jueves, 16 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 23




Unos golpes en la puerta de su cuarto despertaron a Paula quien había logrado por fin conciliar el sueño.


—Pau, Pedro está abajo. Quiere hablar contigo —dijo Sara entrando en la habitación.


—Dile que no puedo recibirlo.


Sara observó a su hermana menor y de inmediato percibió que ella había estado llorando.


—¿Qué sucede? ¿Por qué has llorado?


—Yo no estuve llorando —replicó Paula alzándose de la cama y yendo hacia la ventana que daba a la calle. Vio estacionada la Harley de Pedro y su corazón comenzó a latir con más fuerza.


—A mí no me engañas, te conozco como si yo misma te hubiera parido, Pau —le dijo yendo hacia ella—. ¿Tiene algo que ver la visita de tu jefe con esas lágrimas?


Paula no respondió pero cuando su hermana le puso una mano en el hombro ella la apretó con fuerza.


—Por favor, Sara, dile que no me siento bien. No quiero verlo, haz que se vaya… por favor.


Sara ignoraba lo que había sucedido entre su hermana y Pedro pero lo que haya sido la había dejado devastada.


—Está bien, se lo diré pero creo que deberías hablar con él, sobre todo si es por su culpa que estás así de angustiada.


—Hablaré con él mañana… ahora no puedo.


—Como quieras —se dirigió hacia la puerta—. ¿Estás segura que no quieres verlo?


Paula se dio media vuelta y asintió.


Sara cerró la puerta y bajó a cumplir la desagradable tarea de decirle a Pedro Alfonso que Paula no podía recibirlo.


Paula continuaba aún junto a la ventana cuando Pedro salió de la casa. Lo observó subirse a su motocicleta y tuvo que ocultarse detrás de las cortinas cuando él miró hacia la ventana.


Unos segundos después, volvió a asomarse cuando se aseguró que él ya se había marchado.


Esa noche no bajó a cenar y a Sara no le extrañó. Gabriel, en cambio creía que Paula seguía haciendo todo lo posible por evitarlo y eso lo contrariaba.


Después de lo que había sucedido entre ambos no habían hablado y quería pedirle disculpas. Sabía que se había comportado como un patán con ella y que no podía esperar nada de su parte pero aún así debía pedirle perdón y asegurarle que nunca más se volvería a repetir un hecho semejante.


Finalmente había comprendido lo equivocado que había estado en desear a la hermana de su esposa y esperaba que no fuera demasiado tarde para enmendar su error.


Él amaba a Sara pero la crisis por la que estaba atravesando su relación de pareja había sido la culpable del comportamiento inadecuado hacia su hermana.


Buscaría a Paula en su trabajo al día siguiente y hablaría con ella para pedirle perdón.





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 22




Paula se encerró en su cuarto apenas llegó a la casa de su hermana sin siquiera saludar a nadie. No tenía ganas de hablar con nadie, mucho menos ver a su cuñado.


Se arrojó boca arriba en la cama y clavó su mirada en el cielorraso. Le dolía la garganta por haber contenido el llanto desde que había salido del consultorio. Había conducido hasta su casa sin derramar ni una sola lágrima y ahora en la soledad de su cuarto, en donde nadie la veía pudo dejar salir todo el dolor que llevaba dentro y lloró como una Magdalena.


¿Por qué se había enamorado de un hombre como Pedro? ¿Acaso no había sufrido lo suficiente con Matias, su ex novio? Lo había dejado porque él no quería casarse y como una tonta había vuelto a caer en la misma trampa al enamorarse de un hombre que tampoco creía en los compromisos.


¿Qué sucede conmigo? Parece como si tuviera colgado en la frente un cartel que dice “Hombres que no creen en el matrimonio… ¡estoy disponible!”


Este y otros pensamientos del mismo calibre atormentaban la mente de Paula.


Había tropezado dos veces con la misma piedra y las dos veces se había golpeado muy duro.


Se enjugó las lágrimas y cerró los ojos con toda la intención de dormirse pero no lo logró.


No podía dejar de pensar en Pedro y en la noche que habían compartido. Una noche en donde ella no solo le había entregado su cuerpo sino también su alma y su
corazón.


Se había expuesto demasiado y ahora pagaría las consecuencias.


Dio un golpe a la almohada y se maldijo a sí misma por haber sido tan estúpida.


¡No aprendes más, Paula!





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 21





—¿Cómo te trata mi hermano? Espero que no sea jefe autoritario —comentó Estefania mientras se llevaba un bocado de verdura gratinada a la boca.


Paula tragó saliva antes de disponerse a responder.


—Me trata muy bien, no tengo nada de que quejarme.


—Mejor así. Es que a veces mi querido hermanito puede ser más molesto que una piedra en el zapato, aunque creo que debe andar más que contento ahora —dijo con cierto dejo de misterio.


—¿Por qué lo dices? —preguntó Paula.


—Porque está saliendo con alguien, lo sé.


Paula casi se atragantó con un pedazo de zanahoria cuando escuchó lo que Estefy decía.


—Su…supongo que eso es algo bueno… ¿no?


—Yo no estaría tan segura, Pau.


—¿A qué te refieres? —de repente el tono usado por su amiga la preocupó.


—Esta mañana fui a su casa en la playa y aunque no me lo dijo estaba escondiendo una mujer en su cuarto.


Paula deseó que la tierra se abriera en ese momento y de la tragara.


—¿Estás segura? —preguntó. ¡Qué descarada soy! Pensó Paula mientras bebía un sorbo de refresco de naranjas.


—Si, encontré un par de sandalias en la terraza y además estaba bastante nervioso, ansioso porque yo me marchara. ¿Entiendes lo que quiero decir, no?


Paula asintió con un leve movimiento de cabeza.


—Mira, no sé quien será la mujer que Pedro tenía metida en la cama esta mañana pero en verdad la compadezco… ya he perdido la cuenta del número de víctimas que han caído en sus redes para luego salir con el corazón hecho pedazos.


En ese momento, Paula sintió que el suelo se había abierto bajo sus pies y se la estaba devorando lentamente. Las palabras de Estefania retumbaban en sus oídos y a pesar de que la había escuchado muy bien, deseó con toda su alma haber entendido mal.


—¿Por qué… por qué dices eso?


—Porque es la verdad, Pau. Pedro es mi hermano y Dios sabe cuanto lo quiero pero es un mujeriego empedernido que ya no cree ni en el matrimonio ni en formar una familia.


Paula la miró desconcertada.


—¿Ya no cree? ¿Creía en el matrimonio antes?


—¡Pues mira que si creía que se caso cuando apenas tenía veinte años!


¿Pedro había estado casado? Jamás se lo hubiera imaginado. ¿Por qué motivo él no se lo había contado?


—¿Y qué sucedió con su matrimonio?


—No duró ni siquiera seis meses porque Pedro descubrió a su flamante esposa en la cama con un tipo una noche que regresaba de la escuela de Medicina.


Los ojos grises de Paula se abrieron como platos.


—Desde ese entonces, mi querido hermanito se ha dedicado a jugar con todas las mujeres que se le han puesto en el camino. No quiere ni oír la palabra matrimonio; no piensa volver a caer en lo mismo una vez más, se ha cansado de repetírmelo a pesar de las veces que le he dicho que esa terrible experiencia no puede condicionar su vida amorosa de esa manera. Yo lo quiero y me preocupo por él y lo único que deseo es que encuentre una buena mujer que lo haga feliz y que le quite esos temores absurdos de la cabeza, además es un sol con los niños y sería un excelente padre algún día…¿se nota que tengo deseos de ser tía pronto no?


Paula ni siquiera supo que responderle a su amiga. Se había enterado de una verdad que, estaba segura, cambiaría su relación con Pedro de ahora en más.


Estefania lo había dejado bien en claro; Pedro no creía en el matrimonio ni en los compromisos.


¿Qué haría ella ahora con lo que sentía por él? Se había enamorado como una tonta y en sus sueños, Pedro Alfonso era el hombre con el quien quería llegar al altar para unir su vida a la de él para siempre.


—¿Pau, estás bien? —Preguntó Estefania—. Te has puesto pálida de repente.


Paula intentó sonreír para que su amiga no sospechara siquiera del dolor que aquella conversación le había provocado.


—Si, estoy un poco cansada, eso es todo.


—Será mejor que nos vayamos, no quiero que llegues tarde y que mi hermano te regañe por culpa mía.


Paula estuvo de acuerdo, lo único que quería era marcharse de allí, aunque regresar al consultorio significara ver a Pedro y no estaba segura como reaccionaría frente a él después de lo que se había enterado sobre su pasado y sobre su rechazo al matrimonio.


Estefania la dejó en el edificio y antes de entrar en él, Paula se quedó un momento en la acera haciendo un esfuerzo enorme por calmarse. No podía enfrentarse a Pedro mientras la angustia que le quemaba las entrañas no se disipara. Tenía ganas de correr hasta él y preguntarle si ella era tan solo una más en su lista de conquistas pero tenía tanto temor a su respuesta que prefirió no hacerlo.


Cuando entró a la oficina ya había llegado el paciente que tenía la primera cita y Paula saludó a la mujer y a su niño con una amable sonrisa. Trataría de concentrarse en su trabajo aunque sabía que las palabras de Estefania se le quedarían grabadas en la mente por mucho tiempo.


Pedro le sonreía cada vez que la veía al llegar o al marcharse un paciente; ella le devolvía la sonrisa a pesar de que se estaba muriendo de tristeza por dentro.


El último de los pacientes se marchó y él la buscó.


Paula dejó que él le acariciara la mano y estuvo a punto de echarse a llorar. No supo de donde sacó las fuerzas para no hacerlo pero levantó la mirada y le dijo:
—Tengo que marcharme, debo llevar a Ana a su clase de danza —le anunció con cierta frialdad. Le estaba mintiendo, su sobrina no tenía ninguna clase ese día pero necesitaba inventar una excusa para escapar de él.


—¿Te pasa algo? —preguntó él enredando sus dedos a los de ella.


Paula retiró la mano y cogió su bolso.


—No me pasa nada, pero si no me doy prisa no voy a llegar a tiempo. Hasta mañana.


Pedro quiso detenerla pero ella salió casi corriendo hacia el pasillo y se metió en al ascensor.


Algo andaba mal, había percibido cierta hostilidad de parte de Paula y una sombra de tristeza en sus ojos grises.


Se dirigió hacia su despacho mientras se quitaba el delantal.


Tenía que hablar con ella y descubrir lo que estaba sucediendo.






miércoles, 15 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 20




Paula estaba acomodando unas fichas de los pacientes que Pedro había atendido esa mañana cuando su teléfono comenzó a vibrar dentro de su bolso


—Diga.


—¿Paula? Soy Estefania.


El caramelo de menta que Paula tenía en su boca casi se le atragantó al oír la voz de su amiga. Aún no se había recuperado de lo sucedido esa misma mañana y por un segundo no supo ni siquiera que decir.


—¿Paula, estás ahí?


—Si, Estefy… perdona es que estaba distraída —respondió una vez que pudo reaccionar.


—Te llamaba porque quería invitarte a almorzar.


—¿A almorzar?


—Si, supongo que el ogro de mi hermano te permite salir a almorzar ¿no?


Paula sonrió un poco nerviosa.


—Por supuesto,Estefy. ¡Qué cosas se te ocurren!


—¿Aceptas o no entonces?


—Está bien —observó su reloj—. Nos vemos en el restaurante que está aquí a la vuelta en unos veinte minutos. ¿Te parece bien?


—Perfecto, nos vemos allí entonces.


Colgó con su amiga y Pedro salió de su despacho.


—¿Escuché mal o vas a almorzar con alguien? —preguntó interesado.


Paula notó un atisbo de celos oculto en sus palabras.


—Has escuchado muy bien —respondió ella sin decirle con quien sería su almuerzo.


Pedro se cruzó de brazos y se quedó esperando que ella siguiera hablando.


—¿No vas a decirme con quién? —replicó molesto.


Paula contuvo la risa mientras terminaba de ordenar las fichas. Cogió su bolso y se dispuso a salir.


—¡Espera! —Pedro la sujetó del brazo.


—¿Qué quieres? ¿Acaso hay algún pendiente que no puede esperar hasta la tarde? —estaba siendo cruel y lo sabía pero era enternecedor verlo celarla de aquella manera tan infantil.


—¡Por Dios, Pau! ¡Solo te hice una pregunta!


—¡Voy a almorzar con tu hermana! —Soltó por fin—. ¿Más tranquilo ahora, doctor Alfonso?


Pedro dejó escapar un sonoro suspiro de alivio y le sonrió.


—Dile a esa entrometida que le mando un beso.


—Se lo diré —dijo Paula sonriéndole.


Pedro se acercó y la besó tomándola por sorpresa.


—Que te diviertas con Estefy—le dijo una vez que la soltó.


Paula, una vez que logró recuperarse del torbellino que su beso le había causado le sonrió y le respondió que lo haría.





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 19




Pedro abrió la puerta de su habitación y Paula ya no estaba oculta detrás de las cortinas, tampoco estaba en la cama.


—¿Pau, dónde estás?


Paula lo escuchó llamarla desde el cuarto de baño; era la segunda vez que la llamaba de esa manera y ella creyó o al menos quiso creer que ese simple detalle significaba que tenían ahora un lazo más íntimo y que no se trataba solo porque ya habían hecho el amor.


—Estoy aquí; enseguida salgo —respondió sin abrir la puerta que comunicaba el cuarto de baño con la habitación—. ¿Por qué no te acuestas y me esperas?


Pedro se excitó de solo escucharla. Sin perder un segundo se quitó el pantalón de su pijamas para esperarla completamente desnudo y se arrojó a la cama.


—¿Vas a tardar mucho más? —preguntó él clavando sus ojos verdes en la puerta cerrada.


En ese preciso momento se escuchó el clic del picaporte cediendo y Paula apareció ante sus ojos.


Ella solo vestía las bragas que él se había robado de su cuarto unos días antes; la imagen de Paula con el cabello cayendo a ambos lado de su rostro cubriéndole los senos era simplemente divina.


Pedro le sonrió mientras se llevaba una mano al pecho y levantaba la otra.


—Me has pescado; confieso que me robé tus bragas y… —hizo una pausa que a Paula le pareció eterna—, no me arrepiento de haberlo hecho. Si quieres castigarme, de la manera que sea, estás en todo tu derecho.


Paula se acercó balanceándose seductoramente, plenamente consciente de que él ya estaba bajo su poder. 


Se detuvo a un lado de la cama y lo observó. Sus ojos se
detuvieron en su miembro que ya estaba completamente erecto, luego lo miró directamente a los ojos y le dijo:
—¿Estás dispuesto a pagar tu delito de cualquier manera? —se arrodilló encima de la cama y se echó el cabello hacia atrás dejando a la vista la magnificencia de sus pechos turgentes.


Pedro respiró hondo antes de responder.


—Soy todo tuyo, dulzura.


Paula no necesitó nada más para subirse a horcajadas de él. 


Dejó su cuerpo separado del cuerpo de Pedro para dilatar el momento; ahora era su turno de marcar el ritmo.


—Pau… —suplicó Pedro al ver que ella estaba encima de él pero que apenas lo tocaba.


Ella le puso dos dedos en la boca.


—Shhh… no digas nada. Estás castigado, doctor Alfonso… ¿acaso lo has olvidado?


Pedro comenzó a respirar más ligero, sus manos descansaban ahora a ambos lado de su cuerpo y cuando atinó a tocarla ella le hizo señas de que no lo hiciera.


¡Cielos! ¡Va a matarme si no hace algo ya! Pensó Pedro al ver que ella comenzaba a moverse hacia arriba y hacia abajo pero sin siquiera tocar su verga que a esas alturas estaba tan dura y caliente como una vara de metal que había sido expuesta a un fuego intenso.


—Pau… por favor —intentó suplicar una vez más pero ella lo miraba desafiante, complacida de ser quien tenía el control absoluto de toda la situación.


Pero de golpe y porrazo, aquel juego ardiente y provocador fue interrumpido por una aparición inesperada.


—¡Pedro! ¿Estás en casa?


La voz de Estefania llegó fuerte y clara hasta la habitación de Pedro y Paula se quedó petrificada al escuchar la voz de su amiga.


—¡Hermano, sé que estás porque tu motocicleta y tu auto están estacionados a un lado de la casa!


La voz de Estefania estaba cada vez más cercana y eso hizo que Paula se bajara de un salto de la cama y corriera en busca de su ropa que a esas alturas ya ni recordaba en donde se encontraba.


—Allí, a un lado del sillón de mimbre —le indicó Pedro adivinando lo que ella buscaba con tanto afán.


Paula se dirigió hacia allí y comenzó a vestirse a toda prisa.


—¡Por favor, Pedro, no permitas que Estefy me vea así! —le pidió antes de que él se dispusiera a salir de la habitación.


—Tranquila, saldré a hablar con ella, tú quédate aquí.


Paula asintió con la cabeza y una vez que se quedó sola, se sentó en la cama a esperar.


Pedro mientras tanto salió en busca de su hermana. La encontró en la terraza.


—¡Por fin! ¿Qué estabas haciendo que no salías? Se acercó y le dio un beso en la mejilla. — ¿No te has levantado aún? —preguntó observando que él llevaba el pantalón de su pijamas solamente.


—Pues… no —respondió él acomodándose el cabello—. ¿Qué raro tú tan temprano por aquí?


—¿Acaso no puedo hacerle una visita matutina a mi hermano favorito?


—¡Claro que si, es solo que no te esperaba!


Estefania no era tonta y de inmediato percibió el estado en el que se encontraba su hermano, demasiados nervios para una tranquila mañana de martes.


—Vine a preguntarte por Paula.


—¿Por Paula? ¿Qué sucede con ella? —preguntó echando una rápida mirada hacia la puerta cerrada de su habitación.


—No sucede nada con ella, solo quería saber como le había ido en su primer día de trabajo y que te había parecido —dijo sentándose en uno de los sillones de mimbre de la sala.


—Lo ha hecho muy bien, estaba un poco nerviosa por ser su primer día pero creo que es normal.


—¿No te arrepientes entonces de haberme hecho caso? —inquirió con una sonrisita triunfadora instalada en su rostro.


—Si lo que quieres oír es que tenías razón, pues si, la tenías.Paula sin dudas es una excelente secretaria y no puedo quejarme.


—¡Eso exactamente quería oír, hermanito! —Exclamó poniéndose de pie—. Ahora me marcho porque creo que llegué en un momento algo inoportuno —añadió mirando hacia la habitación de Pedro.


Él no hizo ningún comentario al respecto, prefería que su hermana sacara sus propias conclusiones.


—¿Te gustaría almorzar conmigo, Estefy?


—Otro día, Pedro, tengo planeado un almuerzo ya para hoy.


—Está bien, como quieras —le dio un beso en la frente a su hermana—. Nos vemos,Estefy.


—Si, adiós. 


Estefania se marchó de la casa de Pedro completamente convencida que había una mujer escondida en su cuarto.


Ahora solo le faltaba averiguar quien era la nueva víctima que había caído bajo la seducción de su hermano.





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 18




El cuerpo de Paula yacía debajo de las sábanas en la cama de Pedro. Su cabeza estaba apoyada encima de la almohada hacia un lado y respiraba acompasadamente luego del torbellino de sensaciones que ella y Pedro habían compartido en la playa al hacer el amor por primera vez. Descansaba plácidamente y en su rostro se reflejaba aún la pasión de haber estado entre los brazos del hombre del cual estaba ahora segura se había enamorado perdidamente.


Comenzó a moverse debajo de las sábanas; sacó un brazo y lo apoyó sobre de la mata de cabello dorado que caía en la almohada. Tenía aún los ojos cerrados y comenzó a sonreír cuando sintió que estaba siendo tocada. Uno de sus pies se asomaba por debajo de las sábanas y alguien estaba jugueteando con sus dedos.


Paula se mordió el labio inferior cuando sintió que la caricia se extendía ahora por su pie. El contacto era extraño y de inmediato experimentó un poco de frío.


Abrió los ojos y levantó la cabeza. Su mirada se dirigió entonces hacia donde estaba siendo acariciada y descubrió horrorizada que Pedro ni siquiera estaba allí.


Se giró rápidamente y de un salto se sentó en la cama pegando su espalda contra la pared.


Lo que fuera que la estaba tocando seguía oculto debajo de las sábanas; pero al menos ya no podía alcanzarla. Tenía que descubrir quien había estado prodigándole aquellas caricias mañaneras y sin embargo estaba paralizada por el miedo.


El bulto se movió debajo de las sábanas, en dirección hacia ella. Paula contuvo el aliento por un instante. Debía tomar coraje y ver de quien se trataba, por lo tanto se movió un poco hacia delante y con la punta de sus dedos índice y pulgar levantó uno de los extremos de la sábana. La tela de satén se movía guiada por la mano de Paula y lo que sea que estuviera debajo avanzaba hacia ella. Finalmente y con un rápido movimiento Paula levantó la sábana y puso en evidencia a su misterioso acompañante.


El grito de Paula sin dudas debió despertar a todos lo que vivían dos millas a la redonda de la casa de Pedro. Se levantó corriendo de la cama y se refugió junto a la ventana. 


Cuando Pedro entró a la habitación, asustado por los gritos que Paula acababa de dar la encontró escondida detrás de las cortinas y mirando hacia la cama con los ojos completamente desorbitados.


—¡Cielos, Paula! ¡Qué susto me has dado! —exclamó Pedro yendo hacia ella.


—¿Qué…qué diablos es… ESO? —tartamudeó Paula señalando hacia la cama.


Pedro siguió el dedo de Paula y descubrió la causa de su espanto.


—¡Elvis! ¿Qué estás haciendo allí?


Paula observó consternada como Pedro iba hacia la cama y tomaba al enorme y horrible reptil entre las manos.


—¡¿Elvis?! 


Paula no se había movido ni siquiera un centímetro de su sitio.


—Así es —Pedro se dio vuelta y avanzó hacia ella—, Elvis es mi mascota; es un camaleón Pantera y es mi mejor amigo.


Paula estiró un brazo impidiendo que él se acercara con esa cosa de colores verdes chillones que no dejaba de sacar la lengua y que la miraba con sus enormes ojos saltones.


—¡Ni se te ocurra acercarte con eso! —le advirtió con firmeza.


Pedro hizo un esfuerzo por no echarse a reír y acarició la cabeza de su camaleón.


—No ofendas a Elvis —le dio un beso en la punta de su hocico—. Es muy sensible, sobre todo por las mañanas —alegó tratando de aparentar seriedad.


—¡Pedro, no te acerques! —le pidió nuevamente al ver que él se seguía moviendo hacia ella.


—¡Está bien, está bien! Lo regresaré a su cubil y lo alimentaré, seguro tiene hambre por eso vino hasta la habitación —le dirigió una mirada traviesa a Paula—.
Anoche estaba demasiado ocupado como para acordarme de darle su comida.


—¡Solo sácalo de aquí! —Paula se cubrió más con la cortina hasta asegurarse que Pedro salió de la habitación cargando a su inusual mascota.


¿Por qué no se compró un perro, un gato o unos cuantos peces de colores? Pensó Paula una vez que Pedro bajó a ocuparse de su verde y frío amiguito. Ella no se llevaba bien con esa especie animal ya que siempre le habían provocado una enorme repulsión. ¡Un camaleón! ¿A quién se le ocurría tener a un bicho como ese como mascota? Un escalofrío bajó por su espalda al recordar la piel áspera del reptil friccionándose con la de ella. Salió de su refugio improvisado y corrió hacia la cama. Con la impresión se había olvidado que estaba completamente desnuda. Se dejó caer de espaldas y apoyó la cabeza en la almohada. Se puso de lado y se dispuso a esperar a Pedro. Su estómago comenzó a gruñir y deseó que él subiera con un delicioso desayuno para compartir con ella. Si había sido capaz de preparar los espaguetis con salsa blanca y almendras de la noche anterior seguramente podía lucirse con un rico y suculento desayuno. Paula se imaginó unos muffins de canela tibios, una humeante taza de café y un zumo de pomelo recién exprimido con dos cucharaditas de miel. Eso y la compañía de Pedro… ¿qué más podía pedir aquella mañana?


Él aún no regresaba y se preguntaba que tanto hacía con su Elvis en la planta baja. Le había dicho que iba a alimentarlo. 


Paula sintió curiosidad por saber en que consistía el alimento de la peculiar mascota de Pedro; se lo preguntaría cuando él subiera.


Se dio media vuelta y cuando metió una mano debajo de la almohada descubrió que Pedro guardaba allí una prenda. La sacó y la reconoció de inmediato; se trataba de una de sus bragas de encaje; una de las tantas que tenía en la gaveta de su cómoda. ¿Cómo había llegado hasta allí? Entonces recordó la tarde en la que Pedro había estado en la casa de su hermana y había subido a cambiarse de ropa luego del chapuzón que ambos se habían dado. Seguramente fue en esa ocasión que él se hizo con una de sus bragas. No sabía si reírse o enfadarse por lo que había hecho pero sin dudas aquella prenda lo había acompañado durante las noches. Un ardor bajó por su vientre al imaginarse las cosas que Pedro pudo haber hecho con aquellas bragas en la soledad de su cuarto, acostado en aquella cama en donde ahora estaba acostada ella y en donde la noche anterior y luego de regresar de la playa se habían amado con locura desenfrenada.


Cogió la prenda y se la puso; le daría una sorpresa a Pedro cuando el regresara.