Aunque hacía horas que se había levantado, había dejado a su hija dormida en el apartamento de arriba. Miró su reloj y vio que eran las nueve en punto. Apenas le quedaba tiempo de poner en su sitio los libros devueltos el día anterior antes de abrir la tienda a las diez.
Olivia se acercó a ella. Llevaba puesto el chándal rojo que Paula le había dejado extendido a los pies de la cama. La parte superior tenía una imagen de Papá Noel pintada en el frente.
La joven sonrió y tendió los brazos.
—Hola, preciosa —dijo, abrazándola—. ¿Has dormido bien?
—Muy bien —repuso la niña, sonriente.
—¿Quieres cereales? —dijo, alisándole el pelo—. ¿Te has lavado los dientes?
—Sí.
—Estupendo.
Su hija de cuatro años era inteligente, precoz y un reto constante para Paula. Pero ella adoraba aquel reto y estaba decidida a hacer de ella una persona responsable y productiva.
Sin embargo, la tarea no era fácil. A veces yacía despierta toda la noche y sentía que sus responsabilidades le pesaban como una losa. Entonces deseaba poder tener a alguien que compartiera sus cargas, un hombre al que amar. Pero no era así y no había nada que hacer.
Olivia la cogió de la mano.
—¿Cuánto tiempo falta para que venga Papá Noel?
—Tres semanas, querida —respondió ella, automáticamente.
Su hija le había hecho aquella misma pregunta unas mil veces desde que terminara el día de Acción de Gracias y las tiendas empezaran a llenarse de decoraciones navideñas.
—He soñado con él, mamá.
—Dime lo que has soñado —repuso Paula, llevándola hasta la parte trasera de la tienda desde donde salía una escalera que conducía a la vivienda.
Para Paula, la casa había resultado ser una bendición. Decoró aquel espacio pequeño con una variedad de muebles, algunos de mimbre y otros antiguos, y consiguió un efecto muy agradable, con gran variedad de plantas vivas y unos cojines floreados sobre los sillones.
—Vamos, cuéntame tu sueño —musitó cuando tuvo a Olivia sentada a la mesa de la cocina delante de un plato de cereales.
La niña dejó la cuchara y murmuró excitada:
—He soñado que Papá Noel bajaba por la chimenea.
—Eso está muy bien —repuso su madre, muy seria—. ¿Y eso es todo?
La niña se echó a reír.
—No. Se quemaba el culo, mamá.
—¡Olivia! ¿Dónde aprendes a hablar así?
La aludida se encogió de hombros y entonces oyeron pasos en la escalera.
—¿Solange? —preguntó Paula.
—La misma —repuso Solange Petty, entrando en la estancia.
—Hola, Solange —dijo la niña—. ¿Sabes una cosa? He soñado que Papá Noel bajaba por la chimenea y se quemaba el culo.
La aludida la miró un momento sorprendida y después se echó a reír.
Paula extendió las manos con aire impotente.
—¿Qué quieres que diga? —preguntó.
—Nada —repuso su amiga—. Yo tengo una en casa que es igual de descarada.