lunes, 9 de marzo de 2015

PECADO Y SEDUCCION: CAPITULO 13





Es una oferta tentadora, pero paso.


Incapaz de reconocerse a sí misma lo cierto de aquella información, lo tentada que se sentía a unirse a él en la ducha, Paula agarró un cojín del sofá que había apoyado contra la pared y empezó a darle puñetazos. Cuando lo dejó sin forma empezó con otro, y lo golpeó con tanta fuerza que la respuesta de Pedro apenas resultó audible entre los puñetazos.


—Tú misma.


Esperó un instante y luego se giró para mirarla por encima del hombro. Los pantalones de chándal estaban tirados en el suelo y, soltando un profundo suspiro, se reclinó sobre los cojines. Se concentró en respirar con normalidad, pero la tensión que le provocaba nudos en los músculos persistía de forma obstinada.


Aquello no estaba saliendo como ella pensaba.


Mientras se decía que debía dejar aquel juego, Paula escuchó cómo corría el agua de la ducha en el baño adyacente. Cerró los ojos, pero fue peor. Se le pasaron por la cabeza imágenes del baño lleno de vapor, del agua deslizándose por su piel dorada. El recuerdo de la clara invitación que le había hecho resonaba en el interior de la cabeza de Paula, alimentando el deseo que la atravesaba.


Se preguntó cómo era posible estar tan furiosa con alguien, saber perfectamente que te estaba utilizando, y al mismo tiempo desearle tanto… abrió los ojos.


¿Se estaría convirtiendo en la persona que nunca le había perdonado a su madre ser? Aquel pensamiento funcionó mejor que una ducha fría y coincidió con el repentino silencio que surgió cuando se cerró el grifo del baño.


Palideció al pensar en lo cerca que había estado de dejarse llevar por la tentación y abrir aquella puerta.


En lo que a Pedro se refería, parecía no tener vergüenza ni respeto por sí misma. Era una cuestión de genes. Se puso de pie. Reconocer la propia debilidad significaba poder hacer algo al respecto. Siempre había opción.


Su madre había tenido opción y había escogido la que no debía… dos veces. Paula no tenía intención de repetir los errores de Sara.


Sopesó sus posibilidades, y no tardó mucho en tomar su decisión. Se quedaría sin la satisfacción de decir la última palabra y pondría distancia entre Pedro y ella.


Salir corriendo. Dejó escapar un suspiro. Aquello era un plan. Sin duda.


Pero antes de que Paula pudiera poner su plan en acción o situar un pie delante de otro, Pedro salió del baño descalzo silbando entre dientes y la urgencia que Paula sentía de salir corriendo se volvió menos urgente. Mucho menos.


Se había echado el oscuro cabello hacia atrás con las manos, y todavía le goteaba un poco, dejando manchas en la camisa blanca que llevaba.


Tenía los sentidos agudizados hasta un punto que resultaba doloroso.


—¿Me has echado de menos? —le preguntó él metiéndose los bajos de la camisa en la cinturilla del oscuro pantalón mientras observaba la expresión que cruzaba por el rostro de Paula. Cuando se quitaba la máscara, tenía las facciones más expresivas del mundo.


Ella alzó la barbilla. A veces la verdad era la mejor defensa.


—Con cada fibra de mi ser.


El tono sexy de su voz provocó un escalofrío por todo su cuerpo.


—Ahora mismo soy todo tuyo —Pedro sonrió y abrió los brazos en gesto invitador.


Paula se alegró de pronto de no haber salido huyendo. Se habría arrepentido de no haberle dicho lo que pensaba de él.


Sosteniéndole la mirada, se puso en jarras, atrayendo sin querer la atención sobre sus suaves curvas, y le miró de arriba abajo.


—¿Te gusta lo que ves, cara? —le preguntó Pedro con una lenta y sensual sonrisa.


Ella se sonrojó. ¿A quién no le gustaría? Pedro era la personificación de la perfección masculina.


—Me has utilizado —tragó saliva, reconociendo que resultaba irracional admitirlo. Después de todo, no había nada entre ellos, ningún lazo que pudiera traicionarse. Solo su propia estupidez.


Aquella acusación provocó que a Pedro se le borrara la sonrisa. Apretó las mandíbulas y frunció el ceño. La ducha fría que se acababa de dar le había proporcionado un alivio temporal, pero ahora que había vuelto no podía superar el deseo de hundirse en ella y sentir su piel.


—Creía que nos estábamos utilizando mutuamente —susurró—. Y si no recuerdo mal, no tenías ninguna queja.


Paula entornó los ojos, se cruzó de brazos en gesto de autoprotección y le miró con desprecio.


—Sabes perfectamente a qué me refiero —le espetó furiosa.


Pedro estuvo a punto de echarse a reír. No sabía nada, excepto que nunca le había sucedido nada parecido. No era solo el cuerpo; aquella mujer se había quedado a vivir también en su cabeza.


—¿Por qué no me lo explicas para asegurarnos? —sugirió.


—Explicártelo. A ver —Paula se llevó la mano a la barbilla y fingió que se lo pensaba—. Eres un malnacido. Con todas las letras. Tienes miedo de perder la custodia de Josefina, así que soy tu novia falsa. Una influencia femenina. Una relación estable que pasarle a tu ex por las narices. No me extraña que quisieras que saliera de aquí antes de que pudiera decirles la verdad.


—¿Y cuál es la verdad?


—Que solo soy una de tus aventuras de una noche.


—Lo dices con amargura. Y sin embargo, creo recordar que era así como querías que fuera, cara. ¿O ahora has movido la portería?


—¡No es que esté amargada, estoy furiosa!


—Como tú quieras… y para ser exactos, no ha sido solo una noche. Lo hemos hecho también de día.


Eve apartó la vista y apretó las mandíbulas.


—Y por cierto, ¿cómo querías que te presentara a mi madre y mi exmujer? Esta es Paula, acabamos de tener sexo…


—Me has utilizado —insistió ella agarrándose a su justa indignación, aunque lo que en el taxi le pareció una acusación legítima le parecía ahora un poco histérica—. Lo planeaste todo, me trajiste aquí sabiendo que tu ex…


—¿Cómo? ¿De verdad crees que lo he apañado todo para que mi madre, mi exmujer y mi hija adolescente entraran y me encontraran desnudo con una mujer a media tarde?


Era lo que creía, pero visto de aquel modo… la sombra de la duda cruzó por la mente de Paula, quien, incapaz de reconocer que estaba completamente equivocada, admitió:
—Supongo que no esperabas que tu madre estuviera también aquí.


—Vaya, gracias —respondió Pedro con sarcasmo—. Para que lo sepas, no la esperaba. Pero ella cree firmemente en el factor sorpresa. Desde que mi padre murió se aburre y yo me he convertido en su proyecto. O mejor dicho, su proyecto es que me case con alguien adecuado.


—Entonces lo admites. Has dejado que piense que somos… que tenemos…


—¿Una relación?


—¡No tenemos una relación, solo tenemos sexo! —le gritó ella—. Teníamos sexo —añadió.


Paula hubiera preferido que su desmesurada reacción le enfadara, no que despertara su curiosidad. Trató de mantener la actitud desafiante.


—¿Por qué es tan importante para ti esa distinción? Me refiero a separar el sexo de las relaciones. ¿Tiene algo que ver con tu madre y con Latimer? —le preguntó.


Sintiendo la presión de su mirada, Paula reaccionó a la defensiva alzando la barbilla.


—No se trata de mí, se trata de ti. Y además, no creo que tú seas quién para darme sermones sobre relaciones. Según tu hija, cambias de mujer como de calcetines.


Pedro sabía reconocer un farol cuando lo oía; él también los utilizaba de vez en cuando. Pero a diferencia de Paula, lo hacía de manera consciente. Tal vez no fuera culpable de haber creado la situación en un principio, como ella le había acusado de hacer, pero no le habían dolido prendas para aprovecharse de la situación. Por primera vez desde hacía meses, su madre se había marchado sin insinuar que iba a mudarse a su casa para ocuparse de Josefina.


—No hacía falta que presionaras a mi hija para sacarle información, Paula. Si querías saber algo de mí, no tenías más que preguntarme.


—¡Yo no la he presionado! —estalló Paula echando fuego por los ojos—. Eres el tema de conversación favorito de Josefina.


Pedro alzó una de sus oscuras cejas.


—¿Y el tuyo no?


—Ah, yo te encuentro fascinante —ironizó ella.


—Así que has estado hablando de mí con mi hija.


—Ya sabes cómo somos las chicas cuando nos juntamos.


Pedro respondió dirigiéndole una mirada extraña. ¿Estaría preocupado? Paula confiaba en que así fuera.


—No juegues conmigo, Paula —su voz encerraba por primera vez un tono de enfado cuando dio un paso adelante.


—¿Tengo que tenerte miedo? —el subidón de adrenalina que le agudizaba los sentidos la llevó a responder de un modo precipitado, algo poco común en ella. Aunque teniendo en cuenta los pasos tan precipitados que había dado últimamente, este último parecía bastante inocente.


Pedro le tomó la barbilla entre los dedos y le alzó la cara.


—Algunas personas me lo tienen.


El poder, algo que para Pedro era una consecuencia de su éxito financiero, no un objetivo en sí mismo, implicaba que estaba acostumbrado a ver el miedo y la envidia tras las sonrisas de la gente. Ellos veían la imagen pública y no al hombre, y Pedro no tenía ningún problema. Su intención no era ser entendido ni que todo el mundo le quisiera.


—Pero tú no —aseguró.


No había modo de escapar de su ardiente mirada. Lo cierto era que Pedro en sí no le daba miedo. Lo que le asustaba era el modo en que la hacía sentir.


Resistiéndose todavía a la posibilidad de tener más en común con su madre de lo que quería admitir, Paula sacudió la cabeza y dijo:
—¿Debería tenerlo?


Pedro dejó caer la mano desde la cara hacia el hombro, y le acarició con el pulgar el escote mientras la miraba a los ojos.


—Seguramente. No quiero hacerte daño —pero eso no significaba que no pudiera recibir daños colaterales al pasar por su vida amorosa. Pedro experimentó una repentina punzada de furia contra sí mismo. Se suponía que Paula no debía ser tan vulnerable, pero lo era. Y Pedro lo había visto desde el principio.


Paula le miró con recelo. La sinceridad de Pedro había acabado con su furia, tal vez merecía un poco de su sinceridad a cambio.


—Pensé que lo tenías todo planeado —admitió en voz baja.


Aunque Pedro apartó la mano, siguió tan cerca de ella que a Paula le pareció que podía sentir el calor de su cuerpo.


—Cuando Josefina me contó lo de la batalla por la custodia, pensé que cuando llegaste esta mañana a mi oficina sabías perfectamente lo que iba a pasar… quiero decir…


—Que terminaríamos haciendo el amor de forma salvaje en mi estudio y mi familia nos sorprendería.


Paula sintió que la temperatura de su cuerpo subía varios grados bajo su ardiente mirada.


—Estoy intentando disculparme.


Él alzó las cejas con gesto incrédulo.


—Ahora veo que fue…


—¿Algo espontáneo?


Paula frunció el ceño, molesta por la interrupción.


—Una serie de coincidencias.


Pedro vio una sombra de culpabilidad cruzar su rostro como una sombra. Un corazón tierno podría ser una desventaja en el mundo de los negocios, y eso le llevó a preguntarse cómo era posible que Paula hubiera llegado tan lejos.


—Disculpas aceptadas. Ya conoces los detalles sobre la demanda de custodia que quiere interponer Clara. ¿Está Josefina preocupada?


Pedro pensaba que su hija se lo contaba todo. Pero por primera vez, Pedro se detuvo a considerar la posibilidad real de que su hija lamentara no tener una madrastra con la que poder formar un lazo. No le gustaba la idea de que Josefina se abriera a alguien que era una completa desconocida, como había hecho con Paula.


Su niñita estaba creciendo. ¿Tendría razón Edgardo? ¿Le faltaría un modelo femenino?


—Josefina tiene fe total en tu capacidad para solucionar esto —y cualquier otra cosa que pudiera surgir. Cuando la adolescente hablaba de su padre, incluso cuando se quejaba, quedaba claro que le adoraba y que confiaba completamente en su capacidad para mantenerla a salvo.


Del mismo modo que a Paula la había protegido su madre.


 ¿Había sabido apreciarlo?


Pedro asintió y experimentó una oleada de alivio. Pero las dudas permanecían bajo la superficie.


—¿No te preocupa la demanda de custodia? Quiero decir, los tribunales suelen favorecer a la madre, ¿no?


—Posible demanda de custodia.


Paula frunció el ceño ante la corrección.


—¿Crees que no va a seguir adelante con ella?


¿De verdad estaba tan confiado como parecía? Si ella estuviera en su lugar, con una niña tan estupenda como Josefina a la que proteger… pero no estaba en su lugar, se recordó Paula, y Josefina no era su hija. Lo que significaba que podía ser completamente objetiva, no como Pedro.


—¿Josefina nunca ha vivido con su madre?


—No, nunca —Pedro arqueó una ceja—. ¿Crees que eso está mal?


A Paula le habían bastado unos minutos para darse cuenta de que la última persona a la que dejaría encargada de un niño sería a aquella mujer. En su opinión, Josefina se merecía algo mejor.


—Creo que eso depende de la madre y de las circunstancias —aseguró con tacto.


—Clara abandonó a Josefina cuando era un bebé.


—¿Cómo pudo hacer algo así? —en opinión de Paula, una madre tenía que cuidar de su hijo por encima de todo—. ¿Había otra persona? ¿O acaso sufrió una depresión posparto? —sugirió.


—No, sencillamente, se aburrió —Pedro se sentó en el sofá y lo palmeó para invitarla a unirse a él.


—No, gracias.


Pedro sonrió y Paula estuvo a punto de responder, pero se contuvo y frunció el ceño con rabia. Necesitaba esconderse detrás de la ira. Abrió los ojos con gesto de alarma antes de bajar las pestañas para ocultar su expresión.


—Clara pierde rápidamente el interés por las cosas.


Sorprendida por la afirmación, Paula levantó la vista.


—¿Incluso por su propia hija?


Pedro se pasó la mano por la mandíbula.


—Por todo. Eso es algo que Edgardo todavía tiene que aprender.


Con los ojos clavados en ella, a Pedro no se le pasó por alto su expresión de desagrado. Relajó los hombros y estiró las piernas.


—Así que ya no crees que lo de esta tarde forme parte de un plan maquiavélico ideado por mí.


Paula se encogió de hombros.


—Tal vez no —admitió.


Pedro alzó las cejas.


—De acuerdo, definitivamente no. Te preocupa este asunto de la custodia, ¿verdad?


—Mira, esto no es cosa de Clara, es su prometido quien ha emprendido esta campaña por la custodia de Josefina, y él tiene su propia agenda política. Pero no se da cuenta de que Clara está permitiendo que la manipule. Aunque sea rubia, no tiene ni un pelo de tonta. Clara es inteligente, y cuando hace falta, no tiene piedad.


Aquella afirmación provocó que Paula se estremeciera, sobre todo porque venía de Pedro. Estaba claro que todavía sentía algo por la madre de su hijo, en opinión de Paula nada más explicaba que tolerara y justificara las acciones de Clara. La pregunta era: ¿cuán profundos eran esos sentimientos?


—¿Y a ti te parece bien?


—Clara quiere a Josefina.


«¿Y tú quieres a Clara?». Paula no formuló aquella pregunta en voz alta. ¿Para qué, si ya conocía la respuesta? Tal vez Pedro no quisiera admitirlo, pero para ella quedaba claro que la única razón por la que no había vuelto a tener una relación de verdad tras el divorcio, era que todavía estaba enganchado a su bella y egoísta exmujer.


—No, no estoy enamorado de Clara.


Paula abrió los ojos de par en par.


—¡No… no estaba pensando eso!


Él alzó las cejas en gesto escéptico.


—Mira, sé que no quieres saber lo que pienso —comenzó Paula.


—Pero me lo vas a decir de todas maneras, ¿verdad?


—Tal vez no deberías ser tan complaciente respecto a este asunto de la custodia. Los tribunales pueden ser impredecibles.


Pedro pareció pensativo.


—¿Piensas que estoy siendo complaciente?


Paula pensaba que era guapísimo.


—Nunca viene mal tomar precauciones.


Él asintió lentamente.


—Mira, si quieres que sigan pensando que estamos… juntos a corto plazo, me parece bien. Si tú estás de acuerdo.


—Ven aquí y te enseñaré lo de acuerdo que estoy.


Paula no necesitó que la convenciera demasiado para caer en su regazo.



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