jueves, 14 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 68

 


Paula yacía tumbada sobre el pecho de Pedro. Tenía el cuerpo relajado y cálido por el sexo que habían compartido. Pedro le apartó un mechón de cabello del rostro y le dio un beso en la frente. Le estaba más agradecido de lo que ella se imaginaba. Antes de que se marcharan del apartamento de sus padres aquella noche, su padre le había llevado a un lado y le había dicho que iba a empezar a redactar los documentos necesarios para poner la granja a su nombre.


Pedro se había mostrado muy contento. Por fin iba a conseguir lo que era suyo y todo se lo debía a la hermosa mujer que tenía entre sus brazos.


–Gracias –dijo suavemente.


–¿Mmm? ¿Por qué?


–Por esta noche. Por ser tú.


–De nada. Me ha gustado conocer a tu familia. Son unas personas maravillosas.


–Evidentemente, a ellos también les ha gustado conocerte a ti.


Paula se acurrucó contra él y comenzó a trazarle círculos sobre el pecho.


–Volver a estar con una familia como esa, me ha recordado los buenos tiempo que nosotros solíamos compartir con mis padres. Me ha recordado lo mucho que nos estamos perdiendo ahora que no están.


–¿Estabais muy unidos?


–Sí. Mis padres lo eran todo para nosotros. Nuestra fuerza, nuestros cimientos, nuestra brújula moral. Por eso, ha sido muy agradable volver a formar parte de una reunión familiar, en especial una en la que yo no fuera responsable de todo.


Pedro se quedó sin saber qué decir. A pesar de que adoraba a su familia, en ocasiones le molestaba la atención que exigían. Sin embargo, Paula le había mostrado otra perspectiva y le había recordado que ellos no estarían a su lado para siempre.


–Me gusta tu padre. Parece ser una persona muy recta.


–Así es. En ocasiones demasiado, pero siempre estaba a nuestro lado cuando lo necesitábamos.


–Tienes suerte de que sigan formando parte de tu vida, Pedro. No los des por sentado.


Pedro abrazó el cuerpo desnudo de Paula y la estrechó aún más contra su cuerpo. Ella parecía estar tan sola, y él no sabía cómo cambiarlo.


–No lo haré. Ya no.


Pau asintió.


–Al menos, tú los tuviste a ellos cuando estabas formándote como persona. El pobre Facundo sólo me tenía a mí y creo que no he hecho un buen trabajo con él. Me pregunto cómo habría salido si hubiera tenido un modelo masculino en su vida. ¿Se habría metido en tantos líos?


–No te menosprecies. Hiciste lo que pudiste.


–Pero no fue suficiente. Le fallé en algo.


–Mira, las decisiones que tome como adulto son solo suyas, Paula. Tú no eres responsable por él y por todo lo que haga a lo largo de su vida. En algún momento, tiene que ponerse de pie en solitario y ser un hombre.


Ella no respondió, pero Pedro sabía que seguía pensando en aquel asunto.


–Paula, has hecho lo que has podido por él. No lo dudes nunca.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 67

 

Él no la desilusionó. Le devolvió la pasión con idéntico fervor y comenzó a quitarle la ropa hasta que estuvo completamente desnuda a excepción de las medias y de los zapatos de tacón. Ni siquiera consiguieron llegar al dormitorio. Pedro comenzó a hacerle el amor allí mismo, en el salón de su suite, prestando atención a los pechos del modo que sólo él sabía hacer, hasta que el cuerpo de Paula comenzó a vibrar de anticipación.


Cuando le dio la vuelta y le colocó las manos sobre el respaldo del sofá que había frente a los ventanales que daban a la Quinta Avenida, ella se aferró a la tapicería al sentir que él se colocaba detrás de ella.


No tuvo que esperar mucho tiempo. El sonido delator del paquete del preservativo anunció que iba a colocárselo en la erección. Entonces, allí lo sintió. La punta del pene comenzó a torturar los húmedos pliegues, entrando y saliendo de ellos. Sólo hasta un punto, no más. Torturándola, volviéndola loca de deseo. De ganas de que la poseyera.


Pedro le agarró la cintura y se la acarició. Entonces, le deslizó las manos por las costillas y las fue subiendo hasta cubrirle los senos. Los dedos pellizcaban los pezones. Paula experimentó una intensa oleada de placer que emanaba de los pechos y le llegaba hasta el centro de su feminidad. Como si él supiera lo que deseaba, se hundió profundamente en ella. Paula movió ligeramente los pies y levantó un poco más las caderas. Saber que lo único que él veía de ella en aquellos momentos era la espalda y el redondeado trasero, le produjo una ilícita sensación de placer, una sensación que se vio rápidamente eclipsada por las sensaciones que él estaba produciendo en el interior de su cuerpo cuando se hundía en ella, acomodándose a sus espaldas, encajándose contra el trasero cada vez que la penetraba más profundamente.


Paula lo acogió con un deseo que amenazaba con abrumarla completamente. Estaba tan cerca… él volvió a pellizcarle los pezones al tiempo que la penetraba más y más, tocándola en algún lugar mágico que la catapultó a un tórrido orgasmo. El grito de satisfacción de Pedro señaló el clímax que él había alcanzado simultáneamente y lo hizo caer sobre ella. Los cuerpos de ambos estaban cubiertos de sudor.


Los temblores aún hacían temblar el cuerpo de Paula. El placer que había sentido la obligaba a pegarse a él, sujetándolo en el interior de su cuerpo como si no quisiera dejarlo escapar. Al notar que él quería apartarse de ella, gimió a modo de protesta. Entonces, él le besó entre los omóplatos y le provocó un escalofrío en la espalda.


–Vayamos ahora al dormitorio –susurró él contra su piel.


–Creo que no me puedo mover –dijo ella, con la voz aún ronca por el deseo.


Oyó que Pedro se reía suavemente antes de tomarla en brazos y sujetarla con fuerza contra su cuerpo.


–No te preocupes. Yo me ocuparé de ti –le prometió.


Y así, Paula se dejó creer que eso era cierto y que Pedro cuidaría de ella para siempre.





miércoles, 13 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 66

 

Media hora más tarde, Paula empezó a sentir que se relajaba un poco. Desde el otro lado de la sala, vio que Pedro estaba charlando animadamente con Mau y Sergio mientras que ella estaba sentada hablando con Juana y Karen. Pedro eligió exactamente aquel momento para mirarla. Le dedicó una ligera sonrisa y levantó la copa hacia ella a modo de silencioso brindis. Los últimos vestigios de tensión que le quedaban se desvanecieron. Todo iba bien. Lo estaba haciendo bien


Cuando Olivia pidió a todos que fueran al comedor, Paula se sorprendió mucho al ver que Alberto se acercaba a ella y la tomaba del brazo.


–Dado que tú eres la invitada de honor esta noche, te sentarás a mi lado –dijo tras guiñarle el ojo–. Además, no voy a dejar que las mujeres te monopolicen toda la noche. Yo también quiero conocerte.


Sentó a Paula a su derecha y tomó asiento en la cabecera de la larga mesa. Era un agradable compañero de mesa. No hacía más que contarle historias sobre Pedro cuando era más joven, que hacían que todos los presentes se echaran a reír. Pedro también contó algunas historias sobre su padre y sus hermanos.


No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que la familia estaba muy unida. Paula siguió representando su papel, sonriendo y riendo con todos, aunque en el fondo estaba sufriendo.


Más tarde, cuando regresaron al salón para tomar un café y una copa, Pedro se sentó sobre el brazo de la butaca en la que ella se había acomodado. Le colocó el brazo ligeramente detrás de los hombros y ella se permitió reclinarse sobre él. Se dijo que era sólo para guardar las apariencias y que estaba ayudando a Pedro a conseguir el objetivo que tanto deseaba. Sin embargo, sabía que estaba sacando todo lo que podía porque, dentro de unas pocas semanas, aquello no sería más que un distante y agradable recuerdo.


Se marcharon después de la medianoche. Intercambiaron muchas exclamaciones de afecto, muchos abrazos y promesas de organizar muy pronto otra velada tan pronto como Pedro y Paula pudieran regresar a Nueva York. Los oídos le pitaban con las amistosas frases de despedida cuando Pedro y ella se metieron por fin en la limusina.


En el oscuro compartimiento, ella dejó caer la cabeza sobre el respaldo y dejó escapar un suspiro.


–¿Cansada? –le preguntó Pedro entrelazando los dedos con los de ella.


–No, no exactamente.


–Lo has hecho estupendamente esta noche. Te adoran.


–Gracias. El sentimiento es mutuo. Por eso me preocupa que…


–¿Qué es lo que te preocupa?


–Que todo sea una mentira.


–No te preocupes, Paula. Cuando les diga que nos hemos separado, habremos conseguido nuestros objetivos. En cuanto a mis padres, se sentirán desilusionados, pero lo superarán.


De eso estaba segura, pero, ¿lo superaría ella? La pregunta aparecía una y otra vez en su pensamiento, pero sabía bien que no podía escapar a la verdad de su respuesta. Para no pensar en esto, decidió concentrarse en lo único que podía distraerla. En el momento en el que entraron en la suite, se volvió a Pedro y lo besó con el anhelo que llevaba toda la noche acumulando.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 65

 

Cuando Pedro entró en la suite diez minutos antes de que tuvieran que marcharse, Paula seguía sin estar segura de poder cumplir con su cometido aquella noche. Mientras él se duchaba, ella le preparó la ropa que él le había dicho que se iba a poner. Pedro salió del baño seguido de una nube de vapor y el inimitable aroma que Paula asociaría con él para siempre.


Se sentó en la cama y observó cómo él se preparaba. Entonces, le pareció una ironía que a ella le hubiera dado cuatro horas para prepararse para aquella noche y que él se conformara sólo con diez minutos.


–¿Qué tiene tanta gracia? –le preguntó él mirándola a través del espejo mientras se colocaba la corbata.


–Bueno, que te pareció que yo necesitaba mucho tiempo para prepararme para esta noche.


–¿Disfrutaste en el spa? Yo pensaba que a todas las mujeres les gustaba que las mimaran físicamente.


–Claro que me gustó, pero no pude dejar de preguntarme cuánto trabajo te pareció que yo necesitaba.


Pedro la agarró del brazo y la acercó contra su cuerpo.


–¿Tanto te preocupa eso?


–Bueno, no puedo decir que eso me preocupe, pero…


–Por lo que a mí respecta no necesitas cuidado alguno. Eres muy hermosa. Sabía que esta noche te estaba poniendo muy nerviosa y pensé que te vendría bien relajarte de ese modo.


–Preferiría haber estado contigo.


–Te habrías aburrido como una ostra. Créeme. Ahora –dijo él mientras miraba el reloj–, es mejor que nos vayamos o mi madre me despellejará.


A pesar de su nerviosismo, Paula no tardó en relajarse cuando estuvo en el interior de la casa de los Alfonso en el Upper East Side. Olivia, la madre de Pedro, se negó a presentaciones ceremoniosas y la abrazó con fuerza en cuanto Paula se quitó el abrigo.


–Bienvenida a la familia, Paula. Todos nos moríamos de ganas de verte –le dijo Olivia afectuosamente–. Ven para que te presente a todo el mundo. Es mejor que terminemos pronto con las presentaciones. Así, te podrás relajar y disfrutar del resto de la velada.


Paula sintió un afecto inmediato por la madre de Pedro. Ella le agarró por el brazo y la alejó de Pedro para llevarla al salón principal del apartamento. Estaba elegantemente decorado en tonos verdes y crema, que se acentuaban con estampados animales, por lo que la sala podría haber ocupado la portada de las revistas de decoración con las que Pau soñaba en ocasiones. El suelo de madera estaba pulido hasta brillar como un espejo, pero transmitía al mismo tiempo el ambiente de una casa en la que se vivía y se disfrutaba y que no sólo era un escaparate de riqueza y distinción.


–Este es Mauro, el hermano mayor de Pedro. Y esta es su esposa, Juana.


Paula se quedó muy asombrada por lo mucho que se parecían Mauro y Pedro, sobre todo en la intensidad de la mirada. Se sentía como si estuviera siendo analizada, pero él sonrió por fin y extendió la mano.


–Llámame Mau –insistió mientras le estrechaba con fuerza la mano.


–Mau, encantada de conocerte –comentó Paula con una sonrisa. Entonces, se volvió hacia la rubia que estaba al lado de Mauro–. Y encantada de conocerte a ti también, Juana.


–Bienvenida al clan –comentó Juana con una sonrisa–. ¿Estás segura de que sabes en lo que te estás metiendo?


–En absoluto –replicó Paula.


–Seguramente es lo mejor –dijo otro hombre que se acercó a ellos–. Soy Sergio, el hijo mediano. El más guapo y, con mucho, el miembro más popular de la familia.


–Eso no es cierto –le interrumpió una morena elegantemente peinada, que se levantó del sofá en el que había estado sentada.


El atuendo que la mujer llevaba puesto era algo suelto, por lo que Paula se dio cuenta enseguida de que estaba embarazada. Comprendió lo unida que estaba aquella familia… y lo impostora que era ella.


La morena se colocó al lado de su marido.


–Tendrás que excusar las ilusiones de grandeza de Sergio. Yo soy Karen y este –añadió mientras se golpeaba suavemente el vientre–, es Noah.


–Enhorabuena a ambos –comentó Paula con una sonrisa–. Debéis de estar muy emocionados.


–Emocionados, aterrados… Todo –respondió Karen con una carcajada.


–¿Quién es esta? ¿Por qué no me la han presentado aún?


Un hombre de más edad, alto y delgado, con cabello gris y gafas, se materializó a través de una puerta.


–Es Paula, la prometida de Pedrol –dijo Olivia mientras empujaba ligeramente a Paula–. Paula, este es Alberto, el padre de Pedro y, a pesar de sus pecados, mi esposo.


Resultaba evidente que existía un profundo amor y respeto entre la pareja.


–Entonces, ¿esta es la mujer que milagrosamente va a llevar a mi hijo al altar?


Alberto observó a Paula a través de sus gafas, se sintió como si estuviera bajo un microscopio, pero le sujetó la mirada sin ceder ni un segundo.


–No sé si milagrosamente –dijo suavemente–, pero sí, soy Paula Chaves y me alegro mucho de conocerle, señor Alfonso.


El hombre esbozó una amplia sonrisa.


–Llámame Al. En esta casa no hay ceremonias. Además, si voy a ser tu suegro, no creo que te puedas pasar el resto de la vida llamándome señor Alfonso, ¿no te parece? Bueno, ¿qué te apetece beber?



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 64

 


Iban en el ferri de vuelta de la Estatua de la Libertad. Paula aún se sentía perdida en las sensaciones de gozo que habían explorado juntos. Si Pedro le hubiera sugerido que dejaran de visitar la ciudad y se quedaran en la suite del hotel durante el resto del día, a ella no le habría importado.


Habían dormido poco durante la noche y parte de aquella mañana. Entre un sueño y otro, los dos habían disfrutado de sus cuerpos de todas las maneras que ella podría haber imaginado. Habría pensado que el deseo que sentía hacia él habría disminuido con el tiempo, pero cada vez lo deseaba más. Incluso en aquellos momentos, acurrucada contra él, el cuerpo le vibraba con energía contenida.


Su asombro por el increíble monumento que acababa de visitar palidecía en comparación a lo que sentía cada vez que él la tocaba. Tanto si era una caricia íntima directamente sobre el clítoris, como precursora de un nuevo orgasmo, como si era algo tan sencillo como apartarle un mechón de cabello de la mejilla, cuando Pedro la tocaba ella ardía instantánea e irrevocablemente por él.


Pedro bajó la cabeza y le dio un beso en la sien.


–¿Estás disfrutando del día?


–Mucho –dijo ella con una sonrisa.


–Tengo algo más planeado para ti.


–Espero que sea algo que también te implique a ti.


–Esta noche, sí, pero cuando regresemos al hotel tendré que dejarte durante un par de horas.


–¿Podría acompañarte? –preguntó Paula, aunque intuía la respuesta.


–Esta vez no. Es sólo por negocios. No debería tardar más de un par de horas.


–¿Negocios en sábado?


–No se puede evitar.


Paula estudió su rostro. Era como si él se hubiera convertido en otra persona. Pedro Alfonso el ejecutivo, no el amante que tan fácilmente la había llevado a un estado de frenesí en tantas ocasiones a lo largo de la noche.


–Si se trata de negocios, ¿por qué no puedo acompañarte? –insistió ella.


–Por lo que tengo planeado para ti. No quiero que te aburras. No te preocupes de nada más que de ser la prometida perfecta –dijo él. Se llevó la mano izquierda de Paula a los labios y le besó con fuerza el dedo anular.


Con lo de que tuviera el mejor aspecto posible, Pedro se refería evidentemente a su físico. Cuando la dejó frente al spa del hotel le quedaban cuatro horas antes de que tuvieran que marcharse al apartamento de los padres de Pedro. ¿Acaso no confiaba en que pudiera presentarse bien ante su familia? Aquel pensamiento nubló un poco la felicidad que la había envuelto durante el último día y medio.


El irrefutable recordatorio de que su relación era una farsa, a pesar de la afinidad física que había entre ambos, era una llamada de atención muy necesaria. Ella estaba representando un papel y tendría que tener el mejor aspecto posible para llevarlo a cabo. Desgraciadamente, ella ya había arriesgado más de lo que había pensado al enamorarse de él.


Bien. Si quería una mujer pulida y perfecta, eso era exactamente lo que iba a tener. Paula trató de contener su desilusión, pero no le resultó fácil. Después de que la depilaran, la masajearan y la maquillaran, se sintió aún más tensa.


A pesar de la certeza de Pedro de que podrían llevar a cabo su mentira delante de su familia, Paula se sentía casi a punto de vomitar. Ni siquiera la copa de champán francés que le habían ofrecido mientras le hacían la pedicura había conseguido aplacar sus nervios.


¿Y si su familia la odiaba sólo con verla? Él no estaría más cerca de su objetivo. Peor aún. ¿Y si la adoraban? ¿Esperaría Pedro que mantuvieran su engaño aún más tiempo? Su corazón ya estaba demasiado enganchado. Sabía que no iba a poder alejarse de él sin sufrir. Sin embargo, sabía también que quedarse con él durante más tiempo resultaría aún más dañino. A pesar de todo, una parte de su ser no dejaba de aferrarse a la distante posibilidad de que lo que había entre ellos pudiera hacerse real. Que el cuento de hadas fuera auténtico.




martes, 12 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 63

 


Agarró uno de los preservativos y abrió el envoltorio. Se lo colocó y volvió inmediatamente a los brazos de Paula. Se colocó con las rodillas sobre la cama y le levantó las caderas hacia su cuerpo para luego colocar las piernas de Paula sobre sus muslos.


La punta acarició la húmeda entrada de su cuerpo. Apartó la mirada del lugar en el que se unían sus cuerpos y le miró el rostro mientras la penetraba. Ella se tensó, lo que le hizo dudar un instante, que ella aprovechó para relajarse y aceptarlo. El control que él tuvo que ejercer hizo que el sudor le cubriera la espalda. Entonces, se hundió en ella por completo.


El rubor cubrió el pecho de Paula mientras se movía debajo de él, animándole en silencio a que continuara. Entreabrió los labios cuando él se retiró para luego volver a penetrarla.


–Más –susurró ella–. No pares…


Completamente decidido a darle placer, Pedro comenzó a moverse dentro de ella. Al principio lo hizo lentamente y luego fue incrementando la presión hasta que sintió que se iba a romper en mil pedazos. Las manos de Paula le agarraban con fuerza los antebrazos. Le clavaba las uñas en la piel a medida que él acrecentaba la velocidad. La respiración se fue haciendo cada vez más entrecortada, con gritos de placer, hasta que su cuerpo sufrió un espasmo y ella se dejó ir con un sonido de satisfacción. Sus sonidos, el tacto de su piel, la fuerza de su orgasmo empujaron a Pedro hacia el abismo y más allá. Sus caderas se convulsionaron en el momento en el que el éxtasis de Paula fluía a través de él y lo obligaba a entregarse a las sensaciones.




A entregarse a ella.

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 62

 


Las palabras no podían describir adecuadamente cómo ella le había hecho sentir o lo profundo de su confusión en lo que se refería a ella. Fuera del dormitorio, era una mujer seria y compuesta, que se comportaba con una aire de tranquila eficacia, como si se moviera en un mar de tranquilidad. Sin embargo, en el dormitorio, era algo completamente diferente. Y esa lencería… Sintió la tentación de pedirle que volviera a ponérsela tan sólo para poder volver a quitársela una y otra vez.


Le acarició la espalda justo por encima del redondeado trasero. A pesar de la intensidad de su clímax, sentía que su cuerpo volvía a cobrar vida y aquella vez gozaría con el hecho de que sería él quien le proporcionara placer.


Continuó explorando lentamente su cuerpo.


–Tienes la piel muy suave –murmuró–. Me hace desear besarte por todas partes…


–¿Y qué te lo impide? –respondió ella con una lenta sonrisa.


–Absolutamente nada –contestó él. Se inclinó hacia delante para capturar aquella sonrisa con los labios antes de mordisquearle de nuevo el cuello e inhalar el dulce y embriagador aroma de su piel.


Decidió que nada en el mundo podía igualarse a ella. Cuando un hombre pasaba las señales de advertencia que ella emitía, descubría las muchas capas que la convertían en la mujer que era y los regalos que podía ofrecer a un hombre como él, un hombre que estuviera dispuesto a llevarla al borde del placer, un hombre que pudiera adorarla tal y como ella se merecía.


Le trazó el cuello con la lengua y sonrió cuando ella dejó escapar un suave gemido. A continuación, siguió la línea de la clavícula, justo desde debajo del hombro hasta llegar a la base de la garganta. Bajo él, Paula se retorcía y se apretaba contra la colcha, ofreciéndole orgullosamente los senos. Como no estaba dispuesto a desperdiciar oportunidad alguna, Pedro recorrió uno de ellos con la lengua, recorriéndolo en espiral hasta llegar al abultado pezón.


La respiración de Paula se fue haciendo más entrecortada a medida que él llegaba a su objetivo. Se detuvo durante unos segundos mientras que él detenía la boca sobre la rosada punta.


–Por favor… –suplicó ella.


–Tus deseos son órdenes para mí –replicó Pedro. Sopló suavemente sobre el erecto pezón y luego lo delineó suavemente con la punta de la lengua. Ella se arqueó aún más hasta que por fin consiguió que él le diera lo que deseaba. Se introdujo el pezón en la boca y lo chupó con fuerza.


Pau gritó de placer mientras que le hundía los dedos en el cabello y le sujetaba la cabeza. Tal extrema sensibilidad empujó aún más su cuerpo, pero Pedro se controló. Aquella vez, sólo importaba ella.


Alivió la presión de la lengua y transfirió la atención de su boca al otro pezón. Una vez más siguió el mismo camino en espiral. Una vez más sintió cómo el cuerpo de Paula se tensaba, cómo se arqueaba su espalda hasta que él, por fin, cedía y le entregaba su boca.


Paula estaba al borde del orgasmo tan sólo por lo que él le había hecho en los pezones. Había oído hablar de ello, pero jamás lo había experimentado con una mujer. El modo en el que ella respondía, su abandono, tensaba aún más el control que estaba ejerciendo sobre su cuerpo, pero centró de nuevo su atención en ella. Comenzó a moldearle los senos con una reverencia que jamás había experimentado antes.


El orgasmo de Pau, cuando llegó, le puso rígido el cuerpo entero. Pedro descansó la cabeza un instante sobre los senos de ella y sintió cómo la rápida respiración volvía muy pronto a la normalidad.


–Yo jamás había hecho eso antes –dijo ella, asombrada.


Le colocó las manos sobre los hombros y le acarició suavemente la piel. Para Pedro, cualquier caricia que viniera de Paula lo volvía loco. Se colocó encima de ella de manera que estuvieron cara a cara. Paula le colocó las manos sobre la espalda y se las fue deslizando hasta llegar al trasero. Aquella ligera caricia lo excitó profundamente.


–¿Te apetece? –le preguntó.


Paula lo pensó unos segundos antes de que una sonrisa le iluminara el rostro.


–Sí, completamente…


–Bien. En ese caso no nos detengamos ahí.


Pedro agarró la caja de preservativos que había colocado bajo la almohada antes de que se marcharan a ver Nueva York y la abrió. Los paquetes cayeron sobre la colcha.


–¿Tantos? –comentó Paula.


–Tan pocos –bromeó él.