martes, 31 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 24




A la mañana siguiente, los rayos del sol hicieron que Paula apretara sus párpados con fuerza. Un gruñido masculino resonó tras de ella mientras un agradable calor la envolvía. Ella se removió en la cama, acomodándose más a aquella fuente de calor hasta que sintió algo crecer y tensarse contra su trasero.


Paula abrió los ojos de golpe y los recuerdos de la noche anterior cayeron sobre ella como en cascada. Se mordió el labio inferior mientras Pedro crecía contra sus nalgas mientras ella se frotaba descaradamente contra él.


—Alguien despertó con ganas de jugar —se burló él con la voz ronca.


—Uhmm —murmuró ella sin dejar de frotarse.


Pedro tiró de ella hasta que su espalda descansó contra el colchón, y se acomodó entre sus piernas. Tomó la sábana que cubría su cuerpo y la apartó mientras dejaba un sendero de besos por el torso desnudo de Paula. Ella extendió los brazos poniéndose totalmente a su merced. Él arañó la piel de Paula con los dientes, dejando que su respiración cosquilleara sobre su piel enardecida. Empezó a recorrer su cuerpo con las manos mientras sus labios ascendían buscando los suyos. Paula abrió sus piernas todo lo que pudo para recibirlo y el gimió al sentir que ella estaba preparada para acogerlo.


—Creo que podría acostumbrarme a esto —gruñó Pedro.


Extendiendo su mano hasta la mesita de noche para tomar un nuevo condón y lo puso en la mano de Paula mientras ella acariciaba los muslos y nalgas de Pedro con los pies.


—Yo también podría… —admitió ella—. No sé si eso sea algo bueno.


Paula empezó a reír mientras él descendía sobre ella, deslizando su lengua por la cara interna de su muslo, mordisqueando y soplando su aliento. Levantó una de sus piernas y trazó sus curvas con la lengua, acariciando, tentando…


Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la escritora mientras sentía el rastro húmedo de Pedro por una de sus piernas. Ella alzó la otra poniéndole el pie en el abdomen.


—¿Realmente esto está pasando? —le preguntó Paula en voz alta, aunque la pregunta era para ella misma.


—Me parece que sí… que está volviendo a pasar —respondió Pedro con una media sonrisa que hacía cosas interesantes con el estómago de Paula.


El doctor le tomó el pie y le besó el arco para luego lamerlo. 


Ella cerró los ojos con fuerza mientras se mordía el labio.


Jamás, en toda su vida, imaginó que los pies fueran una zona erógena. Mientras la boca de Pedro jugaba con los pies de Paula su piel se erizaba.


—Nunca nadie me había hecho eso —confesó con la voz entrecortada.


—¿Y te gusta?


—Sí… por favor sigue.


Él obedeció mientras la observaba. Pedro no podía creer que ella en seguía en su habitación. La tenue luz de la mañana le acariciaba el cuerpo, destacando su delicado bronceado. Su piel de terciopelo lo invitaba a tocar, acariciar, disfrutar. Se incorporó y siguió acariciando la piel de sus caderas con la lengua, ascendiendo por su vientre… por su torso… por sus senos…


Ella alargó el brazo y puso las yemas de los dedos sobre el pecho de Pedro, contorneando sus músculos y jugueteando con la suave capa de vellos que lo cubría. Sintió la necesidad de abandonarse al placer. Cerró los ojos y se mordió el labio inferior con fuerza mientras Pedro jugaba con sus pezones erectos. Él soltó un gruñido cuando ella se arqueó para recibir más de su toque.


Empezó a estimular su entrada con los dedos, extendiendo su humedad hasta cubrir su clítoris. Ella siseó de placer cuando Pedro la penetró primero un dedo, luego con dos.


Paula empezó a rotar sus caderas al ritmo de las envestidas de los dedos de Pedro mientras gemía, y él sentía como su propia excitación crecía a medida que ella se iba dejando llevar.


—Tengo que estar dentro de ti... —dijo él con la voz ronca mientras introducía un tercer dedo y ella gemía con más fuerza—. Hasta lo más profundo —sostuvo los dedos lo más dentro que los pudo llevar.


—Sí, sí, sí —Paula empezó a gritar enloquecida por el placer.


Pedro sacó sus dedos del interior de Paula mientras hacía que sus caderas se levantaran un poco, sujetando las piernas a los lados de cuerpo. Paula se sintió frustrada al perder el contacto con sus dedos, hasta que notó la punta de su erección en la abertura de su cuerpo. Él la agarró y la mantuvo inmóvil mientras rasgaba el empaque del condón y se enfundaba el pene.


Ella temblaba de necesidad. Estaba desnuda y húmeda, intentando mover sus caderas para sentirlo más cerca. 


Pedro se inclinó un poco y Paula aprovechó para agitar con más fuerza la pelvis. Cuando los primeros centímetros de su pene entraron en ella ambos inhalaron bruscamente.


Con la lengua Pedro trazó círculos alrededor de los botones rosados que coronaban sus senos consiguiendo que su piel se estremeciera. Después sopló suavemente haciendo que se le endurecieran los pezones todavía más. Los succionó, uno y otro, provocándole corrientes de placer que alcanzaron su centro mientras él se movía lentamente en su interior.


Al cabo de pocos minutos Paula estaba retorciéndose, tirándole del pelo, arqueando las caderas.


—Pedro —jadeó ella sin aliento.


—Dime, cariño —dijo él con la voz quebrada.


—Más, por favor.


—¿más qué?


—Más fuerte… más rápido —pidió ella casi sin aliento.


Él siguió besándola, aumentando el ritmo y potencia de sus envestidas, rotando las caderas cuando descendía para encontrarse con las suyas.


—Pedro —murmuró de nuevo.


Detenlo. Haz que pare. No, no le dejes que pare ¡Más, más! 


No, no más… sus pensamientos eran contradictorios.


Pedro apoyó su peso en los antebrazos y empezó a moverse a con más fuerza, llenándola por completo y tocando partes de su ser que ella no sabía que existieran. Un agradable calor empezó a subir por su vientre, devorándola, enloqueciéndola…


Sus músculos vaginales empezaron a tensarse. El placer era tan intenso que Paula gritó. Tan asombroso, tan real, tan maravilloso, que no podía creerlo. Nada, en toda su vida,
había sido tan placentero.


—Más. Por favor —dijo mientras su espalda se arqueaba, dejando que la penetrara una y otra vez hasta que estuvo a punto de sollozar de deseo.


Pedro se incorporó sin dejar de penetrarla, la agarró por las nalgas y ella se impulsó contra su cuerpo, aferrándose a sus hombros con las uñas. Sus lenguas lucharon, sus dientes se rozaron, y ella se frotó contra él buscando incrementar su placer. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Lo necesitaba. 


Era como un hambre salvaje que la consumía.


Con los labios, Pedro le tomó un pezón y se lo succionó, pasándole la lengua caliente por la punta hinchada. Ella gimió.


—Por favor, por favor —susurró Paula—. ¡No pares! ¡No pares!


—Nunca.


Paula arrastró y enterró sus uñas en las espalda de Pedro, incapaz de soportar la sobrecarga sensorial. Sus cuerpos siguieron embistiéndose, deslizándose. El placer aumentaba más y más, llevándolos al borde del éxtasis.


—Estoy cerca—gimió.


Pedro tiró con suavidad de su cabello, envolviendo su antebrazo con él, para elevarle el rostro y arañarle el cuello con los dientes. Ella cerró los ojos por el intenso placer que estaba experimentando.


—¡Pedro! —gritó. Los músculos de su vagina se cerraron alrededor del pene de Pedro ordenándolo con violencia cuando llegó al clímax. Era el orgasmo más intenso de su vida. Todo su cuerpo temblaba de placer. Y mientras su cuerpo presionaba el miembro de Pedro, él también llegó al éxtasis.


Él alzó las caderas y siguió acometiendo con tanta fuerza como pudo. Ella llegó al orgasmo otra vez, dejando vacía su mente durante unos segundos.


—Buenos días —dijo él sonriendo contra la piel del cuello de Paula.


—Buenos días —gimió ella mientras trataba de recuperar el aliento.






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