jueves, 26 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 8






Paula caminaba de un lado al otro por su habitación, retorciendo sus manos con nerviosismo a cada paso que daba. Se detuvo frente al espejo de cuerpo entero e inspeccionó su apariencia. Se veía igual que siempre, pero también se veía distinta. El fino camisón de seda azul destacaba sobre su piel cremosa, el suave tejido fluía enmarcando sus generosos pechos y caderas, dándole un aire seductor. Su cabello rubio estaba recogido con una trenza floja de la que escapaban algunos mechones rebeldes. 


La chica tomó algunas hebras y las acomodó detrás de sus orejas y se mordió el labio inferior mientras recorría la imagen de su cuerpo a conciencia.


—¿Preparándote para recibirme? —una profunda y aterciopelada voz masculina la sobresaltó, haciendo que se erizara su piel. Cada célula de su cuerpo envió una señal de advertencia—. No tienes que cubrirte más… Para lo que deseo no te necesito vestida. Dicho esto, ¿me dejarás tener lo que deseo, cariño?


La rubia tragó con dificultad, tratando de asimilar la imagen del hombre que estaba parado tras de ella. La piel bronceada de sus hombros brillaba, como si hubiese sido besada por el sol; los músculos bien definidos de sus brazos y pecho la hicieron jadear, y cuando empezó a recorrer la forma masculina hacia el sur, una cálida humedad empezó a extenderse por sus partes más sensibles.


Totalmente abochornada, Paula trató de apartar la mirada pero el hombre se lo impidió apoderándose de su barbilla y obligándola a mirarlo. Había algo extraño en aquel hombre. 


Aunque reconocía su voz, no podía ver su rostro, y eso en lugar de asustarla le excitaba.


—Aún no me respondes —dijo él.


—Sí, te daré lo que deseas —aceptó ella, sometiéndose a los caprichos de aquel desconocido.


El hombre acercó su cara al cuello de Paula, quien seguía frente al espejo. La inmovilizó cruzando su brazo alrededor de sus caderas, y tan pegado a su cuerpo que las nalgas femeninas acunaban su miembro. Cuando el desconocido empezó a dejar un sendero de besos entre el cuello y el hombro, la humedad de Paula fue aumentando. Raspando la piel de la chica con los dientes, y luego adorándola con su lengua, el hombre acunó los pechos de la chica con su mano libre, masajeándolos y pellizcándolos hasta endurecerlos. El pene que descansaba entre los glúteos de Paula empezó a endurecerse y crecer, haciendo que un anhelo desconocido la dominara.


—¿Tú me deseas, Paula? —preguntó él. Pero ella era incapaz de formar una frase, por lo que solo asintió. Su piel acalorada y enrojecida empezó a perlarse de sudor, y sus caderas empezaron a moverse en círculos.


El hombre bajó una de sus manos para acunar la humedad entre sus piernas y gruñó en apreciación. Él empezó a masajear su carne sobre la prenda de seda, magnificando las sensaciones para ella, que jadeó excitada y sorprendida.


Paula llevó sus manos para cubrir la mano que masajeaba su sexo, pero se debatía entre retirarla o animarla a que profundizara su ataque. No podía negar que se sentía muy bien, pero necesitaba algo más…


—Yo… —empezó a decir ella, que estaba siendo doblemente torturada, sin llegar a completar su frase, pues en ese momento él decidió girarla y presionar su erección contra su vientre.


El desconocido la guio con su cuerpo hasta chocar contra una pared y se apoderó de su boca con un beso hambriento y salvaje. Paula se paró en la punta de sus pies, tratando de frotar sus partes más sensibles contra su dureza, lo que provocó una risa ronca de aquel hombre. Utilizando su fuerza, la levantó del suelo y ella envolvió sus piernas alrededor de las caderas masculinas, y llevando una mano hacia la unión de sus cuerpos sostuvo su pene para guiarlo a su entrada. Paula gimió al sentir su tamaño e imaginó lo que se sentiría tenerlo moviéndose dentro de ella.


—Te deseo —jadeó ella excitada.


En ese momento el empujó en su interior haciendo que ambos gimieran de placer.


Paula clavó sus uñas en la espalda masculina mientras él la envestía, haciendo que su espalda chocara contra la pared.


Repentinamente deseó poder mirar aquello en el espejo. 


Cerró sus ojos para disfrutar la sensación de ser llenada completamente por un hombre, y cuando los volvió a abrir se vio a sí misma siendo follada contra la pared de su habitación, del mismo modo que veía ondularse los músculos de aquel firme y bronceado trasero masculino mientras la envestía. Aquella visión la hizo llegar muy cerca del borde.


—Todavía no —le advirtió él.


Paula mordió su labio inferior, incapaz de responder, moviendo sus caderas al mismo ritmo que él, igualando sus movimientos mientras disfrutaba de la imagen más erótica que había visto en su vida.


—Dámelo ahora, Paula… córrete conmigo —dijo él mordiendo su hombro. La sensación de sus dientes clavándose en su piel, la imagen que le devolvía el espejo y la fuerza de sus envestidas hicieron que Paula estallara en mil pedazos. Se aferró con más fuerza a aquel hombre mientras el orgasmo los consumía y él seguía moviéndose para prolongar el momento. Totalmente saciada, Paula deseó ver el rostro de su amante; y cuando levantó su cabeza para reclamar un beso, un extraño sonido atrajo su atención.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario