jueves, 14 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 67

 

Él no la desilusionó. Le devolvió la pasión con idéntico fervor y comenzó a quitarle la ropa hasta que estuvo completamente desnuda a excepción de las medias y de los zapatos de tacón. Ni siquiera consiguieron llegar al dormitorio. Pedro comenzó a hacerle el amor allí mismo, en el salón de su suite, prestando atención a los pechos del modo que sólo él sabía hacer, hasta que el cuerpo de Paula comenzó a vibrar de anticipación.


Cuando le dio la vuelta y le colocó las manos sobre el respaldo del sofá que había frente a los ventanales que daban a la Quinta Avenida, ella se aferró a la tapicería al sentir que él se colocaba detrás de ella.


No tuvo que esperar mucho tiempo. El sonido delator del paquete del preservativo anunció que iba a colocárselo en la erección. Entonces, allí lo sintió. La punta del pene comenzó a torturar los húmedos pliegues, entrando y saliendo de ellos. Sólo hasta un punto, no más. Torturándola, volviéndola loca de deseo. De ganas de que la poseyera.


Pedro le agarró la cintura y se la acarició. Entonces, le deslizó las manos por las costillas y las fue subiendo hasta cubrirle los senos. Los dedos pellizcaban los pezones. Paula experimentó una intensa oleada de placer que emanaba de los pechos y le llegaba hasta el centro de su feminidad. Como si él supiera lo que deseaba, se hundió profundamente en ella. Paula movió ligeramente los pies y levantó un poco más las caderas. Saber que lo único que él veía de ella en aquellos momentos era la espalda y el redondeado trasero, le produjo una ilícita sensación de placer, una sensación que se vio rápidamente eclipsada por las sensaciones que él estaba produciendo en el interior de su cuerpo cuando se hundía en ella, acomodándose a sus espaldas, encajándose contra el trasero cada vez que la penetraba más profundamente.


Paula lo acogió con un deseo que amenazaba con abrumarla completamente. Estaba tan cerca… él volvió a pellizcarle los pezones al tiempo que la penetraba más y más, tocándola en algún lugar mágico que la catapultó a un tórrido orgasmo. El grito de satisfacción de Pedro señaló el clímax que él había alcanzado simultáneamente y lo hizo caer sobre ella. Los cuerpos de ambos estaban cubiertos de sudor.


Los temblores aún hacían temblar el cuerpo de Paula. El placer que había sentido la obligaba a pegarse a él, sujetándolo en el interior de su cuerpo como si no quisiera dejarlo escapar. Al notar que él quería apartarse de ella, gimió a modo de protesta. Entonces, él le besó entre los omóplatos y le provocó un escalofrío en la espalda.


–Vayamos ahora al dormitorio –susurró él contra su piel.


–Creo que no me puedo mover –dijo ella, con la voz aún ronca por el deseo.


Oyó que Pedro se reía suavemente antes de tomarla en brazos y sujetarla con fuerza contra su cuerpo.


–No te preocupes. Yo me ocuparé de ti –le prometió.


Y así, Paula se dejó creer que eso era cierto y que Pedro cuidaría de ella para siempre.





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