domingo, 17 de mayo de 2015
ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 1
LA puerta de la biblioteca de la mansión de los Chaves se abrió de repente, irrumpiendo en la estancia una hermosísima mujer de cabello largo y rubio: Paula Chaves. Su rostro aparecía con asiduidad en las portadas de las revistas de moda y en las páginas de la prensa sensacionalista.
Sin poder evitarlo, Pedro Alfonso se quedó por un momento sin respiración, deslumbrado por su belleza. No quería ser el protector de una modelo de la alta sociedad que representaba el paradigma de la niña criada en medio del lujo y la opulencia. Pero, en su calidad de responsable de seguridad de las Joyerías Chaves, no le quedaba otra elección. Y menos aún cuando Baltazar Chaves le había pedido personalmente ese favor.
Paula, con aquel ajustado vestido azul y aquellos zapatos de tacón de aguja, podía dejar sin respiración a cualquier hombre. Pero no a él. A él no le iban las divas.
—Siento llegar tarde —dijo ella con una sonrisa que contribuyó a acentuar aún más su belleza.
Sus miradas se cruzaron durante unos segundos. Pedro se sintió como transportado a otro mundo.
—Mi… Mi vuelo sufrió un retraso —se excusó ella, con la mirada aún fija en la suya—. Vine todo lo deprisa que pude.
Se detuvo al observar que él ni sonreía ni hacía la menor intención de acercarse a saludarla.
Si esperaba que él cayera rendido a sus pies, iba lista.
—Señorita Chaves, soy su guardaespaldas. Comenzaré mi servicio esta noche, cuando vuelva usted a Sky Towers. Baltazar me aseguró que un chófer de la familia la acercará al hotel después de la cena de cumpleaños de la madre de Baltazar. Me reuniré allí con usted y estaré a su lado durante toda la semana.
Paula alzó arrogante su pequeña y bien dibujada barbilla.
—El placer es mío, señor Alfonso. Me gustaría decirle, antes de nada, que no considero que necesite tener ningún guardaespaldas. Todo ha sido idea de Baltazar, no mía.
Pedro no dio un solo paso hacia ella. Sabía que tenía que marcar desde el principio una infranqueable frontera entre ambos.
—¿No necesita un guardaespaldas? —preguntó él muy sereno—. Pues tengo entendido que se produjo cierto desagradable incidente a su llegada al aeropuerto.
Baltazar le había puesto al corriente del suceso. Había tenido que resolver un problema de seguridad en Houston y no había podido estar allí antes. Al menos, había conseguido llegar justo a tiempo para reunirse con Paula antes de la celebración del cumpleaños de Elena Chaves.
—Los paparazzi consiguieron enterarse de mi llegada, pero me las arreglé para darles esquinazo —dijo Paula con cierto rubor en las mejillas.
—No sólo fueron los paparazzi. Había una multitud esperándola, llegaron incluso a impedir la salida de la limusina. Señorita Chaves, hay dos cosas que debe aprender mientras esté bajo mi protección. Una, que debe ser siempre sincera conmigo. Dos, que no debe correr riesgos innecesarios. ¿Entendido?
—¿Entendido? —repitió Paula desafiante, echando chispas por sus ojos dorados—. Creo que fue usted agente del Servicio Secreto. Y muy bueno, según tengo entendido. Eso es genial, es encomiable. Pero no voy a dejar que me diga lo que puedo y lo que no puedo hacer. ¿Entendido?
Tenía delante de él a una mujer bellísima y luchadora, no cabía duda. Pero iba a tener que ignorarlo si quería tener la situación bajo control.
—Mi trabajo es mantenerla a salvo.
—Muy bien, limítese entonces a cumplir con su trabajo. Como portavoz de Joyerías Chaves, tengo que hacer todo lo que Baltazar me encargue, y eso conlleva relacionarme con mucha gente. También tengo algunos compromisos propios, y no siempre puedo predecir como resultarán.
—¿Como aquel tipo que la estuvo acosando el año pasado?
Paula palideció. Pero se recuperó enseguida y esbozó una sonrisa.
—Nadie ha vuelto a acosarme últimamente, no se preocupe por eso. Usted sólo tiene que protegerme durante unas pocas semanas. Iré a Italia unas cuantas semanas a finales de agosto. Cuando vuelva, Baltazar ya habrá buscado a otra persona y usted podrá volver a su trabajo de seguridad en las tiendas.
—Mientras tanto, tenemos que trabajar juntos.
—No, señor Alfonso. Usted sólo tiene que limitarse a evitar que me acosen mis fans.
Pedro recordó entonces una imagen de Paula publicada el mes anterior en un periódico sensacionalista. Un paparazzi le había sacado una foto bailando en un club de Londres.
Una foto que valía su peso en oro. Se le habían aflojado los tirantes y se le había caído la parte de arriba de su elegante vestido.
¿Había sido un simple accidente o habría sido todo un estudiado montaje publicitario?
Un súbito rubor cubrió las mejillas de Paula, y Pedro supuso que ella estaba recordando también aquel incidente. De forma brusca, Paula se dio la vuelta con la intención de salir de la estancia.
—Señorita Chaves… —dijo él sorprendido.
—Ya hablaremos más tarde, no quiero hacer esperar a mi tía el día de su cumpleaños.
Y, dicho eso, Paula Chaves desapareció de la estancia.
—Muy bien —murmuró entre dientes Pedro, pasándose la mano por su pelo moreno cortado al estilo militar.
Paula Chaves le iba a dar más problemas de los que se había imaginado. Pero sabría manejarla.
¿Acaso no había trabajado como miembro de seguridad al servicio del presidente de Estados Unidos?
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