miércoles, 1 de diciembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 70

 


Paula le contó la historia de su huida con toda la brevedad que pudo.


Él miró hacia el coche con los párpados entornados y examinó él mismo el contenido del maletero, aunque sin soltar a Paula un solo momento.


—¿Pedro, estás bien? —preguntó ella. Cada momento de independencia por el que había luchado se desvaneció en comparación con el hecho de que Pedro la hubiera protegido. De que hubiera protegido a Lisandro.


De que todo estaría bien siempre que él estuviese cerca.


Era lo que había estado sintiendo, y a lo que se había resistido, desde el principio.


Deseaba que él estuviese al cargo. No porque ella no fuese capaz de solucionar sus problemas. Lo deseaba porque era increíblemente competente y Paula se sentía mimada cuando cuidaba de ella. ¿Cuándo en toda su vida la habían mimado? ¿Cómo iba a apartarse de aquel sentimiento?


—¿Y Julián? —preguntó ella.


—Atado a un árbol. Lo encontrarán.


Paula se quedó sin aire. Pedro no había ayudado a su hermano. No le había dejado marchar. Después de todo lo que había intentado hacer por Julián, debía de haber sido como amputarse un miembro.


—¿No deseas estar allí?


—No —contestó Pedro antes de besarla—. Deseo estar aquí.


—Siento mucho lo de Julian.


—No lo sientas. Julián no es culpa tuya.


—Tampoco es tuya. ¿Puedes permitirte creer eso?


—No. No creo. Mira en lo que se ha convertido. Está dispuesto a explotar a las aves a las que hemos dado cobijo durante generaciones. Ése no es el chico que recuerdo.


—No puedo imaginarme lo duro que debe de haber sido para ti ver a la sangre de tu sangre de pie en aquel claro…


—Supongo que hace mucho, mucho tiempo que ya no es mi hermano pequeño.


martes, 30 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 69

 


Esteban agarró una y rompió la caja. De pronto un puñado de plumas negras quedó libre y Paula se dio cuenta de lo que era.


Cacatúas jóvenes. Los hombres no iban tras Lisandro cuando perseguían al coche. Querían la mercancía robada que llevaban en el maletero.


Volvió a revivir su huida. El hombre que había agarrado a Lisandro no quería sacarlo del coche, quería meterse él. Y el hermano de Pedro lo había derribado, a pesar de la preciada mercancía, porque también pensaba que Lisandro era su objetivo.


Oh, Julian…


—Quédate aquí, Paula—dijo Esteban.


Ambos agentes se subieron a sus vehículos y se alejaron a toda velocidad. Paula se apoyó en el sedán, aliviada de saber que iban a ayudar Pedro.


—¿Cómo podía haberlo dejado allí?


—Paula.


El corazón le dio un vuelco y Paula se giró hacia la voz justo cuando Pedro salía de entre los árboles, sudando y respirando entrecortadamente.


Llegó hasta ella y la abrazó con fuerza.


—¿Estás bien? ¿Lisandro?


—Está bien. Está en el coche.


—¿Paula, qué ha ocurrido?




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 68

 


Ninguno de los dos habló mientras el sedán blanco se alejaba del peligro. Paula no levantó el pie del acelerador hasta que no estuvieron a casi un kilómetro de distancia.


Entonces miró por el espejo retrovisor.


—¿Estás bien, cariño?


Lisandro comenzó a llorar.


—Shh… no pasa nada, L. Todo ha acabado. Estás a salvo.


—Lo siento, mamá —dijo el niño entre sollozos—. Lo siento…


Paula aminoró la velocidad y lo miró a través del espejo. No se atrevía a parar. Se lo había prometido a Pedro.


—Hablaremos de ello más tarde. Voy a llevarte a casa.


El niño se fijó en algo que había en la carretera frente a ellos y gritó.


Paula pisó el freno y se detuvo a pocos metros de donde los vehículos de la policía del parque formaban un control.


Apagó el motor y salió del coche. Corrió hacia Esteban Lawson y un desconocido de uniforme, que parecían tensos y alerta, con las armas preparadas mientras ella corría.


—¡Pedro! —gritó ella sin darse cuenta de aquel hecho—. Está en…


—¡Paula, para! —exclamó Esteban Lawson con una voz severa apenas reconocible. Paula frenó en seco. Justo entonces su compañero vio al niño de ocho años asomar la cabeza por el asiento trasero de sedán y, sin mirarse el uno al otro, ambos agentes bajaron las armas—. ¿Qué diablos está pasando, Paula? —preguntó Esteban—. Recibí una llamada de aduanas; sus agentes llegarán aquí en cualquier minuto. ¿De quién es ese coche y por qué conducías como si estuvieras en un rally?


Pedro necesita ayuda, Esteban —Paula mantuvo las manos quietas, de pronto insegura por el tono poco familiar de la voz de su amigo, su voz de policía, pero aún así dio otro paso hacia él—. Ellos son más. Su hermano…


Le llevó más tiempo del que quería contar la historia, porque se le trababa la lengua con la adrenalina. Pero finalmente dio la información necesaria, incluyendo que Pedro se había metido en una situación peligrosa y sin arma.


Y sin saber que ella lo amaba.


—¿Sargento? —dijo el compañero de Esteban asomando la cabeza por encima del capó del sedán—. Tiene que ver esto.


Paula siguió a Esteban a la parte trasera del coche para ver lo que estaban mirando. Casi veinte cajas de bombillas alineadas en un compartimento especialmente creado y que encajaba en fondo del maletero. Había otras cuarenta cajas vacías apiladas allí.


¿Bombillas?






CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 67

 


Paula tragó saliva para intentar hacer desaparecer el nudo que sentía en la garganta. Por lo que ella sabía, Pedro estaba a punto de enfrentarse a tres hombres potencialmente armados solo con sus manos.


«Te quiero», deseaba decirle, pero sabía que nunca podría. En vez de eso, se inclinó hacia delante y le dio un beso en la comisura de los labios.


Después sonrió, miró hacia donde estaba su hijo y comenzó a moverse.


«No mires atrás». Por supuesto, eso no iba a funcionar; pero, cuando lo hizo, cuando miró hacia la linde del claro, Pedro ya había desaparecido. Se arrastró brazo sobre brazo por la tierra hasta encontrarse a la sombra del sedán blanco. Tomó aire y se incorporó lentamente hasta estar en cuclillas y poder ver el interior del vehículo. Su hijo estaba sentado en el asiento, abrazado a su mochila, mirando a los hombres, situados al otro lado.


Paula golpeó suavemente el cristal que los separaba. Lisandro la miró y ella se llevó inmediatamente un dedo a los labios para que no hiciese ningún ruido. El niño asintió y miró nervioso a los tres hombres. Ella hizo lo mismo.


Después levantó dos dedos y los hizo caminar por el borde de la ventanilla para preguntarle si podía correr.


Lisandro negó con la cabeza y levantó los pies. Se los habían atado.


Paula tragó saliva para controlar la rabia y levantó los pulgares para hacerle saber que lo había entendido. Luego buscó a Pedro con la mirada. Era como si hubiera dejado de existir.


Plan B.


Hizo entonces el gesto de girar una llave y Lisandro señaló entusiasmado el asiento delantero. Ella se estiró y vio que del contacto colgaban las llaves del coche.


Le hizo gestos a Lisandro para que se pusiera el cinturón y abrió lentamente la puerta del conductor. Se deslizó tras el volante y giró la llave en el mismo movimiento. El motor hizo un ruido, pero no arrancó a la primera. Al oír el ruido, los hombres se dieron la vuelta y empezaron a correr hacia ella. Le temblaban tanto las manos que casi no pudo girar la llave una segunda vez, pero en el último momento lo consiguió y el coche se puso en marcha.


Cientos de figuras negras salieron volando de los árboles, donde las cacatúas estaban durmiendo. Paula pisó el acelerador justo cuando el primer hombre abría la puerta trasera del coche. Lisandro gritó y comenzó a patalear con los pies atados cuando el hombre lo agarró por los tobillos.


Paula frenó en seco antes de arriesgarse a que Lisandro fuese arrastrado fuera del coche en movimiento.


De la nada surgió una figura familiar que se lanzó contra el desconocido y cayeron los dos al suelo.


Julian.


Por el espejo retrovisor, vio al tercer hombre desaparecer entre los árboles como si le hubiera cortado las piernas un fantasma silencioso.


Pedro.


—Aguanta, cariño —le dijo a Lisandro mientras pisaba el acelerador de nuevo. Dio la vuelta con el coche y se alejó a toda velocidad hacia el centro de administración de WildSprings




lunes, 29 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 66

 


Quince minutos más tarde, Paula comprobó que su instinto no le había fallado. Estaban los dos tendidos en la hierba, observando el claro donde dormían las cacatúas, viendo a tres hombres y dos vehículos. El GPS indicaba que estaban justo encima de su hijo, ¿pero dónde estaba Lisandro?


La puerta del utilitario azul estaba abierta, lo que le permitía ver el interior.


Allí no estaba. O estaba en el sedán blanco o no estaba allí, y solo se trataba de su mochila.


Intentó no pensar en eso.


—Lisandro está en el sedán blanco —le susurró él al oído. Paula miró hacia el vehículo y distinguió una coronilla despeinada asomando por el asiento trasero. El corazón le dio un vuelco—. Yo los distraeré, tú sacarás a Lisandro del coche y te marcharás de aquí.


—No creo que pueda…


—Puedes hacer cualquier cosa. Puedes hacer esto. Yo estaré justo detrás de ti. No permitiré que os pase nada.


—De acuerdo.


Pedro siguió hablándole suavemente al oído.


—Cuando te alejes, no quiero que mires atrás. Sigue andando hasta que llegues a casa. Luego enciérrate dentro hasta que llegue la ayuda. Confío en tu promesa, Paula. Sé que soy la última persona del planeta en la que quieres confiar, y después de las cosas que he dicho antes, me lo merezco. Pero eso también significa que soy la última persona por la que deberías arriesgar la seguridad de tu hijo.


¿Acaso no sabía que era el único hombre por el que alguna vez arriesgaría la seguridad de su hijo?


Pedro apretó la mandíbula y Paula se dio cuenta de lo mucho que le costaba controlar su miedo. Recordó algo que había dicho su padre una vez sobre el coraje. Que no era la ausencia de miedo, sino actuar a pesar del miedo.


Jamás había conocido a un hombre más valiente.


Asintió con la cabeza, decidida a ser valiente. Por él.


—Estaremos bien —dijo.


—Lo sé. No se me ocurre nadie en quien tenga más fe. Creo en ti, Paula. Cuento contigo para llevar a Lisandro a casa sano y salvo. Da miedo, pero hazlo por mí.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 65

 

EL GPS los condujo directamente a los problemas.


La señal provenía de más adelante, pero un enorme montículo de granito les cortaba el paso. Paula sabía que el pánico no iba a ayudar en esa situación, pero le costaba contener su miedo.


—Esta montaña solo tiene unos cientos de metros de ancho, pero marca el comienzo de una hondonada muy profunda al otro lado. Si elegimos el mal camino, tendremos que retroceder. Perderíamos mucho tiempo…


—No sé si tenemos tanto tiempo, Pedro.


—Nos separaremos. Es la única manera.


Su determinación era tranquilizadora, pero la idea de continuar sola resultaba terrorífica. Se sentía mucho más segura con él a su lado.


—¿Podemos permanecer juntos, Pedro? No creo que pueda hacer esto sola. Te necesito conmigo.


Era una admisión trascendente y ambos lo sabían. Sin importar lo que les deparase el mañana, sin importar lo que acababa de ocurrir entre ellos, en aquel momento necesitaba a Pedro junto a ella. Decírselo no le parecía tanto una admisión de debilidad como una demostración de fuerza. Frunció el ceño. En sus ojos vio el triunfo mezclado con la pasión y algo más.


Pedro le pasó el brazo por la cintura y la besó. Fue como un chorro de aire bajo el agua, y aquello la llenó de fuerza y de determinación.


Continuarían… juntos.


Miró a su izquierda cuando la soltó.


—¿Qué hay por ese camino?


—Los embalses. Pero es un camino complicado en esa dirección. Tomemos el camino de la derecha. Acaba en un lugar más alto, cerca de donde duermen las cacatúas. Probablemente haya…


—¡Las cacatúas! Oh, Pedro, ha ido tras las cacatúas —le informó sobre la pequeña labor detectivesca que habían llevado a cabo aquel día—. Últimamente ha estado hablando de vigilancia encubierta. ¿Y si ha ido a investigar? Podría encontrarse con cualquier…


—Entonces nos enfrentaremos a lo que venga. Cuando lo encontremos… tú ya has estado allí, así que deberías poder encontrar el camino hacia la carretera y de vuelta a casa.


—¿Sola? ¿Dónde estarás tú?


—Paula, no sabemos en qué tipo de situación encontraremos a Lisandro. Cuando llegue el momento, no quiero que empieces a dudar de mis órdenes. Eso solo nos hará perder tiempo y le pondrá en peligro. Ya te pregunté una vez si confiabas en mí. Ahora te lo vuelvo a preguntar. Has de hacer todo lo que te pida, sin hacer preguntas. ¿Puedes hacer eso?


Ella asintió.


—Dilo en voz alta, Paula. Tienes que decirlo en serio.


—Pienses lo que pienses de mi habilidad, yo nunca he dudado de la tuya, Pedro. Haré todo lo que me pidas.


La mirada que le dirigió podría haber hecho pedazos la montaña de granito que les cortaba el paso, pero no hubo tiempo más que para unas pocas palabras.


—Vamos a encontrar a nuestro chico.


Paula tenía un nudo en la garganta y no podía hablar, así que solo asintió y parpadeó para no derramar las lágrimas.


Se volvió hacia la derecha y siguió a Pedro bosque adentro.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 64

 


Correr a oscuras por el bosque le resultaba extrañamente familiar. Le recordaba a las múltiples misiones secretas, como si no hubiera pasado el tiempo desde que estuviera en activo.


Una parte de él temía por Paula. No estaba acostumbrada a aquel bosque, y menos aún corriendo. Y no tenía el tobillo totalmente curado.


Existía la posibilidad de que se hiciera daño.


Se reprendió a sí mismo por preocuparse. Paula había delatado a su hermano sin dudarlo un instante…


La persecución continuó. Entonces, de la nada, un movimiento llamó su atención. Paula había dejado de correr y se acercó cojeando hacia él por la derecha.


—¡Así no voy a encontrar a Lisandro, Pedro! —exclamó con la respiración entrecortada.


—Deberíamos pedir refuerzos.


—Tú eres mi refuerzo, Alfonso. Ayúdame o apártate de mi camino.


Elegir. Julian o Lisandro.


Un hombre adulto que había tomado sus propias decisiones en la vida o un niño de ocho años que necesitaba ayuda.


Elegir entre la familia y…


El corazón comenzó a latirle con fuerza.


En las últimas semanas había empezado a pensar en Lisandro como familia. Pensaba en Paula como si fuera su familia. La idea de que madre e hijo pudieran perderse en el bosque y acabar heridos le resultaba insoportable. Paula sabía mucho sobre vigilancia, pero apostaría a que no sabía nada sobre rastreo.


Su expresión debió de responder por él, porque ella suspiró y dijo:

—Déjame ir. Déjame encontrar a Lisandro.


—No. No sin ayuda. Voy contigo.