Nadie se movió. Paula sentía que el corazón iba a salírsele por la boca.
Entonces Pedro la obsequió con una brillante sonrisa y ella estuvo perdida.
Se lanzó hacia él y lo besó por encima de la cabeza de Lisandro.
—Te quiero —beso—. Te quiero —beso—. Te quiero, Pedro Alfonso.
Él la besó como si fuera el aire que respiraba, con los labios firmes y calientes. Luego la agarró con las manos y la arrastró a su lado de la cama de Lisandro.
—Te he querido desde el momento en que me entregaste todas las cosas que habías robado de mi tienda.
—Yo te he querido desde que no te enteraste de que estaba robando.
Pedro abrió la boca para protestar y Paula se aprovechó de la situación.
Lo besó e introdujo su lengua para saborear el cielo con el que había estado soñando desde la noche del acto benéfico.
—Ehh, mamá —dijo Lisandro mientras intentaba empujar a Pedro—. ¡Qué asco!
Salir del dormitorio del niño se convirtió en una prioridad. Necesitaba estar a solas con Pedro. Volvieron a taparlo y bajaron las escaleras de puntillas sin despegarse. Si el mundo hubiese acabado en aquel momento, Paula se habría ido a la eternidad sabiendo que había sido amada. Y sobre todo, sabiendo que había sido capaz de amar.
—Me preguntaste por qué no deseaba volver al ejército —dijo él entre besos—. Ahora tengo mucho que perder. Muchas cosas por las que volver a casa. Y creo que no soportaría volver a ver esa mirada en tu cara.
—¿Qué mirada?
—Cuando creías que no volverías a verme. Cuando temía que tuvieras razón. No quiero volver a ponerte en esa situación.
—No lo harás. No te lo permitiré —dijo ella mientras tiraba de él hacia el sofá—. Nunca te dejaré marchar.
—Ya basta de comentarios acosadores. Me estás asustando.
Paula le dio una suave bofetada y se acurrucó junto a él en el sofá.
—Siempre que dudes de tu valentía, te recordaré cómo arriesgaste tu vida por la gente a la que querías.
—Y yo te recordaré lo espléndida que estuviste cuando rescataste a tu hijo. Y me rescataste a mí.
—¿A ti?
—No tienes idea de la oscuridad y la pena del lugar en el que he estado, Paula. El día que entraste en mi tienda fue como si una luz se encendiera en el cielo. Y esa luz me ha guiado desde entonces.
—Ojalá pudiera darte una medalla por lo que has hecho esta noche. Te mereces otra estrella honorífica.
—Paula Chaves, preferiría una de tus miradas sensuales antes que todas las condecoraciones al valor de este país —dijo él.
—¿Esta mirada? —preguntó Paula poniendo su mejor cara de estrella de cine.
—No —Pedro la besó hasta que quedaron los dos sin aliento, y después deslizó la mano por debajo de su jersey. Paula se sonrojó y lo miró—. Oh, sí —murmuró él—. Ésa es la mirada.