lunes, 18 de mayo de 2015
ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 3
En cuanto Paula llegó al lujoso vestíbulo del Sky Towers, se le acercó una persona del servicio de seguridad.
—¿Señorita Chaves? Se me han encargado escoltarla hasta su suite.
Paula echó una mirada rápida a lo largo y ancho del hall, tratando de hallar por alguna parte a Pedro Alfonso. Le había dicho que se reuniría allí con ella, pero no parecía haber llegado todavía.
—¿Ha visto usted a un hombre alto con el pelo negro cortado estilo militar? Tiene los hombros anchos y los ojos castaño oscuros. Había quedado con él aquí.
—Oh, sí, estuve con él esta noche. Fue él quien me pidió que la acompañase a usted a su suite.
Al parecer, Pedro Alfonso tenía algún sitio más importante a donde ir. Eso le agradaba. Así no tendría que tratar con él hasta el día siguiente. Le apetecía meterse en una bañera llena de espuma y relajarse un poco. Había sido una jornada estresante. En el trayecto hacia el hotel, había llamado al servicio de habitaciones por teléfono y había ordenado que le tuvieran el baño preparado para cuando ella llegara. Todo lo que tendría que hacer sería añadir un poco más de agua caliente y estaría en el paraíso.
En compañía de Joel, tomó el ascensor, que la llevó directamente a la suite. El hombre no trató en ningún momento de entablar conversación, y ella se lo agradeció.
Estaba demasiado cansada.
Cuando entró en la suite, todo estaba en silencio. Estaba en el piso más alto de la torre principal, tenía un salón de estar muy espacioso, con un piano de cola, unas puertas francesas que daban a la terraza, un elegante y moderno sofá y unas sillas de color crema con discretos motivos en verde. El salón comedor tenía una mesa de caoba con sillas para ocho personas.
Se fue derecha al dormitorio y luego al cuarto de baño, quitándose la ropa según avanzaba. Corrió hacia la bañera, llena de maravillosas pompas de espuma, subió los dos peldaños de mármol y se sumergió hasta la barbilla. Abrió el grifo del agua caliente para que el baño resultase más relajante.
Pensó que se trataría de alguna equivocación cuando escuchó a alguien llamándola por su nombre. Pensó, incluso, que se había quedado dormida y estaba soñando.
Pero volvió a oír aquella voz de nuevo.
—Señorita Chaves.
¡Pedro Alfonso! ¿Qué estaba haciendo él allí en su cuarto de baño?
Abrió lentamente los ojos, deseando que todo fuera un sueño. Pero no, él estaba allí.
—¿Por qué está usted en mi cuarto de baño? —preguntó cerrando inmediatamente el grifo del agua caliente y deseando que no desapareciese de su cuerpo ninguna de las pompas de espuma que tenía por encima.
Él debió percatarse también de ello, y retrocedió unos pasos.
—Teníamos una cita, ¿recuerda?
—Oh sí, claro que recuerdo. Estuve buscándole por el vestíbulo, pero usted debía de estar perdido en alguna otra parte. ¿Cómo se las arregló para entrar aquí?
—He estado todo el rato aquí. Baltazar me autorizó a tener una llave. Cuando llegué, no estaba usted en el vestíbulo y yo tenía trabajo que hacer.
—¿Qué trabajo?
No podía creer que estuviera teniendo una conversación con un guardaespaldas totalmente vestido mientras ella estaba completamente desnuda. Las pompas de jabón se iban rompiendo poco a poco en el aire y ella se dio cuenta de que debía zanjar cuanto antes aquella conversación.
—Tuve que inspeccionar la suite en busca de posibles micrófonos y cámaras.
—¿Y encontró algo? —preguntó ella.
—No.
—Baltazar me dijo que no tengo que preocuparme de nada mientras esté aquí.
—Siempre hay algún motivo de preocupación cuando se trata de una celebridad como usted.
Paula no estaba muy segura de si le gustaba el tono con que él había pronunciado esa palabra.
—¿Podríamos tener esta conversación mañana? —le preguntó ella.
—Me temo que no. En primer lugar, debo informarle de que la habitación contigua a esta suite está reservada durante las próximas noches. Eso quiere decir que tendré que dormir en el sofá.
—No entiendo —dijo ella sentándose en la bañera, teniendo cuidado de seguir cubierta de espuma—. ¿Por qué tendría usted que dormir en mi sofá?
—Porque soy su guardaespaldas.
Por unos segundos, sus miradas se cruzaron, y Paula se dio cuenta de que no se sentía en absoluto molesta por su presencia. Todo lo contrario, se sentía algo excitada. Sentía el corazón latiéndole dentro del pecho a mayor velocidad de la habitual.
—Muy bien, mi guardaespaldas. Usted me llevará a mis actos sociales y de trabajo, y se asegurará de que esté a salvo.
—No, señorita Chaves. Yo no soy su chófer, soy su guardaespaldas personal, y Baltazar desea que yo permanezca dentro de esta suite.
—¡No lo creo!
Pedro se cruzó de brazos con gesto de resignación.
—Yo sí. Y si tiene alguna duda sobre ello, puede llamar a su primo.
—Lo haré inmediatamente —dijo ella, asomando airada por encima de las pompas de jabón, pero hundiéndose en seguida de nuevo—. ¿Sería usted tan amable de salir un momento para que pueda arreglarme?
—La estaré esperando en el salón —respondió secamente, dándose la vuelta y mirándola por encima del hombro—. Tenga cuidado al poner los pies en el mármol, puede resbalarse.
Y salió del cuarto de baño.
Paula estaba que echaba humo. Se incorporó en la bañera y dejó que las burbujas de jabón se deslizaran por su cuerpo.
¿Cómo se atrevía a entrar allí de esa forma? ¿Cómo se atrevía a decir que pensaba dormir esa noche en su sofá?
Salió de la bañera, puso los pies sobre el suelo de mármol, tomó una de las toallas que había sobre la repisa y se la enrolló alrededor del cuerpo.
No iba a resbalar, lo que iba a hacer era dejar en claro aquella situación inmediatamente.
Se dirigió hacia el teléfono que había colgado en la pared, y marcó el número del móvil de Baltazar. ¿Qué pasaría si fuese voluntad de Baltazar que Alfonso se quedase allí en la suite?
No podía ser. Tenía que ser una equivocación. Antes de quince minutos, estaría acostada tranquilamente en su cama y Pedro Alfonso se habría ido de allí.
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