jueves, 26 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 9






—¡No, no, no! —se quejó Paula adormilada—. Otra vez no, maldito teléfono.


Golpeó el colchón de su cama con los puños haciendo un puchero como una niña pequeña; luego extendió su brazo para capturar el aparato que continuaba sonando. Al ver el identificador de llamadas resopló.


—¿Sabes que acabas de interrumpir lo más cercano a la inspiración que he tenido en algún tiempo? —lloriqueó Paula.


—Cariño, mi plan va a ayudarte con tu novela… lo prometo —aseguró su amiga—. Iremos al centro comercial, compraremos ropa sexy para nuestro viaje, iremos a la peluquería… en fin, nos consentiremos y luego iremos por una rica cena en algún lugar lindo.


—¿Y eso cómo me ayuda? —preguntó la escritora—. Realmente estaba teniendo algo muy bueno aquí.


—¿Algo bueno? ¿Cómo de más de 500 palabras? ¿No? —la interrogó su amiga—. Entonces hazme caso… sales, te distraes, dejas de pensar en tu condenado deadline y vives un poco —la instruyó Carolina—. Si no tienes una vida propia, ¿cómo esperas darle vida a tus personajes? Además, te hace falta salir de ese agujero que llamas casa.


—Apenas ayer fuimos a un bar y no terminó demasiado bien la noche…


—Pero mira que prometía —se carcajeó Carolina.


—Nunca supe de donde conocías al chico de la cafetería —comentó Paula.


—¿No te dije? —Carolina se escuchaba sorprendida—. Pedro es mi otro vecino sexy… el hermano de Mauricio.


—¿Mauricio? —murmuró Paula tratando de recordar. Cuando el rostro del exhibicionista del bar vino a su mente se golpeó la frente con la palma de la mano—. ¿Ellos son los dos hermanos calientes que siempre usas para tus novelas?


—Sí. Él es el sexy doctor de Unchained—respondió su amiga—. Y su hermano —suspiró Carolina—. Su hermano es…


—El tipo que te tiraste en la fiesta de Halloween y con el que luego escribiste Noctem—se burló Paula. Su amiga le había contado cómo utilizó a sus vecinos como inspiración para dos de sus historias paranormales, que terminaron llenas de escenas de sexo caliente entre humanos y demonios—. Ya, lo tengo.


—Serás bestia —bufó su amiga—. Y solo para tu información, no me tiré a Mauricio…


—Pero realmente faltó muy poco para eso —replicó la escritora con sorna. Carolina soltó una sonora carcajada al teléfono, incapaz de negarlo.


—Bien, lo que sea… paso por ti en veinte minutos —dijo cambiando de tema—. Y más vale que estés lista para salir o te arrastraré fuera de ese hoyo de autocompasión en el que te revuelcas y te traeré de vuelta a la realidad aunque la vida se me vaya en eso.


—Lo que sea, hermana —devolvió Paula—. Te veo en un rato.


Al terminar la llamada, Paula colocó su teléfono en la mesita de noche y se frotó la cara.


—Será mejor que me levante ahora —se dijo—. Aunque realmente no desee hacerlo.



*****


Después de asegurarse de que su paciente, el señor Carson, estaba bien, Pedro se encerró en su consultorio para organizar algunas cosas. Un par de golpes en la puerta sonaron antes de que ésta se abriera y revelara a la enfermera Jones.


—Debería irse a casa, doctor Alfonso —le sugirió—. Si el director se entera de que lo llamé durante sus vacaciones, me mata; y si el resto del personal lo descubre, entonces no podrá marcharse.


Pedro tuvo que reírse de eso, pero reconocía la verdad en esas palabras. En los últimos años se había auto esclavizado y sus compañeros bien que se habían aprovechado de eso.


—Está bien, Lorna —aceptó el doctor—. Me iré, desconectaré mi busca y dejaré mi teléfono en el primer bote de basura que encuentre de camino a casa —se burló.


La enfermera sonrió ampliamente y asintió en acuerdo.


—¡Así me gusta, doc! —exclamó antes de marcharse.


Cuando Lorna abandonó su consultorio, Pedro tomó su celular y envió mensajes a su hermano. Lamentaba haberlo dejado abandonado en la mañana. Solo después de haber entrado en la emergencia recordó que habían ido juntos en su carro.


Después de un par de textos supo que Mauricio estaba en el centro comercial cercano a su casa. Pedro tomó las pocas cosas que estaba olvidando en aquella oficina y salió al estacionamiento sin llamar la atención de sus compañeros. 


Toda una proeza.


Envió un último mensaje a su hermano para indicarle que iba en camino a reunirse con él, entonces encendió el motor de su carro para alejarse del hospital por las próximas 3 semanas.



*****


Carolina y Paula ya tenían rato dando vueltas por las tiendas de lencería femenina de aquel centro comercial. La escritora está aburrida y cansada, odiaba ir de compras porque nunca encontraba nada de su gusto. Aquel invento de su amiga, en lugar de distraerla, parecía agobiarla más; así que le dijo a Carolina que iría por un té helado mientras ella se probaba algunas cosas en su última parada.


Su amiga asintió mientras tomaba un par de conjuntos de lencería y escaneaba la tienda para ubicar los probadores.


—Está bien —dijo haciendo un puchero mientras recogía su melena rojiza en una coleta—. Lárgate y abandóname —habló con su tono más dramático haciendo un gesto con la mano para indicar que podía marcharse—. Pero tráeme algo de tomar, hace un calor infernal aquí.


Paula tuvo que reírse de eso, pero se alejó sin decir nada más. Cuando salió de la tienda tomó una profunda respiración y giró su cuello para liberar un poco de la tensión que sentía.


Caminó hacia un puesto de bebidas en la mitad del pasillo y se distrajo un poco cuando una alerta de mensajes sonó en su celular. Sacó el teléfono de su bolsillo y empezó a leer el mensaje cuando se tropezó con alguien.


—Disculpe —le dijo sin mirar.


—¿Pau? —la voz que la llamaba con ese nombre cariñoso hizo que todos sus sentidos se pusieran en guardia.


—No te atrevas a llamarme de ese modo nunca más —respondió la escritora siseando entre dientes—. Nunca más ¿entendiste?


—¿Es que acaso no me extrañas, gatita? —se burló el hombre. Su cabello negro ligeramente despeinado le aportaba un aire despreocupado y encantador,Paula casi podía saborearlos momentos en los que enterraba sus manos en ese cabello mientras hacían el amor. Sus ojos ambarinos brillaban con diversión, recorriendo el cuerpo de la escritora con descaro, y sus labios se curvaban en una cínica sonrisa que lo hacía lucir más atractivo. Una suave barba de pocos días poblaba su mandíbula cuadrada, y eso durante mucho tiempo hacía enloquecer a las hormonas de Paula. Sergio lo sabía. No era justo que el mal luciera tan bien.


—Yo no soy tu gatita, imbécil —gruñó ella alejándose de él, pero Sergio le cerró el paso y la retuvo envolviendo una de sus fuertes manos en la parte posterior del cuello de Paula.


—¿Ya me olvidaste? —se burló Sergio poniendo cara de inocente—. No lo creo.


Sin que ella pudiera evitarlo, Sergio Carter se apoderó de sus labios como lo había hecho tantas veces mientras fueron novios: salvajemente.


La gente a su alrededor se detuvo a vitorear mientras ella trataba, inútilmente, de deshacerse de su agarre. Cuando finalmente pudo liberarse, Paula atravesó su cara con una bofetada tan fuerte que le dejó doliendo la mano y le dio un rodillazo en la ingle.


—Eso es para que no se te vuelva a ocurrir besarme —le advirtió ella.


—Sabes que me deseas —gimió Sergio mientras se retorcía de dolor.


—Tanto como deseo la muerte, Carter —devolvió Paula totalmente dominada por la furia—. Ahora ve y busca alguna otra estúpida que te mantenga, porque de mí no vuelves a ver ni la sombra.


—No te vas a librar de mi tan fácil, Pau —gritó su exnovio.


—¿Quieres apostar? —respondió la escritora en voz baja mientras se alejaba del lugar.



*****

Pedro venía concentrado en el último mensaje de Mauricio, donde le indicaba el nombre de la tienda en la que se encontraba. No podía ser tan difícil encontrarlo ¿cierto?


Decidió acercarse a uno de los puestos de bebidas que estaban repartidos por todo el lugar para tomar algo refrescante antes de seguir la búsqueda. El ruido de la gente vitoreando una pareja de amantes comiéndose la boca atrajo su atención. Sonrió mientras recordaba a Paula Chaves bailando con él en el bar la noche anterior, imaginándose con ella del mismo modo que aquel hombre besaba a su novia; hasta que se fijó bien en ella y la realidad lo golpeó.


—Claro que tiene novio, estúpido —se dijo. Entonces se olvidó de la bebida y se alejó de aquel lugar.


Ya casi alcanzaba los ascensores cuando escuchó una voz familiar llamándolo.


—Pensé que no te alcanzaría —jadeó Mauricio cuando alcanzó a su hermano—. Corres como si el infierno se hubiese desatado tras de ti —se burló.


Pedro no respondió al comentario de su hermano, en lugar de eso lo atacó con preguntas.


—¿Ya tienes todo lo que necesitabas? ¿Te entregaron los boletos? ¿Verificaste los horarios?


—Sí, hombre, cálmate —lo tranquilizó Mauricio—. La dulce y eficiente Grace me entregó todo lo que necesitamos. Solo tenemos que asegurarnos de no perder el vuelo a Miami para abordar el crucero.


—¿Grace? —preguntó el doctor.


—La agente de viajes —aclaró su hermano.


—No estoy seguro de querer saber los detalles, Mauricio.


—No hay nada que contar —se defendió él—. Después de que te fueras llegaron dos chicas —comentó, reservándose la identidad de las mujeres—, y la dulce Grace me despidió rápidamente.


—Y supongo que te desquitaste la frustración con alguna empleada de la tienda en la que estuviste —sugirió Pedro.


—Hermano —dijo Mauricio—. No has vivido hasta que no intentas tener sexo en el probador de una tienda. Esos lugares son tan pequeños que creo haberme vuelto claustrofóbico, el ruido alrededor era un infierno para concentrarse… pero cuando lo consigues —suspiró—. Mierda, creo que estoy duro otra vez.


—Maldita sea, Mauricio —se quejó Pedro—. ¿Cuántos años tienes? ¿12? Intenta por una vez en tu vida mantener tu pene dentro de los pantalones, hombre. Rezo por el día en que encuentres a la horma de tu zapato.


El más joven de los hermanos se encogió de hombros despreocupadamente.


—No entiendo por qué debo cambiar mi vida —replicó—. Me gusta exactamente de la forma en que es.


—Sigue repitiéndote eso, hermanito —dijo el doctor.




INEVITABLE: CAPITULO 8






Paula caminaba de un lado al otro por su habitación, retorciendo sus manos con nerviosismo a cada paso que daba. Se detuvo frente al espejo de cuerpo entero e inspeccionó su apariencia. Se veía igual que siempre, pero también se veía distinta. El fino camisón de seda azul destacaba sobre su piel cremosa, el suave tejido fluía enmarcando sus generosos pechos y caderas, dándole un aire seductor. Su cabello rubio estaba recogido con una trenza floja de la que escapaban algunos mechones rebeldes. 


La chica tomó algunas hebras y las acomodó detrás de sus orejas y se mordió el labio inferior mientras recorría la imagen de su cuerpo a conciencia.


—¿Preparándote para recibirme? —una profunda y aterciopelada voz masculina la sobresaltó, haciendo que se erizara su piel. Cada célula de su cuerpo envió una señal de advertencia—. No tienes que cubrirte más… Para lo que deseo no te necesito vestida. Dicho esto, ¿me dejarás tener lo que deseo, cariño?


La rubia tragó con dificultad, tratando de asimilar la imagen del hombre que estaba parado tras de ella. La piel bronceada de sus hombros brillaba, como si hubiese sido besada por el sol; los músculos bien definidos de sus brazos y pecho la hicieron jadear, y cuando empezó a recorrer la forma masculina hacia el sur, una cálida humedad empezó a extenderse por sus partes más sensibles.


Totalmente abochornada, Paula trató de apartar la mirada pero el hombre se lo impidió apoderándose de su barbilla y obligándola a mirarlo. Había algo extraño en aquel hombre. 


Aunque reconocía su voz, no podía ver su rostro, y eso en lugar de asustarla le excitaba.


—Aún no me respondes —dijo él.


—Sí, te daré lo que deseas —aceptó ella, sometiéndose a los caprichos de aquel desconocido.


El hombre acercó su cara al cuello de Paula, quien seguía frente al espejo. La inmovilizó cruzando su brazo alrededor de sus caderas, y tan pegado a su cuerpo que las nalgas femeninas acunaban su miembro. Cuando el desconocido empezó a dejar un sendero de besos entre el cuello y el hombro, la humedad de Paula fue aumentando. Raspando la piel de la chica con los dientes, y luego adorándola con su lengua, el hombre acunó los pechos de la chica con su mano libre, masajeándolos y pellizcándolos hasta endurecerlos. El pene que descansaba entre los glúteos de Paula empezó a endurecerse y crecer, haciendo que un anhelo desconocido la dominara.


—¿Tú me deseas, Paula? —preguntó él. Pero ella era incapaz de formar una frase, por lo que solo asintió. Su piel acalorada y enrojecida empezó a perlarse de sudor, y sus caderas empezaron a moverse en círculos.


El hombre bajó una de sus manos para acunar la humedad entre sus piernas y gruñó en apreciación. Él empezó a masajear su carne sobre la prenda de seda, magnificando las sensaciones para ella, que jadeó excitada y sorprendida.


Paula llevó sus manos para cubrir la mano que masajeaba su sexo, pero se debatía entre retirarla o animarla a que profundizara su ataque. No podía negar que se sentía muy bien, pero necesitaba algo más…


—Yo… —empezó a decir ella, que estaba siendo doblemente torturada, sin llegar a completar su frase, pues en ese momento él decidió girarla y presionar su erección contra su vientre.


El desconocido la guio con su cuerpo hasta chocar contra una pared y se apoderó de su boca con un beso hambriento y salvaje. Paula se paró en la punta de sus pies, tratando de frotar sus partes más sensibles contra su dureza, lo que provocó una risa ronca de aquel hombre. Utilizando su fuerza, la levantó del suelo y ella envolvió sus piernas alrededor de las caderas masculinas, y llevando una mano hacia la unión de sus cuerpos sostuvo su pene para guiarlo a su entrada. Paula gimió al sentir su tamaño e imaginó lo que se sentiría tenerlo moviéndose dentro de ella.


—Te deseo —jadeó ella excitada.


En ese momento el empujó en su interior haciendo que ambos gimieran de placer.


Paula clavó sus uñas en la espalda masculina mientras él la envestía, haciendo que su espalda chocara contra la pared.


Repentinamente deseó poder mirar aquello en el espejo. 


Cerró sus ojos para disfrutar la sensación de ser llenada completamente por un hombre, y cuando los volvió a abrir se vio a sí misma siendo follada contra la pared de su habitación, del mismo modo que veía ondularse los músculos de aquel firme y bronceado trasero masculino mientras la envestía. Aquella visión la hizo llegar muy cerca del borde.


—Todavía no —le advirtió él.


Paula mordió su labio inferior, incapaz de responder, moviendo sus caderas al mismo ritmo que él, igualando sus movimientos mientras disfrutaba de la imagen más erótica que había visto en su vida.


—Dámelo ahora, Paula… córrete conmigo —dijo él mordiendo su hombro. La sensación de sus dientes clavándose en su piel, la imagen que le devolvía el espejo y la fuerza de sus envestidas hicieron que Paula estallara en mil pedazos. Se aferró con más fuerza a aquel hombre mientras el orgasmo los consumía y él seguía moviéndose para prolongar el momento. Totalmente saciada, Paula deseó ver el rostro de su amante; y cuando levantó su cabeza para reclamar un beso, un extraño sonido atrajo su atención.








INEVITABLE: CAPITULO 7






Mientras Carolina conducía por Sunset Boulevard conversaba alegremente con Paula sobre la noche anterior, y ella decidió contarle su pequeña “aventura” en el servicio de caballeros.


—Entonces terminaste viendo como un semental montaba una fiesta en el baño del bar... —repitió Carolina fascinada después de que Paula le contara lo que recordaba de la noche anterior—. ¿Y cómo era? ¿La tenía grande?


—Ya te dije que no los vi, solo los escuché —le aclaró a su amiga—. Pero sí... era grande. Y con grande quiero decir MUY GRANDE —destacó—. ¡Dios! Si Sergio la hubiese tenido así de grande no me hubiese importado que... —se cortó cuando se dio cuenta de lo que estaba a punto de decir.


—Espera un momento... —pidió Caro sorprendida—. Me estás diciendo que estuviste toda la vida con un hombre mal dotado y que además no te satisfacía en la cama. Mujer ¿cómo es que no lo echaste antes?


—Yo lo amaba —se defendió Paula.


—¿En serio? Porque no te veo sufrir porque se fue, solo porque no has podido escribir nada decente desde entonces —señaló su amiga—. Me parece que solo estabas enamorada de la idea de terminar tus días junto a tu novio de la secundaria, y eso es muy dulce; pero eso está bien para una novela, no para la vida real.


—¿Cómo es que terminamos hablando de esto? —se preguntó Paula—. No importa, de cualquier manera lo mío con Sergio terminó, al semental del baño no lo volveré a ver, así como tampoco volveré a ver a Pedro. Tomaré esas vacaciones, trataré de trabajar en mi escritura y haré un plan de respaldo, solo por si acaso.


—Si tú lo dices…—dijo Carolina como si aceptara sus palabras.


—Sí, yo lo digo—repitió Paula.



*****


La agente de viajes hizo una última consulta en su ordenador antes de mirar nuevamente a su cliente.


—Bien, señor Alfonso, ya lo tengo —anunció—. Los cambios en su reservación han sido actualizados. Por suerte había vacantes y no he tenido que cambiar la programación, así que en unos minutos tendré listos sus pases de abordaje y su itinerario. En caso de que deseen programar las actividades adicionales disponibles, podrán hacer los arreglos con nuestro representante a bordo.


—Gracias —respondió Pedro brindándole una sonrisa a la chica.


La chica regresó su atención a la pantalla, y mientras tecleaba Mauricio observaba disimuladamente su escote. 


Pedro se volvió hacia su hermano para decir algo, y cuando asimiló lo que pasaba le dio un golpe con la palma abierta en la parte trasera de la cabeza.


—Crece, Mauricio —dijo entre dientes.


—Oh, definitivamente creció —respondió Mauricio divertido mientras señalaba hacia sus pantalones. Pedro puso los ojos en blanco, pero cuando fue a decir algo más su teléfono sonó anunciando una llamada entrante.


El doctor se alejó del escritorio de la agente de viajes para responder, y luego de unos segundos se acercó a su hermano.


—Lo siento pero me tengo que ir —se disculpó—. Puedes encontrarme en el hospital si quieres, o nos veremos más tarde en casa. No te metas en líos mientras tanto.


—Creí que estabas de vacaciones —se burló Mauricio mientras su hermano caminaba hacia la puerta.


—Es una emergencia, y estoy en el área —Pedro se detuvo para responder—. La última —suspiró luego para sí mismo.


—Sí, claro —dijo su hermano en voz baja.


La agente de viajes se volvió hacia Mauricio con una sonrisa tensa, y él le respondió apoyando su cuerpo contra el mostrador y arqueando una ceja mientras esbozaba una media sonrisa. La chica se sonrojó y trató de recuperar la compostura desviando su atención al computador, pero en el proceso arrojó un par de lápices y su grapadora al piso.


—En un minuto estará lista su información —se disculpó mientras se inclinaba para recuperar sus cosas, pero Mauricio siguió sus movimientos y se coló tras el mostrador para atrapar su mano.


—Permíteme ayudarte con esto —dijo mientras levantaba un lápiz y acariciaba la pierna femenina con la punta tapada—. Y dime… Grace —miró el nombre en la placa de identificación que llevaba su uniforme—. ¿Hace mucho que trabajas en esto?


La chica asintió con nerviosismo y tragó con dificultad. Él sonrió por el efecto que tenía sobre ella.


—Debe ser un trabajo muy… excitante —sugirió acercando su rostro al de ella.


Grace se aclaró un poco la garganta antes de enderezarse en su asiento y responder.


—En realidad es un trabajo normal, señor —dijo simplemente—. Un horario tranquilo lleno de tareas tranquilas.


—¿Y haces algo para divertirte? —le preguntó él—. O tienen alguna política de “no salir con clientes”.


—¿Me está pidiendo salir, señor? —quiso saber la chica, quien se puso roja apenas soltó la frase.


Mauricio sonrió ampliamente mientras se ponía de pie y le entregaba las cosas que había tirado.


—Es posible —respondió—. ¿Aceptarías?


Un par de risas femeninas rompieron el momento justo antes de que la puerta se abriera. Cuando las mujeres entraron en la lujosa oficina de la agencia, el reconocimiento golpeó los ojos de Mauricio.


—¡Carolina! —saludó alegremente, haciendo que la tensa sonrisa profesional de Grace se desinflara rápidamente. 


Luego Mauricio desvió su atención a la acompañante de su vecina


—¿Tú? —dijeron al unísono. Incredulidad y sorpresa teñía sus voces.


—¿Se conocen? —quiso saber Carolina—. No recuerdo haberlos presentado, pero es bastante genial que mis dos mejores amigos se conozcan —la escritora se encogió de hombros—. Pau, él es mi vecino Mauricio… en fin, los dejo ponerse al día —dijo antes de enfilar al mostrador. Aunque en realidad solo deseaba una panorámica de la escena y poder escanear el trasero de su vecino desde un mejor ángulo.


Cuando Paula vio a Carolina alejarse se concentró en mantener su cara de póker. Arqueó una ceja a la máquina sexual que tenía a su lado, retándolo a decir la primera palabra. Y él aceptó el reto.


—¿Tuviste una buena noche? —se burló él.


—Una fantástica noche, a decir verdad —mintió ella sin poder evitar que su voz temblara.


Mauricio se carcajeó de la respuesta de Paula. Le quedaba claro que no era cierto. La chica era pésima mintiendo. A pesar de haber dicho una frase corta, se había puesto en evidencia al lanzarle una mirada suplicante a Carolina mientras retorcía sus manos.


—No tienes que mentir —le dijo Mauricio—. Seguro que no viste nada mejor que esto el resto de la noche —se señaló a sí mismo manteniendo una sonrisa socarrona en la cara.


Mauricio estaba disfrutando molestar a aquella desconocida, que resultó ser amiga de Carolina. Qué pequeño es el mundo, pensó, ella debe ser la misteriosa chica de Pedro.


—Pero cuando decidas dejar de ser solo una espectadora, avísame —le guiñó un ojo y se volvió hacia el mostrador donde Grace y Carolina hablaban sobre paquetes vacacionales. La eficiente agente de viajes ya tenía su información de viaje lista, así que le tendió un sobre con todo lo que necesitaba. Cuando Mauricio tomó el sobre de sus manos le brindó una sonrisa sexy y le guiñó el ojo.


—Feliz viaje, señor Alfonso —le dijo la chica.


—Nos vemos pronto, hermosa Grace —se despidió Mauricio—. Carolina, querida… como siempre un placer —dijo antes de depositar un beso en la comisura de sus labios—. Adiós chica curiosa —fue su despedida hacia Paula antes de abandonar la oficina completamente.


*****


El doctor salió de la agencia de viajes en el centro comercial y fue hasta el estacionamiento para recuperar su carro. 


Según los datos que le dio la enfermera de guardia, uno de sus pacientes había tenido un paro cardíaco mientras conducía de vuelta a casa; cosa que además había provocado un aparatoso accidente de tráfico. No habían podido comunicarse con el doctor que cubriría su plaza durante las vacaciones, y los residentes no se daban abasto para atender el área de urgencias.


Condujo rápidamente hacia el hospital, que por suerte no estaba muy lejos del lugar donde se encontraba. Dejó su auto estacionado en el lugar correspondiente y salió corriendo hasta la entrada de la emergencia. Apenas cruzó las puertas dobles un par de enfermeras se acercaron para ponerlo al corriente de la situación. Caminaron a su lado, escoltándolo hasta su cubículo, y luego entregaron la historia de su paciente, donde habían actualizado los datos relacionados al ataque que sufrió y el cuadro general posterior al ingreso.


La alerta de un nuevo mensaje entrante sonó en su celular, pero Pedro decidió ignorarlo mientras se abría paso al lugar donde reposaba su paciente.


*****


—¿Chica curiosa? —se burló Carolina cuando Mauricio salió de la agencia de viajes.


Paula hizo una mueca con la que pretendía expresar que no era el momento adecuado para tener esa conversación.


—Oh vamos, suéltalo… sabes que te mueres por contarme —suplicó su amiga. Hizo una pausa abrupta y abrió los ojos como platos—. No me digas que él es el tipo que viste anoche…


Paula asintió, incapaz de hablar, y luego soltó una sonora carcajada.


—No tenía la más remota idea de que… —la chica en el mostrador se aclaró la garganta para interrumpir a Carolina, quien se volvió con cara de arrepentimiento—. Oh, ¡lo siento!


—Hola, mi nombre es Paula Chaves —cortó la otra escritora—. Una amiga hizo una reservación para mí —explicó, refiriéndose a su editora—. Pero me gustaría hacer una modificación en mi plan de viaje.


—¿Me permite una identificación y el número de su reserva? —pidió la chica.


Paula le tendió su licencia de conducir y el sobre que Victoria le había entregado en su oficina. Grace tecleó los datos en su ordenador y luego se centró en Paula.


—¿Qué cambios desea hacer? —preguntó.


—Me gustaría reservar boletos para mi acompañante —señaló a Carolina, quien hizo un pequeño saludo con la mano mientras mostraba una sonrisa digna de un anuncio de crema dental.


Grace asintió y volvió a teclear en su ordenador. Al cabo de unos segundos se escuchó su voz.


—Lo siento, señorita Chaves, pero no quedan vacantes para esa fecha —se lamentó la chica—. Si lo desea, podemos cambiar su reserva por una con acompañante en otro barco que cubre la misma ruta; la fecha de salida cambiaría: en lugar de abordar mañana por la noche, lo haría el día lunes desde Miami. Cotizaré los boletos aéreos para pasado mañana junto a su orden


—¿Y eso cuánto me costará? —quiso saber Paula.


—La señorita Newmann dejó su cuenta de viajes abierta para que hiciera los cargos allí —informó Grace.


—Y esa es la razón por la que amamos a nuestra editora —animó Carolina elevando los brazos, provocando la risa de su amiga.


—Espero siga siendo tan amable cuando no cumpla con el deadline —suspiró Paula.


—No seas pesimista —su amiga se acercó a ella y la envolvió en sus brazos de forma maternal—. Vas a terminar esa novela y va a ser la mejor maldita novela que has escrito en tu vida, cumplirás con tus fechas y además conseguirás una cita caliente durante tus vacaciones.


La resolución de Carolina hizo que Paula sonriera. Si tan solo ella pudiera tener un poco de su optimismo…





miércoles, 25 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 6




Paula abrió los ojos cuando los primeros rayos del sol atravesaron su ventana y dieron de lleno contra su cara. Gimió de dolor y empezó a masajear sus sienes, pero ella bien sabía que era inútil. Tenía que conseguir algún analgésico y un zumo.


El sonido del agua corriendo, dentro de su baño, la hizo ponerse alerta. Lo último que recordaba de la noche anterior era haber estado en el bar con Carolina, al tipo teniendo sexo en el baño, y luego haber estado… sí, bailando con el chico de la cafetería. Pedro.


—¿Acaso yo…? —se preguntó, como si la respuesta fuera a llegar mágicamente.


Se levantó de la cama con mucho cuidado y caminó de puntillas hasta su baño. Abrió la puerta tratando de no hacer ruido y entró. El vapor de la regadera llenaba el lugar, por lo que era difícil distinguir la silueta que estaba detrás de la cortina; pero la llave se cerró y el agua dejó de correr. Ya no tenía tiempo para salir de allí ni sitio para esconderse.


Los ganchos de la cortina hicieron un sonido tintineante cuando se abrió. Entonces un par de gritos llenaron el pequeño cuarto de baño.


—Oh por Dios, Paula —se quejó Carolina—. Me vas a matar de un susto.


—Lo siento, lo siento —respondió ella—. Te juro que pensé que…


La risa de Carolina le dio a entender que ella sabía perfectamente lo que había estado pensando.


—Olvídalo —le pidió Paula—. Seguro ayer me puse en ridículo y no querrá volver a verme.


—¿Estás segura de querer tener esta conversación en el baño? —se burló su amiga—. No tengo problemas, pero me gustaría recuperar mi ropa y tener un café.


—Sí, lo siento—se volvió a disculpar Paula haciéndose a un lado para dejarla salir.


Cuando se quedó sola en el baño abrió la llave del lavamanos y se salpicó un poco de agua en el rostro. Se miró al espejo y frunció el ceño, poco conforme con la imagen que se reflejaba.


La noche anterior no alcanzó a limpiar de su cara el maquillaje, ni a deshacerse de las pinzas que sujetaban sus rizos. Ahora su cabello parecía un nido de ave y su rostro era similar al de un mapache.


—Hermosa —dijo con ironía. Tomó una toalla limpia del armario, la colgó en un gancho y entró a la regadera para darse una ducha rápida.


Cuando terminó de asearse y lavar su cabello se envolvió en una suave y esponjosa toalla antes de volver a su habitación. Sacó un conjunto de lencería deportiva del cajón y la dejó sobre la cama, secó su cuerpo y se colocó las prendas antes de entrar en el closet para tomar unos vaqueros gastados y una playera de tela suave. Se vistió y secó su cabello con la toalla, entonces bajó para unirse a Carolina que ya la esperaba en la cocina con café recién hecho y pan tostado.


El rictus serio de su amiga hizo que su estómago se tensara. ¿Había hecho alguna estupidez? Esperaba que no.


—Suéltalo —le pidió—. Si hice algo verdaderamente vergonzoso y debo cambiar mi apariencia, además de mi número de teléfono, debo saberlo ahora.


—Deja el drama, Pau—se burló su amiga—. Ustedes dos se veían realmente geniales en la pista anoche —suspiró Carolina—. Juro que jamás había visto una pareja tan perfecta… 
—dejó la frase en suspenso—. Hasta que tú vaciaste tu estómago en sus pies y te desmayaste. Por suerte te atrapó antes de que cayeras en el charco de vómito —arrugó la nariz y fingió estremecerse ante la idea.


—¡Oh por dios! —gritó ella avergonzada y cubriéndose la cara.


—Luego él me ayudo a traerte a casa —se encogió de hombros—. Por lo que, pues, ya sabe dónde vives. Se quedó preocupado por ti—sonrió Carolina.


Paula dejó caer su frente contra la mesa varias veces mientras la risa de su amiga se hacía sentir.


—Lo de ustedes anoche fue…. —suspiró ella—. ¡Por dios! Querías verlo y lo llamaste, pero tenías el número mal; entonces él aparece y ¡puf! —chilla emocionada—. ¡Se veían tan geniales juntos!


—¿Puedes dejar de repetir eso? —le pidió a su amiga—. Seguro él también pensó que era genial… Hasta que vacié mi estómago sobre sus zapatos —bufó Paula.


—Bueno, eso no fue tan genial —admitió Caro—. Pero todo lo demás fue bastante sexy —enarcó las cejas con comicidad.


—No creo que vuelva a verlo —respondió la escritora resignada—. No corregí el número y, además, nos iremos de viaje. Y será lo mejor porque no creo que la vergüenza me deje mirarle a la cara.


—Ese encuentro era inevitable, querida amiga —le advirtió Carolina—. Y entre ustedes no se ha dicho aún la última palabra. Ahora apura ese café… iremos a mi casa para que pueda cambiarme y luego vamos a la agencia de viajes.


—Bien —aceptó Pau—. Pero sigo pensando que estás equivocada respecto a lo de Pedro.


—Si quieres insistir en eso, eres libre de hacerlo; pero pocas veces me equivoco en esas cosas.


—Cuando no se trata de ti —se burló Paula.


—Exacto —admitió Carolina—. Cuando no se trata de mí.



*****


Pedro estaba en su apartamento con su hermano Mauricio tomando el desayuno cuando sonó la alerta de un nuevo correo electrónico en su smartphone.


—Anoche desapareciste del bar —comentó Mauricio mientras tomaba un sorbo de su café—. Cuando me deshice de Lisa ya no estabas.


—Surgió algo —respondió Pedro sin querer dar detalles, y para cortar la conversación se metió un trozo de pan en la boca.


—¿Si? —se burló su hermano—. ¿Surgió algo o surgió alguien?


La mirada de advertencia que recibió Mauricio fue tan fría que podría congelar el infierno, pero esa clase de respuestas ya no le afectaban; decidió tomarse el asunto con humor y seguir fastidiando a su hermano mayor.


—Entonces doctor —le dijo—. Te irás a ese crucero para olvidarte de tus pacientes achacosos y de tu hermano el descarriado...


—No empieces, Mauricio —respondió Pedro—. Deja de comportarte como un adolescente. Ya es hora de que le pongas algo de seriedad a tu vida.


—El polvo con Lisa en el baño del bar fue algo bastante serio —dijo él encogiéndose de hombros—. Hasta tuvimos una espectadora —sonrió.


Pedro abrió los ojos como platos y se ahogó con el zumo que estaba tomando. Su rostro se tornó rojo brillante y no dejaba de toser. Trató de relajarse y llevar algo de oxígeno a sus pulmones, y cuando logró superar el episodio enfrentó a Mauricio


—¡Debes estar bromeando! Uno de estos días vas a hacer que te arresten —le advirtió.


—Y tú pagarás la fianza, ¿no es así?


—Imbécil —dijo Pedro rindiéndose a la risa—. Te lo digo en serio... trata de no meterte en problemas mientras no estoy.


—Lo tengo —asintió Mauricio—. No incendiar tu casa, no meterme en problemas… ¿Algo más para agregar a la lista, jefe?


—¿Seguro que no quieres venir? —preguntó su hermano preocupado—. Todavía puedo arreglarlo con la agencia. Sé que tu ruptura con Layla fue muy dura, pero no tienes que quedarte y actuar como un idiota para llamar su atención. Tienes que superarlo.


—Pensé que eras cirujano, no psicólogo. De cualquier modo, aunque Layla es un asunto superado en mi vida, creo que tienes razón; necesito unos días lejos de toda esta mierda. Sin mujeres locas corriendo tras de mi para pedir cosas que no puedo dar.


—¿Un anillo de compromiso, por ejemplo? —se burló Pedro.


Mauricio enarcó una ceja ante el tono sarcástico de su hermano.


—Tú búrlate, señor "estoy casado con la medicina"; pero cuando aparezca una mujer demandando más tiempo del que tienes, o alguna mierda parecida, no hagas drama.


—En algún momento tienes que sentar cabeza, hermanito.


—Sí, pero ese momento no es ahora —replicó el aludido—. Ahora cuéntame de la misteriosa emergencia que te sacó del bar anoche.


—Ayer conocí a una chica en la cafetería que está cerca del hospital y le dejé mi teléfono, entonces…


—Te llamó mientras estabas en el bar y saliste corriendo tras ella —sentenció Mauricio.


—No… ella estaba en el bar.


—Entonces, ¿saliste a esconderte? Si no es así, entonces no entiendo…


—Estaba bailando con ella, entonces se sintió mal y…


—Y salió Súper Doctor al rescate —Pedro se burló de su hermano interrumpiendo cada vez que intentaba terminar su relato.


—¿Puedes, por el amor de Dios, dejar de interrumpirme para decir tonterías? —bufó Pedro
—. Ella se puso bastante mal, así que ayudé a Carolina a llevarla a casa.


—¿Carolina? —preguntó Mauricio con incredulidad—. ¿Carolina James?, nuestra Carolina ¿quieres decir?¿Ella estaba en el bar anoche? —Mauricio se puso súbitamente nervioso.


—Sí, la misma —respondió Pedro a su hermano ignorando su extraña inquietud—. Nuestra vecina estaba allí anoche con esta chica, que resultó ser amiga suya.


—Pues mira que es un mundo pequeño.


—Sí, tan pequeño como tu sentido común…


—No empieces.


—Tú empezaste, yo solo continúo —sentenció Pedro antes de dar un sorbo a su café y levantarse de la mesa—. Ahora en serio, ¿vendrás? Para ir a la agencia y hacer los arreglos.


—Iré —aceptó Mauricio.


—Bien —asintió su hermano—. Entonces pongámonos en marcha.


—Algún día deberás dejar de tratarme como tu hijo —sugirió el más joven de los Alfonso.


—Sí —asintió Pedro—. El día que dejes de comportarte como un niño tonto que necesita que lo rescaten.