sábado, 30 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 36

 


Aquella mezcla de inocencia y deseo carnal hacía que la deseara aún más. Pero no podía hacerlo.


Enfadado con ella y consigo mismo, apartó la sábana y salió de la cama.


Paula se quedó mirándolo, boquiabierta. Estaba más excitado de lo que había imaginado. Avanzó hacia ella con firmeza.


–¿Qué haces? –preguntó.


–Acompañarte a la puerta para que te vayas a tu habitación. Sola –contestó Pedro, pero la evidente y poderosa excitación de su cuerpo lo delataba. Y ambos lo sabían.


Paula negó con la cabeza.


–No debería habértelo dicho.


–No, me alegra que lo hayas hecho. Así puedo evitar que ambos cometamos un grave error.


Envalentonada ante aquel rascacielos de erección, Paula dio un paso hacia él.


–¿Cómo va a ser un error, Pedro, si ambos lo deseamos? No soy una completa novata. Sé cómo acariciar esto.


En aquella ocasión fue directa al grano; no pudo resistir la oportunidad. Tomó en la mano los testículos de Pedro, deslizó la mano a lo largo de su miembro y acarició su cima, sintiéndose cada vez más mareada.


Pedro deslizó una mano por el pelo de Paula para hacerle echar atrás la cabeza. Con la boca entreabierta, jadeante, ella lo miró a través de sus pestañas semicerrada, ofreciéndose a él para lo que quisiera.


Finalmente, tras mascullar una maldición, Pedro la besó.


Paula llevaba días soñando con aquello. Y, por una vez, la realidad era mejor que los sueños. La intensidad del beso de Pedro le hizo temblar con violencia a la vez que sus últimos restos de precaución se esfumaban. Se sentía embriagada, pero no a causa del alcohol, sino por el júbilo y el placer de estar tan íntimamente cerca de alguien.


Buscó casi con desesperación la lengua de Pedro con la suya, temblorosa entre sus brazos. Instintivamente, alzó una pierna y rodeó con ella la de Pedro, a la vez que presionaba la pelvis contra su miembro, anhelante.



viernes, 29 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 35

 


Pedro se movió y la sábana se deslizó ligeramente hacia abajo. Volvió a subirla de inmediato, pero no antes de que Paula pudiera echar un rápido vistazo.


Era obvio que su reacción no hacía más que crecer. El sentimiento de anticipación le hizo reír.


–¿Sabías que hay más de doscientos millones de burbujas en una botella de champán? Lo que significa que ahora mismo unas cien millones recorren mis venas.


Pedro apoyó la espalda contra el cabecero de la cama.


–¿Alguien se ha molestado en contarlas? –preguntó, fingiendo toda la indiferencia que pudo.


–Eso parece.


–¿Ya te has tomado tu media botella?


–Yo sola. Debería haberla compartido contigo.


Pedro movió la cabeza lentamente y sonrió. Habría disfrutado bebiendo el champán de labios de Paula… el problema era que le gustaba demasiado. Sentía que bajo el animado exterior de Paula había auténtico sufrimiento, que estaba negando su soledad y quién sabía que otras necesidades. Pero él no podía ofrecerle la seguridad que necesitaba. No quería líos emocionales. Ya le había llevado demasiado tiempo volver a sentir su propia libertad. Y no podía estar seguro de que Paula no fuera a querer más si llegaran a acostarse.


–Da igual –añadió Paula mientras se arrimaba a él–. Me habías prometido algo.


–No te lo he prometido –murmuró Pedro débilmente, agobiado por la tentación.

 

–Después del partido –Paula ignoró las palabras de Pedro–. He bailado como me dijiste. ¿Me has visto?


–Sí –respondió Pedro escuetamente.


–¿Y te ha gustado? –preguntó Paula con voz ronca.


Pedro tragó con esfuerzo. Aquello era una auténtica tortura.


–¿Tienes miedo a responder?


–Sí –admitió Pedro.


–¿Por qué?


–Porque no quiero hacerte daño.


–No me harás daño. Al menos si estoy… caliente, y creo que lo estoy –Paula dejó escapar una risita–. Y tampoco creo que vaya a doler tanto, ¿no? Siempre pensé que lo del dolor era algo que se decía para desanimar a las chicas, para mantenerlas puras –añadió con una risa.


–Paula –murmuró Pedro, consumido por el deseo–. No me refería al dolor físico.


–Oh –Paula se mordió el labio, pero sin dejar de sonreír.


–Hablo en serio –Pedro se irguió en la cama, enfadado, frustrado… y terriblemente excitado–. ¿De verdad serías capaz de tener una aventura de una noche? Normalmente, el primer amor y la primera experiencia sexual suelen ir de la mano, e implican más emociones de las que uno puede controlar. No quiero complicaciones emocionales. Si hiciéramos esto, te importaría mucho más a ti que a mí.


–No –negó Paula con firmeza–. Lo único que me importa es pasarlo bien, y sé que así será contigo.


Pedro cerró los ojos con fuerza, pues sabía que lo pasarían mejor que bien.


–Eres virgen. Una virgen borracha. ¿Por qué diablos estoy hablando contigo? Haz el favor de salir de aquí.


–No estoy borracha. Te deseo, y lo único que te pido es esta noche. ¿No es la fantasía de todo hombre iniciar a una mujer virgen en los placeres del sexo? –Paula suspiró y sonrió de la forma más traviesa que Pedro había visto en su vida–. ¿Por qué no me enseñas lo bueno que puede ser?



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 34

 


Sin pensárselo dos veces, se acercó a la cama. Hacía calor y Pedro estaba tapado tan solo por una sábana que lo cubría de la cintura para abajo. No llevaba camiseta, y Paula fijo instintivamente la mirada en su poderoso pecho, en sus marcados abdominales.


Pedro se movió un poco y abrió los ojos. Miró a Paula sin verla, gruñó y volvió a cerrar los ojos a la vez que murmuraba su nombre.


Como hipnotizada, Paula vio que deslizaba la mano bajo la sábana y la llevaba hacia su entrepierna, zona en que la sábana aparecía sospechosamente elevada y tensa. Suspiró, frustrado, buscando satisfacción.


Paula sonrió de oreja a oreja, encantada al saber que no era la única que se enfrentaba a unos sueños tan explícitos. Alargó una mano y deslizó un dedo por el esternón de Pedro en dirección a su ombligo.


–Estoy aquí mismo –murmuró.


–¡Pero qué…! –Pedro se irguió como una exhalación y apoyó instintivamente la mano sobre la de Paula–. ¿Paula? –preguntó con los ojos abiertos de par en par–. ¿Qué diablos haces aquí?


Paula trató de liberar su mano, pero él no la soltó.


–Me has dejado plantada –replicó.


–Paula… –Pedro apartó la mano de Paula de su pecho–. No puedes entrar así como así en la casa de otra persona.


–Por si te interesa saberlo, esta es mi casa. Pero no te asustes –añadió en tono sarcástico–. No he entrado para atacarte o seducirte. Solo quiero echarte la bronca.


–¿Y no puedes esperar a mañana?


–No, porque te has comportado como un memo.


–Eso no es cierto. He sido amable contigo y te he ayudado a tranquilizarte.


–¿Eso fue lo que te enseñaron en la facultad de medicina? No trates de actuar como si hubiera sido algo que tú mismo instigaste. Y no trates de negar que era algo que llevabas días deseando hacer, ni de simular que no va a suceder nada más íntimo.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 33

 


Paula subió las escaleras que llevaban a su dormitorio pisando fuerte, demasiado desafiante como para molestarse en no hacer ruido. No había luz en la casa, de manera que era posible que Pedro aún no hubiera llegado.


Cuando entró en su cuarto fue directamente a la nevera, sacó la botella reservada para celebrar su primera actuación en público, la descorchó y bebió directamente de esta.


Sabía bien.


Estaba acalorada y sedienta, enfadada y excitada, de manera que dormir iba a ser imposible. Salió al porche a beber el champán. Miró las ventanas de Pedro con el ceño fruncido, repasando mentalmente lo que pensaba decirle en cuanto volviera a verlo. Con cada sorbo de la botella empezó a sentirse más desafiante, más segura de sí misma.


Masculló una maldición.


Tenía una llave de la casa y pensaba echarle una buena bronca. Estaba en deuda con ella. ¿Por qué no entrar y decírselo a la cara?


Tras vaciar de un trago el resto de la botella, tomó las llaves y se encaminó hacia la puerta trasera de la casa. Abrió la puerta y pasó al interior. No sabía qué dormitorio habría elegido Pedro, pero eso no era problema.


Tras constatar que no estaba en la habitación de abajo, subió a la de arriba, su antiguo dormitorio. La puerta estaba entreabierta. La empujó y entró. Miró hacia la cama. Gracias a la luz de la luna comprobó que el muy miserable estaba profundamente dormido. ¿Cómo podía estar tan tranquilo mientras ella se sentía devorada por las fantasías de todo lo que quería hacerle… y de todo lo que quería que él le hiciera?



jueves, 28 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 32

 

Paula se quedó jadeando, incrédula. Negó con la cabeza, pero no le quedaba aliento para rogar más. Pedro la tomó con firmeza por el brazo y la guio por el pasillo de vuelta a los vestuarios. Empujó la puerta para que entrara y en seguida siguió alejándose por el pasillo.


–¡Ahí estás! –dijo Carolina desde dentro del vestuario–. Empezaba a preguntarme dónde te habías metido.


Paula no tuvo más opción que entrar. Se sentía tan caliente, tan excitada, tan asombrada… Sus labios se distendieron en una lenta sonrisa. Pedro había cambiado de opinión. Era suyo. Ya no podía negar lo que había entre ellos. Había sentido la intensidad con que la deseaba…


–¿Estás lista? –preguntó Carolina–. Tienes un aspecto estupendo.


Paula se miró un momento en el espejo y vio que sus ojos brillaban y que sus mejillas tenían un tono ligeramente colorado y saludable. Y su maquillaje seguía en perfecto estado.


–Estoy totalmente lista –dijo, radiante. Ya estaba deseando que todo acabara.


La música comenzó a sonar en la distancia y el sonido del multitud aumentó de volumen. Paula escuchó los silbidos, los aplausos. Rio mientras corrían por el pasillo y salían al estadio. Cuando empezó a bailar sintió que su cuerpo se movía con gran fluidez y libertad, totalmente relajado. Nunca se había sentido tan consciente de su cuerpo.


Después del partido, que, naturalmente, ganaron los Knights, Paula se cambió rápidamente. Había una pequeña fiesta en el estadio y, después, la mayoría de los jugadores y las bailarinas acudían a un club particular. Estaba deseando quedarse a solas con Pedro para recibir por fin el beso que tanto llevaba esperando. Y después… todo lo demás.


Entró en la sala en que se celebraba la fiesta junto a otro par de bailarinas, incapaz de contener la sonrisa. Su corazón latió con más fuerza mientras recorría la sala con la mirada. Pero, antes de terminar de hacerlo, supo que Pedro se había ido.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 31

 


Pedro retiró la mano de uno de los hombros de Paula para tomarla por la barbilla. El contacto fue como una droga para ella. Sintió que la ansiedad que sentía se transformaba en una lenta calidez. No era capaz de moverse, ni para alentarlo, ni para huir de él. Solo podía esperar. Y desear.


Pedro le acarició la mejilla con el pulgar y Paula sintió su aliento en la cara. Cerró los ojos instintivamente para centrarse en su cercanía, en su olor.


El beso que recibió fue delicado, y en seguida sintió que no le bastaba. El rescoldo que tanto tiempo llevaba latiendo en su interior se transformó en una llamarada.


–Vas a hacerlo genial –susurró Pedro con los labios contra la piel de su cuello–. Increíble –dejó un rastro de besos por su mandíbula–. Tú eres increíble.


Los miedos de Paula se esfumaron para dar paso a un intenso deseo. Quería tener a Pedro más cerca, aferrarse a él como una lapa. Tenía delante de sí lo que llevaba deseando varios días, atormentándola, cautivándola, pero fuera de su alcance.


–Sal al campo y diviértete –dijo Pedro.


Pero a Paula ya le daba igual el baile. La diversión estaba allí mismo.


Pedro lo hizo, pero no donde ella quería, sino en el cuello, a la vez que la deslizaba una mano por la espalda para atraerla hacia sí. Paula echó la cabeza atrás, totalmente entregada mientras él seguía besándola apasionadamente.


–Paula… –murmuró Pedro con voz ronca.


Paula sentía que el cuerpo le ardía.


–Bésame bien –quería sentir su boca, quería sentirse totalmente envuelta en su abrazo.


Sintió la respiración acelerada de Pedro, que presionó su abdomen contra ella sin dejar de besarla. Paula sintió cómo se endurecía contra ella.


Pedro… –rogó.


Él apartó el rostro con verdadero esfuerzo.


–Te besaré adecuadamente después del partido –murmuró.


–No –Paula balanceó instintivamente sus caderas contra él–. Ahora…


Pedro apoyó ambas manos en sus glúteos y la retuvo contra sí.


–No… por favor –Paula se frotó contra él, moviéndose lo poco que le permitieron sus manos, aunque casi bastó para que alcanzara un orgasmo–. Por favor…


–Vas a llegar tarde –Pedro volvió a inclinar la cabeza para besarla en el cuello a la vez que presionaba la pelvis con fuerza contra ella–. No puedes llegar tarde…


–No pares… no pares… –a Paula le dio igual mostrar lo desesperada que se sentía–. Bésame, bésame –rogó, sintiendo que sus erectos pezones anhelaban sentir el contacto de su boca, de sus dientes…


Pero entonces Pedro dio un paso atrás.


–Después del partido.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 30

 

El miedo de Paula era irracional, y era obvio que los racionales intentos de Pedro para tranquilizarla no iban a funcionar, de manera que solo le quedaba una opción: la distracción.


Pero solo con intención de tranquilizarla, se dijo. Un abrazo podía resultar reconfortante. Además, ya le iba a resultar imposible no tocarla. Deseaba hacerlo. Lo único que importaba en aquellos momentos era lograr que se sintiera mejor.


Paula estaba a punto de llorar. Trató de calmarse, pero, cuanto más lo intentaba, peor se ponía. Y tener allí a Pedro no estaba ayudando.


–Paula –dijo él a la vez que la tomaba por los hombros.


Ella alzó el rostro para mirarlo.


–Paula –repitió Pedro en un tono completamente distinto.


Paula se quedó momentáneamente paralizada, mirándolo. Pero Pedro no dijo nada más y se limitó a mirarla mientras una leve sonrisa le curvaba los labios. Paula lo contempló, fascinada, pues no era el tipo de sonrisa que había visto antes; era una sonrisa atrevida, cargada de promesas…