–¿Has visto a la nueva bailarina? –preguntó Damián a Pedro mientras observaban a los jugadores, que estaban haciendo los últimos ejercicios de entrenamiento del día–. Tu chica del picotazo ha entrado en el grupo y lo hace muy bien. La Sexy Paula–dijo Damián con una sonrisa maliciosa.
Pedro estuvo a punto de saltar.
–¿Quién la llama así? –preguntó.
–Javier y un par de los nuevos. Le han echado el ojo nada más verla.
Era posible que Paula se hubiera teñido el pelo, que se hubiera pintado con esmero los ojos y que hubiera hecho algo para realzar su busto, pero todo eso era superficial. En el fondo solo era una chica inocente. Era cierto que quería dejar de serlo, pero esa no era la cuestión. Y Pedro no quería que alguno de aquellos patanes se aprovechara de ella. Lo cierto era que quería hacerlo él.
–Solo es una niña –dijo, esforzándose por sonar indiferente.
Inevitablemente, las bailarinas y los jugadores se reunieron cuando terminaron sus respectivos entrenamientos. Los entrenadores observaban atentamente a todos para asegurarse de que los chicos no se metieran en líos la noche antes de un gran partido. Paula permanecía a un lado del círculo de bailarinas, sin decir nada. Probablemente porque era nueva. Pero solo era cuestión de tiempo que alguno de los jugadores la abordara. Un instante después, dos de los jugadores se acercaron a ella. Estrecharon su mano, pero fue otra bailarina la que charló con ellos mientras Paula mantenía una enigmática sonrisa.
A Pedro no le gustó que estuviera tan cerca de ellos. Mientras los observaba, Paula le lanzó una mirada de reojo y a continuación dedicó una sonrisa al tipo que estaba a su lado. Pedro supo que lo había hecho deliberadamente, para tomarle el pelo.
Pero la idea de que estuviera ligando con algún otro le resultaba intolerable.
Cuando Paula se acercó a arrojar la lata del refresco que estaba bebiendo a la basura, Pedro aprovechó la oportunidad.
–No hagas ninguna tontería –sabía que se había comportado como un memo con ella en más de una ocasión, y lo lamentaba, pero no quería que cometiera un error a causa de su orgullo herido. Por supuesto, como el completo canalla que era, lo que más lamentaba era no haberla besado.
–No sabía que te preocupara lo que pudiera hacer –replicó Paula.
Pedro vaciló. Paula sonrió, atrayendo la atención de este hacia sus brillantes labios.
–Tú ya tuviste tu oportunidad –dijo en tono petulante.
–¿Serías capaz de irte con cualquiera? –preguntó Pedro, consternado.
–No con cualquiera. Los estoy evaluando. Tú los conoces bien; ¿me recomiendas alguno?
–Eso no es gracioso.
No lo era, pero Paula rio de todos modos.
–Ninguno de esos chicos te serviría –dijo Pedro con firmeza.
–Ninguno es tan bueno como tú, ¿no? –replicó Paula en tono burlón.
–Solo creo que estás cometiendo un error –un terrible error, pensó Pedro. Y el mero hecho de pensarlo lo estaba matando.
–Lo que estoy haciendo es seguir adelante con mi vida. Quiero hacer muchas cosas. Esta es solo una de ellas. Ahora mismo estoy disfrutando coqueteando.
Pedro apoyó una mano en su brazo para evitar que se alejara.
–Algunos de esos chicos no saben cuándo parar –advirtió.
Paula sonrió de oreja a oreja.
–¿Y quién ha dicho que quiera que paren? –dijo, y a continuación se alejó de nuevo hacia el grupo de chicas, dejando a Pedro boquiabierto.