que llevaba un camisón muy corto.


—Sí —contestó sonrojada.


—Mamá, mamá, ¿sabes qué?


—¿Qué? —preguntó ella.


Pedro me ha dicho durante el desayuno que tengo un papá, y que él sabe dónde está.


Durante un momento, Paula cerró los ojos, se puso pálida y deseó que se la tragara la tierra. Sabía que algún día tendría que explicarle a Benjamin más cosas acerca de su padre, pero no esperaba que fuera de esa manera. Abrió los ojos y vio que Benja la estaba mirando emocionado. Paula alzó la barbilla y miró a Pedro.


—Ha salido en la conversación, Paula, y no iba a mentir al niño. Pero le he dicho que debíamos pedirte permiso primero.


—Un gran detalle. Ahora, ¿podríais dejarme tranquila para que me vista?


—Pero quiero saber dónde está mi padre, ahora.


Benjamin era insistente y, aunque no era la manera que ella habría elegido para hacerlo, desde luego no pensaba permitir que fuera Pedro quien se lo dijera.


Sentó a Benjamin en su regazo y le apartó el pelo de la frente.


—¿Recuerdas que te dije que no tenías padre porque nos separamos mucho antes de que nacieras? Bueno, pues Pedro sabe quién es tu padre porque él es tu padre. Benja, y nos ha encontrado.


Benjamin miró a Pedro muy serio.


—¿Es verdad que eres mi papá?


—Sí, Benja. Tu mamá y yo perdimos el contacto, y no tenía ni idea de que existías hasta el viernes, cuando nos encontramos y descubrí que eras mi hijo. Te prometo que nunca volveremos a perder el contacto.


—¿Puedo llamarte «papá»? —preguntó el pequeño.


—Sí. Claro que sí, Benjamin. No hay nada en el mundo que me gustara más que me llamases «papá» —contestó Pedro y le dio un abrazo.







EL HIJO OCULTO: CAPITULO 22





Paula miró hacia la cocina y la sala de estar y, tras respirar hondo, se dirigió hacia allí.


A lo largo de la pared había un sofá acolchado que se convertía en cama doble si era necesario. En el centro había una mesa de café y, en la otra pared, una falsa chimenea eléctrica. «Cómoda y práctica, pero nada parecido a lo que Pedro está acostumbrado», pensó ella.


Pero al ver a Pedro recostado en el sofá, sin zapatos, y hablando por teléfono en griego con cara de concentración, Paula pensó que se encontraba como en casa.


Pedro terminó la conversación al verla y le preguntó:
—¿Benjamin se ha dormido?


—Sí. Por favor, no interrumpas tus llamadas por mí. Voy a preparar una infusión y me voy a la cama.


—Sólo son las ocho, Paula, y evitar el tema de Benjamin no hará que se solucione. Ven y tómate una copa de champán conmigo e intenta comportarte como la mujer inteligente que eres en lugar de mostrarte huidiza todo el rato.


Fue entonces cuando ella se fijó en que había una botella de champán y dos copas sobre la barra que había junto a la ventana.


—¿De dónde has sacado eso?


—De la nevera del coche. Tenemos cosas más importantes de las que hablar. Benjamin es nuestro hijo y tú has hecho un trabajo estupendo educándolo, pero necesita un padre. No tendremos mejor momento que ahora para hablar de su futuro.


Se puso en pie, abrió la botella de champán y sirvió dos copas.


—Sabes que tengo razón.


Le entregó una copa y ella la agarró tratando de no rozar los dedos de Pedro.


—No tengo intención de abalanzarme sobre ti, Paula —dijo con ironía—. Al menos hasta que no me lo pidas —sonrió—. Ven a sentarte y relájate —le ordenó, y se sentó de nuevo en el sofá.


Como siempre, tenía razón. Evitar el tema no serviría de nada. Paula se acercó y se sentó a su lado.


—¡Salud! —dijo él, chocando la copa contra la de ella.


—Salud —murmuró ella, y bebió un sorbo.


—¿No es así mejor? Un brindis por los viejos tiempos entre dos amigos.


—Supongo que sí —excepto que Pedro nunca la había considerado una amiga, sino una amante... Una mujer dispuesta a compartir su cama, pero no lo bastante buena como para compartir su vida. Había hecho todo lo posible para asegurarse de que nunca conociera a su familia ni a sus amigos, la élite de la sociedad griega.


Pedro se percató de que Paula estaba pensativa y trató de cambiar de tema.


—Esta caravana está muy bien. ¿Desde cuándo la tienes? —preguntó.


—¡No reúne tus requisitos de lujo! —soltó Paula, arqueando una ceja—. Para nosotros es perfecta. El verano que hicimos la obra en casa, alquilamos una caravana durante ocho semanas. Benjamin tenía dieciocho meses y le gustaba tanto el mar, que mi tía Irma y yo decidimos comprar una caravana. Pasamos aquí todas las vacaciones, y muchos fines de semana —dijo ella, bebiendo otro sorbo de champán.


—Ya he visto que a Benjamin le encanta estar cerca del mar —Pedro la miró—. Lo he pasado muy bien hoy, con vosotros. No estoy seguro de que comer pescado con patatas fritas sea muy sano, pero me ha gustado.


—Ya me he dado cuenta —murmuró Paula, consciente de la sonrisa de Pedro—. A Benja le encanta ir al restaurante del puerto, y a la pizzería que hay aquí. Aunque hay otro restaurante al que podíamos haber ido —empezaba a irse por las ramas, bebió otro trago y se terminó la copa.


Pedro le sirvió un poco más. Después de un par de copas ella se relajaría y estaría más dispuesta a aceptar el plan que él tenía para el futuro de Benja.


—Has conseguido agotar a Benjamin —dijo Paula, bebiendo un poco más—. De hecho, me has sorprendido. Eres muy bueno con él, y parece que le caes bien.


Pedro la miró en silencio durante un momento. Ella no tenía ni idea de lo condescendiente que sonaba. El comentario que había hecho acerca de que parecía que le caía bien al pequeño era doloroso, pero suponía que debería estar agradecido de que ella estuviera dispuesta a aceptarlo después de que hubiera intentado negar que era su padre.


—Gracias, Paula. Tengo mucha práctica con mis sobrinos. Mi hermana tiene cuatro hijos, dos niñas y dos niños. Cuando Benja vaya a Grecia, sus primos estarán encantados y sus tíos, Caro y Theo, lo adorarán. En cuanto a mi padre, que recientemente se ha divorciado de su cuarta esposa, y con suerte la última, Benjamin hará que su vida esté completa.


—Sí, bueno... —murmuró Paula.


Hablar de la familia de Pedro le resultaba un poco difícil. Anteriormente, cuando estuvieron juntos, él le había mencionado a su hermana y le había contado que su madre había muerto cuando él era adolescente, pero ella no tenía ni idea de que su padre hubiera estado casado cuatro veces. 


De hecho, conocía muy pocas cosas acerca de él, aparte de que era estupendo en la cama. Lo miró fijamente y posó la mirada en sus labios. Involuntariamente, se humedeció los labios, recordando sus besos placenteros. Notó que se le aceleraba el pulso y bajó la mirada hacia la copa medio vacía que tenía en la mano, avergonzada por el deseo que sentía por Pedro.


—Quizá algún día —murmuró de nuevo, con miedo a mirarlo. Tenía miedo de que él reconociera lo que sentía. 


Observó que le llenaba la copa y que dejaba la suya sobre la mesa.


—Quizá, no es suficiente, Paula —comentó Pedro.


Ella bebió un sorbo largo para calmar el latido de su corazón.


—Quiero que conozca a su familia griega. Es injusto para Benjamin y para mí. Ha de saber que yo soy su padre, y mañana voy a decírselo, te guste o no. Sería mejor que acordemos el momento entre los dos, aquí y ahora.


Evidentemente, Pedro no tenía ni idea de que los pensamientos de Paula eran mucho más eróticos. Él no estaba interesado en ella, sino en su hijo. Ella lo miró y, al ver determinación en sus ojos, se estremeció. Bebió un trago de champán y encontró la valentía para negarse.


—No, creo que estás anticipándote. Benjamin necesita tiempo para conocerte, para adaptarse.


—Anticipándome... Tiene gracia. Has criado a Benjamin creyendo que no tiene padre. ¿Cómo crees que eso me hace sentir? Nos hemos vuelto a encontrar por pura coincidencia y fue tu incapacidad para disimular el miedo en tu mirada lo que me hizo sospechar algo. En ningún momento imaginé que estuvieras ocultándome a mi hijo. Sé que ha estado bien cuidado, pero en lugar de que dos mujeres se hayan hecho cargo de él, debía de haber sido yo quien lo hiciera.


—No te fustigues —dijo Paula—. En cierto modo, lo has hecho —soltó una risita.


—¿Crees que tiene gracia? ¿Y qué quieres decir?


—Es sencillo las joyas que me regalaste pagaron mi formación para ser profesora, y el ostentoso collar de diamantes permitió que comprara la casa anexa a la de mi tía. Con el resto, compré la caravana. ¿Ves?, no tienes por qué sentirte culpable en lo que al dinero se refiere —hipó sin poder evitarlo—. Aunque moralmente regalar joyas por mantener relaciones sexuales no está muy bien. Pero... Según tú me las había ganado, así que las utilicé.


Pedro miró alrededor de la caravana.


—¿De veras vendiste los regalos que te hice?


Recordó la casa de Paula y se sorprendió al pensar la cantidad de cosas que le había regalado. Lo que para él no era más que una gota en el océano, había servido para que Paula estudiara y viviera cinco años. Él gastaba más en un solo mes.


—Sí. Bueno, la mayor parte.


Incapaz de contenerse, Pedro la rodeó por la cintura y, sujetándole la barbilla, hizo que lo mirara. Sus ojos azules brillaban acordes a su sonrisa.


—Guardé el prendedor del pelo para un día lluvioso.


Sin duda el champán había hecho su efecto. Ella nunca le habría contado la verdad estando sobria. Saber que había hecho algo por Benjamin hacía que se sintiera mejor, aunque hubiera sido de manera involuntaria.


—No hacía falta que me dijeras eso, pero me alegro de que lo hayas hecho —sin poder resistir la tentación, la besó en los labios con delicadeza.


—Un placer —murmuró ella, pestañeando.


Apoyó la cabeza en el hombro de Pedro y dejó caer la mano sobre su muslo. Él se puso tenso y levantó la cabeza para recorrer el cuerpo de Paula con la mirada. La tensión de la entrepierna que había intentado controlar durante todo el día se intensificó.


Paula lo miró y separó los labios, de forma que él no pudo evitar acariciárselos con la lengua antes de introducirla en su boca.


Después, recorrió su cuello dándole montones de besos.


—Juré que no volvería a hacer esto.


De pronto, Paula se percató de que estaba acurrucada contra su cuerpo y que ella estaba masajeándole el muslo.


No podía comprender cómo había conseguido acabar otra vez en una situación como ésa con un hombre al que había temido y odiado durante los últimos cinco años. Demasiado champán, ése era el motivo...


—No vas a hacer nada —dijo ella, retirando la mano y sentándose derecha—. De hecho, ya puedes buscarte un hotel. No me fío de ti quedándote aquí —se alejó un poco de él. No se atrevía a ponerse en pie porque estaba un poco mareada.


—No te fías de ti misma, Paula, y no voy a marcharme a ningún sitio. 


Furiosa, ella se puso en pie y lo miró.


—El sofá se convierte en cama. Hay sábanas en la mesa para hacer la cama. Yo me voy a dormir y no quiero verte ni oírte hasta mañana por la mañana, cerdo arrogante y engreído...


Pedro la dejó marchar.


Agarró el teléfono móvil, miró las fotos que había tomado durante el día y sonrió. Su hijo... Benjamin... Era su familia e iba a vivir con él.


Miró la hora antes de escuchar los mensajes.


Las diez de la noche, ¿cuándo se había ido a la cama tan temprano? Encendió el ordenador y trabajó intensamente durante las tres horas siguientes. Habían surgido algunos problemas y tendría que atenderlos en persona en Londres. 


No había estado fuera de la oficina tanto tiempo desde hacía años, y antes tampoco conseguía concentrarse pensando en Paula. Una vez que sabía la verdad tenía energía para regresar al trabajo, y con un hijo como heredero tenía un incentivo añadido.


No iba a perder más tiempo tratando de convencer a Paula. 


Al día siguiente le diría a Benjamin que era su padre y continuarían a partir de ahí. La chica de veintiún años, dócil y sexy, se había convertido en una mujer cabezota, pero mucho más sexy y moderna. Podía esperar. Ella terminaría estando de acuerdo con él. Por experiencia, sabía que todas las mujeres lo hacían.


No era un hombre engreído, pero era atractivo, inteligente y rico. Sobre todo, rico. Nunca había conocido a una mujer que no hubiera aceptado la oportunidad de casarse con él. 


Paula no era diferente. El atractivo de una vida llena de lujo superaría a cualquier escrúpulo que pudiera tener. Pero él no estaba dispuesto a esperar por su hijo.







EL HIJO OCULTO: CAPITULO 21





Pedro Alfonso no estaba de buen humor. Nada más confirmar que Benjamin era hijo suyo, había llamado a Leo, el director de la empresa de seguridad que custodiaba a la familia Alfonso, para que vigilara a Paula y a Benja y lo avisaran en caso de que salieran de casa. No tenía intención de permitir que Paula se escapara otra vez. Por eso había recibido una llamada mientras estaba desayunando y había salido inmediatamente. Y por lo que veía, había llegado justo a tiempo.


Paula llevaba el cabello recogido en una coleta y estaba guapísima. El cuerpo de Pedro reaccionó inmediatamente a pesar de que él frunció el ceño al ver a su acompañante.


¿Qué diablos hacía allí Julian Gladstone tan temprano? Y con el brazo alrededor de Paula... Pedro no quería saber qué tipo de relación habían tenido anteriormente. Pero desde la noche anterior, Paula era suya otra vez, y cuanto antes lo comprendiera aquel hombre, mejor.


Detuvo el coche y salió sin mostrar la rabia que sentía.


Paula se puso tensa al verlo salir del coche. Estaba recién afeitado y llevaba la misma chaqueta de cuero negro que el día anterior y un jersey blanco de cuello vuelto. Parecía más atractivo que nunca, quizá porque Paula recordó la imagen de él desnudo en medio del salón, con la piel sudorosa después de haber hecho el amor.


Julian inclinó la cabeza y le susurró al oído:
—Ah, ahora entiendo lo de las ojeras —se enderezó de nuevo y dijo—: Buenos días. Creo recordar que eres Pedro Alfonso. Estás muy lejos de tu casa.


—Hola, Paula —dijo Pedro frunciendo el ceño antes de ponerse en cuclillas y añadir—: Hola, Benja —saludó al pequeño con una sonrisa.


Después se puso en pie y se dirigió a Julian.


—Buenos días. Julian Gladstone, ¿no es así?


Durante un momento, Paula simplemente observó la escena.


Eran como dos machos en duelo. Pero para su sorpresa, Pedro le dio la mano a Julian y éste se la estrechó.


Pedro asintió hacia la carretera.


—Tienes un bonito coche, Gladstone. El último modelo de Ferrari. Ambos hombres se volvieron para admirar el coche rojo. —Yo me he comprado el mismo coche hace dos semanas, pero todavía no he tenido oportunidad de conducirlo. ¿Qué tal va? —preguntó Pedro.


Durante los cinco minutos siguientes, Paula se sintió invisible. Julian y Pedro, seguidos por Benjamin, se dirigieron hacia el coche. Benja se sentó en el asiento trasero del Ferrari mientras aparentemente los hombres opinaban sobre las prestaciones del vehículo.


No encontraría problema en convencerla para ir a Grecia y para casarse con él. Si no, la llevaría a los tribunales...


Con eso en mente, no iba a darle la oportunidad de discutir.


—Paula, recoge las cosas que necesites de tu coche y ponlas en el mío mientras siento a Benja en su sillita. Me ha dicho que vamos a pasar el día fuera y en mi coche iremos más cómodos —Pedro sonrió al ver furia en su mirada. Después se dirigió a Benjamin—. ¿No es así, Benja? —lo agarró de la mano y se dirigió al coche con él.


Paula, sonrojada por culpa de la vergüenza y la rabia, se quedó boquiabierta. No podía creer que Pedro le hubiera dado a entender a Julian que habían mantenido relaciones sexuales, y que encima se uniera a su plan para el día. Él al menos asumía que sólo iban a pasar el día fuera, porque con Benjamin agarrado a la mano de Pedro, ella sabía que no podría discutir con él.


Enfrentarse a Pedro delante de su hijo sólo serviría para que el pequeño notara la tensión entre ellos. ¿A lo mejor era eso lo que quería Pedro? Mordiéndose el labio inferior, sacó la chaqueta, las botas y la mochila del coche, y decidió dejar la maleta en el maletero. Cerró el coche y se metió en el asiento trasero del coche de Pedro sin decir palabra. Entonces, Benjamin comentó:
—Mamá, te has olvidado la maleta con todas las cosas para el fin de semana. Pedro miró por encima del hombro y frunció el ceño.


—Creía que sólo ibais a pasar el día. Benja dijo que ibais a buscar dinosaurios. Pero todo el fin de semana suena mucho mejor. ¿Dónde pensabais quedaros? —preguntó.


—En nuestra caravana, junto al mar. Tú puedes quedarte con nosotros si quieres. ¿Verdad, mamá?


Por primera vez en la vida. Paula sintió ganas de estrangular a su hijo.


—No, Benjamin, al final sólo vamos a pasar el día —dijo ella—. Pedro es un hombre muy importante y no podemos ocupar su valioso tiempo por más de unas horas —dijo ella con sarcasmo—. Estamos perdiendo el tiempo. Arranca.


—No. Paula. No podría privaros de pasar un fin de semana fuera. Tengo tiempo libre y me encantaría pasarlo con vosotros.


—¿No es estupendo, mamá? —preguntó Benjamin, y después de contar que la caravana era enorme, con dos dormitorios y un sofá cama, ella ni siquiera tenía excusa diciendo que no había sitio para aquel demonio manipulador.


Entonces, con una cínica sonrisa, Pedro insistió para que Paula le diera las llaves de su coche y sacar la maleta.


¿Cómo diablos había pasado de la posibilidad de escapar de Pedro durante el fin de semana a pasar todo el fin de semana con él en la caravana?


Él la miró por el espejo retrovisor.


—Bueno, Paula, ¿hacia dónde vamos? —preguntó con una amplia sonrisa.


—A Weymouth —dijo ella—. Tu navegador por satélite te guiará —añadió, y volvió la cabeza hacia la ventanilla tratando de ignorarlo.


Un rato más tarde, el coche se detuvo frente a la barrera de entrada del camping.


—Esperad aquí mientras entro en la recepción para que me den el pase.


Paula había estado casi una hora en silencio. Tiempo suficiente para observar de cerca la nuca de Pedro y recordar que la noche anterior le había acariciado el cabello y mucho más. No podía esperar para salir del coche.


Cinco minutos más tarde, Paula regresó y le entregó el pase a Pedro por la ventanilla del coche.


—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó él.


—Es sábado por la mañana y la semana que viene hay vacaciones escolares. Las últimas antes de navidad. Por eso están tan ocupados —replicó.


—Ah, ya comprendo. Entra y dime dónde tengo que ir... Quiero ver dónde vamos a dormir esta noche.


El comentario y la sonrisa sensual hicieron que a Paula le subiera la temperatura corporal y entrara en el coche echando humo.


Su humor no mejoró cuando llegaron a la caravana y Pedro aparcó el coche. En pocos segundos había sacado a Benjamin y estaban esperando con impaciencia a que ella abriera la puerta de la caravana.


Tras decirle a Benja que dejara sus cosas en su dormitorio habitual, ella intentó convencer a Pedro para que se marchara diciéndole que no quería que se quedara allí y que un hombre como él, acostumbrado al lujo, odiaría aquel lugar. 


Pero no sirvió de nada. Él le dijo que cuando era joven había atravesado estados unidos en un winnebago y que la caravana era mucho más grande.


Cuando Benjamin salió de la habitación, agarró a Pedro de la mano y se ofreció a enseñarle los alrededores, ella tuvo que abandonar...


En contra de las expectativas de Paula, el día no fue un completo desastre.


Después de comer en el restaurante del puerto, la tarde fue agradable.


Condujeron hasta Portland Bill para ver el faro y hacer un tour por el castillo, y Pedro tomó varias fotos con su teléfono móvil.


Todo eso lo hicieron después de que Paula se llevara una desagradable sorpresa mientras fueron de compras por la mañana...


Benjamin no conseguía decidirse por qué papel pintado para la pared le gustaba más y quería los dos, el de coches y el de dinosaurios. Ella aceptó, aunque sabía que para un adulto una pared decorada con dos papeles pintados distintos no quedaría bien.


Pedro le preguntó al dueño de la tienda cuándo irían a poner el papel, sugiriendo que por la tarde era buen momento. Lo que sucedió después hizo que Paula se asombrara para siempre del poder que tenía aquel hombre.


Paula había sonreído de forma condescendiente y le había dicho a Pedro que la tienda no ponía el papel y que ella pensaba hacerlo la semana siguiente. Él simplemente la miró y dijo:
—No seas ridícula —unas llamadas de teléfono después le pidió las llaves de la Casa y se las entregó a un hombre llamado Sid, junto con las bolsas...


Al parecer, Sid era el guardaespaldas de su hijo desde el día anterior, e iba a quedarse en la casa para ocuparse de todo mientras los decoradores hacían el trabajo durante el fin de semana. El momento era el ideal.


En esos momentos, Paula estaba sentada en la cama observando a su hijo dormido. No le quedaba más remedio que asumir que por mucho que no le gustara la idea del guardaespaldas, la vida de Benjamin había cambiado para siempre.Pedro simplemente había dicho que Benja era su hijo y que el riesgo de que lo secuestraran estaba siempre presente. Ese comentario la dejó sin palabras...


Inclinándose hacia delante, le retiró a Benja un mechón de pelo de la frente y lo besó en la mejilla. Después se puso en pie, enderezó la espalda y salió en silencio de la habitación.





jueves, 4 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 20




Paula apenas durmió aquella noche y, cuando lo hizo, un hombre alto invadía sus sueños. Despertó sobresaltada y se encontró con Benjamin junto a la cama. Eran las seis y media de la mañana. Benja se subió a la cama y le dijo que se levantara. Ella se rió y le dio un abrazo, pero en el fondo estaba muy preocupada por cómo cambiaría la vida de su pequeño con la llegada de Pedro Alfonso.


Y en cuanto a ella, la idea de ver a Pedro cuando fuera a visitar a su hijo no le gustaba demasiado, pero después de una larga noche era consciente de que tarde o temprano tendría que darle a Pedro la oportunidad de que ejerciera su derecho como padre. Someter a Benjamin a una batalla legal por su custodia no tenía sentido. Como madre, no tenía dudas de que ganaría la custodia, pero sabía que el juez también otorgaría a Pedro un régimen de visitas. La única alternativa que Pedro le había ofrecido, la de casarse con él, quedaba fuera de cuestión. Paula ya le había entregado a Pedro su corazón y su alma en una ocasión, y él había destrozado su confianza. Un matrimonio podía funcionar sin amor si había respeto y amistad entre la pareja, pero sin confianza no había esperanzas.


Paula nunca volvería a confiar en Pedro, y no podía pensar en nada peor que en casarse con un hombre al que no podía resistirse. Eso era algo más que había aprendido la noche anterior al despertar de un sueño con el cuerpo tenso por la frustración.


Durante años, no se había preocupado por las relaciones sexuales, sin embargo, Pedro la había convertido en muy poco tiempo en una mujer sensual y necesitada, y eso la asustaba. De ninguna manera iba a volver a pasar por eso.


En ese momento, Paula tomó una decisión. Le diría a Pedro que estaba dispuesta a acordar las condiciones de sus visitas a Benjamin. Al principio, lo vería en su presencia, pero, más tarde, cuando Benja se sintiera cómodo con él, vería al niño a solas. Era una gran concesión por su parte, ya que tarde o temprano confiaría parcialmente en Pedro, pero no iba a decírselo ese día...


Ese día iba a llevar a Benjamin a la caravana que tenían en un camping al borde de Weymouth Bay. Siempre pasaban las vacaciones allí y a Benja le encantaba aquel lugar. 


Podían ir a comprar el papel pintado de la pared en la tienda de Weymouth y buscar fósiles durante el fin de semana antes de cerrar la caravana para el invierno. Normalmente, durante las vacaciones de otoño era cuando utilizaban la caravana por última vez hasta el siguiente año. No era que estuviera huyendo...


Quizá era un gesto cobarde, pero no le apetecía enfrentarse a Pedro otra vez tan pronto, y menos después de haberse derretido entre sus brazos la noche anterior. Necesitaba tiempo para recuperar su equilibrio emocional y aquélla era la solución perfecta. Al menos podría evitarlo durante un par de días.


Tenía el coche aparcado enfrente de casa, la maleta estaba en el maletero y ya estaban casi preparados para marcharse.


Paula miró a su alrededor. Hacía una bella mañana de otoño y brillaba el sol. Ella iba vestida con un jersey azul de lana y un pantalón gris. Miró a su hijo y le dijo:
—Bueno, Benja, ¿tienes todo? ¿La mochila y las botas de agua para la playa? —sonrió al ver que su hijo le mostraba la mochila y las botas—. Bien... Ponlas en el coche y así nos vamos —sujetando la puerta trasera del coche observó cómo su hijo metía las cosas.


En ese momento oyó el ruido del motor de un coche y se quedó helada, pero al levantar la vista reconoció el Ferrari de Julian y suspiró aliviada. Julian detuvo el coche y se bajó para acercarse a ella con una sonrisa.


—Hola, Paula. Benja, mi ahijado favorito —chocó la mano con el pequeño—. Veo que vais a buscar fósiles —había Sido Julian el que lo había iniciado en esa actividad y el que le había regalado la mochila con las herramientas.


—Sí —Benja sonrió a Julian y colocó las cosas en el suelo del coche.


—¿Cómo estás, Paula? —preguntó Julian.


—Bien —sonrió ella mientras él la rodeaba por los hombros.


—No lo parece. Tienes ojeras... ¿qué has hecho? —bromeó.


—Nada... —el ruido de otro coche interrumpió su respuesta. 


«Increíble», pensó ella al ver un Bentley negro deteniéndose junto al Ferrari.











EL HIJO OCULTO: CAPITULO 19




Paula apenas se enteró de cuando él le desabrochó el pantalón. Sólo estaba pendiente de su aroma masculino y del sabor de su boca. De pronto, estaban desnudos en el sofá.


Estiró la mano y le acarició el torso desnudo, redescubriendo el placer de recorrer cada músculo, la sensación de su vello suave, sus pezones erectos.


Pedro le agarró la mano.


—Deja que te mire —dijo él, mirándola de arriba abajo y fijándose en sus senos, en su vientre plano con la cicatriz y en el vello rizado de su pubis—. Eres preciosa, Paula —murmuró, y la besó en la palma de la mano antes de soltarla.


Paula se quedó sin respiración durante un instante, se agarró a sus hombros y le clavó los dedos como para que se acercara más. Pero él no tenía prisa.


—Exquisito —murmuró Pedro—. Me encanta tu pelo tan largo —añadió, colocándole algunos mechones alrededor de los pechos.


Después, mientras Pedro continuaba con aquella erótica exploración, acariciando con sus fuertes manos sus pechos, su cintura, sus caderas, sus muslos, sus piernas... Ella se dejó llevar por una oleada de sensualidad tan poderosa que le costaba respirar.


Él la besó en los pezones y en la cicatriz del vientre y deslizó las manos por la entrepierna buscando con los dedos los pliegues húmedos que guardaban el centro de su feminidad.


El deseo, el fuego de su interior, se convirtió en una llama tan potente que ella empezó a temblar y separó las piernas mientras Pedro deslizaba los dedos entre sus aterciopelados labios vaginales, jugueteando con la parte más íntima de su ser hasta que ella se convirtió en esclava del placer que él le proporcionaba.


—Tan caliente, tan dulce y tan preparada —dijo él, y retiró los dedos dejando de acariciarla. La besó en los senos y fue subiendo hasta llegar a su boca, introduciendo su lengua en ella como si la estuviera poseyendo. Después, volvió a mordisquearle los pezones.


Ella le acarició la espalda, ardiente de deseo. Quería sentirlo entre sus piernas, poseyéndola...


Paula gimió cuando él la levantó un poco y se colocó entre sus piernas. Ella podía sentir su erección entre los muslos temblorosos, jugueteando con ella con movimientos cortos y delicados, restregándose contra el pequeño punto de placer hasta desesperarla. Pero él seguía sin tener prisa.


—Por favor —suplicó ella, y entonces él la penetró despacio.


Ella se agarró a él con fuerza, atrapándolo con las piernas mientras él la levantaba para penetrarla con más ímpetu hasta provocarle el éxtasis.


Pedro estaba tenso tratando de mantener el control. Notó que Paula empezaba a convulsionarse y la penetró por última vez, perdiendo el control al sentir la presión de la musculatura húmeda del interior del cuerpo de Paula alrededor de su miembro, y acompañándola durante el clímax.


Paula sintió el peso del cuerpo relajado de Pedro sobre el suyo y cerró los ojos. Despacio, le acarició la espalda, sintiendo el sudor de su piel y su respiración agitada. Todo había sido como la primera vez, y Pedro era suyo...


Nada más pensar en ello, abrió los ojos. Pedro no era suyo, y nunca lo había sido. En su mente aparecían escenas de cuando habían hecho el amor, y ella tuvo que morderse los labios para no quejarse. Ella le había suplicado que le hiciera el amor. Pero no habían hecho el amor, habían tenido una relación sexual, nada más. Volvió la cabeza y fijó la vista en la chimenea apagada. Dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo, como si se le hubiera helado la sangre.


Su corazón estaba tan muerto como el fuego apagado, ¿cómo había sucedido? Odiaba a Pedro y sin embargo, había sucumbido ante el hechizo de su sensualidad igual que había hecho años atrás. En aquel entonces, lo amaba, pero esa vez no tenía excusa, y mientras permanecía tumbada bajo su cuerpo, un sentimiento de vergüenza por no haber sido capaz de resistirse a él se apoderó de ella.


Finalmente, Pedro se incorporó apoyándose sobre un codo.


—Esto es lo que yo llamo comunicarse —dijo él con una sonrisa y le retiró un mechón de pelo de la cara—. Mucho mejor que perder el tiempo con discusiones que no llevan a ningún sitio, ¿no crees, Paula?


Ella evitó mirarlo.


—No, no creo —murmuró. Ése era el problema cuando Pedro estaba a su lado. Sólo hacía falta que la mirara para que ella se derritiera a sus pies.


Al ver sus pantalones vaqueros y su blusa en el suelo, ella colocó la mano en el pecho de Pedro y lo empujó un poco. 


Él perdió el equilibrio y se cayó al suelo, e ignorando su grito de sorpresa, Paula se puso en pie. Agarró la ropa y se dirigió detrás de la butaca para vestirse rápidamente. Él estaba desnudo en el suelo y la miraba asombrado, pero a ella no le importaba. Sólo quería vestirse.


—Bueno, es la primera vez que me tiran al suelo —sonrió Pedro—. Y no era la respuesta que esperaba —continuó mientras se ponía en pie—. Sé que has disfrutado tanto como yo de cada segundo de lo que hemos compartido, Paula. ¿Así que quizá ahora podamos hablar del futuro con sensatez?


—Tú y yo no tenemos futuro. Esto ha sido un error —dijo ella, y lo miró de nuevo. Fue otro error. Se había olvidado de lo atractivo que resultaba desnudo, con sus anchas espaldas, sus caderas estrechas y sus piernas musculosas. Le cortaba la respiración—. Vístete. Mi tía Irma regresará pronto —mintió.


—No solías ser tan recatada, Paula —se rió acercándose a ella—. Ni tan mentirosa.


—Yo no miento —mintió, y lo miró desafiante. Él le dio un golpecito en la nariz con un dedo.


—Te crece como a pinocho. Porque resulta que sé que ha ido a Australia para dos meses —sonrió de nuevo.


Su buen humor y su seguridad irritaron a Paula.


—Deja que adivine... ¿te lo ha dicho la recepcionista del hospital? Ése es el problema de vivir en una comunidad rural. Todo el mundo conoce tu vida —dijo con amargura—. Después de la historia que le contaste, estaré sorteando preguntas sobre ti durante meses cuando te hayas ido.


—No voy a ir a ningún sitio sin Benjamin. He reservado una habitación en el hotel hasta que te convenza. Quiero llevarlo a Grecia para que conozca a mi padre y al resto de la familia.


Paula lo miró y supo que hablaba completamente en serio.


—Eso no va a suceder —dijo ella, temblando por dentro—. Ya te has divertido bastante, Pedro. Vístete antes de que te enfríes —le dijo como si fuera un niño. Agarró su copa de vino de la mesa y se sentó en la butaca.


Paula estaba agotada. Sin embargo, tenía que reconocer que, sexualmente, estaba más excitada de lo que había estado en muchos años.


—Pensándolo bien, igual me libro de ti con una neumonía —murmuró ella tras beber un sorbo de vino.


—No está bien desearle eso al padre de tu hijo y no es propio de la Paula que yo conocía, la que tenía los ojos risueños y un gran corazón.


Sorprendida, ella lo miró. Si pensaba que podría convencerla sólo porque se habían acostado, estaba perdiendo el tiempo.


 Se sintió aliviada al ver que se había puesto los vaqueros, pero no podía dejar de mirar la musculatura de su torso mientras levantaba los brazos para ponerse el jersey.


Paula estaba disgustada consigo misma por haber copulado como un animal sobre el sofá de la tía Irma. Sin embargo, no podía negar el efecto que había tenido sobre ella y que todavía sentía el aroma masculino impregnado en su cuerpo. 


Se estremeció. De pronto, no sólo sentía miedo por Benjamin, sino también por sí misma.


Tenía que deshacerse de Pedro antes de sucumbir otra vez a sus encantos. Tenía que deshacerse de él para siempre, o al menos limitar al máximo el contacto.


—Nunca me conociste, Pedro. No quisiste hacerlo. Excepto como mujer dispuesta a hacer todo lo que quisieras en la cama —se esforzó para mirarlo fijamente—. Si crees que por haberte acostado conmigo ahora cambian las cosas, te equivocas. Ya no soy la chica inocente que creía que el sexo significaba amor. Deberías estar orgulloso de ti mismo. Me enseñaste bien. El sexo es sólo sexo, un pasatiempo agradable, pero no hay que confundirlo con el amor.


Él no parecía contento. La miraba con rabia y cierta emoción que ella no era capaz de definir. Pero no le importaba, así que continuó hablando.


—Adoro a mi hijo. Benjamin es un niño encantador, querido por todos los que lo rodean, y no voy a permitir que un hombre frío y emocionalmente dañado como tú se interponga entre nosotros.


—Te olvidas de que también es mi hijo —replicó Pedro.


—Por desgracia, no puedo olvidarlo... Y admito que tienes razón respecto a lo de que tenemos que hablar.


—Al fin, algo de sentido común —dijo él, y se acercó Paula levantó la mano como para detenerlo.


—Espera... Escúchame —dijo ella—. Le diré a Benjamin que eres su padre cuando considere que está preparado. Estoy dispuesta a permitir que lo visites, pero con mis reglas. El número de visitas lo acordaremos entre tú y yo o mediante un abogado. Pero en cualquier caso, no voy a permitir que te lo lleves a Grecia, simplemente porque no me fío de que me lo devuelvas.


—¿Te atreves a ponerme reglas? —preguntó Pedro enfadado. Agarró a Paula de los brazos y tiró de ella para ponerla en pie—. Ahora te toca escuchar a ti. Para empezar, hace cinco años no sugerí que abortaras. Me enfadé cuando me dijiste que estabas embarazada porque no era algo que esperara y me pillaste desprevenido. Lo que dije después, cuando superé el pánico inicial, era con intención de tranquilizarte. Te dije que no te preocuparas y que el doctor Marcus se ocuparía de todo refiriéndome a que te proporcionaría los mejores cuidados médicos durante el embarazo. Yo iba a pagarlo todo, incluso después de que naciera, así que métetelo en la cabecita de una vez por todas. Para mí, cualquier vida es sagrada. Nunca sugeriría el aborto para un niño engendrado por mí —la miró un instante—. Sé que dije que tener un hijo no entraba en mis planes, pero ¿cómo iba a entrar en mis planes si me habías dicho que estabas embarazada minutos antes? Y si crees que puedes emplear la conversación que tuvimos para evitar que reclame a mi hijo, olvídalo... Has tenido a Benjamin para ti sola durante años, pero ya no... Te lo aseguro. Podemos hacerlo de la manera fácil, es decir, dando prioridad al bienestar de nuestro hijo, casándonos y ofreciéndole un hogar estable. O de la manera difícil y luchar por su custodia en los tribunales. Son las únicas opciones que tienes, Paula, créeme. No voy a formar parte de la vida de mi hijo de manera intermitente.


Paula respiró hondo. Sus explicaciones acerca de haber sugerido que abortara y de que tener un hijo no entraba en sus planes parecían ciertas. ¿Podría haber estado equivocada durante años?


En cualquier caso, no importaba. Aquel hombre la volvía loca y hacía que dudara de todo. Pero no había duda alguna respecto al hecho de que al final la había abandonado. 


Ninguna excusa cambiaría ese hecho.


Paula lo miró fijamente y dijo:
—No podrás evitarlo. Recuerdo que eres adicto al trabajo y que cada pocos días viajas por asuntos de negocios entre los dos continentes. Una vez calculé que durante nuestra relación de un año habíamos pasado menos de seis meses juntos. A menos que hayas cambiado mucho de estilo de vida, tu presencia como padre siempre será intermitente, casado o no, y como ya te he dicho antes, prefiero que sea no.


Él la soltó y cerró los puños a ambos lados del cuerpo.


—No, no he cambiado, Paula. Pero tú sí. Antes apenas discutías conmigo. Recuerdo a una chica bella, brillante y sensual, dispuesta a explorar todo lo que la vida le ofrecía. No una mujer mordaz...


—Te refieres a una idiota enamorada —lo interrumpió ella—. Dispuesta a hacer lo que le pidieras. Bueno, esos días han terminado. Soy madre, tengo un hijo que quiero, una vida que me gusta y no te necesito. Ahora quiero que te vayas —de pronto estaba cansada, confusa y sólo quería que se marchara.


—No te preocupes, lo haré. Pero antes de irme necesito oír un par de verdades más... Algo sobre lo que reflexionar antes de que regrese mañana —le dijo en tono cortante—. Creas lo que creas, Benjamin me necesita. Por mucho que intentes negarlo, ese niño es medio griego. Algún día heredará una importante empresa griega y mucho más. Necesita saber el idioma y a tener responsabilidades, algo que no creo que aprenda metido en un pequeño pueblo británico con su madre y su tía como única familia. Recuerdo que me dijiste que tus padres murieron en un accidente de coche cuando tenías diecisiete años. Pero Benjamin tiene un abuelo, una tía y un tío, primos y una docena de parientes más en Grecia. Por no mencionar que también tiene un padre —declaró arqueando una ceja—. ¿De veras crees que en el futuro te agradecerá que lo hayas privado de una gran parte de su familia? ¿O hay más posibilidades de que te eche en cara que lo hayas privado de lo que es suyo por derecho?


Paula se percató de que lo que Pedro decía podía ser verdad. ¿Tenía derecho a privar a Benjamin de su familia griega? En el fondo sabía que la respuesta era no, y ser consciente de ello le consumió la poca energía que le quedaba. Lo único que quería era irse a la cama y fingir que ese día no había pasado, pero sabía que no era una opción.


—Puede que tengas razón —suspiró ella, demasiado cansada como para seguir discutiendo.


—Sabes que sí, Paula —dijo él, mirándola sin frialdad— puede que creas que lleves una vida ideal con Benja, pero no hay nada de ideal en criar un hijo sin padre. Aunque pase poco tiempo con él, como tú crees que haría yo —le acarició la mejilla—. Pero si me dieses la oportunidad, quizá te sorprendiera.


Y así fue... Pedro deslizó la mano hasta su cintura y, mirándola con ternura, inclinó la cabeza y la besó en los labios con delicadeza. Finalmente se separó de ella con una irónica sonrisa.


—¿A qué se debe esto? —preguntó Paula, conmovida por su ternura.


—Por Benjamin, por lo que compartimos en el pasado, y por lo que acabamos de compartir en tu sofá. No podría dejarte enfadada. Siéntate y termínate la copa. Ya me voy.


Paula se quedó mirando su espalda mientras él salía de la habitación. Cuando oyó que se cerraba la puerta de la casa, se sentó en la butaca, agarró la copa de vino y se la terminó.


«¡Maldita sea!», pensó al darse cuenta de que estaba obedeciendo a Pedro otra vez. Miró a su alrededor y se fijó en el sofá. Nunca volvería a sentarse en él sin recordar lo que había sucedido con Pedro.


Curiosamente, a pesar de la rabia, el temor y la humillación que sentía, sonrió al pensar en Pedro tirado en el suelo mirándola con cara de confusión. Pedro la había sorprendido porque en lugar de enfadarse con ella por haberlo empujado, le había parecido divertido...


También la había sorprendido al negarle que él hubiera sugerido que abortara. Durante años ella había creído que sí lo había hecho y por eso lo odiaba, pero tenía que asumir que probablemente se había equivocado. Él jamás había mencionado la palabra. Lo único que había oído había sido: «el doctor Marcus se ocupará del embarazo», pero en su estado emocional y con la fantasía de que algún día recibiría un anillo de compromiso descartada, quizá había pensado lo peor.


Aunque lo que hubiera pensado en aquellos momentos no cambiaba las cosas. Pedro estaba allí, quería a su hijo y ella tenía que llegar a un acuerdo con él.