lunes, 18 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 5






Pedro extendió el sofá-cama con más energía de la necesaria. No había oído la conversación de Paula Chaves con su primo, pero sabía lo persuasivo que Baltazar podía llegar a ser. Sabía también que Paula había dejado el teléfono sin haber conseguido salirse con la suya. Quería que él se marchara, pero él continuaba allí.


Y, porque seguía allí, tenía que dejar de mirar a su cliente como a una mujer. Había trabajado como guardaespaldas al servicio de muchas personas, la mayoría hombres: millonarios que no querían correr el riesgo de un secuestro, magnates en viaje de negocios, estrellas de cine que asistían a algún gran acontecimiento... Había habido también algunas mujeres. Aquella directora ejecutiva que había estado testificando en un proceso de corrupción, una mujer muy bella, pero que él había considerado simplemente como parte de su trabajo. Había habido también una diputada del Congreso muy atractiva, pero él se había limitado a verla sólo desde el punto de vista profesional.


¿Y Paula? Tenía que convencerse de que ella también formaba parte de su trabajo. Cada vez que la miraba y veía aquella expresión en sus ojos, le venía un aluvión de preguntas. ¿Por qué se había hecho modelo? ¿Qué había de verdad en toda esa historia de su relación con el magnate griego? ¿Habían roto su relación como decían las revistas del corazón? Y, si era así, ¿por qué había aparecido él con el brazo sobre el hombro de ella en las fotos que le habían sacado los paparazzi medio desnuda?


Pero no debía preocuparse por eso. Aún amaba a Connie y al niño que habían esperado con tanta ilusión y que habían perdido antes de que naciera. Aunque el dolor y la pena ya no eran tan grandes como entonces, aún sentía su pérdida después de cinco años.


Paula apareció de nuevo, dejando la almohada y la manta sobre el sofá-cama. Pedro sintió un estremecimiento al ver como el caftán se amoldaba a su cuerpo conforme se movía por el salón, con el pelo aún algo húmedo sobre los hombros y con su bello rostro reflejando signos de fatiga.


—No necesitaré la manta —dijo él—. No acostumbro a dormir tapado.


Vio como un leve rubor tiñó las mejillas de ella, y se preguntó si le estaría imaginando desnudo sobre el sofá. Quizá lo mejor sería que Baltazar fuese buscando otra persona para hacer ese trabajo.


—¿Tiene algún compromiso mañana? —le preguntó él adoptando un tono profesional—. No hemos repasado aún su agenda de actividades.


—A menos que Baltazar disponga otra cosa, sólo tengo una conferencia por la tarde.


—Muy bien. Entonces por la mañana nos quedaremos aquí tranquilamente y usted podrá preparar los actos sociales y las fiestas a las que asistirá esta semana.


Paula alzó con arrogancia la barbilla, en un gesto que empezaba ya a resultarle familiar a Pedro.


—No voy a asistir a ninguna fiesta durante mi estancia aquí —dijo ella—. Como ya le dije antes, usted no me conoce como para predecir lo que yo vaya o no vaya a hacer. Le veré por la mañana, señor Alfonso. Buenas noches.


Y, dándose la vuelta, salió del salón, dejando a Pedro mirando extasiado su cabello meciéndose por detrás de su espalda al ritmo de sus pasos.


Paula oyó por la mañana un ligero golpe en la puerta, y, a los pocos segundos, la voz de Pedro.


—Señorita Chaves. ¿Está usted despierta?


Para su sorpresa, él no esperó su respuesta. Abrió directamente la puerta.


Cubriéndose con la colcha hasta la nariz, se quitó la mascarilla que usaba para dormir y parpadeó perpleja al ver a aquel hombre alto y atlético entrando en su habitación. Miró el reloj que tenía sobre su mesita de noche. Eran las siete y media de la mañana.


—Salga de aquí inmediatamente —masculló tapándose la cara con la colcha—. No consiento que nadie me vea así a estas horas de la mañana.


—Ha llamado Baltazar —dijo él ignorando su petición—. Quiere que vaya esta misma mañana a la tienda de Dallas, a las once y media. Ha hecho un comunicado a la prensa y quiere poner en marcha la primera fase de su nueva campaña publicitaria.


—¿Tan pronto?


—Baltazar no es de ésos que deja crecer la hierba bajo sus pies —afirmó el guardaespaldas.


Pedro tenía razón. Baltazar era un hombre decidido que acostumbraba a hacer lo que decía y quería que todo el mundo hiciera lo mismo.


—Quiere que los clientes me envíen por correo electrónico sus preferencias sobre moda y joyas, e incluso que establezca citas personales con ellos —dijo ella como pensando en voz alta.


—Quizá nadie quiera una cita —apuntó él frunciendo el ceño—. Iré a preparar un poco de café —añadió saliendo de la habitación.


Paula, sin saber por qué, se sintió molesta y le sacó la lengua cuando él cerró la puerta.






ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 4




Paula sabía que no era el momento más oportuno para llamar a Baltazar. Acababa de enterarse de que Camilo era sólo medio hermano suyo, y de que su madre había tenido una aventura. Pero no podía seguir allí en el hotel con Pedro Alfonso, con todos sus sentidos en estado de alerta máxima cada vez que él se acercaba a ella. Y menos después de la confusión sentimental en que se encontraba tras su ruptura con Miko.


—Chaves—respondió Baltazar secamente.


—Siento molestarte. Soy Paula.


—Paula, no puedo hablar ahora contigo… —dijo él tras unos segundos de vacilación.


—Siento importunarte en este momento. Sé cómo te debes sentir. Pero encontré a… tu agente del Servicio Secreto en mi suite cuando regresé esta noche. Supongo que no le habrás ordenado que se pase todo el tiempo a mi lado, ¿no?


Baltazar era un hombre muy seguro de sí mismo, tanto que a veces bordeaba la arrogancia. Desde pequeño, él había asumido el papel de protector de Paula y, a pesar de que nunca habían tenido demasiado contacto, siempre había estado allí cuando ella le había necesitado.


Sin embargo, en aquel momento, parecía estar a punto de perder la paciencia.


—Confía en Pedro, Paula. En una ocasión recibió un disparo que iba dirigido a un senador al que estaba protegiendo. Pensó que era su deber, que formaba parte de su trabajo. Por eso le elegí a él. Además, quería a alguien que no intentase aprovecharse de ti. Pedro no lo hará, tenlo por seguro. Su trabajo y su reputación lo son todo para él.


—La habitación de al lado está reservada y pretende quedarse a dormir en el sofá de mi suite.


—Tienes un dormitorio individual, ¿no?


—Sí, pero…


—Paula, has tenido dos incidentes graves de acoso en los últimos tres años. Si te reconocen por la calle podrías verte en una situación apurada, y los paparazzi se sentirían felices de conseguir tal reportaje. No quiero que te suceda nada mientras estés con nosotros.
Y nada te sucederá si dejas a Pedro que haga su trabajo


—¿Crees sinceramente que todo esto es necesario?


—Sí, de otro modo no lo hubiera hecho. Y, en el caso de que llegara a intentar algo, con decirle que se aparte bastará. Te obedecerá en el acto.


—La verdad, Baltazar, no me apetece tener a un hombre a mi lado en estos momentos.


—Es un agente del Servicio Secreto, Paula. Procura ignorarle. Se sentirá como en casa.


Eso la hizo sonreír. Hubiera deseado oír también la sonrisa de Baltazar al otro extremo de la línea. Deseaba poder ayudar de alguna forma a la familia.


—Siento lo que ha ocurrido esta noche. Si hay algo que pueda hacer…


La voz de Baltazar se tornó fría y distante.


—No hay nada que podamos hacer ninguno. Lo único que sé es que ya no podremos volver a mirar a nuestra madre igual que antes.


Paula podía percibir el resentimiento en la voz de Baltazar, y deseaba que sus palabras no fuesen verdad.


Sería algo terrible para Elena que todos sus hijos le volviesen la espalda.


—Tengo que dejarte, Patricia me está esperando.
Paula, podría necesitarte en cualquier momento, ¿habría algún problema por tu parte?


—Ninguno, Baltazar, apenas tengo compromisos aquí. Puedes contar conmigo para todo.


—Gracias, Paula. Y confía en Pedro —dijo él de nuevo.
Y tras darle las buenas noches, colgó.


Confiar en Pedro.


¿Sólo porque Baltazar lo dijera? Parecía preocuparse mucho por ella. Tal vez debería haberle pedido consejo sobre Miko. Aunque, ¿le habría escuchado? Al principio, Miko la había adorado, había sido capaz de llenar el vacío que había sentido en su corazón desde que era niña. Pero luego, él había cambiado.


¿O había sido ella la que había cambiado? No, ella no había hecho nada para merecerse ese desprecio. ¿Cómo podía haberse enamorado de un hombre al que no conocía?


Se dirigió al dormitorio para vestirse. Echó una ojeada rápida y se fijó en un caftán largo de tonos rosa y púrpura. Lo descolgó de la percha, y se lo puso dejándolo deslizarse por la cabeza hasta casi tocar el suelo. Alisó la fina tela de seda con las manos y salió de la habitación descalza.


Se encaminó a la sala de estar, donde estaba Pedro sentado cómodamente en una silla, contemplando un cuadro de la pared. Pero, aunque no creía haber hecho el menor ruido, el guardaespaldas se levantó como un resorte.


—¿Consiguió hablar con Baltazar?


—Sí. Me dijo que le necesito. No quiere ser responsable de lo que me pueda pasar mientras esté aquí.


La sonrisa de satisfacción que había esperado ver en la cara de él no llegó a producirse.


—Así que, Baltazar es de la opinión de que usted debería escucharme —dijo Pedro.


—No, no dijo eso. Sólo dijo que usted era muy bueno en su trabajo y que era necesario.


—¿Y la convenció?


—No, no lo hizo. No me gusta que me vigilen y menos aún que me digan lo que tengo que hacer. Me gustaría que eso quedase claro desde el principio.


—No esperaba otra cosa de alguien como usted.


Paula se sintió muy irritada al oír esas palabras.


Avanzó unos pasos hacia él.


—¿Alguien como yo? ¿Me puede usted explicar qué quiere decir con eso?


—No debería haber dicho nada —masculló él.


—Pero lo hizo.


—Acostumbro a mantener la boca cerrada —se excusó Pedro, sorprendido él mismo de haber quebrado sus principios.


—Usted no sabe nada de mí.


—Sé que es usted la hija de Jose Chaves y de una actriz italiana que desciende de la realeza. Sé que comenzó su carrera de modelo a los diecisiete años y en seguida se vio catapultada a las portadas de todas las revistas de moda. Tengo entendido que las mujeres imitan su forma de vestir, su forma de andar y sus peinados. Los fans la persiguen a todas partes y los paparazzi creen que tienen derecho a seguirla a donde quiera que vaya, a escuchar cualquier cosa que diga, y a fotografiar cualquier cosa que haga. Imagino que se sentirá como una estrella… como una princesa. Eso es lo que quería decir con lo de alguien como usted.


Aquel análisis sobre su persona tuvo el efecto de llenarla de lágrimas por dentro. No podía permitir que su guardaespaldas notase como le había afectado lo que le acababa de decir. Desafortunadamente, le vinieron entonces a la mente las palabras de Miko que tanto le habían afectado hacía ya un mes… palabras que le habían herido en lo más profundo del alma.


—Señor Alfonso… —dijo ella, tratando de interrumpir el examen.


—Me llamo Pedro —le interrumpió él—. Después de todo, voy a estar pegado a usted durante unas semanas, así que debería llamarme como lo hace todo el mundo. ¿Cómo prefiere que la llame yo? ¿Señorita Chaves?


Paula lo observó detenidamente. Andaría cerca de los cuarenta. Sus ojos indicaban astucia e inteligencia.
Pero, sobre todo, transmitía fuerza y virilidad. Sintió una gran zozobra en el corazón. ¿Cómo podía sentir eso, después del desengaño que había sufrido con Miko? ¿Cómo podía sentirlo cuando ni siquiera sabía si podía confiar en su propio juicio?


—Señorita Chaves está bien —respondió ella, tratando de mantener las distancias—. Le sacaré una manta y una almohada del armario de mi habitación. Si va a dormir en el sofá, las necesitará.






ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 3





En cuanto Paula llegó al lujoso vestíbulo del Sky Towers, se le acercó una persona del servicio de seguridad.


—¿Señorita Chaves? Se me han encargado escoltarla hasta su suite.


Paula echó una mirada rápida a lo largo y ancho del hall, tratando de hallar por alguna parte a Pedro Alfonso. Le había dicho que se reuniría allí con ella, pero no parecía haber llegado todavía.


—¿Ha visto usted a un hombre alto con el pelo negro cortado estilo militar? Tiene los hombros anchos y los ojos castaño oscuros. Había quedado con él aquí.


—Oh, sí, estuve con él esta noche. Fue él quien me pidió que la acompañase a usted a su suite.


Al parecer, Pedro Alfonso tenía algún sitio más importante a donde ir. Eso le agradaba. Así no tendría que tratar con él hasta el día siguiente. Le apetecía meterse en una bañera llena de espuma y relajarse un poco. Había sido una jornada estresante. En el trayecto hacia el hotel, había llamado al servicio de habitaciones por teléfono y había ordenado que le tuvieran el baño preparado para cuando ella llegara. Todo lo que tendría que hacer sería añadir un poco más de agua caliente y estaría en el paraíso.


En compañía de Joel, tomó el ascensor, que la llevó directamente a la suite. El hombre no trató en ningún momento de entablar conversación, y ella se lo agradeció. 


Estaba demasiado cansada.


Cuando entró en la suite, todo estaba en silencio. Estaba en el piso más alto de la torre principal, tenía un salón de estar muy espacioso, con un piano de cola, unas puertas francesas que daban a la terraza, un elegante y moderno sofá y unas sillas de color crema con discretos motivos en verde. El salón comedor tenía una mesa de caoba con sillas para ocho personas.


Se fue derecha al dormitorio y luego al cuarto de baño, quitándose la ropa según avanzaba. Corrió hacia la bañera, llena de maravillosas pompas de espuma, subió los dos peldaños de mármol y se sumergió hasta la barbilla. Abrió el grifo del agua caliente para que el baño resultase más relajante.


Pensó que se trataría de alguna equivocación cuando escuchó a alguien llamándola por su nombre. Pensó, incluso, que se había quedado dormida y estaba soñando. 


Pero volvió a oír aquella voz de nuevo.


—Señorita Chaves.


¡Pedro Alfonso! ¿Qué estaba haciendo él allí en su cuarto de baño?


Abrió lentamente los ojos, deseando que todo fuera un sueño. Pero no, él estaba allí.


—¿Por qué está usted en mi cuarto de baño? —preguntó cerrando inmediatamente el grifo del agua caliente y deseando que no desapareciese de su cuerpo ninguna de las pompas de espuma que tenía por encima.


Él debió percatarse también de ello, y retrocedió unos pasos.


—Teníamos una cita, ¿recuerda?


—Oh sí, claro que recuerdo. Estuve buscándole por el vestíbulo, pero usted debía de estar perdido en alguna otra parte. ¿Cómo se las arregló para entrar aquí?


—He estado todo el rato aquí. Baltazar me autorizó a tener una llave. Cuando llegué, no estaba usted en el vestíbulo y yo tenía trabajo que hacer.


—¿Qué trabajo?


No podía creer que estuviera teniendo una conversación con un guardaespaldas totalmente vestido mientras ella estaba completamente desnuda. Las pompas de jabón se iban rompiendo poco a poco en el aire y ella se dio cuenta de que debía zanjar cuanto antes aquella conversación.


—Tuve que inspeccionar la suite en busca de posibles micrófonos y cámaras.


—¿Y encontró algo? —preguntó ella.


—No.


—Baltazar me dijo que no tengo que preocuparme de nada mientras esté aquí.


—Siempre hay algún motivo de preocupación cuando se trata de una celebridad como usted.


Paula no estaba muy segura de si le gustaba el tono con que él había pronunciado esa palabra.


—¿Podríamos tener esta conversación mañana? —le preguntó ella.


—Me temo que no. En primer lugar, debo informarle de que la habitación contigua a esta suite está reservada durante las próximas noches. Eso quiere decir que tendré que dormir en el sofá.


—No entiendo —dijo ella sentándose en la bañera, teniendo cuidado de seguir cubierta de espuma—. ¿Por qué tendría usted que dormir en mi sofá?


—Porque soy su guardaespaldas.


Por unos segundos, sus miradas se cruzaron, y Paula se dio cuenta de que no se sentía en absoluto molesta por su presencia. Todo lo contrario, se sentía algo excitada. Sentía el corazón latiéndole dentro del pecho a mayor velocidad de la habitual.


—Muy bien, mi guardaespaldas. Usted me llevará a mis actos sociales y de trabajo, y se asegurará de que esté a salvo.


—No, señorita Chaves. Yo no soy su chófer, soy su guardaespaldas personal, y Baltazar desea que yo permanezca dentro de esta suite.


—¡No lo creo!


Pedro se cruzó de brazos con gesto de resignación.


—Yo sí. Y si tiene alguna duda sobre ello, puede llamar a su primo.


—Lo haré inmediatamente —dijo ella, asomando airada por encima de las pompas de jabón, pero hundiéndose en seguida de nuevo—. ¿Sería usted tan amable de salir un momento para que pueda arreglarme?


—La estaré esperando en el salón —respondió secamente, dándose la vuelta y mirándola por encima del hombro—. Tenga cuidado al poner los pies en el mármol, puede resbalarse.


Y salió del cuarto de baño.


Paula estaba que echaba humo. Se incorporó en la bañera y dejó que las burbujas de jabón se deslizaran por su cuerpo. 


¿Cómo se atrevía a entrar allí de esa forma? ¿Cómo se atrevía a decir que pensaba dormir esa noche en su sofá?


Salió de la bañera, puso los pies sobre el suelo de mármol, tomó una de las toallas que había sobre la repisa y se la enrolló alrededor del cuerpo.


No iba a resbalar, lo que iba a hacer era dejar en claro aquella situación inmediatamente.


Se dirigió hacia el teléfono que había colgado en la pared, y marcó el número del móvil de Baltazar. ¿Qué pasaría si fuese voluntad de Baltazar que Alfonso se quedase allí en la suite?


No podía ser. Tenía que ser una equivocación. Antes de quince minutos, estaría acostada tranquilamente en su cama y Pedro Alfonso se habría ido de allí.














domingo, 17 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 2




Una hora después, Paula estaba sentada en la enorme mesa del salón de la mansión de los Chaves.


Sentía aún cierta desazón tras su encuentro anterior con Pedro Alfonso. ¿Por qué había actuado de esa manera tan brusca con él? Hacía sólo un mes que había roto con Mikolaus Kutras, con el que había tenido la peor relación sentimental de su vida. No estaba preparada para abordar una nueva.


No estaba en su mejor momento, pero, aquella noche, no parecía ser la única. Se suponía que estaban allí para celebrar el cumpleaños de Elena Chaves. Viuda desde hacía casi un año, Elena había pedido a todos sus hijos que acudieran esa noche, y la había incluido a ella en la invitación. Siempre se había llevado muy bien con su tía. 


Cuando estaba en los Estados Unidos y su madre estaba en Italia, o terminando un rodaje en algún lugar del planeta, sabía que podía contar con su tía para todo.


Elena lucía habitualmente una amplia sonrisa, pero esa noche apenas era una sombra de sí misma. Y el resto de la familia tampoco parecía estar mucho más alegre. Baltazar, presidente ejecutivo de las Joyerías Chaves, mostraba una evidente expresión de preocupación. Teo, que había sido un hombre feliz y comprometido con su trabajo antes de ir a Bagdad como cirujano con la International Medical Corps, había vuelto totalmente cambiado. Ya no era el mismo hombre optimista y lleno de ilusiones, sino alguien desencantado y lleno de amargura.
Al lado de Teo, estaba sentada Pamela, que miraba constantemente de reojo a su hermano Baltazar. ¿Qué se traerían entre manos? Pamela había sido siempre muy poco femenina. Como gemóloga, a la vez que geóloga, hacía frecuentes viajes a África y a América del Sur para descubrir las bellezas ocultas de sus subsuelos.
Patricia, su hermana gemela, era más dulce y refinada. Diseñaba las joyas que se vendían en la cadena de tiendas de los Chaves y había vendido piezas de gran valor a miembros de la realeza europea, a estrellas del mundo del cine y a personajes relevantes de la alta sociedad.
Camilo, el menor de los Chaves, estaba sentado a la derecha de Paula. Tenía sólo veintiún años y debía regresar en un par de semanas a la Universidad Metodista del Sur. Camilo era muy sociable, pero esa noche apenas había pronunciado dos palabras. Él y su madre no habían cruzado una sola mirada en toda la noche.


Aquella noche, había un silencio inquietante en aquella mesa.


Tratando de romper la tensión, Paula probó un trozo de su tiramisú y se dirigió sonriente a Elena.


—El postre está exquisito.


—Sí, ciertamente —dijo Baltazar apoyando sus palabras—. Quisiera expresar mis mejores deseos para nuestra madre en este día de su cumpleaños.


Paula se sintió finalmente algo aliviada al ver cómo volvía a fluir de nuevo la conversación.


Pero enseguida la voz de Baltazar cobró un nuevo tono, esta vez frío y duro como una roca.


—He tratado de demorar todo lo posible el deciros algo que muy probablemente todos ya sabéis. Las Joyerías Chaves están atravesando una situación muy delicada. Con la recesión económica que estamos viviendo, nuestras ventas han caído drásticamente. Todos nuestros clientes, incluso los más adinerados, están recortando sus pedidos e incluso cancelando algunos previos. Y, en cuanto al público en general… Tenemos en nuestras tiendas a mucha gente mirando, pero muy pocos compran.


—¿Esta situación afecta sólo a las tiendas de Estados Unidos? —preguntó Elena.


—Las tiendas que gestiona Jose en Italia mantienen de momento su actividad, pero no abrigo muchas esperanzas de que sigan así por mucho tiempo.


Paula estaba muy orgullosa de su padre, aunque no había pasado demasiado tiempo con él cuando era pequeña. Ahora mantenían una estrecha relación y ella había disfrutado mucho yendo con él por Florencia, Roma y Milán a admirar las maravillosas piezas que se exponían en sus joyerías de lujo.


—Con la competencia existente actualmente en el mercado —prosiguió Baltazar—, nuestra firma ya no es tan importante y prestigiosa como antes. Necesitamos hacer algo y hacerlo ahora mismo.


—Por Dios santo, Baltazar, ¿tan mal están las cosas? —dijo Elena con tono de desolación.


La expresión de Baltazar se tornó sombría. Paula sabía bien que a su primo no le gustaba que se pusieran en tela de juicio sus afirmaciones.


—Más que mal. Ésa es la razón por la que me he decidido a hablaros de ello esta noche. Tras la muerte de papá, yo me hice cargo del negocio y descubrí en seguida que no era tan solvente como todos pensábamos. He llevado a cabo auditorías en todas las tiendas de la cadena y las conclusiones son las mismas. Si esto continúa así, nos veremos obligados a cerrar Atlanta, Houston y quién sabe si también Los Ángeles. Nuestro buque insignia aquí en Dallas necesita también un impulso, así que vamos a lanzar una fuerte campaña publicitaria a fin de recuperar el prestigio de nuestra firma.


Baltazar miró fijamente a Pamela por unos segundos y luego fue recorriendo con la mirada a cada uno de los asistentes. Paula se preguntó si no habría discutido ya el asunto previamente con su hermana.


—He desarrollado una campaña global —prosiguió él—, basada en el descubrimiento del diamante Santa Magdalena.


—¡El Santa Magdalena lleva perdido desde 1800! —objetó Patricia.


—En efecto —confirmó Baltazar.


—Los cazadores de tesoros encontraron hace unos seis meses el barco que se hundió llevando supuestamente el diamante —prosiguió Patricia—. Seguí con mucho interés el caso y no se encontró rastro de ninguna joya.


Paula sabía que Patrcia estaba siempre a la caza de cualquier suceso que pudiese aportar cualquier idea a sus diseños.


—Así es —dijo Baltazar muy sereno—. Por eso, los rumores de que los supervivientes de la tripulación lo robaron han vuelto a resurgir.


—¿No era el padre de Gavin Foley uno de los miembros de la tripulación? —preguntó Teo.


Paula esperó a escuchar una exclamación unánime de desaprobación en la mesa. El nombre de Foley no se pronunciaba nunca en aquella casa cuando los Chaves estaban reunidos.


Pamela se encargó de responder a Teo.


—Sí, el rumor que corrió fue que Elwin Foley se hizo con el diamante. Y tenemos buenas razones para pensar que el rumor es cierto.


Paula estaba al tanto de la disputa existente desde hacía mucho tiempo entre los Foley y los Chaves. Se había iniciado cuando el abuelo de Baltazar, Harry Chaves, había ganado a Gavin Foley en una partida de póker la propiedad de unas minas de plata abandonadas. Por lo que tenía entendido, Gavin había sido un jugador más que un trabajador. Las cinco minas que su padre había abierto nunca habían producido un solo gramo de plata, y eso que su padre se había matado a trabajar tratando de encontrarla. Gavin había decidido que él no llevaría nunca una vida tan desgraciada.


Tampoco llegó a pensar nunca que tendría la mala fortuna de perderlas en una partida de póker. El alcohol y la adrenalina le llevaron a ponerlas sobre la mesa de juego y Harry Chaves, el abuelo de Baltazar, sacó buen provecho de ello. Después, Gavin difundió la idea de que Harry le había hecho trampas.


Y así había empezado la rivalidad entre las dos familias.


En aquel entonces, todos pensaban que las minas carecían de valor, pero Harry Chaves trabajó duro, excavando profundamente, hasta encontrar la plata. Y así llegó a hacerse rico. Los Foley, incluida toda la descendencia, odiaron a partir de entonces a los Chaves.


—Nuestra familia trató por todos los medios de poner fin a la disputa —dijo Elena—. Devon otorgó a Rex el usufructo de la propiedad de las tierras.


De lo que Paula había oído en sus visitas a la mansión cuando era pequeña, sabía que su tía había sido parte activa también de aquella disputa. Supuestamente, tanto Rex Foley como Devon Chaves la habían estado cortejando a la vez. Y Devon, el padre de Baltazar, había vuelto a ser el ganador. Aquel triángulo amoroso había contribuido a fomentar aún más la tensión entre las dos familias.


—Tu padre intentó apaciguar a los Foley —insistió Elena.


—Estoy convencido de que Travis Foley, que es quien vive allí ahora —observó Teo con sarcasmo—, se despierta cada mañana maldiciendo a los Chaves porque la tierra que pisa no le pertenece.


—Puede ser —admitió Baltazar fríamente—, pero los Chaves tenemos aún los derechos sobre los minerales y tenemos buenas razones para creer que el diamante Santa Magdalena está escondido en una de esas minas.


—¡Estás bromeando! —exclamó Patricia—. ¿Qué te lleva a pensar eso?


—Estuve examinando los documentos privados de papá tratando de hallar alguna idea para sacar a flote nuestro negocio, y estudiando las escrituras de la propiedad me di cuenta de que allí estaba la clave para dar con el paradero del diamante Santa Magdalena.


—¿Y nadie se ha dado cuenta en todos estos años? —replicó Teo con escepticismo.


—En las escrituras hay algo en lo que nadie parece haber reparado hasta ahora —comenzó explicando Baltazar—. Hay unos símbolos, una especie de petroglifos. Uno de ellos es un águila con las garras en forma de diamante. Estaban muy desdibujados, de modo que los envié a un experto. Tras el análisis, llegó a la conclusión de que los símbolos fueron
grabados después de fijar las escrituras. De adolescente, exploré las minas en persona para ver qué había en ellas, y creo que el águila es la clave para encontrar el diamante.


—Cada una de las minas tienen un petroglifo grabado en una roca a la entrada de la mina: una tortuga, un lagarto, un árbol, un arco y un águila —explicó Pamela—. Creemos que el padre de Gavin escondió el diamante en la mina del águila. Dado que él fue quien robó el diamante, no podía venderlo fácilmente. No en vano, pasa por ser el diamante ámbar más grande del mundo. Cualquiera lo habría reconocido. ¿Qué otra cosa podía hacer sino ocultarlo en alguna parte hasta encontrar la forma de hacer una fortuna con él? Por otra parte, sabía lo peligroso que era el trabajo en las minas, de forma que dibujó los símbolos en la escritura para que su esposa o su hijo pudieran descubrirlos cuando él ya no estuviese.


—Admito que se trata sólo de una conjetura, pero es una conjetura que podría reportarnos muchos beneficios. Estoy adquiriendo todos los diamantes ámbar que puedo. Creo que se revalorizarán extraordinaria-mente en cuanto encontremos el diamante Santa Magdalena. La repercusión mediática del hallazgo será enorme. Tendremos nuestras tiendas preparadas para servir toda una gama de productos de diamantes ámbar. Patricia puede ir trabajando sobre esta idea. Mientras tanto, me gustaría poner en marcha una nueva campaña publicitaria en toda nuestra cadena de tiendas —Baltazar dirigió en ese momento su mirada hacia Paula—. Paula está de acuerdo en liderar esta campaña y todos nos sentimos felices de tenerla entre nosotros. Es tan conocida como Paris Hilton, pero desde que pasa tanto tiempo en Europa, la prensa americana parece haberse olvidado un poco de ella. Hará una larga gira por todos los Estados para promocionar la campaña. Empezaremos por la apariencia de nuestras tiendas, promoviendo nuestra atención a los clientes, dejando que los clientes preferentes envíen sus sugerencias por correo electrónico a Paula, y dejando que ella concierte algunas entrevistas personales con los que considere de mayor interés. Patricia, mientras tanto, puede comenzar a trabajar en el diseño de los diamantes ámbar y Paula confeccionará un catálogo de todos sus diseños. Queremos que todos nuestros clientes salgan de nuestras tiendas habiendo comprado algo. Nada de técnicas agresivas de venta, hay que hacer que nuestros clientes se sientan tan especiales que ellos mismos se muestren deseosos de comprar nuestros productos. Estoy considerando la idea de lanzar la iniciativa de un desayuno con los Chaves, croissants y café expréss, así como la de champán y entremeses algunas tardes. Todo forma parte del esfuerzo que debemos hacer entre todos para sacar a flote el negocio de la familia.


Paula analizó por unos instantes las ideas de Baltazar. Le gustaban todas ellas y algunas incluso le parecían divertidas. 


Aunque la mayor parte de su armario era de diseñadores europeos, algunos de sus modelos eran americanos. De hecho, una de sus diseñadoras habituales vivía en Houston. Llamaría a Tara Grantley esa noche para ver cuándo podían verse.


¿Le acompañaría Pedro a Houston adonde vivía Grantley? 


Sintió una extraña desazón al pensarlo.


Baltazar estaba a punto de incorporarse cuando su madre se levantó de la mesa antes de que él lo hiciera.


—Quédate donde estás, Baltazar. Tengo algo que decir a la familia.


Camilo, al lado de Paula, se arrellanó en su asiento, poniéndose muy tenso, apartando a un lado el plato del postre y comenzando a mover nervioso las piernas por debajo de la mesa. Sin duda, había ocurrido algo entre Camilo y su madre, pero ¿qué?


—No voy a robaros mucho tiempo —comenzó diciendo Elena—, pero hay algo importante que necesito deciros. Cuando el año pasado me comunicaron que tenía un cáncer de mama, me replanteé muchos aspectos de mi vida. Tengo algunas cosas de las que arrepentirme. Ahora que no está vuestro padre, me siento en condiciones de revelaros un secreto que he mantenido durante muchos años. He pensado bien a quién podía beneficiar y a quién perjudicar esta revelación. Pero finalmente he decidido que no puedo guardarlo por más tiempo. He hablado ya del asunto con Camilo porque es a él a quien más afecta. No me resulta fácil decirlo, así que trataré de explicarlo en pocas palabras. 
Hace veintidós años, durante una época no precisamente muy feliz de mi matrimonio, mantuve una relación con Rex Foley. Camilo es el fruto de ella. Vuestro hermano no es un Chaves, es un Foley.


Paula observó como el estupor y luego el dolor se adueñaban sucesivamente de los rostros de todos los asistentes. Camilo agachó la cabeza, como esperando el rechazo de todos sus hermanos y hermanas. Patricia, Pamela y Teo lo miraron perplejos, como si no pudiesen entender que uno de los suyos pudiera ser un Foley. Y Baltazar… Baltazar miraba a su madre con una expresión de ira como nunca antes le había visto Paula. Algo había estallado de repente esa noche en el seno de aquella familia y ella no se sentía a gusto formando parte de ella. Ella no era uno de los hijos de Elena. No podía ayudarles a resolver sus problemas internos. No hasta que no hubieran digerido la noticia.


Paula se acercó a Camilo y le tomó la mano.


—Todo va a salir bien.


Sabía que aquellas palabras no le iban a servir de ninguna ayuda, pero las dijo de todos modos.


—Nada volverá a ser como antes —dijo él mirándola a los ojos.


Paula se levantó entonces de la mesa y puso la mano sobre el hombro de Camilo. Luego hizo lo propio con Patricia, con Pamela y con Teo, pero se detuvo un instante al llegar a donde estaba Baltazar, sentado muy arrogante en su silla.


Apoyó finalmente la mano sobre su hombro, inclinándose un poco hacia él.


—Llámame —le dijo.


Sabía que tenía que llamarla, tenía que ultimar los detalles de la primera fase del plan que él mismo había marcado. Quizá entonces le diría lo que pensaba sobre lo que
acababa de suceder, pero no albergaba demasiadas esperanzas. Baltazar era un mundo en sí mismo.


Cuando llegó a la altura de Elena, advirtió que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Se inclinó para darle un abrazo.


—Quería que tú también lo supieras —le susurró su tía.


—Te lo agradezco, tía, pero creo que esto es algo privado de la familia. Me vuelvo al hotel.


Cuando salió del salón, se hizo un profundo silencio. Se preguntó quién sería el primero en romperlo. Y se preguntó también si alguno de ellos se daría cuenta de que tenían una ocasión de oro para poner fin de una vez por todas a la disputa con los Foley.


En cualquier caso, sentía la necesidad de salir de allí y refugiarse en la tranquila suite del hotel, para olvidar todas las tensiones, no sólo de esa noche, sino de los meses pasados. Nadie allí sabía la verdadera historia de lo que realmente había sucedido en aquel club de Londres un mes antes. Nadie conocía la verdadera historia de su relación con Miko Kutras.








ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 1





LA puerta de la biblioteca de la mansión de los Chaves se abrió de repente, irrumpiendo en la estancia una hermosísima mujer de cabello largo y rubio: Paula Chaves. Su rostro aparecía con asiduidad en las portadas de las revistas de moda y en las páginas de la prensa sensacionalista.


Sin poder evitarlo, Pedro Alfonso se quedó por un momento sin respiración, deslumbrado por su belleza. No quería ser el protector de una modelo de la alta sociedad que representaba el paradigma de la niña criada en medio del lujo y la opulencia. Pero, en su calidad de responsable de seguridad de las Joyerías Chaves, no le quedaba otra elección. Y menos aún cuando Baltazar Chaves le había pedido personalmente ese favor.


Paula, con aquel ajustado vestido azul y aquellos zapatos de tacón de aguja, podía dejar sin respiración a cualquier hombre. Pero no a él. A él no le iban las divas.


—Siento llegar tarde —dijo ella con una sonrisa que contribuyó a acentuar aún más su belleza.


Sus miradas se cruzaron durante unos segundos. Pedro se sintió como transportado a otro mundo.


—Mi… Mi vuelo sufrió un retraso —se excusó ella, con la mirada aún fija en la suya—. Vine todo lo deprisa que pude.


Se detuvo al observar que él ni sonreía ni hacía la menor intención de acercarse a saludarla.


Si esperaba que él cayera rendido a sus pies, iba lista.


—Señorita Chaves, soy su guardaespaldas. Comenzaré mi servicio esta noche, cuando vuelva usted a Sky Towers. Baltazar me aseguró que un chófer de la familia la acercará al hotel después de la cena de cumpleaños de la madre de Baltazar. Me reuniré allí con usted y estaré a su lado durante toda la semana.


Paula alzó arrogante su pequeña y bien dibujada barbilla.


—El placer es mío, señor Alfonso. Me gustaría decirle, antes de nada, que no considero que necesite tener ningún guardaespaldas. Todo ha sido idea de Baltazar, no mía.


Pedro no dio un solo paso hacia ella. Sabía que tenía que marcar desde el principio una infranqueable frontera entre ambos.


—¿No necesita un guardaespaldas? —preguntó él muy sereno—. Pues tengo entendido que se produjo cierto desagradable incidente a su llegada al aeropuerto.


Baltazar le había puesto al corriente del suceso. Había tenido que resolver un problema de seguridad en Houston y no había podido estar allí antes. Al menos, había conseguido llegar justo a tiempo para reunirse con Paula antes de la celebración del cumpleaños de Elena Chaves.


—Los paparazzi consiguieron enterarse de mi llegada, pero me las arreglé para darles esquinazo —dijo Paula con cierto rubor en las mejillas.


—No sólo fueron los paparazzi. Había una multitud esperándola, llegaron incluso a impedir la salida de la limusina. Señorita Chaves, hay dos cosas que debe aprender mientras esté bajo mi protección. Una, que debe ser siempre sincera conmigo. Dos, que no debe correr riesgos innecesarios. ¿Entendido?


—¿Entendido? —repitió Paula desafiante, echando chispas por sus ojos dorados—. Creo que fue usted agente del Servicio Secreto. Y muy bueno, según tengo entendido. Eso es genial, es encomiable. Pero no voy a dejar que me diga lo que puedo y lo que no puedo hacer. ¿Entendido?


Tenía delante de él a una mujer bellísima y luchadora, no cabía duda. Pero iba a tener que ignorarlo si quería tener la situación bajo control.


—Mi trabajo es mantenerla a salvo.


—Muy bien, limítese entonces a cumplir con su trabajo. Como portavoz de Joyerías Chaves, tengo que hacer todo lo que Baltazar me encargue, y eso conlleva relacionarme con mucha gente. También tengo algunos compromisos propios, y no siempre puedo predecir como resultarán.


—¿Como aquel tipo que la estuvo acosando el año pasado?
Paula palideció. Pero se recuperó enseguida y esbozó una sonrisa.


—Nadie ha vuelto a acosarme últimamente, no se preocupe por eso. Usted sólo tiene que protegerme durante unas pocas semanas. Iré a Italia unas cuantas semanas a finales de agosto. Cuando vuelva, Baltazar ya habrá buscado a otra persona y usted podrá volver a su trabajo de seguridad en las tiendas.


—Mientras tanto, tenemos que trabajar juntos.


—No, señor Alfonso. Usted sólo tiene que limitarse a evitar que me acosen mis fans.


Pedro recordó entonces una imagen de Paula publicada el mes anterior en un periódico sensacionalista. Un paparazzi le había sacado una foto bailando en un club de Londres. 


Una foto que valía su peso en oro. Se le habían aflojado los tirantes y se le había caído la parte de arriba de su elegante vestido.


¿Había sido un simple accidente o habría sido todo un estudiado montaje publicitario?


Un súbito rubor cubrió las mejillas de Paula, y Pedro supuso que ella estaba recordando también aquel incidente. De forma brusca, Paula se dio la vuelta con la intención de salir de la estancia.


—Señorita Chaves… —dijo él sorprendido.


—Ya hablaremos más tarde, no quiero hacer esperar a mi tía el día de su cumpleaños.


Y, dicho eso, Paula Chaves desapareció de la estancia.


—Muy bien —murmuró entre dientes Pedro, pasándose la mano por su pelo moreno cortado al estilo militar.


Paula Chaves le iba a dar más problemas de los que se había imaginado. Pero sabría manejarla.


¿Acaso no había trabajado como miembro de seguridad al servicio del presidente de Estados Unidos?