miércoles, 15 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 18




El cuerpo de Paula yacía debajo de las sábanas en la cama de Pedro. Su cabeza estaba apoyada encima de la almohada hacia un lado y respiraba acompasadamente luego del torbellino de sensaciones que ella y Pedro habían compartido en la playa al hacer el amor por primera vez. Descansaba plácidamente y en su rostro se reflejaba aún la pasión de haber estado entre los brazos del hombre del cual estaba ahora segura se había enamorado perdidamente.


Comenzó a moverse debajo de las sábanas; sacó un brazo y lo apoyó sobre de la mata de cabello dorado que caía en la almohada. Tenía aún los ojos cerrados y comenzó a sonreír cuando sintió que estaba siendo tocada. Uno de sus pies se asomaba por debajo de las sábanas y alguien estaba jugueteando con sus dedos.


Paula se mordió el labio inferior cuando sintió que la caricia se extendía ahora por su pie. El contacto era extraño y de inmediato experimentó un poco de frío.


Abrió los ojos y levantó la cabeza. Su mirada se dirigió entonces hacia donde estaba siendo acariciada y descubrió horrorizada que Pedro ni siquiera estaba allí.


Se giró rápidamente y de un salto se sentó en la cama pegando su espalda contra la pared.


Lo que fuera que la estaba tocando seguía oculto debajo de las sábanas; pero al menos ya no podía alcanzarla. Tenía que descubrir quien había estado prodigándole aquellas caricias mañaneras y sin embargo estaba paralizada por el miedo.


El bulto se movió debajo de las sábanas, en dirección hacia ella. Paula contuvo el aliento por un instante. Debía tomar coraje y ver de quien se trataba, por lo tanto se movió un poco hacia delante y con la punta de sus dedos índice y pulgar levantó uno de los extremos de la sábana. La tela de satén se movía guiada por la mano de Paula y lo que sea que estuviera debajo avanzaba hacia ella. Finalmente y con un rápido movimiento Paula levantó la sábana y puso en evidencia a su misterioso acompañante.


El grito de Paula sin dudas debió despertar a todos lo que vivían dos millas a la redonda de la casa de Pedro. Se levantó corriendo de la cama y se refugió junto a la ventana. 


Cuando Pedro entró a la habitación, asustado por los gritos que Paula acababa de dar la encontró escondida detrás de las cortinas y mirando hacia la cama con los ojos completamente desorbitados.


—¡Cielos, Paula! ¡Qué susto me has dado! —exclamó Pedro yendo hacia ella.


—¿Qué…qué diablos es… ESO? —tartamudeó Paula señalando hacia la cama.


Pedro siguió el dedo de Paula y descubrió la causa de su espanto.


—¡Elvis! ¿Qué estás haciendo allí?


Paula observó consternada como Pedro iba hacia la cama y tomaba al enorme y horrible reptil entre las manos.


—¡¿Elvis?! 


Paula no se había movido ni siquiera un centímetro de su sitio.


—Así es —Pedro se dio vuelta y avanzó hacia ella—, Elvis es mi mascota; es un camaleón Pantera y es mi mejor amigo.


Paula estiró un brazo impidiendo que él se acercara con esa cosa de colores verdes chillones que no dejaba de sacar la lengua y que la miraba con sus enormes ojos saltones.


—¡Ni se te ocurra acercarte con eso! —le advirtió con firmeza.


Pedro hizo un esfuerzo por no echarse a reír y acarició la cabeza de su camaleón.


—No ofendas a Elvis —le dio un beso en la punta de su hocico—. Es muy sensible, sobre todo por las mañanas —alegó tratando de aparentar seriedad.


—¡Pedro, no te acerques! —le pidió nuevamente al ver que él se seguía moviendo hacia ella.


—¡Está bien, está bien! Lo regresaré a su cubil y lo alimentaré, seguro tiene hambre por eso vino hasta la habitación —le dirigió una mirada traviesa a Paula—.
Anoche estaba demasiado ocupado como para acordarme de darle su comida.


—¡Solo sácalo de aquí! —Paula se cubrió más con la cortina hasta asegurarse que Pedro salió de la habitación cargando a su inusual mascota.


¿Por qué no se compró un perro, un gato o unos cuantos peces de colores? Pensó Paula una vez que Pedro bajó a ocuparse de su verde y frío amiguito. Ella no se llevaba bien con esa especie animal ya que siempre le habían provocado una enorme repulsión. ¡Un camaleón! ¿A quién se le ocurría tener a un bicho como ese como mascota? Un escalofrío bajó por su espalda al recordar la piel áspera del reptil friccionándose con la de ella. Salió de su refugio improvisado y corrió hacia la cama. Con la impresión se había olvidado que estaba completamente desnuda. Se dejó caer de espaldas y apoyó la cabeza en la almohada. Se puso de lado y se dispuso a esperar a Pedro. Su estómago comenzó a gruñir y deseó que él subiera con un delicioso desayuno para compartir con ella. Si había sido capaz de preparar los espaguetis con salsa blanca y almendras de la noche anterior seguramente podía lucirse con un rico y suculento desayuno. Paula se imaginó unos muffins de canela tibios, una humeante taza de café y un zumo de pomelo recién exprimido con dos cucharaditas de miel. Eso y la compañía de Pedro… ¿qué más podía pedir aquella mañana?


Él aún no regresaba y se preguntaba que tanto hacía con su Elvis en la planta baja. Le había dicho que iba a alimentarlo. 


Paula sintió curiosidad por saber en que consistía el alimento de la peculiar mascota de Pedro; se lo preguntaría cuando él subiera.


Se dio media vuelta y cuando metió una mano debajo de la almohada descubrió que Pedro guardaba allí una prenda. La sacó y la reconoció de inmediato; se trataba de una de sus bragas de encaje; una de las tantas que tenía en la gaveta de su cómoda. ¿Cómo había llegado hasta allí? Entonces recordó la tarde en la que Pedro había estado en la casa de su hermana y había subido a cambiarse de ropa luego del chapuzón que ambos se habían dado. Seguramente fue en esa ocasión que él se hizo con una de sus bragas. No sabía si reírse o enfadarse por lo que había hecho pero sin dudas aquella prenda lo había acompañado durante las noches. Un ardor bajó por su vientre al imaginarse las cosas que Pedro pudo haber hecho con aquellas bragas en la soledad de su cuarto, acostado en aquella cama en donde ahora estaba acostada ella y en donde la noche anterior y luego de regresar de la playa se habían amado con locura desenfrenada.


Cogió la prenda y se la puso; le daría una sorpresa a Pedro cuando el regresara.





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