Paula abrió los ojos cuando los primeros rayos del sol atravesaron su ventana y dieron de lleno contra su cara. Gimió de dolor y empezó a masajear sus sienes, pero ella bien sabía que era inútil. Tenía que conseguir algún analgésico y un zumo.
El sonido del agua corriendo, dentro de su baño, la hizo ponerse alerta. Lo último que recordaba de la noche anterior era haber estado en el bar con Carolina, al tipo teniendo sexo en el baño, y luego haber estado… sí, bailando con el chico de la cafetería. Pedro.
—¿Acaso yo…? —se preguntó, como si la respuesta fuera a llegar mágicamente.
Se levantó de la cama con mucho cuidado y caminó de puntillas hasta su baño. Abrió la puerta tratando de no hacer ruido y entró. El vapor de la regadera llenaba el lugar, por lo que era difícil distinguir la silueta que estaba detrás de la cortina; pero la llave se cerró y el agua dejó de correr. Ya no tenía tiempo para salir de allí ni sitio para esconderse.
Los ganchos de la cortina hicieron un sonido tintineante cuando se abrió. Entonces un par de gritos llenaron el pequeño cuarto de baño.
—Oh por Dios, Paula —se quejó Carolina—. Me vas a matar de un susto.
—Lo siento, lo siento —respondió ella—. Te juro que pensé que…
La risa de Carolina le dio a entender que ella sabía perfectamente lo que había estado pensando.
—Olvídalo —le pidió Paula—. Seguro ayer me puse en ridículo y no querrá volver a verme.
—¿Estás segura de querer tener esta conversación en el baño? —se burló su amiga—. No tengo problemas, pero me gustaría recuperar mi ropa y tener un café.
—Sí, lo siento—se volvió a disculpar Paula haciéndose a un lado para dejarla salir.
Cuando se quedó sola en el baño abrió la llave del lavamanos y se salpicó un poco de agua en el rostro. Se miró al espejo y frunció el ceño, poco conforme con la imagen que se reflejaba.
La noche anterior no alcanzó a limpiar de su cara el maquillaje, ni a deshacerse de las pinzas que sujetaban sus rizos. Ahora su cabello parecía un nido de ave y su rostro era similar al de un mapache.
—Hermosa —dijo con ironía. Tomó una toalla limpia del armario, la colgó en un gancho y entró a la regadera para darse una ducha rápida.
Cuando terminó de asearse y lavar su cabello se envolvió en una suave y esponjosa toalla antes de volver a su habitación. Sacó un conjunto de lencería deportiva del cajón y la dejó sobre la cama, secó su cuerpo y se colocó las prendas antes de entrar en el closet para tomar unos vaqueros gastados y una playera de tela suave. Se vistió y secó su cabello con la toalla, entonces bajó para unirse a Carolina que ya la esperaba en la cocina con café recién hecho y pan tostado.
El rictus serio de su amiga hizo que su estómago se tensara. ¿Había hecho alguna estupidez? Esperaba que no.
—Suéltalo —le pidió—. Si hice algo verdaderamente vergonzoso y debo cambiar mi apariencia, además de mi número de teléfono, debo saberlo ahora.
—Deja el drama, Pau—se burló su amiga—. Ustedes dos se veían realmente geniales en la pista anoche —suspiró Carolina—. Juro que jamás había visto una pareja tan perfecta…
—dejó la frase en suspenso—. Hasta que tú vaciaste tu estómago en sus pies y te desmayaste. Por suerte te atrapó antes de que cayeras en el charco de vómito —arrugó la nariz y fingió estremecerse ante la idea.
—¡Oh por dios! —gritó ella avergonzada y cubriéndose la cara.
—Luego él me ayudo a traerte a casa —se encogió de hombros—. Por lo que, pues, ya sabe dónde vives. Se quedó preocupado por ti—sonrió Carolina.
Paula dejó caer su frente contra la mesa varias veces mientras la risa de su amiga se hacía sentir.
—Lo de ustedes anoche fue…. —suspiró ella—. ¡Por dios! Querías verlo y lo llamaste, pero tenías el número mal; entonces él aparece y ¡puf! —chilla emocionada—. ¡Se veían tan geniales juntos!
—¿Puedes dejar de repetir eso? —le pidió a su amiga—. Seguro él también pensó que era genial… Hasta que vacié mi estómago sobre sus zapatos —bufó Paula.
—Bueno, eso no fue tan genial —admitió Caro—. Pero todo lo demás fue bastante sexy —enarcó las cejas con comicidad.
—No creo que vuelva a verlo —respondió la escritora resignada—. No corregí el número y, además, nos iremos de viaje. Y será lo mejor porque no creo que la vergüenza me deje mirarle a la cara.
—Ese encuentro era inevitable, querida amiga —le advirtió Carolina—. Y entre ustedes no se ha dicho aún la última palabra. Ahora apura ese café… iremos a mi casa para que pueda cambiarme y luego vamos a la agencia de viajes.
—Bien —aceptó Pau—. Pero sigo pensando que estás equivocada respecto a lo de Pedro.
—Si quieres insistir en eso, eres libre de hacerlo; pero pocas veces me equivoco en esas cosas.
—Cuando no se trata de ti —se burló Paula.
—Exacto —admitió Carolina—. Cuando no se trata de mí.
*****
—Anoche desapareciste del bar —comentó Mauricio mientras tomaba un sorbo de su café—. Cuando me deshice de Lisa ya no estabas.
—Surgió algo —respondió Pedro sin querer dar detalles, y para cortar la conversación se metió un trozo de pan en la boca.
—¿Si? —se burló su hermano—. ¿Surgió algo o surgió alguien?
La mirada de advertencia que recibió Mauricio fue tan fría que podría congelar el infierno, pero esa clase de respuestas ya no le afectaban; decidió tomarse el asunto con humor y seguir fastidiando a su hermano mayor.
—Entonces doctor —le dijo—. Te irás a ese crucero para olvidarte de tus pacientes achacosos y de tu hermano el descarriado...
—No empieces, Mauricio —respondió Pedro—. Deja de comportarte como un adolescente. Ya es hora de que le pongas algo de seriedad a tu vida.
—El polvo con Lisa en el baño del bar fue algo bastante serio —dijo él encogiéndose de hombros—. Hasta tuvimos una espectadora —sonrió.
Pedro abrió los ojos como platos y se ahogó con el zumo que estaba tomando. Su rostro se tornó rojo brillante y no dejaba de toser. Trató de relajarse y llevar algo de oxígeno a sus pulmones, y cuando logró superar el episodio enfrentó a Mauricio
—¡Debes estar bromeando! Uno de estos días vas a hacer que te arresten —le advirtió.
—Y tú pagarás la fianza, ¿no es así?
—Imbécil —dijo Pedro rindiéndose a la risa—. Te lo digo en serio... trata de no meterte en problemas mientras no estoy.
—Lo tengo —asintió Mauricio—. No incendiar tu casa, no meterme en problemas… ¿Algo más para agregar a la lista, jefe?
—¿Seguro que no quieres venir? —preguntó su hermano preocupado—. Todavía puedo arreglarlo con la agencia. Sé que tu ruptura con Layla fue muy dura, pero no tienes que quedarte y actuar como un idiota para llamar su atención. Tienes que superarlo.
—Pensé que eras cirujano, no psicólogo. De cualquier modo, aunque Layla es un asunto superado en mi vida, creo que tienes razón; necesito unos días lejos de toda esta mierda. Sin mujeres locas corriendo tras de mi para pedir cosas que no puedo dar.
—¿Un anillo de compromiso, por ejemplo? —se burló Pedro.
Mauricio enarcó una ceja ante el tono sarcástico de su hermano.
—Tú búrlate, señor "estoy casado con la medicina"; pero cuando aparezca una mujer demandando más tiempo del que tienes, o alguna mierda parecida, no hagas drama.
—En algún momento tienes que sentar cabeza, hermanito.
—Sí, pero ese momento no es ahora —replicó el aludido—. Ahora cuéntame de la misteriosa emergencia que te sacó del bar anoche.
—Ayer conocí a una chica en la cafetería que está cerca del hospital y le dejé mi teléfono, entonces…
—Te llamó mientras estabas en el bar y saliste corriendo tras ella —sentenció Mauricio.
—No… ella estaba en el bar.
—Entonces, ¿saliste a esconderte? Si no es así, entonces no entiendo…
—Estaba bailando con ella, entonces se sintió mal y…
—Y salió Súper Doctor al rescate —Pedro se burló de su hermano interrumpiendo cada vez que intentaba terminar su relato.
—¿Puedes, por el amor de Dios, dejar de interrumpirme para decir tonterías? —bufó Pedro
—. Ella se puso bastante mal, así que ayudé a Carolina a llevarla a casa.
—¿Carolina? —preguntó Mauricio con incredulidad—. ¿Carolina James?, nuestra Carolina ¿quieres decir?¿Ella estaba en el bar anoche? —Mauricio se puso súbitamente nervioso.
—Sí, la misma —respondió Pedro a su hermano ignorando su extraña inquietud—. Nuestra vecina estaba allí anoche con esta chica, que resultó ser amiga suya.
—Pues mira que es un mundo pequeño.
—Sí, tan pequeño como tu sentido común…
—No empieces.
—Tú empezaste, yo solo continúo —sentenció Pedro antes de dar un sorbo a su café y levantarse de la mesa—. Ahora en serio, ¿vendrás? Para ir a la agencia y hacer los arreglos.
—Iré —aceptó Mauricio.
—Bien —asintió su hermano—. Entonces pongámonos en marcha.
—Algún día deberás dejar de tratarme como tu hijo —sugirió el más joven de los Alfonso.
—Sí —asintió Pedro—. El día que dejes de comportarte como un niño tonto que necesita que lo rescaten.
Muy buenos capítulos! cuantas coincidencias! ;)
ResponderBorrarQué genial esta novela. Encima se van a encontrar en el crucero, ayyyyyyyyy, lo que va a ser eso x favor!!!!!!!!!
ResponderBorrarAiaiaiyyy ese crucero ♥
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