lunes, 30 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 23





Pedro cerró la puerta de la habitación tras él mientras veía a Paula deshacerse de sus tacones. Tiró de su mano para atraerla junto a él. Sus labios volvieron a encontrarse en un beso duro y necesitado al que ella respondió sin reservas.


Dejó caer un beso sobre su clavícula, lamió donde los labios habían estado, y sopló sobre la piel humedecida. Ella jadeó.


Las manos de Paula, pequeñas y delicadas, le acariciaron la espalda. Los movimientos eran lánguidos, pero excitantes. 


Ella no tenía idea del poder que tenía cada una de sus caricias.


Él situó sus grandes manos en las caderas de Paula, la guio hacia la cama y la colocó en el borde sin apartarse de ella. 


Pedro se colocó frente a ella, agachándose, balanceándose sobre los talones antes de ponerse de rodillas. Lentamente deslizó las manos a lo largo de la parte superior de sus muslos. Se detuvo en el dobladillo del vestido y lo deslizó hacia arriba. Con los pulgares incursionó debajo de las rodillas durante varios minutos antes de aplicar presión y abrirla tan ampliamente como pudo conseguir. Ante sus ojos quedó la pequeña panty de seda blanca, humedecida por la excitación de Paula. Pedro gruñó incapaz de contenerse y empezó a deslizar la prenda a través de sus piernas, descubriendo su sexo. Rosa, húmedo y brillante.


Ahora que tenía una vista directa del centro femenino más bonito que alguna vez hubiera visto, no podía evitar dirigirse hacia él. Pedro presionó un beso suave donde había estado jugando con los pulgares, justo detrás de las rodillas, luego lamió y mordisqueó un camino hacia arriba…


Un temblor sacudió Paula. Él se inclinó más cerca, respirando profundamente, captando el erótico perfume de su deseo. Su sangre se calentó y su miembro saltó presionándose contra la bragueta de su pantalón. Entonces Pedro se rindió a la necesidad que quemaba dentro de él. 


Deslizó sus labios, lamiendo el camino hasta su centro.


Ella gritó, el ronco sonido mezclándose con un gemido de éxtasis. Su excitación le cubrió la lengua y se la tragó, al instante se convirtió en adicto. Los ojos se le cerraron mientras la saboreaba. Su sabor le llenó la boca, le cubrió la garganta y le nubló el sentido.


Los dedos de Paula se enredaron en su pelo, aplicando la más excitante clase de presión. Ella lo quería justo allí, atendiendo sus necesidades. Pedro pasó la lengua por su núcleo, sin apartarse. Arremolinó la punta alrededor del clítoris, volviéndola más salvaje.


Pedro estaba hambriento de ella, y ella no podía esperar para tenerlo dentro de ella. Él penetró en su núcleo, hundiendo la lengua en su interior, rápido, más rápido, disfrutando cuando Paula jadeó su nombre, cuando su esencia le cubrió la cara, cuando la tragó y cuando sus uñas se hundieron en su cuero cabelludo, mientras sus caderas giraban y encontraban los empujes, mientras se arqueaba hacia él, se retiraba y se arqueaba de nuevo.


—¡Pedro! Sí, sí. ¡Ahí! —gritaba Paula en su desenfreno.


Cuando sintió que se tensaba, cada vez más cerca de la liberación, encajó los labios sobre el clítoris y succionó con fuerza, al mismo tiempo que conducía dos y luego tres dedos profundamente en su interior. Moviéndolos en tijera, cambió la profundidad y el ancho en un flujo constante de movimiento, y sólo cuando ella alcanzó la cima del clímax, se echó hacia atrás, ralentizando los movimientos. Sus gemidos se redujeron a incoherentes balbuceos, las caderas lo buscaron, sacudiéndose en círculo, intentando atraerlo de nuevo dentro de aquellas satinadas paredes.


—¡Pedro! Termina conmigo, por favor —le rogó.


—Quiero hacerte sentir bien.


—Y lo hago. Te lo juro.


—Pero quieres más.


—Sí. ¡Por favor!


—Muy bien. —Una zambullida despiadada de los dedos, meneándolos en forma de tijera una y otra vez, chasqueó la lengua sobre aquel brote hinchado y ella culminó con violenta fuerza, sus paredes interiores cerrándose sobre él.


Soltó un grito rasgado, fuerte y alto. Eso le gustó y se deleitó con la idea de ser él quien la había llevado a ese punto.


La desesperación aumentó de forma crítica, y tuvo que apartar los dedos de ella y sujetar sus muslos para mantenerse estable y evitar romper la cremallera y hundirse en casa. Se quedó así hasta que Paula se calmó. Por fin su cuerpo se relajó y su frente brillaba por la fina capa de sudor.


Ella jadeaba entrecortadamente y tenía las marcas de sus dientes en el labio inferior donde se había mordido.


Cuando su somnolienta mirada encontró la suya, Pedro se llevó los dedos a la boca y lamió su excitación. No podía conseguir suficiente de ella y no creía que alguna vez pudiera conseguirlo.


—Quítate la ropa —susurró ella—. Por favor. Déjame tenerte ahora.


Él se puso de pie y se quitó la chaqueta sin dejar de mirarla.


Se aflojó el nudo de la corbata y se la quitó, fue soltando los botones de su camisa, revelando su pecho fuerte y bien formado.


—Ven —lo llamó. Su voz fue poco más que un gemido.


Él fue hacia ella, se subió en la cama apoyándose en sus rodillas y tendió su mano al frente para tirar de ella, la impulsó hacia el frente para que cayera también en sus rodillas y deslizó sus manos por la espalda de Paula hasta localizar el cierre del vestido. Lo bajó completamente mientras ella peleaba con las cremalleras de los puños. 


Luego tiró del dobladillo, llevándolo hacia arriba hasta sacar el vestido por su cabeza. Paula extendió sus brazos hacia arriba para facilitarle el trabajo y cuando la tuvo libre de la prenda, Pedro la lanzó a un lado de la cama.


Él la tomó por la nuca, aferrándola para besarla. Cuando ella respondió llevando sus brazos hacia él, Pedro aprovechó bajar sus manos, recorriendo su columna con la punta de los dedos, hasta alcanzar y abrir el broche de su brasier. Bajó la prenda por los hombros hasta que cayó entre ellos, entonces sus manos recorrieron la piel desnuda de Paula hasta encontrarse con sus pechos. Los acarició con reverencia, haciéndola temblar de deseo.


Ella enterró las manos en el cabello de Pedro mientras su cuerpo buscaba más contacto. Pedro deslizó sus manos por los costados hasta sus piernas, tirando de ellas para envolverlas alrededor de sus caderas mientras caía con ella sobre el colchón. La furiosa erección del doctor se presionó entonces contra la carne sensibilizada de Paula, que jadeó al sentirlo grande y duro contra su entrada.


—Te necesito… dentro… ahora —dijo ella con un tono apremiante y necesitado.


Mordisqueándose el labio inferior, Paula bajó la mano y abrió la cremallera. Las yemas de sus dedos rozaron la húmeda punta de la polla de Pedro, que se extendía mucho más allá de la cinturilla del pantalón


—No llevas ropa interior —dijo sorprendida mientras buscaba su mirada. En sus ojos un hambre cruda y primitiva se dibujaba, dejándola sin aliento. Se sentía hermosa. Él la hacía sentir de ese modo.


Pedro se separó un poco y terminó de quitar sus pantalones, empujándolos al piso de una patada. Entonces se volvió a cernir sobre ella apoyándose en sus antebrazos. Paula buscó sus labios con ansias, entregándose al placer de sus caricias y él igualaba su ímpetu.


Paula gimió cuando sintió el pene de Pedro presionar contra su entrada húmeda y resbaladiza. Sus caderas parecían tener vida propia y salían a su encuentro. Ella nunca se había sentido tan desesperada.


—¿Estás mojada para mí? —susurró Pedro mientras lamía la piel de su cuello.


Hubo un latido de vacilación, pero era algo que Paula no podía negar. Entonces ella susurró tímidamente:
—Lo estoy.


Él lo sabía. Podía sentirlo, sin embargo la admisión lo encendía. Esa lujuriosa renuncia salpicada con un indicio de reserva… era una combinación sensual. Pedro sentía el calor y la humedad emanar de su canal y…


—Un condón… necesitamos —gimió deteniendo las caderas de Paula con sus manos.


Ella abrió los ojos desmesuradamente al comprender lo que estaban a punto de hacer. Sin protección.


Mierda, se reprendió mentalmente.


—Vuelvo en un minuto —le pidió saltando de la cama y arrastrando sus pantalones. Se los puso en tiempo record y salió de la habitación.


—Wow, eso estuvo cerca —suspiró Paula cuando se quedó sola. Cerró los ojos y apretó las piernas reviviendo el placer que había recibido unos minutos antes… y deseó más. Pedro había sido un amante atento y considerado. 
Concentrado en complacerla. Venerándola con sus manos y con su boca… Sergio nunca había hecho eso por ella. Se sintió bien. Más que bien. Se sintió increíble.


Pedro regresó a la habitación con las manos ocultas tras su espalda y una amplia sonrisa. Paula arqueó una ceja en su dirección mientras buscaba algo para cubrir su cuerpo.


—Por favor, no te cubras… no me niegues la visión de tu cuerpo —le suplicó él.


—¿Y qué es lo que traes ahí? —preguntó ella para distraerse de su repentino ataque de pudor.


La sonrisa de Pedro se hizo más amplia y puso a la vista una caja de condones a estrenar.


—¿Fuiste así hasta la farmacia del barco? ¿Tan rápido?


—No… la tomé prestada de la habitación de Mauricio. Es una emergencia y la repondré apenas tenga oportunidad —prometió—. Pero ahora olvídate de eso… ¿Dónde quedamos? —preguntó.


—Me parece que ya nos habíamos desecho de ese —respondió ella señalando su pantalón.


Pedro asintió y llevó sus manos hasta la cinturilla del pantalón. Sin despegar su mirada de la de Paula lo dejó caer, entonces empezó a caminar hacia ella. La escritora se quedó boquiabierta al ver libre la erección de Pedro. Grande, hinchada, larga, con una punta redondeada que ya estaba húmeda. Él se subió a la cama y llegó a la posición que estaba ocupando antes.


Paula se inclinó para besarlo y lo empujó suavemente apoyando las manos en su pecho. Él se dejó caer de espaldas y lentamente, Paula se movió por su cuerpo hasta que su boca estuvo al mismo nivel que el miembro de Pedro.


A él se le cortó el aliento, y la habitación quedó en silencio de nuevo.


—Deja que me ocupe de ti —le pidió ella con la voz ronca.
Y, dicho aquello, lo tomó en su boca, completamente, deslizándose hasta abajo y sintiendo cómo le rozaba la garganta. Era una sensación extraña, pero a ella le gustaba.


El gruñó entre la agonía y el placer, y enterró las manos en el pelo de Paula.


Paula. No….


¿No qué?, pensó él. ¿Que no pare? ¿Que no siga?


Arriba, abajo, arriba... Ella se movía por instinto.


—No... no... Ah, por Dios, Paula. No pares, Por favor, no pares.


Nunca nadie le había suplicado nada. Sergio siempre le daba órdenes, la trataba como si no mereciera nada y, tonta de ella, había permitido eso porque estaba enamorada. Ella disfrutó de su poder sobre Pedro, de la necesidad que él irradiaba. Era suyo. Aunque solo fuera por aquella noche.


Paula continuó moviéndose hacia arriba y hacia abajo, mientras giraba la lengua y acariciaba cada centímetro de piel que encontraba. Tomó los pesados sacos de sus testículos. Él se arqueó. Todos los músculos de su cuerpo estaban tensos. Ella podía sentir el zumbido de la pasión en su sangre. Y quería más. Tenía que conseguir más.


—He cambiado de opinión, Paula. Para. ¡Para!


Sin piedad, ella continuó deslizándose hacia arriba y pasando la lengua por la punta hinchada. Succionó, mordisqueó con suavidad. Lo lamía y chupaba como si se tratara de una piruletas, pero el sabor de Pedro era mejor… le gustaba mucho más.


—Voy a... ¡Paula!


Pedro rugió su hombre mientras el clímax se apoderaba de él. Derramó su simiente cálida en la boca de Paula y ella tragó hasta la última gota e incluso lamió los pequeños restos, sabiendo que a él le complacería.


Cuando se incorporó, Pedro todavía estaba duro. La visión hizo que los músculos de su vagina se contrajeran. Él estaba jadeando y luchando por llevar un poco de oxígeno a sus pulmones, con los ojos cerrados y la boca abierta con un gesto de absoluta satisfacción. Yo he hecho esto, pensó ella con orgullo. Nunca se había sentido más poderosa y nunca había sido testigo de una visión más erótica. Su propia necesidad aumentó tanto que escaló su cuerpo, llevando su mano hacia donde había dejado la caja de condones. 


Rompió el precinto y sacó un envoltorio plateado del interior de la caja. Rasgó el empaque con los dientes y empezó a poner el preservativo con las manos temblorosas sobre la erección de Pedro.


Él guio las manos de Paula hasta que cubrió completamente su falo. La escritora sonrió mordiéndose el labio inferior y se sentó a horcajadas sobre Pedro. Estaba muy húmeda. Él siguió atento cada uno de sus movimientos.


—Te necesito dentro de mí —dijo Paula mientras él se aferraba con las manos a sus caderas.


Él empujó profundo y seguro, llenándola y gimieron al unísono. Paula estaba apretada, más apretada que un puño, y lo sabía por qué la estiraba. Sabía que era demasiado grande para un cuerpo tan delgado, pero eso no le detuvo de moverla arriba y abajo, arriba y abajo desde la raíz del pene hasta la misma punta.


Paula estaba tan mojada que el deslizamiento fue suave. 


Ella se inclinó hacia adelante, necesitando sentir más de él. 


Sus pezones le rasparon se frotaban contra el pecho de Pedro, creando una fricción deliciosa. Fricción que le lanzó ramalazos de placer por todo el cuerpo.


Estaba completamente consumido el uno por el otro. Pedro estaba en todas partes… en su boca, bajo su cuerpo, deslizándose dentro y fuera de ella, una y otra vez… sus piernas la envolvían, las manos masajeaban sus pechos, apretando sus pezones y haciéndolos rodar entre sus dedos, incluso el fino vello que salpicaba la piel de Pedro actuaba como estimulante, bailando sobre su piel y haciéndole cosquillas.


—¡Pedro! ¡Oh, Pedro!


Su nombre en sus labios lo deshizo, total y completamente. 


Bombeó en ella más duro. Ella buscó nuevamente sus labios y sus lenguas se enfrentaron con la misma fuerza que lo hacían sus cuerpos.


Él quería correrse desesperadamente, pero no, no antes de que ella tuviera su orgasmo. Metió la mano entre sus cuerpos y rodeó su clítoris con el pulgar, y eso fue todo lo que ella necesitó.


Un grito resonó en la habitación, haciéndose eco a su alrededor, ordeñándolo con sus paredes internas. Él la siguió en su camino al clímax. Rugió y gimió, atrapado en las increíbles sensaciones, sin importarle nada más.


Ella se desplomó sobre su pecho. Él se movió sobre su costado sin abandonar el cuerpo de Paula. Ella acomodó su rostro en el hueco de su cuello y enredó sus piernas entre las suyas.


Paula dejó escapar un pequeño suspiro satisfecho que hizo sonreír a Pedro y él bajó sus ojos hacia su rostro. Su expresión satisfecha lo complació. Se quedó mirándola mientras su respiración se fue haciendo constante. Ella abrió los ojos y le regaló una sonrisa brillante.


—Eso estuvo increíble —dijo ella, sonrojándose inmediatamente.


—¿Te gustó? —le preguntó Pedro arqueando una ceja—. Porque no hemos hecho más que empezar.


—¿Empezar? —respondió Paula sorprendida.


—Nena, quiero poseerte de todas las maneras en que sea posible —le dijo él, acariciándole el cuello con la nariz, mientras salía de su cuerpo para deshacerse del condón usado y colocarse uno nuevo.





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