viernes, 5 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 21





Pedro Alfonso no estaba de buen humor. Nada más confirmar que Benjamin era hijo suyo, había llamado a Leo, el director de la empresa de seguridad que custodiaba a la familia Alfonso, para que vigilara a Paula y a Benja y lo avisaran en caso de que salieran de casa. No tenía intención de permitir que Paula se escapara otra vez. Por eso había recibido una llamada mientras estaba desayunando y había salido inmediatamente. Y por lo que veía, había llegado justo a tiempo.


Paula llevaba el cabello recogido en una coleta y estaba guapísima. El cuerpo de Pedro reaccionó inmediatamente a pesar de que él frunció el ceño al ver a su acompañante.


¿Qué diablos hacía allí Julian Gladstone tan temprano? Y con el brazo alrededor de Paula... Pedro no quería saber qué tipo de relación habían tenido anteriormente. Pero desde la noche anterior, Paula era suya otra vez, y cuanto antes lo comprendiera aquel hombre, mejor.


Detuvo el coche y salió sin mostrar la rabia que sentía.


Paula se puso tensa al verlo salir del coche. Estaba recién afeitado y llevaba la misma chaqueta de cuero negro que el día anterior y un jersey blanco de cuello vuelto. Parecía más atractivo que nunca, quizá porque Paula recordó la imagen de él desnudo en medio del salón, con la piel sudorosa después de haber hecho el amor.


Julian inclinó la cabeza y le susurró al oído:
—Ah, ahora entiendo lo de las ojeras —se enderezó de nuevo y dijo—: Buenos días. Creo recordar que eres Pedro Alfonso. Estás muy lejos de tu casa.


—Hola, Paula —dijo Pedro frunciendo el ceño antes de ponerse en cuclillas y añadir—: Hola, Benja —saludó al pequeño con una sonrisa.


Después se puso en pie y se dirigió a Julian.


—Buenos días. Julian Gladstone, ¿no es así?


Durante un momento, Paula simplemente observó la escena.


Eran como dos machos en duelo. Pero para su sorpresa, Pedro le dio la mano a Julian y éste se la estrechó.


Pedro asintió hacia la carretera.


—Tienes un bonito coche, Gladstone. El último modelo de Ferrari. Ambos hombres se volvieron para admirar el coche rojo. —Yo me he comprado el mismo coche hace dos semanas, pero todavía no he tenido oportunidad de conducirlo. ¿Qué tal va? —preguntó Pedro.


Durante los cinco minutos siguientes, Paula se sintió invisible. Julian y Pedro, seguidos por Benjamin, se dirigieron hacia el coche. Benja se sentó en el asiento trasero del Ferrari mientras aparentemente los hombres opinaban sobre las prestaciones del vehículo.


No encontraría problema en convencerla para ir a Grecia y para casarse con él. Si no, la llevaría a los tribunales...


Con eso en mente, no iba a darle la oportunidad de discutir.


—Paula, recoge las cosas que necesites de tu coche y ponlas en el mío mientras siento a Benja en su sillita. Me ha dicho que vamos a pasar el día fuera y en mi coche iremos más cómodos —Pedro sonrió al ver furia en su mirada. Después se dirigió a Benjamin—. ¿No es así, Benja? —lo agarró de la mano y se dirigió al coche con él.


Paula, sonrojada por culpa de la vergüenza y la rabia, se quedó boquiabierta. No podía creer que Pedro le hubiera dado a entender a Julian que habían mantenido relaciones sexuales, y que encima se uniera a su plan para el día. Él al menos asumía que sólo iban a pasar el día fuera, porque con Benjamin agarrado a la mano de Pedro, ella sabía que no podría discutir con él.


Enfrentarse a Pedro delante de su hijo sólo serviría para que el pequeño notara la tensión entre ellos. ¿A lo mejor era eso lo que quería Pedro? Mordiéndose el labio inferior, sacó la chaqueta, las botas y la mochila del coche, y decidió dejar la maleta en el maletero. Cerró el coche y se metió en el asiento trasero del coche de Pedro sin decir palabra. Entonces, Benjamin comentó:
—Mamá, te has olvidado la maleta con todas las cosas para el fin de semana. Pedro miró por encima del hombro y frunció el ceño.


—Creía que sólo ibais a pasar el día. Benja dijo que ibais a buscar dinosaurios. Pero todo el fin de semana suena mucho mejor. ¿Dónde pensabais quedaros? —preguntó.


—En nuestra caravana, junto al mar. Tú puedes quedarte con nosotros si quieres. ¿Verdad, mamá?


Por primera vez en la vida. Paula sintió ganas de estrangular a su hijo.


—No, Benjamin, al final sólo vamos a pasar el día —dijo ella—. Pedro es un hombre muy importante y no podemos ocupar su valioso tiempo por más de unas horas —dijo ella con sarcasmo—. Estamos perdiendo el tiempo. Arranca.


—No. Paula. No podría privaros de pasar un fin de semana fuera. Tengo tiempo libre y me encantaría pasarlo con vosotros.


—¿No es estupendo, mamá? —preguntó Benjamin, y después de contar que la caravana era enorme, con dos dormitorios y un sofá cama, ella ni siquiera tenía excusa diciendo que no había sitio para aquel demonio manipulador.


Entonces, con una cínica sonrisa, Pedro insistió para que Paula le diera las llaves de su coche y sacar la maleta.


¿Cómo diablos había pasado de la posibilidad de escapar de Pedro durante el fin de semana a pasar todo el fin de semana con él en la caravana?


Él la miró por el espejo retrovisor.


—Bueno, Paula, ¿hacia dónde vamos? —preguntó con una amplia sonrisa.


—A Weymouth —dijo ella—. Tu navegador por satélite te guiará —añadió, y volvió la cabeza hacia la ventanilla tratando de ignorarlo.


Un rato más tarde, el coche se detuvo frente a la barrera de entrada del camping.


—Esperad aquí mientras entro en la recepción para que me den el pase.


Paula había estado casi una hora en silencio. Tiempo suficiente para observar de cerca la nuca de Pedro y recordar que la noche anterior le había acariciado el cabello y mucho más. No podía esperar para salir del coche.


Cinco minutos más tarde, Paula regresó y le entregó el pase a Pedro por la ventanilla del coche.


—¿Por qué has tardado tanto? —preguntó él.


—Es sábado por la mañana y la semana que viene hay vacaciones escolares. Las últimas antes de navidad. Por eso están tan ocupados —replicó.


—Ah, ya comprendo. Entra y dime dónde tengo que ir... Quiero ver dónde vamos a dormir esta noche.


El comentario y la sonrisa sensual hicieron que a Paula le subiera la temperatura corporal y entrara en el coche echando humo.


Su humor no mejoró cuando llegaron a la caravana y Pedro aparcó el coche. En pocos segundos había sacado a Benjamin y estaban esperando con impaciencia a que ella abriera la puerta de la caravana.


Tras decirle a Benja que dejara sus cosas en su dormitorio habitual, ella intentó convencer a Pedro para que se marchara diciéndole que no quería que se quedara allí y que un hombre como él, acostumbrado al lujo, odiaría aquel lugar. 


Pero no sirvió de nada. Él le dijo que cuando era joven había atravesado estados unidos en un winnebago y que la caravana era mucho más grande.


Cuando Benjamin salió de la habitación, agarró a Pedro de la mano y se ofreció a enseñarle los alrededores, ella tuvo que abandonar...


En contra de las expectativas de Paula, el día no fue un completo desastre.


Después de comer en el restaurante del puerto, la tarde fue agradable.


Condujeron hasta Portland Bill para ver el faro y hacer un tour por el castillo, y Pedro tomó varias fotos con su teléfono móvil.


Todo eso lo hicieron después de que Paula se llevara una desagradable sorpresa mientras fueron de compras por la mañana...


Benjamin no conseguía decidirse por qué papel pintado para la pared le gustaba más y quería los dos, el de coches y el de dinosaurios. Ella aceptó, aunque sabía que para un adulto una pared decorada con dos papeles pintados distintos no quedaría bien.


Pedro le preguntó al dueño de la tienda cuándo irían a poner el papel, sugiriendo que por la tarde era buen momento. Lo que sucedió después hizo que Paula se asombrara para siempre del poder que tenía aquel hombre.


Paula había sonreído de forma condescendiente y le había dicho a Pedro que la tienda no ponía el papel y que ella pensaba hacerlo la semana siguiente. Él simplemente la miró y dijo:
—No seas ridícula —unas llamadas de teléfono después le pidió las llaves de la Casa y se las entregó a un hombre llamado Sid, junto con las bolsas...


Al parecer, Sid era el guardaespaldas de su hijo desde el día anterior, e iba a quedarse en la casa para ocuparse de todo mientras los decoradores hacían el trabajo durante el fin de semana. El momento era el ideal.


En esos momentos, Paula estaba sentada en la cama observando a su hijo dormido. No le quedaba más remedio que asumir que por mucho que no le gustara la idea del guardaespaldas, la vida de Benjamin había cambiado para siempre.Pedro simplemente había dicho que Benja era su hijo y que el riesgo de que lo secuestraran estaba siempre presente. Ese comentario la dejó sin palabras...


Inclinándose hacia delante, le retiró a Benja un mechón de pelo de la frente y lo besó en la mejilla. Después se puso en pie, enderezó la espalda y salió en silencio de la habitación.





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