martes, 30 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 68

 


Ninguno de los dos habló mientras el sedán blanco se alejaba del peligro. Paula no levantó el pie del acelerador hasta que no estuvieron a casi un kilómetro de distancia.


Entonces miró por el espejo retrovisor.


—¿Estás bien, cariño?


Lisandro comenzó a llorar.


—Shh… no pasa nada, L. Todo ha acabado. Estás a salvo.


—Lo siento, mamá —dijo el niño entre sollozos—. Lo siento…


Paula aminoró la velocidad y lo miró a través del espejo. No se atrevía a parar. Se lo había prometido a Pedro.


—Hablaremos de ello más tarde. Voy a llevarte a casa.


El niño se fijó en algo que había en la carretera frente a ellos y gritó.


Paula pisó el freno y se detuvo a pocos metros de donde los vehículos de la policía del parque formaban un control.


Apagó el motor y salió del coche. Corrió hacia Esteban Lawson y un desconocido de uniforme, que parecían tensos y alerta, con las armas preparadas mientras ella corría.


—¡Pedro! —gritó ella sin darse cuenta de aquel hecho—. Está en…


—¡Paula, para! —exclamó Esteban Lawson con una voz severa apenas reconocible. Paula frenó en seco. Justo entonces su compañero vio al niño de ocho años asomar la cabeza por el asiento trasero de sedán y, sin mirarse el uno al otro, ambos agentes bajaron las armas—. ¿Qué diablos está pasando, Paula? —preguntó Esteban—. Recibí una llamada de aduanas; sus agentes llegarán aquí en cualquier minuto. ¿De quién es ese coche y por qué conducías como si estuvieras en un rally?


Pedro necesita ayuda, Esteban —Paula mantuvo las manos quietas, de pronto insegura por el tono poco familiar de la voz de su amigo, su voz de policía, pero aún así dio otro paso hacia él—. Ellos son más. Su hermano…


Le llevó más tiempo del que quería contar la historia, porque se le trababa la lengua con la adrenalina. Pero finalmente dio la información necesaria, incluyendo que Pedro se había metido en una situación peligrosa y sin arma.


Y sin saber que ella lo amaba.


—¿Sargento? —dijo el compañero de Esteban asomando la cabeza por encima del capó del sedán—. Tiene que ver esto.


Paula siguió a Esteban a la parte trasera del coche para ver lo que estaban mirando. Casi veinte cajas de bombillas alineadas en un compartimento especialmente creado y que encajaba en fondo del maletero. Había otras cuarenta cajas vacías apiladas allí.


¿Bombillas?






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