lunes, 18 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 4




Paula sabía que no era el momento más oportuno para llamar a Baltazar. Acababa de enterarse de que Camilo era sólo medio hermano suyo, y de que su madre había tenido una aventura. Pero no podía seguir allí en el hotel con Pedro Alfonso, con todos sus sentidos en estado de alerta máxima cada vez que él se acercaba a ella. Y menos después de la confusión sentimental en que se encontraba tras su ruptura con Miko.


—Chaves—respondió Baltazar secamente.


—Siento molestarte. Soy Paula.


—Paula, no puedo hablar ahora contigo… —dijo él tras unos segundos de vacilación.


—Siento importunarte en este momento. Sé cómo te debes sentir. Pero encontré a… tu agente del Servicio Secreto en mi suite cuando regresé esta noche. Supongo que no le habrás ordenado que se pase todo el tiempo a mi lado, ¿no?


Baltazar era un hombre muy seguro de sí mismo, tanto que a veces bordeaba la arrogancia. Desde pequeño, él había asumido el papel de protector de Paula y, a pesar de que nunca habían tenido demasiado contacto, siempre había estado allí cuando ella le había necesitado.


Sin embargo, en aquel momento, parecía estar a punto de perder la paciencia.


—Confía en Pedro, Paula. En una ocasión recibió un disparo que iba dirigido a un senador al que estaba protegiendo. Pensó que era su deber, que formaba parte de su trabajo. Por eso le elegí a él. Además, quería a alguien que no intentase aprovecharse de ti. Pedro no lo hará, tenlo por seguro. Su trabajo y su reputación lo son todo para él.


—La habitación de al lado está reservada y pretende quedarse a dormir en el sofá de mi suite.


—Tienes un dormitorio individual, ¿no?


—Sí, pero…


—Paula, has tenido dos incidentes graves de acoso en los últimos tres años. Si te reconocen por la calle podrías verte en una situación apurada, y los paparazzi se sentirían felices de conseguir tal reportaje. No quiero que te suceda nada mientras estés con nosotros.
Y nada te sucederá si dejas a Pedro que haga su trabajo


—¿Crees sinceramente que todo esto es necesario?


—Sí, de otro modo no lo hubiera hecho. Y, en el caso de que llegara a intentar algo, con decirle que se aparte bastará. Te obedecerá en el acto.


—La verdad, Baltazar, no me apetece tener a un hombre a mi lado en estos momentos.


—Es un agente del Servicio Secreto, Paula. Procura ignorarle. Se sentirá como en casa.


Eso la hizo sonreír. Hubiera deseado oír también la sonrisa de Baltazar al otro extremo de la línea. Deseaba poder ayudar de alguna forma a la familia.


—Siento lo que ha ocurrido esta noche. Si hay algo que pueda hacer…


La voz de Baltazar se tornó fría y distante.


—No hay nada que podamos hacer ninguno. Lo único que sé es que ya no podremos volver a mirar a nuestra madre igual que antes.


Paula podía percibir el resentimiento en la voz de Baltazar, y deseaba que sus palabras no fuesen verdad.


Sería algo terrible para Elena que todos sus hijos le volviesen la espalda.


—Tengo que dejarte, Patricia me está esperando.
Paula, podría necesitarte en cualquier momento, ¿habría algún problema por tu parte?


—Ninguno, Baltazar, apenas tengo compromisos aquí. Puedes contar conmigo para todo.


—Gracias, Paula. Y confía en Pedro —dijo él de nuevo.
Y tras darle las buenas noches, colgó.


Confiar en Pedro.


¿Sólo porque Baltazar lo dijera? Parecía preocuparse mucho por ella. Tal vez debería haberle pedido consejo sobre Miko. Aunque, ¿le habría escuchado? Al principio, Miko la había adorado, había sido capaz de llenar el vacío que había sentido en su corazón desde que era niña. Pero luego, él había cambiado.


¿O había sido ella la que había cambiado? No, ella no había hecho nada para merecerse ese desprecio. ¿Cómo podía haberse enamorado de un hombre al que no conocía?


Se dirigió al dormitorio para vestirse. Echó una ojeada rápida y se fijó en un caftán largo de tonos rosa y púrpura. Lo descolgó de la percha, y se lo puso dejándolo deslizarse por la cabeza hasta casi tocar el suelo. Alisó la fina tela de seda con las manos y salió de la habitación descalza.


Se encaminó a la sala de estar, donde estaba Pedro sentado cómodamente en una silla, contemplando un cuadro de la pared. Pero, aunque no creía haber hecho el menor ruido, el guardaespaldas se levantó como un resorte.


—¿Consiguió hablar con Baltazar?


—Sí. Me dijo que le necesito. No quiere ser responsable de lo que me pueda pasar mientras esté aquí.


La sonrisa de satisfacción que había esperado ver en la cara de él no llegó a producirse.


—Así que, Baltazar es de la opinión de que usted debería escucharme —dijo Pedro.


—No, no dijo eso. Sólo dijo que usted era muy bueno en su trabajo y que era necesario.


—¿Y la convenció?


—No, no lo hizo. No me gusta que me vigilen y menos aún que me digan lo que tengo que hacer. Me gustaría que eso quedase claro desde el principio.


—No esperaba otra cosa de alguien como usted.


Paula se sintió muy irritada al oír esas palabras.


Avanzó unos pasos hacia él.


—¿Alguien como yo? ¿Me puede usted explicar qué quiere decir con eso?


—No debería haber dicho nada —masculló él.


—Pero lo hizo.


—Acostumbro a mantener la boca cerrada —se excusó Pedro, sorprendido él mismo de haber quebrado sus principios.


—Usted no sabe nada de mí.


—Sé que es usted la hija de Jose Chaves y de una actriz italiana que desciende de la realeza. Sé que comenzó su carrera de modelo a los diecisiete años y en seguida se vio catapultada a las portadas de todas las revistas de moda. Tengo entendido que las mujeres imitan su forma de vestir, su forma de andar y sus peinados. Los fans la persiguen a todas partes y los paparazzi creen que tienen derecho a seguirla a donde quiera que vaya, a escuchar cualquier cosa que diga, y a fotografiar cualquier cosa que haga. Imagino que se sentirá como una estrella… como una princesa. Eso es lo que quería decir con lo de alguien como usted.


Aquel análisis sobre su persona tuvo el efecto de llenarla de lágrimas por dentro. No podía permitir que su guardaespaldas notase como le había afectado lo que le acababa de decir. Desafortunadamente, le vinieron entonces a la mente las palabras de Miko que tanto le habían afectado hacía ya un mes… palabras que le habían herido en lo más profundo del alma.


—Señor Alfonso… —dijo ella, tratando de interrumpir el examen.


—Me llamo Pedro —le interrumpió él—. Después de todo, voy a estar pegado a usted durante unas semanas, así que debería llamarme como lo hace todo el mundo. ¿Cómo prefiere que la llame yo? ¿Señorita Chaves?


Paula lo observó detenidamente. Andaría cerca de los cuarenta. Sus ojos indicaban astucia e inteligencia.
Pero, sobre todo, transmitía fuerza y virilidad. Sintió una gran zozobra en el corazón. ¿Cómo podía sentir eso, después del desengaño que había sufrido con Miko? ¿Cómo podía sentirlo cuando ni siquiera sabía si podía confiar en su propio juicio?


—Señorita Chaves está bien —respondió ella, tratando de mantener las distancias—. Le sacaré una manta y una almohada del armario de mi habitación. Si va a dormir en el sofá, las necesitará.






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