EL GPS los condujo directamente a los problemas.
La señal provenía de más adelante, pero un enorme montículo de granito les cortaba el paso. Paula sabía que el pánico no iba a ayudar en esa situación, pero le costaba contener su miedo.
—Esta montaña solo tiene unos cientos de metros de ancho, pero marca el comienzo de una hondonada muy profunda al otro lado. Si elegimos el mal camino, tendremos que retroceder. Perderíamos mucho tiempo…
—No sé si tenemos tanto tiempo, Pedro.
—Nos separaremos. Es la única manera.
Su determinación era tranquilizadora, pero la idea de continuar sola resultaba terrorífica. Se sentía mucho más segura con él a su lado.
—¿Podemos permanecer juntos, Pedro? No creo que pueda hacer esto sola. Te necesito conmigo.
Era una admisión trascendente y ambos lo sabían. Sin importar lo que les deparase el mañana, sin importar lo que acababa de ocurrir entre ellos, en aquel momento necesitaba a Pedro junto a ella. Decírselo no le parecía tanto una admisión de debilidad como una demostración de fuerza. Frunció el ceño. En sus ojos vio el triunfo mezclado con la pasión y algo más.
Pedro le pasó el brazo por la cintura y la besó. Fue como un chorro de aire bajo el agua, y aquello la llenó de fuerza y de determinación.
Continuarían… juntos.
Miró a su izquierda cuando la soltó.
—¿Qué hay por ese camino?
—Los embalses. Pero es un camino complicado en esa dirección. Tomemos el camino de la derecha. Acaba en un lugar más alto, cerca de donde duermen las cacatúas. Probablemente haya…
—¡Las cacatúas! Oh, Pedro, ha ido tras las cacatúas —le informó sobre la pequeña labor detectivesca que habían llevado a cabo aquel día—. Últimamente ha estado hablando de vigilancia encubierta. ¿Y si ha ido a investigar? Podría encontrarse con cualquier…
—Entonces nos enfrentaremos a lo que venga. Cuando lo encontremos… tú ya has estado allí, así que deberías poder encontrar el camino hacia la carretera y de vuelta a casa.
—¿Sola? ¿Dónde estarás tú?
—Paula, no sabemos en qué tipo de situación encontraremos a Lisandro. Cuando llegue el momento, no quiero que empieces a dudar de mis órdenes. Eso solo nos hará perder tiempo y le pondrá en peligro. Ya te pregunté una vez si confiabas en mí. Ahora te lo vuelvo a preguntar. Has de hacer todo lo que te pida, sin hacer preguntas. ¿Puedes hacer eso?
Ella asintió.
—Dilo en voz alta, Paula. Tienes que decirlo en serio.
—Pienses lo que pienses de mi habilidad, yo nunca he dudado de la tuya, Pedro. Haré todo lo que me pidas.
La mirada que le dirigió podría haber hecho pedazos la montaña de granito que les cortaba el paso, pero no hubo tiempo más que para unas pocas palabras.
—Vamos a encontrar a nuestro chico.
Paula tenía un nudo en la garganta y no podía hablar, así que solo asintió y parpadeó para no derramar las lágrimas.
Se volvió hacia la derecha y siguió a Pedro bosque adentro.