—¡No, no, no! —se quejó Paula adormilada—. Otra vez no, maldito teléfono.
Golpeó el colchón de su cama con los puños haciendo un puchero como una niña pequeña; luego extendió su brazo para capturar el aparato que continuaba sonando. Al ver el identificador de llamadas resopló.
—¿Sabes que acabas de interrumpir lo más cercano a la inspiración que he tenido en algún tiempo? —lloriqueó Paula.
—Cariño, mi plan va a ayudarte con tu novela… lo prometo —aseguró su amiga—. Iremos al centro comercial, compraremos ropa sexy para nuestro viaje, iremos a la peluquería… en fin, nos consentiremos y luego iremos por una rica cena en algún lugar lindo.
—¿Y eso cómo me ayuda? —preguntó la escritora—. Realmente estaba teniendo algo muy bueno aquí.
—¿Algo bueno? ¿Cómo de más de 500 palabras? ¿No? —la interrogó su amiga—. Entonces hazme caso… sales, te distraes, dejas de pensar en tu condenado deadline y vives un poco —la instruyó Carolina—. Si no tienes una vida propia, ¿cómo esperas darle vida a tus personajes? Además, te hace falta salir de ese agujero que llamas casa.
—Apenas ayer fuimos a un bar y no terminó demasiado bien la noche…
—Pero mira que prometía —se carcajeó Carolina.
—Nunca supe de donde conocías al chico de la cafetería —comentó Paula.
—¿No te dije? —Carolina se escuchaba sorprendida—. Pedro es mi otro vecino sexy… el hermano de Mauricio.
—¿Mauricio? —murmuró Paula tratando de recordar. Cuando el rostro del exhibicionista del bar vino a su mente se golpeó la frente con la palma de la mano—. ¿Ellos son los dos hermanos calientes que siempre usas para tus novelas?
—Sí. Él es el sexy doctor de Unchained—respondió su amiga—. Y su hermano —suspiró Carolina—. Su hermano es…
—El tipo que te tiraste en la fiesta de Halloween y con el que luego escribiste Noctem—se burló Paula. Su amiga le había contado cómo utilizó a sus vecinos como inspiración para dos de sus historias paranormales, que terminaron llenas de escenas de sexo caliente entre humanos y demonios—. Ya, lo tengo.
—Serás bestia —bufó su amiga—. Y solo para tu información, no me tiré a Mauricio…
—Pero realmente faltó muy poco para eso —replicó la escritora con sorna. Carolina soltó una sonora carcajada al teléfono, incapaz de negarlo.
—Bien, lo que sea… paso por ti en veinte minutos —dijo cambiando de tema—. Y más vale que estés lista para salir o te arrastraré fuera de ese hoyo de autocompasión en el que te revuelcas y te traeré de vuelta a la realidad aunque la vida se me vaya en eso.
—Lo que sea, hermana —devolvió Paula—. Te veo en un rato.
Al terminar la llamada, Paula colocó su teléfono en la mesita de noche y se frotó la cara.
—Será mejor que me levante ahora —se dijo—. Aunque realmente no desee hacerlo.
*****
—Debería irse a casa, doctor Alfonso —le sugirió—. Si el director se entera de que lo llamé durante sus vacaciones, me mata; y si el resto del personal lo descubre, entonces no podrá marcharse.
Pedro tuvo que reírse de eso, pero reconocía la verdad en esas palabras. En los últimos años se había auto esclavizado y sus compañeros bien que se habían aprovechado de eso.
—Está bien, Lorna —aceptó el doctor—. Me iré, desconectaré mi busca y dejaré mi teléfono en el primer bote de basura que encuentre de camino a casa —se burló.
La enfermera sonrió ampliamente y asintió en acuerdo.
—¡Así me gusta, doc! —exclamó antes de marcharse.
Cuando Lorna abandonó su consultorio, Pedro tomó su celular y envió mensajes a su hermano. Lamentaba haberlo dejado abandonado en la mañana. Solo después de haber entrado en la emergencia recordó que habían ido juntos en su carro.
Después de un par de textos supo que Mauricio estaba en el centro comercial cercano a su casa. Pedro tomó las pocas cosas que estaba olvidando en aquella oficina y salió al estacionamiento sin llamar la atención de sus compañeros.
Toda una proeza.
Envió un último mensaje a su hermano para indicarle que iba en camino a reunirse con él, entonces encendió el motor de su carro para alejarse del hospital por las próximas 3 semanas.
*****
Su amiga asintió mientras tomaba un par de conjuntos de lencería y escaneaba la tienda para ubicar los probadores.
—Está bien —dijo haciendo un puchero mientras recogía su melena rojiza en una coleta—. Lárgate y abandóname —habló con su tono más dramático haciendo un gesto con la mano para indicar que podía marcharse—. Pero tráeme algo de tomar, hace un calor infernal aquí.
Paula tuvo que reírse de eso, pero se alejó sin decir nada más. Cuando salió de la tienda tomó una profunda respiración y giró su cuello para liberar un poco de la tensión que sentía.
Caminó hacia un puesto de bebidas en la mitad del pasillo y se distrajo un poco cuando una alerta de mensajes sonó en su celular. Sacó el teléfono de su bolsillo y empezó a leer el mensaje cuando se tropezó con alguien.
—Disculpe —le dijo sin mirar.
—¿Pau? —la voz que la llamaba con ese nombre cariñoso hizo que todos sus sentidos se pusieran en guardia.
—No te atrevas a llamarme de ese modo nunca más —respondió la escritora siseando entre dientes—. Nunca más ¿entendiste?
—¿Es que acaso no me extrañas, gatita? —se burló el hombre. Su cabello negro ligeramente despeinado le aportaba un aire despreocupado y encantador,Paula casi podía saborearlos momentos en los que enterraba sus manos en ese cabello mientras hacían el amor. Sus ojos ambarinos brillaban con diversión, recorriendo el cuerpo de la escritora con descaro, y sus labios se curvaban en una cínica sonrisa que lo hacía lucir más atractivo. Una suave barba de pocos días poblaba su mandíbula cuadrada, y eso durante mucho tiempo hacía enloquecer a las hormonas de Paula. Sergio lo sabía. No era justo que el mal luciera tan bien.
—Yo no soy tu gatita, imbécil —gruñó ella alejándose de él, pero Sergio le cerró el paso y la retuvo envolviendo una de sus fuertes manos en la parte posterior del cuello de Paula.
—¿Ya me olvidaste? —se burló Sergio poniendo cara de inocente—. No lo creo.
Sin que ella pudiera evitarlo, Sergio Carter se apoderó de sus labios como lo había hecho tantas veces mientras fueron novios: salvajemente.
La gente a su alrededor se detuvo a vitorear mientras ella trataba, inútilmente, de deshacerse de su agarre. Cuando finalmente pudo liberarse, Paula atravesó su cara con una bofetada tan fuerte que le dejó doliendo la mano y le dio un rodillazo en la ingle.
—Eso es para que no se te vuelva a ocurrir besarme —le advirtió ella.
—Sabes que me deseas —gimió Sergio mientras se retorcía de dolor.
—Tanto como deseo la muerte, Carter —devolvió Paula totalmente dominada por la furia—. Ahora ve y busca alguna otra estúpida que te mantenga, porque de mí no vuelves a ver ni la sombra.
—No te vas a librar de mi tan fácil, Pau —gritó su exnovio.
—¿Quieres apostar? —respondió la escritora en voz baja mientras se alejaba del lugar.
*****
Decidió acercarse a uno de los puestos de bebidas que estaban repartidos por todo el lugar para tomar algo refrescante antes de seguir la búsqueda. El ruido de la gente vitoreando una pareja de amantes comiéndose la boca atrajo su atención. Sonrió mientras recordaba a Paula Chaves bailando con él en el bar la noche anterior, imaginándose con ella del mismo modo que aquel hombre besaba a su novia; hasta que se fijó bien en ella y la realidad lo golpeó.
—Claro que tiene novio, estúpido —se dijo. Entonces se olvidó de la bebida y se alejó de aquel lugar.
Ya casi alcanzaba los ascensores cuando escuchó una voz familiar llamándolo.
—Pensé que no te alcanzaría —jadeó Mauricio cuando alcanzó a su hermano—. Corres como si el infierno se hubiese desatado tras de ti —se burló.
Pedro no respondió al comentario de su hermano, en lugar de eso lo atacó con preguntas.
—¿Ya tienes todo lo que necesitabas? ¿Te entregaron los boletos? ¿Verificaste los horarios?
—Sí, hombre, cálmate —lo tranquilizó Mauricio—. La dulce y eficiente Grace me entregó todo lo que necesitamos. Solo tenemos que asegurarnos de no perder el vuelo a Miami para abordar el crucero.
—¿Grace? —preguntó el doctor.
—La agente de viajes —aclaró su hermano.
—No estoy seguro de querer saber los detalles, Mauricio.
—No hay nada que contar —se defendió él—. Después de que te fueras llegaron dos chicas —comentó, reservándose la identidad de las mujeres—, y la dulce Grace me despidió rápidamente.
—Y supongo que te desquitaste la frustración con alguna empleada de la tienda en la que estuviste —sugirió Pedro.
—Hermano —dijo Mauricio—. No has vivido hasta que no intentas tener sexo en el probador de una tienda. Esos lugares son tan pequeños que creo haberme vuelto claustrofóbico, el ruido alrededor era un infierno para concentrarse… pero cuando lo consigues —suspiró—. Mierda, creo que estoy duro otra vez.
—Maldita sea, Mauricio —se quejó Pedro—. ¿Cuántos años tienes? ¿12? Intenta por una vez en tu vida mantener tu pene dentro de los pantalones, hombre. Rezo por el día en que encuentres a la horma de tu zapato.
El más joven de los hermanos se encogió de hombros despreocupadamente.
—No entiendo por qué debo cambiar mi vida —replicó—. Me gusta exactamente de la forma en que es.
—Sigue repitiéndote eso, hermanito —dijo el doctor.