viernes, 5 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 22





Paula miró hacia la cocina y la sala de estar y, tras respirar hondo, se dirigió hacia allí.


A lo largo de la pared había un sofá acolchado que se convertía en cama doble si era necesario. En el centro había una mesa de café y, en la otra pared, una falsa chimenea eléctrica. «Cómoda y práctica, pero nada parecido a lo que Pedro está acostumbrado», pensó ella.


Pero al ver a Pedro recostado en el sofá, sin zapatos, y hablando por teléfono en griego con cara de concentración, Paula pensó que se encontraba como en casa.


Pedro terminó la conversación al verla y le preguntó:
—¿Benjamin se ha dormido?


—Sí. Por favor, no interrumpas tus llamadas por mí. Voy a preparar una infusión y me voy a la cama.


—Sólo son las ocho, Paula, y evitar el tema de Benjamin no hará que se solucione. Ven y tómate una copa de champán conmigo e intenta comportarte como la mujer inteligente que eres en lugar de mostrarte huidiza todo el rato.


Fue entonces cuando ella se fijó en que había una botella de champán y dos copas sobre la barra que había junto a la ventana.


—¿De dónde has sacado eso?


—De la nevera del coche. Tenemos cosas más importantes de las que hablar. Benjamin es nuestro hijo y tú has hecho un trabajo estupendo educándolo, pero necesita un padre. No tendremos mejor momento que ahora para hablar de su futuro.


Se puso en pie, abrió la botella de champán y sirvió dos copas.


—Sabes que tengo razón.


Le entregó una copa y ella la agarró tratando de no rozar los dedos de Pedro.


—No tengo intención de abalanzarme sobre ti, Paula —dijo con ironía—. Al menos hasta que no me lo pidas —sonrió—. Ven a sentarte y relájate —le ordenó, y se sentó de nuevo en el sofá.


Como siempre, tenía razón. Evitar el tema no serviría de nada. Paula se acercó y se sentó a su lado.


—¡Salud! —dijo él, chocando la copa contra la de ella.


—Salud —murmuró ella, y bebió un sorbo.


—¿No es así mejor? Un brindis por los viejos tiempos entre dos amigos.


—Supongo que sí —excepto que Pedro nunca la había considerado una amiga, sino una amante... Una mujer dispuesta a compartir su cama, pero no lo bastante buena como para compartir su vida. Había hecho todo lo posible para asegurarse de que nunca conociera a su familia ni a sus amigos, la élite de la sociedad griega.


Pedro se percató de que Paula estaba pensativa y trató de cambiar de tema.


—Esta caravana está muy bien. ¿Desde cuándo la tienes? —preguntó.


—¡No reúne tus requisitos de lujo! —soltó Paula, arqueando una ceja—. Para nosotros es perfecta. El verano que hicimos la obra en casa, alquilamos una caravana durante ocho semanas. Benjamin tenía dieciocho meses y le gustaba tanto el mar, que mi tía Irma y yo decidimos comprar una caravana. Pasamos aquí todas las vacaciones, y muchos fines de semana —dijo ella, bebiendo otro sorbo de champán.


—Ya he visto que a Benjamin le encanta estar cerca del mar —Pedro la miró—. Lo he pasado muy bien hoy, con vosotros. No estoy seguro de que comer pescado con patatas fritas sea muy sano, pero me ha gustado.


—Ya me he dado cuenta —murmuró Paula, consciente de la sonrisa de Pedro—. A Benja le encanta ir al restaurante del puerto, y a la pizzería que hay aquí. Aunque hay otro restaurante al que podíamos haber ido —empezaba a irse por las ramas, bebió otro trago y se terminó la copa.


Pedro le sirvió un poco más. Después de un par de copas ella se relajaría y estaría más dispuesta a aceptar el plan que él tenía para el futuro de Benja.


—Has conseguido agotar a Benjamin —dijo Paula, bebiendo un poco más—. De hecho, me has sorprendido. Eres muy bueno con él, y parece que le caes bien.


Pedro la miró en silencio durante un momento. Ella no tenía ni idea de lo condescendiente que sonaba. El comentario que había hecho acerca de que parecía que le caía bien al pequeño era doloroso, pero suponía que debería estar agradecido de que ella estuviera dispuesta a aceptarlo después de que hubiera intentado negar que era su padre.


—Gracias, Paula. Tengo mucha práctica con mis sobrinos. Mi hermana tiene cuatro hijos, dos niñas y dos niños. Cuando Benja vaya a Grecia, sus primos estarán encantados y sus tíos, Caro y Theo, lo adorarán. En cuanto a mi padre, que recientemente se ha divorciado de su cuarta esposa, y con suerte la última, Benjamin hará que su vida esté completa.


—Sí, bueno... —murmuró Paula.


Hablar de la familia de Pedro le resultaba un poco difícil. Anteriormente, cuando estuvieron juntos, él le había mencionado a su hermana y le había contado que su madre había muerto cuando él era adolescente, pero ella no tenía ni idea de que su padre hubiera estado casado cuatro veces. 


De hecho, conocía muy pocas cosas acerca de él, aparte de que era estupendo en la cama. Lo miró fijamente y posó la mirada en sus labios. Involuntariamente, se humedeció los labios, recordando sus besos placenteros. Notó que se le aceleraba el pulso y bajó la mirada hacia la copa medio vacía que tenía en la mano, avergonzada por el deseo que sentía por Pedro.


—Quizá algún día —murmuró de nuevo, con miedo a mirarlo. Tenía miedo de que él reconociera lo que sentía. 


Observó que le llenaba la copa y que dejaba la suya sobre la mesa.


—Quizá, no es suficiente, Paula —comentó Pedro.


Ella bebió un sorbo largo para calmar el latido de su corazón.


—Quiero que conozca a su familia griega. Es injusto para Benjamin y para mí. Ha de saber que yo soy su padre, y mañana voy a decírselo, te guste o no. Sería mejor que acordemos el momento entre los dos, aquí y ahora.


Evidentemente, Pedro no tenía ni idea de que los pensamientos de Paula eran mucho más eróticos. Él no estaba interesado en ella, sino en su hijo. Ella lo miró y, al ver determinación en sus ojos, se estremeció. Bebió un trago de champán y encontró la valentía para negarse.


—No, creo que estás anticipándote. Benjamin necesita tiempo para conocerte, para adaptarse.


—Anticipándome... Tiene gracia. Has criado a Benjamin creyendo que no tiene padre. ¿Cómo crees que eso me hace sentir? Nos hemos vuelto a encontrar por pura coincidencia y fue tu incapacidad para disimular el miedo en tu mirada lo que me hizo sospechar algo. En ningún momento imaginé que estuvieras ocultándome a mi hijo. Sé que ha estado bien cuidado, pero en lugar de que dos mujeres se hayan hecho cargo de él, debía de haber sido yo quien lo hiciera.


—No te fustigues —dijo Paula—. En cierto modo, lo has hecho —soltó una risita.


—¿Crees que tiene gracia? ¿Y qué quieres decir?


—Es sencillo las joyas que me regalaste pagaron mi formación para ser profesora, y el ostentoso collar de diamantes permitió que comprara la casa anexa a la de mi tía. Con el resto, compré la caravana. ¿Ves?, no tienes por qué sentirte culpable en lo que al dinero se refiere —hipó sin poder evitarlo—. Aunque moralmente regalar joyas por mantener relaciones sexuales no está muy bien. Pero... Según tú me las había ganado, así que las utilicé.


Pedro miró alrededor de la caravana.


—¿De veras vendiste los regalos que te hice?


Recordó la casa de Paula y se sorprendió al pensar la cantidad de cosas que le había regalado. Lo que para él no era más que una gota en el océano, había servido para que Paula estudiara y viviera cinco años. Él gastaba más en un solo mes.


—Sí. Bueno, la mayor parte.


Incapaz de contenerse, Pedro la rodeó por la cintura y, sujetándole la barbilla, hizo que lo mirara. Sus ojos azules brillaban acordes a su sonrisa.


—Guardé el prendedor del pelo para un día lluvioso.


Sin duda el champán había hecho su efecto. Ella nunca le habría contado la verdad estando sobria. Saber que había hecho algo por Benjamin hacía que se sintiera mejor, aunque hubiera sido de manera involuntaria.


—No hacía falta que me dijeras eso, pero me alegro de que lo hayas hecho —sin poder resistir la tentación, la besó en los labios con delicadeza.


—Un placer —murmuró ella, pestañeando.


Apoyó la cabeza en el hombro de Pedro y dejó caer la mano sobre su muslo. Él se puso tenso y levantó la cabeza para recorrer el cuerpo de Paula con la mirada. La tensión de la entrepierna que había intentado controlar durante todo el día se intensificó.


Paula lo miró y separó los labios, de forma que él no pudo evitar acariciárselos con la lengua antes de introducirla en su boca.


Después, recorrió su cuello dándole montones de besos.


—Juré que no volvería a hacer esto.


De pronto, Paula se percató de que estaba acurrucada contra su cuerpo y que ella estaba masajeándole el muslo.


No podía comprender cómo había conseguido acabar otra vez en una situación como ésa con un hombre al que había temido y odiado durante los últimos cinco años. Demasiado champán, ése era el motivo...


—No vas a hacer nada —dijo ella, retirando la mano y sentándose derecha—. De hecho, ya puedes buscarte un hotel. No me fío de ti quedándote aquí —se alejó un poco de él. No se atrevía a ponerse en pie porque estaba un poco mareada.


—No te fías de ti misma, Paula, y no voy a marcharme a ningún sitio. 


Furiosa, ella se puso en pie y lo miró.


—El sofá se convierte en cama. Hay sábanas en la mesa para hacer la cama. Yo me voy a dormir y no quiero verte ni oírte hasta mañana por la mañana, cerdo arrogante y engreído...


Pedro la dejó marchar.


Agarró el teléfono móvil, miró las fotos que había tomado durante el día y sonrió. Su hijo... Benjamin... Era su familia e iba a vivir con él.


Miró la hora antes de escuchar los mensajes.


Las diez de la noche, ¿cuándo se había ido a la cama tan temprano? Encendió el ordenador y trabajó intensamente durante las tres horas siguientes. Habían surgido algunos problemas y tendría que atenderlos en persona en Londres. 


No había estado fuera de la oficina tanto tiempo desde hacía años, y antes tampoco conseguía concentrarse pensando en Paula. Una vez que sabía la verdad tenía energía para regresar al trabajo, y con un hijo como heredero tenía un incentivo añadido.


No iba a perder más tiempo tratando de convencer a Paula. 


Al día siguiente le diría a Benjamin que era su padre y continuarían a partir de ahí. La chica de veintiún años, dócil y sexy, se había convertido en una mujer cabezota, pero mucho más sexy y moderna. Podía esperar. Ella terminaría estando de acuerdo con él. Por experiencia, sabía que todas las mujeres lo hacían.


No era un hombre engreído, pero era atractivo, inteligente y rico. Sobre todo, rico. Nunca había conocido a una mujer que no hubiera aceptado la oportunidad de casarse con él. 


Paula no era diferente. El atractivo de una vida llena de lujo superaría a cualquier escrúpulo que pudiera tener. Pero él no estaba dispuesto a esperar por su hijo.







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