martes, 10 de marzo de 2015

PECADO Y SEDUCCION: CAPITULO 15





—¿Estarás de vuelta para mi cumpleaños? —preguntó Josefina al teléfono.


Pedro se apartó de la ventana del hotel que daba a Central Park.


—¿Acaso no estoy ahí siempre en tu cumpleaños?


—Solo quería asegurarme. Va a ser una buena fiesta. La tía Gaby me va a preparar mi comida favorita.


—Espero que te estés portando bien con la tía Gaby.


—Siempre me porto bien, y a ella le encanta tenerme aquí. Pregúntaselo si quieres. La tengo al lado.


—Me fío de ti, Josefina. Me preguntaba si has visto… —se detuvo en seco.


—¿Qué dices? Lo siento, papá, la señal no es muy buena aquí.


La señal funcionaba mucho mejor que su cerebro. Estaba tan desesperado por tener noticias de Paula, cualquier detalle aunque fuera minimo, que había estado a punto de interrogar a su hija adolescente para conseguir información sobre ella.


¿Qué diablos le pasaba?


Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había descolgado el teléfono, ansioso por escuchar su voz, pero nunca marcó su número. ¿Y por qué? Porque quería demostrar algo. No habían vuelto a hablar desde la noche de aquel maldito baile benéfico.


Patético. Y lo único que había demostrado hasta el momento era ser un cobarde. ¿De qué otra forma podía calificarse a un hombre al que le daba miedo reconocer que necesitaba a una mujer, que necesitaba escuchar su voz, verla sonreír, ver cómo se quedaba dormida?


Suspiró en silencio. Le daba miedo admitir que por fin se había enamorado. Admitirlo vino acompañado de una cierta sensación de alivio. El amor le había convertido en un estúpido una vez y juró que no volvería a suceder. Pero había pasado.


—¿Sigues ahí, papá?


Pedro se quedó mirando el teléfono que tenía en la mano antes de volver a ponérselo en la oreja.


—Te preguntaba si te importa que invite a Paula a mi fiesta de cumpleaños… por favor.


—Eso estaría muy bien.



*****

Paula estaba nerviosa por conocer a Mariano Tyler, pero la situación no fue tan incómoda como ella había imaginado. 


Para cuando sirvieron el café ya habían descubierto que tenían muchas cosas en común y hablaban como si se conocieran de toda la vida.


Podría haber sido así si las cosas hubieran sido distintas. 


Cuando aquel pensamiento se le pasó por la cabeza, miró la mano que Mariano había puesto sobre la suya y suspiró.


—¿Estás bien? —le preguntó él con preocupación.


Se miraron a los ojos. Paula sacudió la cabeza y murmuró con emoción contenida:
—Sí, muy bien. Es solo que… yo…


—Te entiendo —admitió él.


Cuando terminaron el café, Mariano pagó la cuenta y sugirió acompañarla de regreso a su apartamento en lugar de llamar a un taxi. Hacía una tarde preciosa y Paula no estaba todavía preparada para ponerle fin, así que accedió.


En el exterior, la acera estaba mojada pero había dejado de llover y el cielo estaba despejado. Paula metió los pies en un charco y se salpicó los zapatos nuevos y las medias.


—Cantando bajo la lluvia —dijeron los dos a la vez. Y se rieron.


—Es una de mis películas favoritas —reconoció ella.


—Todo un clásico —admitió Mariano—. Entonces, ¿no te arrepientes de haber venido?


Paula le había confesado que había estado a punto de no ir. 


Todavía no había superado el impacto de que su hermanastro se hubiera puesto en contacto con ella tras descubrir su existencia revisando las cosas de su fallecido padre.


—Me alegro de que nos hayamos conocido. No sé por qué, pero pensaba que sabías que yo existía, seguramente porque yo sabía de ti, aunque se supone que no debía —aseguró Paula.


—Yo estaba muy asustado —admitió su hermanastro riéndose—. Emma me animó a buscarte, dijo que era lo correcto, y luego, cuando te vi en aquel baile benéfico, ella casi me obligó a acercarme a ti.


Paula sonrió. Mariano había sacado constantemente el nombre de su mujer en la conversación; estaba claro que la adoraba, y eso era maravilloso. La relación con su padre, por la que siempre le había envidiado, había sido al parecer bastante mala. Lord Charlford había tratado mal a su hijo y heredero, aprovechando cada oportunidad para ridiculizarle.


Fue su mujer quien le devolvió a Mariano la confianza en sí mismo y la fuerza para escapar de la tóxica influencia de su padre.


—Dime que me ocupe de mis propios asuntos, Paula, pero… ¿hay alguien en tu vida? ¿Tal vez Alfonso, el hombre que vi contigo?


Habían llegado a su casa, y Paula se detuvo y se dio la vuelta para mirar a su hermanastro.


—Hay alguien —admitió—. Pero no estoy segura. Solo hemos estado juntos un par de meses y no sé si él… —le tembló la voz y descubrió horrorizada que tenía los ojos llenos de lágrimas.


Desde que se marchó a Nueva York hacía casi tres semanas ya, no había vuelto a saber una palabra de Pedro, aparte de un mensaje seco cuando aterrizó.


Paula había tenido mucho tiempo para pensar en sus expectativas respecto a Pedro. Finalmente había admitido que quería todo lo que en el pasado despreciaba. Quería amar a un hombre sin límite y ser amada del mismo modo, y al parecer no iba a conseguir ninguna de las dos cosas porque Pedro no iba a darle lo que necesitaba.


El sentido común le decía que aquel era un punto crucial en su relación. Cuando Pedro volviera tenía que ser sincera con él, y si no podía darle lo que necesitaba, tendría que seguir con su vida.


Si su madre amaba a Carlos Latimer como ella a Pedro, ahora entendía por qué se había quedado con él.


Mariano alzó una mano y le secó una lágrima con el pulgar.


—Siento que seas desgraciada —sus bellas facciones se contrajeron—. Sea quien sea él, es un idiota.


—No sé qué me pasa últimamente —el día anterior había tenido que salir de una reunión porque alguien había enseñado la foto de unos gatitos rescatados de una bolsa de basura.


—No te preocupes, estoy acostumbrado a las lágrimas. Desde que está embarazada, Emma llora por todo y por nada.


Su madre y Luciana también estaban embarazadas. Parecía que Paula era la única persona del mundo que no lo estaba.
Se quedó muy quieta, le empezaron a temblar las piernas y un escalofrío le recorrió el cuerpo.


—Oh, Dios mío.


—¿Qué pasa? —Mariano observó alarmado cómo palidecía.
Paula trató de actuar con naturalidad, forzando una sonrisa y sacudiendo la cabeza.


—Nada, solo se me ha ocurrido pensar en una cosa… pero en realidad es una tontería.


O no. Pero tenía que asegurarse antes. Frunció el ceño y trató de recordar si el supermercado de la esquina estaba abierto las veinticuatro horas. ¿Venderían allí pruebas de embarazo?


—Te invitaría a tomar un café, pero estoy un poco cansada.


Mariano asintió, la besó en la mejilla y luego la abrazó.


—Vendrás a visitarnos a Charlford, ¿verdad? Emma está deseando conocerte.


—Me encantaría, yo… —Paula se quedó de pronto sin habla.


Mariano, que todavía tenía la mano en su hombro, se giró siguiendo la dirección de su asombrada mirada. Se dio la vuelta justo a tiempo para ver el puño que un instante después conectó con su mandíbula y lo tiró al suelo.


Paula soltó un grito y se arrodilló al lado de su hermano.


—¿Estás bien, Mariano?


Mariano sacudió la cabeza y apretó las mandíbulas.


—Sí. Me ha pillado de sorpresa, eso es todo —la expresión de asombro de sus ojos verdes fue sustituida por otra de furia cuando miró al hombre que se cernía sobre ellos.


—¿Qué diablos estás haciendo, Pedro? —inquirió Paula poniendo un pañuelo de papel en la comisura de la boca de su hermano para contener la sangre.


La nebulosa roja que había descendido sobre Pedro cuando vio a ese hombre acariciar la mejilla de Paula y luego abrazarla dio paso a una furia igual de letal pero tan fría como un bisturí.


—Te preguntaría a ti lo mismo, pero queda bastante claro —le espetó Pedro.


—Oh, Mariano, lo siento mucho.


Mariano le quitó el pañuelo de papel.


—Y él también lo siente, ¿verdad, Pedro? —dijo Paula.


—No.


Aquella contundente respuesta provocó que ella levantara la cabeza para decirle exactamente lo que pensaba… y entonces descubrió que se había ido. Se giró y le vio caminando calle abajo.


—Quédate aquí y no te muevas —le dijo a Mariano apretando las mandíbulas con determinación—. Tengo que hacer una cosa.


Mariano la agarró del brazo.


—Déjalo estar, Paula. Ese tipo es peligroso.


Paula dejó escapar un resoplido burlón.


—No le tengo miedo —aseguró.


Pedro iba andando y ella corriendo, pero necesitó casi cincuenta metros para ponerse a su altura. Entonces le agarró del brazo.


—¿Estás loco? —le preguntó jadeando por el esfuerzo.


Pedro elevó las comisuras de los labios.


—No, ya no —durante semanas había luchado contra la certeza de que la amaba, y finalmente admitió que tenía miedo. Sentía que había avanzado, cuando en realidad tenía razón al principio. Amar a alguien siempre terminaba mal.


Su críptica respuesta solo añadía un poco más de confusión a la que ya reinaba en su cabeza. Pensaba que Pedro estaba en Estados Unidos, y de pronto sucedía aquel episodio con Mariano.


—Ni siquiera estás aquí —Paula supo al instante que aquello era una estupidez.


—Sí, ya veo que mi presencia supone un inconveniente para ti —se burló Pedro—. Siento haberte estropeado la velada. Supongo que sabes que está casado, ¿verdad?


Paula frunció el ceño y trató de entender qué estaba pasando. En aquel momento Mariano se acercó a ellos. Tenía moratones en la cara, y Paula se sintió fatal al verlos. Se colocó entre los dos hombres.


—Déjale en paz —le advirtió a Pedro.


Pedro apretó las mandíbulas ante aquel gesto de protección.


—Tengo curiosidad… ¿es por el título? ¿O es que ahora te gustan los rubios guapitos?


Paula parpadeó. Y entonces cayó en la cuenta de lo que Pedro pensaba. ¡Creía que la había pillado en una cita con un amante!


—¿Te da morbo estar liada con un casado? ¿O acaso eres como tu madre? Ya se sabe, de tal palo tal astilla. ¿Y qué papel juega tu padre en todo esto?


Paula no fue consciente de que había levantado la mano hasta que abofeteó la cara de Pedro. Mariano la apartó de él y le pasó el brazo con gesto protector.


—Está muerto. Nuestro padre está muerto —afirmó furioso.


Pedro se quedó paralizado y miró primero a uno y luego a otro. Ambos le observaban con expresión de odio y disgusto.


—¿Es tu hermano? ¿Charlford era tu padre? —preguntó con voz estrangulada—. Yo pensé que…


—Tú pensaste que te estaba engañando y has dado a entender que mi madre tiene una moral cuestionable —aseguró Paula con frialdad.


—¡Yo no he dicho eso!


Aunque protestara, Pedro fue consciente de que no importaba lo que dijera. No había vuelta atrás. Ella nunca se lo perdonaría. Había insultado a su madre y había pegado a su hermano. Le miraba con odio en sus preciosos ojos verdes, y se lo merecía.


—Es mejor así —afirmó Paula furiosa—. Me alegro mucho de haber descubierto antes de que sea demasiado tarde la clase de imbécil intolerante y malvado que eres.


Pedro apretó las mandíbulas. No estaba diciendo nada que no se mereciera. El arrebato de celos que había sufrido al ver a Paula con otro hombre le había superado. Nunca había experimentado nada parecido y no quería volver a vivirlo.


—¿Qué te puedo decir? —preguntó en voz baja.


—¿Y si me dices que lo sientes? —sugirió Paula con tono gélido.


—Lo siento —dijo Pedro incluyendo a Mariano en su respuesta.


—¿Se supone que con eso quieres mejorar las cosas? —Paula no estaba por la labor de calmarse—. ¡No quiero volver a verte nunca más! —gritó como una salvaje. Y luego, agarrando a su hermano del brazo, se dirigió a la entrada de su edificio sin detenerse hasta llegar al vestíbulo—. ¿Viene detrás? —le preguntó a Mariano apretando los dientes.


—No te preocupes, se ha ido —aseguró su hermano con una sonrisa.


—¿Se ha ido? —repitió ella con un suspiro.


—Sí.


A Mariano se le borró la sonrisa cuando su hermana rompió a llorar.



lunes, 9 de marzo de 2015

PECADO Y SEDUCCION: CAPITULO 14




Paula se estaba dando los últimos toques de rímel cuando Luciana entró en la habitación. Se dio la vuelta en el taburete para mirar a su amiga, que ya se había puesto el regio vestido de noche. El corte imperio no disimulaba su embarazo.


—¿Cómo está Kamel?


—Bueno, él dice que bien —Luciana puso los ojos en blanco, no podía disimular la preocupación por la salud de su marido—. Pero lo cierto es que tiene fiebre y una cara fatal. Ojalá pudiera quedarme con él… —su amiga dibujó una sonrisa brillante y murmuró—: pero el deber me llama y los médicos dicen que los antibióticos le dejarán K.O. hasta mañana por la mañana. Tiene suerte de no haber pillado una neumonía…


—Se pondrá bien.


—Por supuesto que sí. No sabes cuánto te agradezco que estés aquí, Paula. Es la primera vez que organizo yo sola una cosa de estas y Kamel es el patrocinador de la obra benéfica, así que para mí es muy importante que haya un rostro amigo. Espero hacerlo bien.


—Lo vas a hacer de maravilla, y ya sé que me lo agradeces porque me lo has repetido diez millones de veces. No hacía falta. Ni tampoco este vestido —miró de reojo el vestido de un importante diseñador que había escogido de un perchero rodante con prendas similares que su amiga había metido en la habitación.


—Estás impresionante, Paula.


Paula alzó la vista y se le sonrojaron levemente las mejillas. 


Unas semanas atrás no habría creído las palabras de Luciana, aunque tampoco habría tenido la confianza necesaria para llevar aquel vestido rojo que se le ajustaba al cuerpo como un guante, resaltándole los senos, enfatizando su estrecha cintura y la suave curva de las caderas antes de caer a las rodillas con estilo flamenco.


Estar con Pedro aquellas últimas semanas había logrado proporcionarle confianza en su propia sexualidad y en su encanto femenino. Aquello era un plus que había que añadir al estupendo sexo, y su risa… la parte mala… Paula compuso una sonrisa y se prometió que aquella noche no iría por ahí.


¿A quién quería engañar? Se había enamorado de Pedro y tenía que disimularlo. Enterrarlo. No había otro modo de lidiar con aquella situación.


Se había enamorado completamente de un hombre que personificaba todo lo que se había pasado la vida evitando, y ni siquiera tenían una relación de verdad. Pero lo importante era que ella ponía sus normas.


Paula cerró los ojos. A efectos prácticos, aquello significaba que no estaba disponible cuando Pedro chasqueaba los dedos, aunque en realidad lo estuviera. Aunque significara pasar noches solitarias y tristes cuando podría estar compartiendo su cama con él. Se repetía constantemente que valía la pena, porque significaba que ella tenía el control.


Paula reconocía el autoengaño, pero no era tan valiente como para admitirlo.


—Y no recuerdo cuándo fue la última vez que te vi con el pelo suelto. Apenas te reconozco —continuó Luciana.


—Yo tampoco me reconozco a mí misma últimamente —admitió Paula cuando las dos mujeres salieron de la habitación.


Con las cámaras grabando cada gesto y bajo la luz de las lámparas de araña, Luciana pronunció un discurso en nombre de su marido con calma y dignidad. De hecho, estuvo tan bien que Paula dejó de pensar en Pedro durante diez minutos.


¿Qué estaría haciendo?


¿Con quién estaba hablando?


¿Qué pensaría de su vestido?



*****


Pedro tenía pensado pasarse al final de la velada porque Kamel era un buen amigo y él siempre había despreciado a los hombres que se olvidaban de sus amigos cuando tenían una relación sentimental. Aunque aquel no era su caso. Paula y él tenían una relación civilizada, y aunque eso era distinto a sus otras relaciones en muchos sentidos, seguía sin ser algo permanente.


Josefina había optado recientemente por estar interna durante la semana en el colegio, y esa era la única razón por la que Paula dormía en su casa, aunque no tantas veces como a él le hubiera gustado. Paula tenía una vida de la que él no formaba parte, y viceversa. Pedro se estaba diciendo a sí mismo lo ideal que resultaba para él aquella situación cuando aquellos dos mundos chocaron.


Fue completamente inesperado. Pedro se limitó a girar la cabeza para ver qué miraba el rubio con título que le habían presentado nada más llegar, y se dio cuenta de que estaba mirando a una mujer. A su Paula, que parecía completamente en su salsa, sonriendo con aquel vestido rojo tan sexy. Pedro sintió cómo le subía la temperatura al recorrer con la mirada las sinuosas curvas de su cuerpo. ¡No debería llevar un vestido así fuera de los confines de su habitación!


Sin ser consciente de que le estaba dando la espalda a un embajador que se le había acercado con la mano extendida, Pedro cruzó la sala.


—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —le bramó a Paula al oído.


Fue Luciana, que estaba al lado de su amiga, quien parpadeó al mirar aquella figura alta que se cernía sobre Paula como un ángel oscuro y vengador.


La impresión de Paula dio paso a la indignación.


—¿Hay alguna razón por la que no debería estar aquí? —respondió con falsa calma.


—Podrías habérmelo mencionado.


Paula alzó las cejas.


—Tú estás aquí, ¿acaso me lo habías mencionado? —Paula se tapó la boca con la mano y murmuró—: Hay un equipo de cámaras esta noche aquí, Pedro. ¿Quieres transmitirle esta imagen al mundo? —se quitó la mano de la boca y añadió alegremente—: Conoces a Luciana, ¿verdad?


Pedro inclinó la cabeza sin apartar la mirada de Paula y dijo:
—Princesa, he sabido que Kamel no se encuentra bien. Lo lamento —luego se giró hacia Paula y añadió—: Me voy a casa, ¿vienes?


Luciana contuvo el aliento de forma audible.


Pedro la miró un instante y luego volvió a dirigir la vista hacia su amante. ¿Ni siquiera le había dicho a su mejor amiga que estaban juntos?


Creía que las mujeres lo compartían todo… al menos todo lo importante. Se lo tomó como una traición. ¿Acaso se avergonzaba de él?


Paula entornó los ojos.


—No, no voy a ir.


Pedro se encogió ostensiblemente de hombros.


—Muy bien. El viernes me voy a Nueva York.


—Que tengas buen vuelo.




PECADO Y SEDUCCION: CAPITULO 13





Es una oferta tentadora, pero paso.


Incapaz de reconocerse a sí misma lo cierto de aquella información, lo tentada que se sentía a unirse a él en la ducha, Paula agarró un cojín del sofá que había apoyado contra la pared y empezó a darle puñetazos. Cuando lo dejó sin forma empezó con otro, y lo golpeó con tanta fuerza que la respuesta de Pedro apenas resultó audible entre los puñetazos.


—Tú misma.


Esperó un instante y luego se giró para mirarla por encima del hombro. Los pantalones de chándal estaban tirados en el suelo y, soltando un profundo suspiro, se reclinó sobre los cojines. Se concentró en respirar con normalidad, pero la tensión que le provocaba nudos en los músculos persistía de forma obstinada.


Aquello no estaba saliendo como ella pensaba.


Mientras se decía que debía dejar aquel juego, Paula escuchó cómo corría el agua de la ducha en el baño adyacente. Cerró los ojos, pero fue peor. Se le pasaron por la cabeza imágenes del baño lleno de vapor, del agua deslizándose por su piel dorada. El recuerdo de la clara invitación que le había hecho resonaba en el interior de la cabeza de Paula, alimentando el deseo que la atravesaba.


Se preguntó cómo era posible estar tan furiosa con alguien, saber perfectamente que te estaba utilizando, y al mismo tiempo desearle tanto… abrió los ojos.


¿Se estaría convirtiendo en la persona que nunca le había perdonado a su madre ser? Aquel pensamiento funcionó mejor que una ducha fría y coincidió con el repentino silencio que surgió cuando se cerró el grifo del baño.


Palideció al pensar en lo cerca que había estado de dejarse llevar por la tentación y abrir aquella puerta.


En lo que a Pedro se refería, parecía no tener vergüenza ni respeto por sí misma. Era una cuestión de genes. Se puso de pie. Reconocer la propia debilidad significaba poder hacer algo al respecto. Siempre había opción.


Su madre había tenido opción y había escogido la que no debía… dos veces. Paula no tenía intención de repetir los errores de Sara.


Sopesó sus posibilidades, y no tardó mucho en tomar su decisión. Se quedaría sin la satisfacción de decir la última palabra y pondría distancia entre Pedro y ella.


Salir corriendo. Dejó escapar un suspiro. Aquello era un plan. Sin duda.


Pero antes de que Paula pudiera poner su plan en acción o situar un pie delante de otro, Pedro salió del baño descalzo silbando entre dientes y la urgencia que Paula sentía de salir corriendo se volvió menos urgente. Mucho menos.


Se había echado el oscuro cabello hacia atrás con las manos, y todavía le goteaba un poco, dejando manchas en la camisa blanca que llevaba.


Tenía los sentidos agudizados hasta un punto que resultaba doloroso.


—¿Me has echado de menos? —le preguntó él metiéndose los bajos de la camisa en la cinturilla del oscuro pantalón mientras observaba la expresión que cruzaba por el rostro de Paula. Cuando se quitaba la máscara, tenía las facciones más expresivas del mundo.


Ella alzó la barbilla. A veces la verdad era la mejor defensa.


—Con cada fibra de mi ser.


El tono sexy de su voz provocó un escalofrío por todo su cuerpo.


—Ahora mismo soy todo tuyo —Pedro sonrió y abrió los brazos en gesto invitador.


Paula se alegró de pronto de no haber salido huyendo. Se habría arrepentido de no haberle dicho lo que pensaba de él.


Sosteniéndole la mirada, se puso en jarras, atrayendo sin querer la atención sobre sus suaves curvas, y le miró de arriba abajo.


—¿Te gusta lo que ves, cara? —le preguntó Pedro con una lenta y sensual sonrisa.


Ella se sonrojó. ¿A quién no le gustaría? Pedro era la personificación de la perfección masculina.


—Me has utilizado —tragó saliva, reconociendo que resultaba irracional admitirlo. Después de todo, no había nada entre ellos, ningún lazo que pudiera traicionarse. Solo su propia estupidez.


Aquella acusación provocó que a Pedro se le borrara la sonrisa. Apretó las mandíbulas y frunció el ceño. La ducha fría que se acababa de dar le había proporcionado un alivio temporal, pero ahora que había vuelto no podía superar el deseo de hundirse en ella y sentir su piel.


—Creía que nos estábamos utilizando mutuamente —susurró—. Y si no recuerdo mal, no tenías ninguna queja.


Paula entornó los ojos, se cruzó de brazos en gesto de autoprotección y le miró con desprecio.


—Sabes perfectamente a qué me refiero —le espetó furiosa.


Pedro estuvo a punto de echarse a reír. No sabía nada, excepto que nunca le había sucedido nada parecido. No era solo el cuerpo; aquella mujer se había quedado a vivir también en su cabeza.


—¿Por qué no me lo explicas para asegurarnos? —sugirió.


—Explicártelo. A ver —Paula se llevó la mano a la barbilla y fingió que se lo pensaba—. Eres un malnacido. Con todas las letras. Tienes miedo de perder la custodia de Josefina, así que soy tu novia falsa. Una influencia femenina. Una relación estable que pasarle a tu ex por las narices. No me extraña que quisieras que saliera de aquí antes de que pudiera decirles la verdad.


—¿Y cuál es la verdad?


—Que solo soy una de tus aventuras de una noche.


—Lo dices con amargura. Y sin embargo, creo recordar que era así como querías que fuera, cara. ¿O ahora has movido la portería?


—¡No es que esté amargada, estoy furiosa!


—Como tú quieras… y para ser exactos, no ha sido solo una noche. Lo hemos hecho también de día.


Eve apartó la vista y apretó las mandíbulas.


—Y por cierto, ¿cómo querías que te presentara a mi madre y mi exmujer? Esta es Paula, acabamos de tener sexo…


—Me has utilizado —insistió ella agarrándose a su justa indignación, aunque lo que en el taxi le pareció una acusación legítima le parecía ahora un poco histérica—. Lo planeaste todo, me trajiste aquí sabiendo que tu ex…


—¿Cómo? ¿De verdad crees que lo he apañado todo para que mi madre, mi exmujer y mi hija adolescente entraran y me encontraran desnudo con una mujer a media tarde?


Era lo que creía, pero visto de aquel modo… la sombra de la duda cruzó por la mente de Paula, quien, incapaz de reconocer que estaba completamente equivocada, admitió:
—Supongo que no esperabas que tu madre estuviera también aquí.


—Vaya, gracias —respondió Pedro con sarcasmo—. Para que lo sepas, no la esperaba. Pero ella cree firmemente en el factor sorpresa. Desde que mi padre murió se aburre y yo me he convertido en su proyecto. O mejor dicho, su proyecto es que me case con alguien adecuado.


—Entonces lo admites. Has dejado que piense que somos… que tenemos…


—¿Una relación?


—¡No tenemos una relación, solo tenemos sexo! —le gritó ella—. Teníamos sexo —añadió.


Paula hubiera preferido que su desmesurada reacción le enfadara, no que despertara su curiosidad. Trató de mantener la actitud desafiante.


—¿Por qué es tan importante para ti esa distinción? Me refiero a separar el sexo de las relaciones. ¿Tiene algo que ver con tu madre y con Latimer? —le preguntó.


Sintiendo la presión de su mirada, Paula reaccionó a la defensiva alzando la barbilla.


—No se trata de mí, se trata de ti. Y además, no creo que tú seas quién para darme sermones sobre relaciones. Según tu hija, cambias de mujer como de calcetines.


Pedro sabía reconocer un farol cuando lo oía; él también los utilizaba de vez en cuando. Pero a diferencia de Paula, lo hacía de manera consciente. Tal vez no fuera culpable de haber creado la situación en un principio, como ella le había acusado de hacer, pero no le habían dolido prendas para aprovecharse de la situación. Por primera vez desde hacía meses, su madre se había marchado sin insinuar que iba a mudarse a su casa para ocuparse de Josefina.


—No hacía falta que presionaras a mi hija para sacarle información, Paula. Si querías saber algo de mí, no tenías más que preguntarme.


—¡Yo no la he presionado! —estalló Paula echando fuego por los ojos—. Eres el tema de conversación favorito de Josefina.


Pedro alzó una de sus oscuras cejas.


—¿Y el tuyo no?


—Ah, yo te encuentro fascinante —ironizó ella.


—Así que has estado hablando de mí con mi hija.


—Ya sabes cómo somos las chicas cuando nos juntamos.


Pedro respondió dirigiéndole una mirada extraña. ¿Estaría preocupado? Paula confiaba en que así fuera.


—No juegues conmigo, Paula —su voz encerraba por primera vez un tono de enfado cuando dio un paso adelante.


—¿Tengo que tenerte miedo? —el subidón de adrenalina que le agudizaba los sentidos la llevó a responder de un modo precipitado, algo poco común en ella. Aunque teniendo en cuenta los pasos tan precipitados que había dado últimamente, este último parecía bastante inocente.


Pedro le tomó la barbilla entre los dedos y le alzó la cara.


—Algunas personas me lo tienen.


El poder, algo que para Pedro era una consecuencia de su éxito financiero, no un objetivo en sí mismo, implicaba que estaba acostumbrado a ver el miedo y la envidia tras las sonrisas de la gente. Ellos veían la imagen pública y no al hombre, y Pedro no tenía ningún problema. Su intención no era ser entendido ni que todo el mundo le quisiera.


—Pero tú no —aseguró.


No había modo de escapar de su ardiente mirada. Lo cierto era que Pedro en sí no le daba miedo. Lo que le asustaba era el modo en que la hacía sentir.


Resistiéndose todavía a la posibilidad de tener más en común con su madre de lo que quería admitir, Paula sacudió la cabeza y dijo:
—¿Debería tenerlo?


Pedro dejó caer la mano desde la cara hacia el hombro, y le acarició con el pulgar el escote mientras la miraba a los ojos.


—Seguramente. No quiero hacerte daño —pero eso no significaba que no pudiera recibir daños colaterales al pasar por su vida amorosa. Pedro experimentó una repentina punzada de furia contra sí mismo. Se suponía que Paula no debía ser tan vulnerable, pero lo era. Y Pedro lo había visto desde el principio.


Paula le miró con recelo. La sinceridad de Pedro había acabado con su furia, tal vez merecía un poco de su sinceridad a cambio.


—Pensé que lo tenías todo planeado —admitió en voz baja.


Aunque Pedro apartó la mano, siguió tan cerca de ella que a Paula le pareció que podía sentir el calor de su cuerpo.


—Cuando Josefina me contó lo de la batalla por la custodia, pensé que cuando llegaste esta mañana a mi oficina sabías perfectamente lo que iba a pasar… quiero decir…


—Que terminaríamos haciendo el amor de forma salvaje en mi estudio y mi familia nos sorprendería.


Paula sintió que la temperatura de su cuerpo subía varios grados bajo su ardiente mirada.


—Estoy intentando disculparme.


Él alzó las cejas con gesto incrédulo.


—Ahora veo que fue…


—¿Algo espontáneo?


Paula frunció el ceño, molesta por la interrupción.


—Una serie de coincidencias.


Pedro vio una sombra de culpabilidad cruzar su rostro como una sombra. Un corazón tierno podría ser una desventaja en el mundo de los negocios, y eso le llevó a preguntarse cómo era posible que Paula hubiera llegado tan lejos.


—Disculpas aceptadas. Ya conoces los detalles sobre la demanda de custodia que quiere interponer Clara. ¿Está Josefina preocupada?


Pedro pensaba que su hija se lo contaba todo. Pero por primera vez, Pedro se detuvo a considerar la posibilidad real de que su hija lamentara no tener una madrastra con la que poder formar un lazo. No le gustaba la idea de que Josefina se abriera a alguien que era una completa desconocida, como había hecho con Paula.


Su niñita estaba creciendo. ¿Tendría razón Edgardo? ¿Le faltaría un modelo femenino?


—Josefina tiene fe total en tu capacidad para solucionar esto —y cualquier otra cosa que pudiera surgir. Cuando la adolescente hablaba de su padre, incluso cuando se quejaba, quedaba claro que le adoraba y que confiaba completamente en su capacidad para mantenerla a salvo.


Del mismo modo que a Paula la había protegido su madre.


 ¿Había sabido apreciarlo?


Pedro asintió y experimentó una oleada de alivio. Pero las dudas permanecían bajo la superficie.


—¿No te preocupa la demanda de custodia? Quiero decir, los tribunales suelen favorecer a la madre, ¿no?


—Posible demanda de custodia.


Paula frunció el ceño ante la corrección.


—¿Crees que no va a seguir adelante con ella?


¿De verdad estaba tan confiado como parecía? Si ella estuviera en su lugar, con una niña tan estupenda como Josefina a la que proteger… pero no estaba en su lugar, se recordó Paula, y Josefina no era su hija. Lo que significaba que podía ser completamente objetiva, no como Pedro.


—¿Josefina nunca ha vivido con su madre?


—No, nunca —Pedro arqueó una ceja—. ¿Crees que eso está mal?


A Paula le habían bastado unos minutos para darse cuenta de que la última persona a la que dejaría encargada de un niño sería a aquella mujer. En su opinión, Josefina se merecía algo mejor.


—Creo que eso depende de la madre y de las circunstancias —aseguró con tacto.


—Clara abandonó a Josefina cuando era un bebé.


—¿Cómo pudo hacer algo así? —en opinión de Paula, una madre tenía que cuidar de su hijo por encima de todo—. ¿Había otra persona? ¿O acaso sufrió una depresión posparto? —sugirió.


—No, sencillamente, se aburrió —Pedro se sentó en el sofá y lo palmeó para invitarla a unirse a él.


—No, gracias.


Pedro sonrió y Paula estuvo a punto de responder, pero se contuvo y frunció el ceño con rabia. Necesitaba esconderse detrás de la ira. Abrió los ojos con gesto de alarma antes de bajar las pestañas para ocultar su expresión.


—Clara pierde rápidamente el interés por las cosas.


Sorprendida por la afirmación, Paula levantó la vista.


—¿Incluso por su propia hija?


Pedro se pasó la mano por la mandíbula.


—Por todo. Eso es algo que Edgardo todavía tiene que aprender.


Con los ojos clavados en ella, a Pedro no se le pasó por alto su expresión de desagrado. Relajó los hombros y estiró las piernas.


—Así que ya no crees que lo de esta tarde forme parte de un plan maquiavélico ideado por mí.


Paula se encogió de hombros.


—Tal vez no —admitió.


Pedro alzó las cejas.


—De acuerdo, definitivamente no. Te preocupa este asunto de la custodia, ¿verdad?


—Mira, esto no es cosa de Clara, es su prometido quien ha emprendido esta campaña por la custodia de Josefina, y él tiene su propia agenda política. Pero no se da cuenta de que Clara está permitiendo que la manipule. Aunque sea rubia, no tiene ni un pelo de tonta. Clara es inteligente, y cuando hace falta, no tiene piedad.


Aquella afirmación provocó que Paula se estremeciera, sobre todo porque venía de Pedro. Estaba claro que todavía sentía algo por la madre de su hijo, en opinión de Paula nada más explicaba que tolerara y justificara las acciones de Clara. La pregunta era: ¿cuán profundos eran esos sentimientos?


—¿Y a ti te parece bien?


—Clara quiere a Josefina.


«¿Y tú quieres a Clara?». Paula no formuló aquella pregunta en voz alta. ¿Para qué, si ya conocía la respuesta? Tal vez Pedro no quisiera admitirlo, pero para ella quedaba claro que la única razón por la que no había vuelto a tener una relación de verdad tras el divorcio, era que todavía estaba enganchado a su bella y egoísta exmujer.


—No, no estoy enamorado de Clara.


Paula abrió los ojos de par en par.


—¡No… no estaba pensando eso!


Él alzó las cejas en gesto escéptico.


—Mira, sé que no quieres saber lo que pienso —comenzó Paula.


—Pero me lo vas a decir de todas maneras, ¿verdad?


—Tal vez no deberías ser tan complaciente respecto a este asunto de la custodia. Los tribunales pueden ser impredecibles.


Pedro pareció pensativo.


—¿Piensas que estoy siendo complaciente?


Paula pensaba que era guapísimo.


—Nunca viene mal tomar precauciones.


Él asintió lentamente.


—Mira, si quieres que sigan pensando que estamos… juntos a corto plazo, me parece bien. Si tú estás de acuerdo.


—Ven aquí y te enseñaré lo de acuerdo que estoy.


Paula no necesitó que la convenciera demasiado para caer en su regazo.