miércoles, 1 de diciembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 71

 


Una sirena llegó hasta ellos a través del aire nocturno.


Los pájaros… Paula se giró para mirar hacia el maletero.


—No hay nada que podamos hacer hasta que lleguen las autoridades. Estarán cómodos ahí hasta que los agentes puedan examinarlos y reanimarlos del tranquilizante.


—¿Por qué iba Julián a robarlos?


—El contrabando de animales salvajes es un gran negocio. Cada uno de esos pájaros podría reportar quince mil dólares de coleccionistas extranjeros que no saben o que no les importa cómo los han conseguido. Para ayudar a Julián a pagar sus deudas. Es un intercambio asqueroso.


—¿Julián está endeudado?


Pedro suspiró y asintió.


—Imagino que yo no soy la única persona a la que ha engañado en su vida, y estoy seguro de que, cuando abandonó Estados Unidos por los cargos de drogas, le perseguía alguien más aparte de las autoridades.


—Pobre Julián.


—¿Pobre Julián? ¿Ahora tienes empatía por él? Después de todo lo que ha hecho. Le vi ir a por Lisandro en la parte de atrás del coche —dijo asqueado.


—No. A por Lisandro no. Derribó a ese otro hombre. Nos ayudó a escapar, Pedro. Él no podía saber que Lisandro acabaría implicado. Creo que… creo que hizo el bien cuando tuvo que hacerlo, Pedro.


—Esto es todo culpa mía. Debería haberlo visto, Paula. Si no estuviera tan cegado por mi propia culpa… si no me hubiera apartado de cualquier criatura viviente, entonces habría sido más consciente de lo que sucedía en mi propiedad. Nada de esto habría ocurrido.


—No. Si Julián hubiera tomado decisiones diferentes, entonces nada de esto habría ocurrido.


—Os puse en peligro con mi lealtad cegadora. Las dos personas que…


—le acarició la espalda suavemente—. Fue una decisión que tomé, Paula. Elegí mal. Otra vez.


—No. Has salvado a Lisandro. Me has salvado a mí. Jamás podría haberlo hecho sin ti. Puede que Julián sea un ladrón, pero no le haría daño a Lisandro. Ni a mí. Estoy segura.


Y por alguna razón lo estaba. Era el hermano de Pedro. La maldad no podía estar presente en la sangre de alguien que compartiera el ADN Alfonso.


De pronto a Pedro se le llenaron los ojos de lágrimas.


—¿Le has pegado, Pedro?


Tras un momento de silencio inundado solo por el sonido creciente de las sirenas, él asintió.


—¿Mucho? —preguntó ella.


—No se ha defendido, Paula —contestó él tras aclararse la garganta—. No me ha quitado los ojos de encima. Simplemente se ha quedado allí de pie, aguantando. Como si creyera que lo merecía.




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