martes, 31 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 26




En los últimos días Paula había pasado mucho tiempo junto a Pedro. Habían entrado en una cómoda convivencia que la sorprendió. Se reían, se besaban, veían películas en el cine al aire libre, salían a bailar… eso la llevó a preguntarse si todo seguiría siendo igual cuando el viaje llegara a su fin, o si solo se trataba de una aventura vacacional.


No queriendo darle demasiadas vueltas al asunto se concentró en su manuscrito. Empezó a leer lo que tenía escrito mientras hacía apuntes en su libreta. Corrigió algunas ideas que no le gustaban y sumó algunos párrafos nuevos… tantos que ya había completado 25 mil palabras. El logro la hizo sentir emocionada.


Durante toda la semana Paula no se había puesto en contacto con Victoria, su editora. Decidió enviarle un correo electrónico aprovechando el internet inalámbrico del barco para ponerla al tanto de su progreso.


En un extenso mensaje le contó que había estado trabajando en una idea, le esbozó a grandes rasgos la trama y adelantó la cantidad de palabras que tenía escritas. 


Aprovechó para agradecerle por sugerirle aquel viaje y prometió tener más noticias tan pronto como pudiera.


Paula se sorprendió de lo rápido que llegó la respuesta de la editora. Ella se mostraba entusiasmada por las noticias, la animó a seguir escribiendo y a mantenerla informada.


El consejo editorial se reunirá a finales del mes. Espero tengas algo para entonces… pero no te sientas presionada. 
Solo haz tu magia.
Besos,
Vicky.


Siguió trabajando un par de horas después del intercambio de correos, cuando sus ojos empezaron a sentirse cansados. Decidió tomarse un descanso y escuchar algo de música.


En una de las paradas del barco, Pedro había comprado un disco de música romántica con ritmos caribeños. Ella no entendía las palabras, pero la cadencia de las notas la hacía suspirar. Dejó sonar una canción mientras cerraba los ojos. 


Rápidamente su mente se encontró reproduciendo imágenes que calentaron su sangre y la dejaron sin aliento.


*****


Ella debería estar molesta y, si pudiera hilvanar un solo pensamiento coherente, lo estaría sin ninguna duda, pero aquellas emociones no dejaban espacio para ningún pensamiento en su mente. Él la había engañado… había dibujado un perfecto cuento de hadas para ella con sus palabras y luego lo destruyó con sus acciones. Pero en lugar de estar molesta, sentía un delicioso abandono mientras él la desnudaba como si estuviera desenvolviendo un regalo. 


Sus labios sobre ella, la ardiente y húmeda caricia de su boca en los pechos y el sutil tirón en los pezones que pareció propagarse hasta alcanzar un lugar en su vientre, le provocaron unas nuevas sensaciones: deliciosas, adictivas…


El calor de las manos de Jake, de sus labios, le enviaba unos hormigueos por todo el cuerpo, que crecieron cada vez más hasta que pareció como si una corriente de deseo la
inundara. Debería huir. Después de todo él era su enemigo… pero cuando estaba con Jake se sentía confiada y segura. En completa libertad para explorar…


Cuando él se detuvo para observaría en medio de sus jadeos entrecortados, buscando su mirada, ella lo alentó a seguir. 


Con los pechos ruborizados y húmedos, calientes, hinchados, tensos y puntiagudos, ardiendo hasta límites insospechados por sus expertas atenciones, ella respiró hondo y emitió un por favor con un doloroso jadeo.


Los labios de Jake regresaron a los suyos, capturándolos en un beso profundo, sumergiendo su mente en un torbellino de sensaciones. Cuando sintió que él aminoraba la intensidad del beso y notó su mano en su rodilla desnuda, se dio cuenta de que Jake había estado distrayéndola. Sintió que la palma subía lentamente por la sensible piel del interior del muslo, acariciándola implacablemente hasta más arriba, donde se unían el muslo y la cadera. Con la punta del dedo, Jake siguió el pliegue de piel hacia su sexo. Luego subió la mano todavía más para poder seguir el pliegue del otro lado hasta el interior.


Jake rompió el beso. Ella abrió los ojos y, entre las pestañas, lo vio bajar la mirada para observar cómo le acariciaba. Jena cerró los ojos y oyó sus jadeos entrecortados mientras se balanceaba contra su mano. Su excitación crecía y en todo lo que podía pensar era en el ardiente latido de la suave carne entre sus muslos. Y en qué podría aliviarlo.


Cuando Jake deslizó los dedos más abajo y rozó su entrada, Jena sintió que el mundo se estremecía a su alrededor. Él la acarició, tanteando, explorando una y otra vez los pliegues resbaladizos e hinchados. Tocándola con dedos hábiles y expertos, hasta que ella se mordió el labio inferior para contener un gemido, hasta que, impotente, movió las caderas desasosegadamente, separando todavía más los muslos, suplicando que continuara acariciándola. Jake volvió a cubrirle los labios con los suyos y le dio lo que pedía.


Capturando sus labios hambrientos, él jugó y se burló de ella antes de volver a conquistar su boca mientras, entre sus muslos, dibujaba círculos con uno de sus largos dedos antes de introducirlo dentro. Ella se tensó ante esa intrusión, pero Jake continuó penetrándola lenta e implacablemente con el dedo, hasta que este quedó profundamente enterrado en ella.


Jake levantó la vista y miró atentamente los ojos de Jena, que arqueaba la espalda cuando él deslizaba el dedo en su cálido interior. La exploró con él y ella se movió desasosegadamente, conteniendo el aliento, tanteando con las manos basta que logró aferrarse a la parte superior de los brazos de Jake.


Ella interrumpió el beso, respiró hondo y contuvo el aire al notar que él movía la mano, buscando y acariciando con el pulgar el brote sensible que se escondía entre sus pliegues. 


Jena jadeó y se tensó, pero él continuó moviendo la mano en aquella íntima caricia, sin dejar de acariciarle el tenso brote con el pulgar. Entonces, Jake retiró el dedo con el que la llenaba, sólo para volver a sumergirlo en el interior de su resbaladiza funda. Levantó la cabeza y volvió a besarla, imitando con la lengua el movimiento de su dedo, llenándole la boca con ella una y otra vez. Conduciéndola a lo alto de un pico de creciente tensión.


Cada empuje del dedo en su funda, cada apremiante caricia de su pulgar, alimentaba ese fuego y la palpitante excitación que corría por sus venas, envolviéndola en unas intensas sensaciones que la hicieron arder.


—Vamos… —murmuró él contra sus labios, interrumpiendo el beso—. Déjate llevar.


Con los ojos entrecerrados, Jake observó cómo ella se balanceaba en la cima, al borde del orgasmo. Jena tenía la piel húmeda, los labios hinchados y separados, la
respiración jadeante...


Ella luchaba contra los estremecimientos sensuales, intentando contener las oleadas de placer que él le provocaba. Jake no imaginó que volvería estar así con ella. 


La extrañaba… la deseaba… No iba a descansar hasta que se rindiera a él. Hasta que lo aceptara otra vez.


Se concentró en asegurarse de que Jena alcanzaba el éxtasis, en que deseara volver a sentir aquel intenso placer. 


Movió la mano y presionó más profundamente en su apretada vaina; acariciándola con firmeza, entonces, la rozó con el pulgar y ella explotó.


Jake observó el goce que atravesó los rasgos de Jena mientras sus músculos internos ceñían el dedo invasor, mientras su vientre se tensaba y palpitaba. Las oleadas de su liberación empezaron a remitir, entonces Jake retiró su mano y se alzó sobre ella. Le hizo separar los muslos y se colocó entre ellos. La miró a la cara y observó cómo se mordía el labio inferior para contener un gemido, Jake la penetró con un largo y poderoso envite, y Jena supo que perdería la batalla.


El sonido de la jadeante respiración de la joven, su profundo gemido, lo impulsó hacia adelante.


Esta vez el acto fue mucho más descarado y provocador. 


Jena respondió con ansiosa lujuria a cada movimiento de Jake, quien la montaba con un salvaje abandono que les sumergía en un placer mutuo.


La llevó más allá, sumergiéndose más profunda y poderosamente en su interior, y ella respondió sin condiciones, abrazándole, reteniéndole, aferrándose a él cuando explotó, acunándole cuando se unió a su éxtasis.



*****


Carolina entró a la habitación de Paula para asegurarse de que su amiga estuviese bien. Se había estado comportando de una manera extraña todo el día. En la última semana Paula se dedicó a disfrutar del viaje y de su naciente relación con Pedro, pero ahora se encerraba en su habitación y no salía ni siquiera para tomar agua.


—¿Puedo pasar? —preguntó después de tocar la puerta.


—Entra.


Carolina atravesó el umbral y la encontró sentada en la cama, concentrada en la pantalla de su computadora portátil.


—¿Con que engañas a Pedro con ese cacharro?


Ella prefería las computadoras de escritorio, ponerse horarios y dedicarse a disfrutar cuando decían “vacaciones”.


Pero claro, ella nunca había tenido un bloqueo como el de Paula. Suponía que debía aprovechar la inspiración cuando llegara. Paula arqueó una ceja ante el intento de broma.


—No me mires con esa cara —dijo Carolina—. Solo vine a asegurarme de que estuvieras viva.


—Lo estoy.


—¿Tienes hambre? Ya casi es hora de cenar.


—En un momento… déjame terminar con esta idea.



Paula siguió tecleando frenéticamente, alternando la atención entre la computadora y la pequeña libreta negra que tenía junto a ella. Con un suspiró arqueó su espalda para estirarse, cerró la computadora y miró a su amiga con los ojos brillantes.


—Ya podemos ir a comer —anunció sonriente.


—Ah, no… no hasta que me muestres lo que sea que te ha tenido encerrada en estas cuatro paredes.


Paula volvió a abrir su computadora, activó la pantalla y se deslizó a través del documento de texto. Puso el computador en dirección a Carolina y ella se sentó para leer lo que allí estaba escrito.


Tras unos minutos que parecieron eternos ella soltó expresiones de sorpresa y halagos para la escritora.


—Por dios, chica… tú sí que sabes pervertir un inocente encuentro en un café —le guiñó el ojo—. ¿Alguna experiencia reciente?


Paula le golpeó suavemente el brazo.


—Hablo en serio… y cómo pasan del amor al odio, y de regreso. Esa pasión… —suspiró—. Cuando se dejan llevar por la pasión son dinamita pura, como Pedro y tú —se carcajeó—. Victoria va a amar esto. Le encantan este tipo de historias.


—¿Quién dijo que esto tiene que ver con Pedro?


—Tiene la etiqueta “estoy teniendo sexo fantástico” por todas partes —se burló su amiga—. Pero hay algo que me preocupa. Por cada paso que dan, retrocedes dos. No entiendo por qué le tienes miedo a lo que pasa con ustedes… Pedro no es igual que Sergio.


—Él también ha dicho eso.


—Pues deberías empezar a hacerle caso al chico, ¿no? —la amonestó—. Pedro no te va a manipular, ni a utilizar.


—Tengo miedo.


—Ya sé eso, tonta… pero ¿de qué?


—De enamorarme y que me decepcione.


—Cariño, ¿has pensado que puede haber algo peor que eso?


—¿Y sería?


—No conocer verdaderamente de qué se trata el amor. Y es una perspectiva triste considerando que tu negocio es el romance.




INEVITABLE: CAPITULO 25




Mientras Pedro y Paula estaban en la ducha, un par de golpes sonaron en la puerta del baño.


—¿Qué quieres, Mauricio? —gruñó él.


—Solo quería avisarte que llegó una entrega especial para tu acompañante. La dejé sobre tu cama…


Paula se sonrojó y cubrió su cara a pesar de que solo Pedro podía verla.


—Si eso era todo, lárgate de mi habitación.


—Pensé que el sexo haría que fueras menos gruñón —se burló su hermano—. No tienes remedio.


—¡Mauricio! —gritó Pedro a su hermano menor.


—Ya, lo tengo… largarme de tu habitación.


—Lo siento —Pedro presionó su frente contra la de Paula cuando sintió que la puerta de la habitación se cerraba—. Salí premiado en la lotería de los hermanos impertinentes.


—Tengo cuatro hermanos varones, sé a lo que te refieres —respondió ella tratando de quitarle el hierro al asunto.


Terminaron de asearse y salieron del baño. Pedro observó como ella se acercaba a una esquina de la cama, moviéndose con timidez. Atravesó el corto espacio que los separaba, enmarcó su rostro con las manos y la besó con todo lo que tenía. Cuando rompió el beso Paula sonrió mirándolo a los ojos.


—Creo que necesitaba eso.


—Cuando quieras —sonrió él de vuelta.


Paula tomó las prendas que reconoció como suyas y empezó a vestirse. Carolina va a tener bromas sobre esto por el resto de su vida, pensó mientras se ponía la ropa interior. Un conjunto de seda con transparencias que ella no habría comprado aunque la salvación de la humanidad dependiera de ello.


Cuando ella terminó de vestirse, Pedro trasteaba con su teléfono móvil.


—¿Desayunamos juntos? —preguntó él sonriendo cuando notó que Paula lo miraba.


—No puedo… yo… voy a desayunar con Carolina —mintió.


Realmente lo que quería era salir corriendo de allí. Su amiga se burlaría si supiera lo que estaba pensando justo después de haber tenido el mejor sexo de su vida, pero no podía racionalizarlo. Tenía miedo. Peor que eso… estaba aterrada.


Antes no había pensado demasiado, solo se había dejado llevar. El resultado había sido la mejor experiencia sexual de su corta vida. Pero de nuevo estaba la sombra de Sergio recordándole cuán decepcionada se sintió por alguien a quien conocía de toda la vida.Pedro en cambio era un desconocido. Uno muy sexy, pero desconocido al fin.


—No estás haciendo eso de salir corriendo y esconderte, ¿verdad? —preguntó Pedro en broma—. Paula, cuando te dije que me gustabas lo decía en serio.


—Pedro, yo…


—Entiendo que puedas tener dudas… sobre todo después de lo que pasó con tu ex. Pero yo no soy como ese idiota. Déjame demostrártelo.


Paula sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas y apartó la mirada para no avergonzarse frente a Pedro. Él lanzó su celular a la cama y caminó hacia ella, la atrajo a su cuerpo y la abrazó.


—No te escondas, por favor. Sé que apenas nos conocemos, pero realmente me gustas Paula… me gustaría que confiaras en mí.


—Es difícil —dijo ella con la voz quebrada cuando se atrevió a mirarlo—. Confiar es difícil.


—Ya me confiaste tu cuerpo, Paula... no fue tan difícil —ella se sonrojó y él besó la punta de su nariz—. También confiaste en mí cuando hablaste de tu familia… permíteme conocerte mejor… déjame demostrarte que no soy como él.


Paula asintió conteniendo las lágrimas y esbozó una tímida sonrisa. Pedro secó sus lágrimas con los pulgares y besó sus labios con suavidad


—Entonces… ¿desayunas conmigo? —volvió a preguntar. Y esta vez Paula aceptó.



*****


Pedro y Paula pasaron juntos el resto del día. Caminaron por la cubierta contándose historias… él sobre sus pacientes, ella sobre su trabajo. Hablaron sobre sus lugares favoritos, qué hacían en su tiempo libre, la música que escuchaban, las películas que preferían. Él supo que a Paula le gustaba el helado de vainilla, las películas de superhéroes y la música romántica. Ella supo que a Pedro le gustaban los deportes, y que incluso practicaba basquetbol cuando tenía tiempo, que era casi adicto a la cafeína y prefería las películas de acción.


Ambos coincidieron en que amaban sus trabajos y que no los cambiarían por nada. Paula se descubrió confesando nunca aprendió a montar bicicleta, y Pedro prometió enseñarla.


—Es vergonzoso —chilló ella—. Voy a ser como una niña grande tratando de andar en esa cosa.


—No es tan difícil —se carcajeó Pedro—. Prometo no dejarte caer.


Paula tuvo su primer intento de aprender a andar en bicicleta dos días después cuando el barco hizo parada en Costa Rica.


El grupo de guías llevó a los pasajeros a través de un parque nacional mientras iban relatando datos sobre el clima, la vegetación que los rodeaba y las especies de animales exóticos que podían encontrarse en el lugar.


Llegaron a una estación de observación desde donde apreciaron una variedad de coloridas aves a las que Paula no pudo evitar fotografiar.Pedro y ella rieron a carcajadas cuando Carolina intentó acercarse a una de las especies y ésta terminó picoteándole el brazo.


Cuando abandonaron la estación, los guías los animaron a tomar las bicicletas para atravesar la selva tropical por los senderos marcados. Insistieron que se trataba de un área segura y que los guarda parques estarían pendientes del recorrido.


Pedro no dejaba de sonreír mientras separaba la bicicleta que montaría Paula.


—¿Lista para tu primera lección?


—¿Si te digo que no me dejarás ir caminando?


—No


—Entonces no preguntes y hagámoslo.






INEVITABLE: CAPITULO 24




A la mañana siguiente, los rayos del sol hicieron que Paula apretara sus párpados con fuerza. Un gruñido masculino resonó tras de ella mientras un agradable calor la envolvía. Ella se removió en la cama, acomodándose más a aquella fuente de calor hasta que sintió algo crecer y tensarse contra su trasero.


Paula abrió los ojos de golpe y los recuerdos de la noche anterior cayeron sobre ella como en cascada. Se mordió el labio inferior mientras Pedro crecía contra sus nalgas mientras ella se frotaba descaradamente contra él.


—Alguien despertó con ganas de jugar —se burló él con la voz ronca.


—Uhmm —murmuró ella sin dejar de frotarse.


Pedro tiró de ella hasta que su espalda descansó contra el colchón, y se acomodó entre sus piernas. Tomó la sábana que cubría su cuerpo y la apartó mientras dejaba un sendero de besos por el torso desnudo de Paula. Ella extendió los brazos poniéndose totalmente a su merced. Él arañó la piel de Paula con los dientes, dejando que su respiración cosquilleara sobre su piel enardecida. Empezó a recorrer su cuerpo con las manos mientras sus labios ascendían buscando los suyos. Paula abrió sus piernas todo lo que pudo para recibirlo y el gimió al sentir que ella estaba preparada para acogerlo.


—Creo que podría acostumbrarme a esto —gruñó Pedro.


Extendiendo su mano hasta la mesita de noche para tomar un nuevo condón y lo puso en la mano de Paula mientras ella acariciaba los muslos y nalgas de Pedro con los pies.


—Yo también podría… —admitió ella—. No sé si eso sea algo bueno.


Paula empezó a reír mientras él descendía sobre ella, deslizando su lengua por la cara interna de su muslo, mordisqueando y soplando su aliento. Levantó una de sus piernas y trazó sus curvas con la lengua, acariciando, tentando…


Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la escritora mientras sentía el rastro húmedo de Pedro por una de sus piernas. Ella alzó la otra poniéndole el pie en el abdomen.


—¿Realmente esto está pasando? —le preguntó Paula en voz alta, aunque la pregunta era para ella misma.


—Me parece que sí… que está volviendo a pasar —respondió Pedro con una media sonrisa que hacía cosas interesantes con el estómago de Paula.


El doctor le tomó el pie y le besó el arco para luego lamerlo. 


Ella cerró los ojos con fuerza mientras se mordía el labio.


Jamás, en toda su vida, imaginó que los pies fueran una zona erógena. Mientras la boca de Pedro jugaba con los pies de Paula su piel se erizaba.


—Nunca nadie me había hecho eso —confesó con la voz entrecortada.


—¿Y te gusta?


—Sí… por favor sigue.


Él obedeció mientras la observaba. Pedro no podía creer que ella en seguía en su habitación. La tenue luz de la mañana le acariciaba el cuerpo, destacando su delicado bronceado. Su piel de terciopelo lo invitaba a tocar, acariciar, disfrutar. Se incorporó y siguió acariciando la piel de sus caderas con la lengua, ascendiendo por su vientre… por su torso… por sus senos…


Ella alargó el brazo y puso las yemas de los dedos sobre el pecho de Pedro, contorneando sus músculos y jugueteando con la suave capa de vellos que lo cubría. Sintió la necesidad de abandonarse al placer. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior con fuerza mientras Pedro jugaba con sus pezones erectos. Él soltó un gruñido cuando ella se arqueó para recibir más de su toque.


Empezó a estimular su entrada con los dedos, extendiendo su humedad hasta cubrir su clítoris. Ella siseó de placer cuando Pedro la penetró primero un dedo, luego con dos.


Paula empezó a rotar sus caderas al ritmo de las envestidas de los dedos de Pedro mientras gemía, y él sentía como su propia excitación crecía a medida que ella se iba dejando llevar.


—Tengo que estar dentro de ti... —dijo él con la voz ronca mientras introducía un tercer dedo y ella gemía con más fuerza—. Hasta lo más profundo —sostuvo los dedos lo más dentro que los pudo llevar.


—Sí, sí, sí —Paula empezó a gritar enloquecida por el placer.


Pedro sacó sus dedos del interior de Paula mientras hacía que sus caderas se levantaran un poco, sujetando las piernas a los lados de cuerpo. Paula se sintió frustrada al perder el contacto con sus dedos, hasta que notó la punta de su erección en la abertura de su cuerpo. Él la agarró y la mantuvo inmóvil mientras rasgaba el empaque del condón y se enfundaba el pene.


Ella temblaba de necesidad. Estaba desnuda y húmeda, intentando mover sus caderas para sentirlo más cerca. 


Pedro se inclinó un poco y Paula aprovechó para agitar con más fuerza la pelvis. Cuando los primeros centímetros de su pene entraron en ella ambos inhalaron bruscamente.


Con la lengua Pedro trazó círculos alrededor de los botones rosados que coronaban sus senos consiguiendo que su piel se estremeciera. Después sopló suavemente haciendo que se le endurecieran los pezones todavía más. Los succionó, uno y otro, provocándole corrientes de placer que alcanzaron su centro mientras él se movía lentamente en su interior.


Al cabo de pocos minutos Paula estaba retorciéndose, tirándole del pelo, arqueando las caderas.


—Pedro —jadeó ella sin aliento.


—Dime, cariño —dijo él con la voz quebrada.


—Más, por favor.


—¿más qué?


—Más fuerte… más rápido —pidió ella casi sin aliento.


Él siguió besándola, aumentando el ritmo y potencia de sus envestidas, rotando las caderas cuando descendía para encontrarse con las suyas.


—Pedro —murmuró de nuevo.


Detenlo. Haz que pare. No, no le dejes que pare ¡Más, más! 


No, no más… sus pensamientos eran contradictorios.


Pedro apoyó su peso en los antebrazos y empezó a moverse a con más fuerza, llenándola por completo y tocando partes de su ser que ella no sabía que existieran. Un agradable calor empezó a subir por su vientre, devorándola, enloqueciéndola…


Sus músculos vaginales empezaron a tensarse. El placer era tan intenso que Paula gritó. Tan asombroso, tan real, tan maravilloso, que no podía creerlo. Nada, en toda su vida,
había sido tan placentero.


—Más. Por favor —dijo mientras su espalda se arqueaba, dejando que la penetrara una y otra vez hasta que estuvo a punto de sollozar de deseo.


Pedro se incorporó sin dejar de penetrarla, la agarró por las nalgas y ella se impulsó contra su cuerpo, aferrándose a sus hombros con las uñas. Sus lenguas lucharon, sus dientes se rozaron, y ella se frotó contra él buscando incrementar su placer. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Lo necesitaba. 


Era como un hambre salvaje que la consumía.


Con los labios, Pedro le tomó un pezón y se lo succionó, pasándole la lengua caliente por la punta hinchada. Ella gimió.


—Por favor, por favor —susurró Paula—. ¡No pares! ¡No pares!


—Nunca.


Paula arrastró y enterró sus uñas en las espalda de Pedro, incapaz de soportar la sobrecarga sensorial. Sus cuerpos siguieron embistiéndose, deslizándose. El placer aumentaba más y más, llevándolos al borde del éxtasis.


—Estoy cerca—gimió.


Pedro tiró con suavidad de su cabello, envolviendo su antebrazo con él, para elevarle el rostro y arañarle el cuello con los dientes. Ella cerró los ojos por el intenso placer que estaba experimentando.


—¡Pedro! —gritó. Los músculos de su vagina se cerraron alrededor del pene de Pedro ordenándolo con violencia cuando llegó al clímax. Era el orgasmo más intenso de su vida. Todo su cuerpo temblaba de placer. Y mientras su cuerpo presionaba el miembro de Pedro, él también llegó al éxtasis.


Él alzó las caderas y siguió acometiendo con tanta fuerza como pudo. Ella llegó al orgasmo otra vez, dejando vacía su mente durante unos segundos.


—Buenos días —dijo él sonriendo contra la piel del cuello de Paula.


—Buenos días —gimió ella mientras trataba de recuperar el aliento.






lunes, 30 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 23





Pedro cerró la puerta de la habitación tras él mientras veía a Paula deshacerse de sus tacones. Tiró de su mano para atraerla junto a él. Sus labios volvieron a encontrarse en un beso duro y necesitado al que ella respondió sin reservas.


Dejó caer un beso sobre su clavícula, lamió donde los labios habían estado, y sopló sobre la piel humedecida. Ella jadeó.


Las manos de Paula, pequeñas y delicadas, le acariciaron la espalda. Los movimientos eran lánguidos, pero excitantes. 


Ella no tenía idea del poder que tenía cada una de sus caricias.


Él situó sus grandes manos en las caderas de Paula, la guio hacia la cama y la colocó en el borde sin apartarse de ella. 


Pedro se colocó frente a ella, agachándose, balanceándose sobre los talones antes de ponerse de rodillas. Lentamente deslizó las manos a lo largo de la parte superior de sus muslos. Se detuvo en el dobladillo del vestido y lo deslizó hacia arriba. Con los pulgares incursionó debajo de las rodillas durante varios minutos antes de aplicar presión y abrirla tan ampliamente como pudo conseguir. Ante sus ojos quedó la pequeña panty de seda blanca, humedecida por la excitación de Paula. Pedro gruñó incapaz de contenerse y empezó a deslizar la prenda a través de sus piernas, descubriendo su sexo. Rosa, húmedo y brillante.


Ahora que tenía una vista directa del centro femenino más bonito que alguna vez hubiera visto, no podía evitar dirigirse hacia él. Pedro presionó un beso suave donde había estado jugando con los pulgares, justo detrás de las rodillas, luego lamió y mordisqueó un camino hacia arriba…


Un temblor sacudió Paula. Él se inclinó más cerca, respirando profundamente, captando el erótico perfume de su deseo. Su sangre se calentó y su miembro saltó presionándose contra la bragueta de su pantalón. Entonces Pedro se rindió a la necesidad que quemaba dentro de él. 


Deslizó sus labios, lamiendo el camino hasta su centro.


Ella gritó, el ronco sonido mezclándose con un gemido de éxtasis. Su excitación le cubrió la lengua y se la tragó, al instante se convirtió en adicto. Los ojos se le cerraron mientras la saboreaba. Su sabor le llenó la boca, le cubrió la garganta y le nubló el sentido.


Los dedos de Paula se enredaron en su pelo, aplicando la más excitante clase de presión. Ella lo quería justo allí, atendiendo sus necesidades. Pedro pasó la lengua por su núcleo, sin apartarse. Arremolinó la punta alrededor del clítoris, volviéndola más salvaje.


Pedro estaba hambriento de ella, y ella no podía esperar para tenerlo dentro de ella. Él penetró en su núcleo, hundiendo la lengua en su interior, rápido, más rápido, disfrutando cuando Paula jadeó su nombre, cuando su esencia le cubrió la cara, cuando la tragó y cuando sus uñas se hundieron en su cuero cabelludo, mientras sus caderas giraban y encontraban los empujes, mientras se arqueaba hacia él, se retiraba y se arqueaba de nuevo.


—¡Pedro! Sí, sí. ¡Ahí! —gritaba Paula en su desenfreno.


Cuando sintió que se tensaba, cada vez más cerca de la liberación, encajó los labios sobre el clítoris y succionó con fuerza, al mismo tiempo que conducía dos y luego tres dedos profundamente en su interior. Moviéndolos en tijera, cambió la profundidad y el ancho en un flujo constante de movimiento, y sólo cuando ella alcanzó la cima del clímax, se echó hacia atrás, ralentizando los movimientos. Sus gemidos se redujeron a incoherentes balbuceos, las caderas lo buscaron, sacudiéndose en círculo, intentando atraerlo de nuevo dentro de aquellas satinadas paredes.


—¡Pedro! Termina conmigo, por favor —le rogó.


—Quiero hacerte sentir bien.


—Y lo hago. Te lo juro.


—Pero quieres más.


—Sí. ¡Por favor!


—Muy bien. —Una zambullida despiadada de los dedos, meneándolos en forma de tijera una y otra vez, chasqueó la lengua sobre aquel brote hinchado y ella culminó con violenta fuerza, sus paredes interiores cerrándose sobre él.


Soltó un grito rasgado, fuerte y alto. Eso le gustó y se deleitó con la idea de ser él quien la había llevado a ese punto.


La desesperación aumentó de forma crítica, y tuvo que apartar los dedos de ella y sujetar sus muslos para mantenerse estable y evitar romper la cremallera y hundirse en casa. Se quedó así hasta que Paula se calmó. Por fin su cuerpo se relajó y su frente brillaba por la fina capa de sudor.


Ella jadeaba entrecortadamente y tenía las marcas de sus dientes en el labio inferior donde se había mordido.


Cuando su somnolienta mirada encontró la suya, Pedro se llevó los dedos a la boca y lamió su excitación. No podía conseguir suficiente de ella y no creía que alguna vez pudiera conseguirlo.


—Quítate la ropa —susurró ella—. Por favor. Déjame tenerte ahora.


Él se puso de pie y se quitó la chaqueta sin dejar de mirarla.


Se aflojó el nudo de la corbata y se la quitó, fue soltando los botones de su camisa, revelando su pecho fuerte y bien formado.


—Ven —lo llamó. Su voz fue poco más que un gemido.


Él fue hacia ella, se subió en la cama apoyándose en sus rodillas y tendió su mano al frente para tirar de ella, la impulsó hacia el frente para que cayera también en sus rodillas y deslizó sus manos por la espalda de Paula hasta localizar el cierre del vestido. Lo bajó completamente mientras ella peleaba con las cremalleras de los puños. 


Luego tiró del dobladillo, llevándolo hacia arriba hasta sacar el vestido por su cabeza. Paula extendió sus brazos hacia arriba para facilitarle el trabajo y cuando la tuvo libre de la prenda, Pedro la lanzó a un lado de la cama.


Él la tomó por la nuca, aferrándola para besarla. Cuando ella respondió llevando sus brazos hacia él, Pedro aprovechó bajar sus manos, recorriendo su columna con la punta de los dedos, hasta alcanzar y abrir el broche de su brasier. Bajó la prenda por los hombros hasta que cayó entre ellos, entonces sus manos recorrieron la piel desnuda de Paula hasta encontrarse con sus pechos. Los acarició con reverencia, haciéndola temblar de deseo.


Ella enterró las manos en el cabello de Pedro mientras su cuerpo buscaba más contacto. Pedro deslizó sus manos por los costados hasta sus piernas, tirando de ellas para envolverlas alrededor de sus caderas mientras caía con ella sobre el colchón. La furiosa erección del doctor se presionó entonces contra la carne sensibilizada de Paula, que jadeó al sentirlo grande y duro contra su entrada.


—Te necesito… dentro… ahora —dijo ella con un tono apremiante y necesitado.


Mordisqueándose el labio inferior, Paula bajó la mano y abrió la cremallera. Las yemas de sus dedos rozaron la húmeda punta de la polla de Pedro, que se extendía mucho más allá de la cinturilla del pantalón


—No llevas ropa interior —dijo sorprendida mientras buscaba su mirada. En sus ojos un hambre cruda y primitiva se dibujaba, dejándola sin aliento. Se sentía hermosa. Él la hacía sentir de ese modo.


Pedro se separó un poco y terminó de quitar sus pantalones, empujándolos al piso de una patada. Entonces se volvió a cernir sobre ella apoyándose en sus antebrazos. Paula buscó sus labios con ansias, entregándose al placer de sus caricias y él igualaba su ímpetu.


Paula gimió cuando sintió el pene de Pedro presionar contra su entrada húmeda y resbaladiza. Sus caderas parecían tener vida propia y salían a su encuentro. Ella nunca se había sentido tan desesperada.


—¿Estás mojada para mí? —susurró Pedro mientras lamía la piel de su cuello.


Hubo un latido de vacilación, pero era algo que Paula no podía negar. Entonces ella susurró tímidamente:
—Lo estoy.


Él lo sabía. Podía sentirlo, sin embargo la admisión lo encendía. Esa lujuriosa renuncia salpicada con un indicio de reserva… era una combinación sensual. Pedro sentía el calor y la humedad emanar de su canal y…


—Un condón… necesitamos —gimió deteniendo las caderas de Paula con sus manos.


Ella abrió los ojos desmesuradamente al comprender lo que estaban a punto de hacer. Sin protección.


Mierda, se reprendió mentalmente.


—Vuelvo en un minuto —le pidió saltando de la cama y arrastrando sus pantalones. Se los puso en tiempo record y salió de la habitación.


—Wow, eso estuvo cerca —suspiró Paula cuando se quedó sola. Cerró los ojos y apretó las piernas reviviendo el placer que había recibido unos minutos antes… y deseó más. Pedro había sido un amante atento y considerado. 
Concentrado en complacerla. Venerándola con sus manos y con su boca… Sergio nunca había hecho eso por ella. Se sintió bien. Más que bien. Se sintió increíble.


Pedro regresó a la habitación con las manos ocultas tras su espalda y una amplia sonrisa. Paula arqueó una ceja en su dirección mientras buscaba algo para cubrir su cuerpo.


—Por favor, no te cubras… no me niegues la visión de tu cuerpo —le suplicó él.


—¿Y qué es lo que traes ahí? —preguntó ella para distraerse de su repentino ataque de pudor.


La sonrisa de Pedro se hizo más amplia y puso a la vista una caja de condones a estrenar.


—¿Fuiste así hasta la farmacia del barco? ¿Tan rápido?


—No… la tomé prestada de la habitación de Mauricio. Es una emergencia y la repondré apenas tenga oportunidad —prometió—. Pero ahora olvídate de eso… ¿Dónde quedamos? —preguntó.


—Me parece que ya nos habíamos desecho de ese —respondió ella señalando su pantalón.


Pedro asintió y llevó sus manos hasta la cinturilla del pantalón. Sin despegar su mirada de la de Paula lo dejó caer, entonces empezó a caminar hacia ella. La escritora se quedó boquiabierta al ver libre la erección de Pedro. Grande, hinchada, larga, con una punta redondeada que ya estaba húmeda. Él se subió a la cama y llegó a la posición que estaba ocupando antes.


Paula se inclinó para besarlo y lo empujó suavemente apoyando las manos en su pecho. Él se dejó caer de espaldas y lentamente, Paula se movió por su cuerpo hasta que su boca estuvo al mismo nivel que el miembro de Pedro.


A él se le cortó el aliento, y la habitación quedó en silencio de nuevo.


—Deja que me ocupe de ti —le pidió ella con la voz ronca.
Y, dicho aquello, lo tomó en su boca, completamente, deslizándose hasta abajo y sintiendo cómo le rozaba la garganta. Era una sensación extraña, pero a ella le gustaba.


El gruñó entre la agonía y el placer, y enterró las manos en el pelo de Paula.


Paula. No….


¿No qué?, pensó él. ¿Que no pare? ¿Que no siga?


Arriba, abajo, arriba... Ella se movía por instinto.


—No... no... Ah, por Dios, Paula. No pares, Por favor, no pares.


Nunca nadie le había suplicado nada. Sergio siempre le daba órdenes, la trataba como si no mereciera nada y, tonta de ella, había permitido eso porque estaba enamorada. Ella disfrutó de su poder sobre Pedro, de la necesidad que él irradiaba. Era suyo. Aunque solo fuera por aquella noche.


Paula continuó moviéndose hacia arriba y hacia abajo, mientras giraba la lengua y acariciaba cada centímetro de piel que encontraba. Tomó los pesados sacos de sus testículos. Él se arqueó. Todos los músculos de su cuerpo estaban tensos. Ella podía sentir el zumbido de la pasión en su sangre. Y quería más. Tenía que conseguir más.


—He cambiado de opinión, Paula. Para. ¡Para!


Sin piedad, ella continuó deslizándose hacia arriba y pasando la lengua por la punta hinchada. Succionó, mordisqueó con suavidad. Lo lamía y chupaba como si se tratara de una piruletas, pero el sabor de Pedro era mejor… le gustaba mucho más.


—Voy a... ¡Paula!


Pedro rugió su hombre mientras el clímax se apoderaba de él. Derramó su simiente cálida en la boca de Paula y ella tragó hasta la última gota e incluso lamió los pequeños restos, sabiendo que a él le complacería.


Cuando se incorporó, Pedro todavía estaba duro. La visión hizo que los músculos de su vagina se contrajeran. Él estaba jadeando y luchando por llevar un poco de oxígeno a sus pulmones, con los ojos cerrados y la boca abierta con un gesto de absoluta satisfacción. Yo he hecho esto, pensó ella con orgullo. Nunca se había sentido más poderosa y nunca había sido testigo de una visión más erótica. Su propia necesidad aumentó tanto que escaló su cuerpo, llevando su mano hacia donde había dejado la caja de condones. 


Rompió el precinto y sacó un envoltorio plateado del interior de la caja. Rasgó el empaque con los dientes y empezó a poner el preservativo con las manos temblorosas sobre la erección de Pedro.


Él guio las manos de Paula hasta que cubrió completamente su falo. La escritora sonrió mordiéndose el labio inferior y se sentó a horcajadas sobre Pedro. Estaba muy húmeda. Él siguió atento cada uno de sus movimientos.


—Te necesito dentro de mí —dijo Paula mientras él se aferraba con las manos a sus caderas.


Él empujó profundo y seguro, llenándola y gimieron al unísono. Paula estaba apretada, más apretada que un puño, y lo sabía por qué la estiraba. Sabía que era demasiado grande para un cuerpo tan delgado, pero eso no le detuvo de moverla arriba y abajo, arriba y abajo desde la raíz del pene hasta la misma punta.


Paula estaba tan mojada que el deslizamiento fue suave. 


Ella se inclinó hacia adelante, necesitando sentir más de él. 


Sus pezones le rasparon se frotaban contra el pecho de Pedro, creando una fricción deliciosa. Fricción que le lanzó ramalazos de placer por todo el cuerpo.


Estaba completamente consumido el uno por el otro. Pedro estaba en todas partes… en su boca, bajo su cuerpo, deslizándose dentro y fuera de ella, una y otra vez… sus piernas la envolvían, las manos masajeaban sus pechos, apretando sus pezones y haciéndolos rodar entre sus dedos, incluso el fino vello que salpicaba la piel de Pedro actuaba como estimulante, bailando sobre su piel y haciéndole cosquillas.


—¡Pedro! ¡Oh, Pedro!


Su nombre en sus labios lo deshizo, total y completamente. 


Bombeó en ella más duro. Ella buscó nuevamente sus labios y sus lenguas se enfrentaron con la misma fuerza que lo hacían sus cuerpos.


Él quería correrse desesperadamente, pero no, no antes de que ella tuviera su orgasmo. Metió la mano entre sus cuerpos y rodeó su clítoris con el pulgar, y eso fue todo lo que ella necesitó.


Un grito resonó en la habitación, haciéndose eco a su alrededor, ordeñándolo con sus paredes internas. Él la siguió en su camino al clímax. Rugió y gimió, atrapado en las increíbles sensaciones, sin importarle nada más.


Ella se desplomó sobre su pecho. Él se movió sobre su costado sin abandonar el cuerpo de Paula. Ella acomodó su rostro en el hueco de su cuello y enredó sus piernas entre las suyas.


Paula dejó escapar un pequeño suspiro satisfecho que hizo sonreír a Pedro y él bajó sus ojos hacia su rostro. Su expresión satisfecha lo complació. Se quedó mirándola mientras su respiración se fue haciendo constante. Ella abrió los ojos y le regaló una sonrisa brillante.


—Eso estuvo increíble —dijo ella, sonrojándose inmediatamente.


—¿Te gustó? —le preguntó Pedro arqueando una ceja—. Porque no hemos hecho más que empezar.


—¿Empezar? —respondió Paula sorprendida.


—Nena, quiero poseerte de todas las maneras en que sea posible —le dijo él, acariciándole el cuello con la nariz, mientras salía de su cuerpo para deshacerse del condón usado y colocarse uno nuevo.