martes, 12 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 63

 


Agarró uno de los preservativos y abrió el envoltorio. Se lo colocó y volvió inmediatamente a los brazos de Paula. Se colocó con las rodillas sobre la cama y le levantó las caderas hacia su cuerpo para luego colocar las piernas de Paula sobre sus muslos.


La punta acarició la húmeda entrada de su cuerpo. Apartó la mirada del lugar en el que se unían sus cuerpos y le miró el rostro mientras la penetraba. Ella se tensó, lo que le hizo dudar un instante, que ella aprovechó para relajarse y aceptarlo. El control que él tuvo que ejercer hizo que el sudor le cubriera la espalda. Entonces, se hundió en ella por completo.


El rubor cubrió el pecho de Paula mientras se movía debajo de él, animándole en silencio a que continuara. Entreabrió los labios cuando él se retiró para luego volver a penetrarla.


–Más –susurró ella–. No pares…


Completamente decidido a darle placer, Pedro comenzó a moverse dentro de ella. Al principio lo hizo lentamente y luego fue incrementando la presión hasta que sintió que se iba a romper en mil pedazos. Las manos de Paula le agarraban con fuerza los antebrazos. Le clavaba las uñas en la piel a medida que él acrecentaba la velocidad. La respiración se fue haciendo cada vez más entrecortada, con gritos de placer, hasta que su cuerpo sufrió un espasmo y ella se dejó ir con un sonido de satisfacción. Sus sonidos, el tacto de su piel, la fuerza de su orgasmo empujaron a Pedro hacia el abismo y más allá. Sus caderas se convulsionaron en el momento en el que el éxtasis de Paula fluía a través de él y lo obligaba a entregarse a las sensaciones.




A entregarse a ella.

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 62

 


Las palabras no podían describir adecuadamente cómo ella le había hecho sentir o lo profundo de su confusión en lo que se refería a ella. Fuera del dormitorio, era una mujer seria y compuesta, que se comportaba con una aire de tranquila eficacia, como si se moviera en un mar de tranquilidad. Sin embargo, en el dormitorio, era algo completamente diferente. Y esa lencería… Sintió la tentación de pedirle que volviera a ponérsela tan sólo para poder volver a quitársela una y otra vez.


Le acarició la espalda justo por encima del redondeado trasero. A pesar de la intensidad de su clímax, sentía que su cuerpo volvía a cobrar vida y aquella vez gozaría con el hecho de que sería él quien le proporcionara placer.


Continuó explorando lentamente su cuerpo.


–Tienes la piel muy suave –murmuró–. Me hace desear besarte por todas partes…


–¿Y qué te lo impide? –respondió ella con una lenta sonrisa.


–Absolutamente nada –contestó él. Se inclinó hacia delante para capturar aquella sonrisa con los labios antes de mordisquearle de nuevo el cuello e inhalar el dulce y embriagador aroma de su piel.


Decidió que nada en el mundo podía igualarse a ella. Cuando un hombre pasaba las señales de advertencia que ella emitía, descubría las muchas capas que la convertían en la mujer que era y los regalos que podía ofrecer a un hombre como él, un hombre que estuviera dispuesto a llevarla al borde del placer, un hombre que pudiera adorarla tal y como ella se merecía.


Le trazó el cuello con la lengua y sonrió cuando ella dejó escapar un suave gemido. A continuación, siguió la línea de la clavícula, justo desde debajo del hombro hasta llegar a la base de la garganta. Bajo él, Paula se retorcía y se apretaba contra la colcha, ofreciéndole orgullosamente los senos. Como no estaba dispuesto a desperdiciar oportunidad alguna, Pedro recorrió uno de ellos con la lengua, recorriéndolo en espiral hasta llegar al abultado pezón.


La respiración de Paula se fue haciendo más entrecortada a medida que él llegaba a su objetivo. Se detuvo durante unos segundos mientras que él detenía la boca sobre la rosada punta.


–Por favor… –suplicó ella.


–Tus deseos son órdenes para mí –replicó Pedro. Sopló suavemente sobre el erecto pezón y luego lo delineó suavemente con la punta de la lengua. Ella se arqueó aún más hasta que por fin consiguió que él le diera lo que deseaba. Se introdujo el pezón en la boca y lo chupó con fuerza.


Pau gritó de placer mientras que le hundía los dedos en el cabello y le sujetaba la cabeza. Tal extrema sensibilidad empujó aún más su cuerpo, pero Pedro se controló. Aquella vez, sólo importaba ella.


Alivió la presión de la lengua y transfirió la atención de su boca al otro pezón. Una vez más siguió el mismo camino en espiral. Una vez más sintió cómo el cuerpo de Paula se tensaba, cómo se arqueaba su espalda hasta que él, por fin, cedía y le entregaba su boca.


Paula estaba al borde del orgasmo tan sólo por lo que él le había hecho en los pezones. Había oído hablar de ello, pero jamás lo había experimentado con una mujer. El modo en el que ella respondía, su abandono, tensaba aún más el control que estaba ejerciendo sobre su cuerpo, pero centró de nuevo su atención en ella. Comenzó a moldearle los senos con una reverencia que jamás había experimentado antes.


El orgasmo de Pau, cuando llegó, le puso rígido el cuerpo entero. Pedro descansó la cabeza un instante sobre los senos de ella y sintió cómo la rápida respiración volvía muy pronto a la normalidad.


–Yo jamás había hecho eso antes –dijo ella, asombrada.


Le colocó las manos sobre los hombros y le acarició suavemente la piel. Para Pedro, cualquier caricia que viniera de Paula lo volvía loco. Se colocó encima de ella de manera que estuvieron cara a cara. Paula le colocó las manos sobre la espalda y se las fue deslizando hasta llegar al trasero. Aquella ligera caricia lo excitó profundamente.


–¿Te apetece? –le preguntó.


Paula lo pensó unos segundos antes de que una sonrisa le iluminara el rostro.


–Sí, completamente…


–Bien. En ese caso no nos detengamos ahí.


Pedro agarró la caja de preservativos que había colocado bajo la almohada antes de que se marcharan a ver Nueva York y la abrió. Los paquetes cayeron sobre la colcha.


–¿Tantos? –comentó Paula.


–Tan pocos –bromeó él.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 61

 

Ella se obligó a romper el beso para retirarse un momento y ocuparse del cinturón y los vaqueros de Pedro. Los dedos de él se enredaron con los de ella.


–No. Déjame –le ordenó ella.


Los ojos de Pedro se nublaron por el deseo. Paula no tardó en dejar al descubierto los bóxer y la prominente erección que se estiraba contra el algodón. Ella le acarició a través de la tela y sintió cómo se tensaba. Con tanta gracia como pudo, se bajó de la cama y le quitó las botas y los calcetines para luego tirar de los vaqueros y los calzoncillos.


Era magnífico. Durante un instante, Paula se limitó a admirarlo allí, tumbado sobre la cama. Era suyo. Muy pronto, la necesidad se apoderó de ella y se quitó rápidamente sus zapatos para después despojarse de los pantalones y las braguitas.


Aunque sólo había pasado una semana desde la primera vez que la vio desnuda, la profunda belleza del cuerpo de Paula volvió a quitarle el aliento. Desde la cascada de brillante cabello negro que le caía por los cremosos hombros, hasta la deliciosa plenitud de los pechos. Desde la estrecha cintura hasta las femeninas caderas. Era una verdadera mujer. ¿Sería así cada vez que hicieran el amor? ¿Sentiría el mismo asombro y admiración por la perfección de su cuerpo?


Contuvo el aliento cuando ella volvió a sentarse sobre él a horcajas. La suave piel del interior de sus muslos era como seda. El calor que emanaba de su feminidad lo atraía. Cuando le agarró con fuerza su potente erección, él agarró la colcha y la retorció tanto como se lo permitió en un intento por resistir la necesidad de moverse entre sus dedos.


Ella lo estaba volviendo loco con sus caricias. Entonces, se inclinó hacia delante y el cabello le acarició la piel, tan suave y tan fino como un suspiro. Podría haberse dejado llevar allí mismo por el efecto tan intenso que ella ejercía sobre él, pero la gratificación inmediata jamás había sido lo suyo. No. Era mucho mejor prolongar el éxtasis, disfrutar del placer tanto como fuera humanamente posible antes de entregarse a lo inevitable.


Pedro cuestionó su resolución cuando sintió la boca de Paula contra la punta de su masculinidad. Sintió cómo la lengua se deslizaba por la ultrasensible superficie de su piel. Una y otra vez. Ella lo acogió más profundamente en la caldeada caverna de su boca mientras movía firmemente la mano. Pedro supo sin ninguna duda que ya no estaba a cargo de su cuerpo. Jamás se había entregado tan completamente a nadie. Siempre había ejercido un cierto nivel de control y había elegido cuándo dejarse llevar, pero aquello era completamente diferente. Paula tenía en su poder el placer de Pedro. Resultaba excitante y aterrador al mismo tiempo.


A medida que ella incrementó la presión de la mano y de la boca, él sintió que el clímax iba formándose dentro de él fuera de control, apartando pensamientos y reemplazándolos con el conocimiento total de que lo que viniera a continuación sería más grande, mejor y más brillante que nada de lo que hubiera conocido antes. Cada nervio de su cuerpo estaba preparado para la intensidad del placer que se estaba formando en su cuerpo. El placer que ella le daba.


Entonces, estalló dentro de él, pulso a pulso, empuje a empuje, cada uno más fuerte que el anterior. Un grito de placer se le escapó de la garganta y un profundo goce se apoderó de cada célula de su cuerpo, infundiéndole una impagable sensación de bienestar. Agarró a Paula y la tomó entre sus brazos. Alineó el cuerpo de ella con el suyo y dejó que el negro cabello le cubriera torso y hombros con su aterciopelad suavidad.



lunes, 11 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 60

 

Se llevó los dedos a los botones de la blusa y se los abrió uno a uno antes de despojarse de la prenda. Llevaba puesto uno de sus nuevos sujetadores, uno que había elegido ella misma con un descaro que jamás la había poseído antes. Nunca se había sentido cómoda con su cuerpo, pero cuando se probó aquel sujetador, se había sentido increíble. El encaje de color café con leche, aplicado sobre raso negro, despertaba un lado decadente que jamás había sabido que existiera. El corte de la prenda era perfecto. Dejaba al descubierto gran parte del seno, tapando casi exclusivamente los pezones.


–¿Te gusta? –le preguntó.


Pedro deslizó los dedos sobre el encaje, haciendo que aquel breve contacto la torturara de puro placer. Estuvo a punto de tocarle el pezón y ella se echó a temblar de placer.


–Me gusta mucho –gruñó Pedro–, pero me gusta más lo que hay dentro.


Antes de que ella pudiera detenerlo, Pedro le desabrochó el sujetador y se lo quitó, para dejarla completamente desnuda a su ansiosa mirada.


–Sí… Así está mucho mejor.


Pedro se incorporó debajo de ella para agarrarle los pechos con las manos y enterrar el rostro entre ellos. Paula sintió el calor del aliento de Pedro contra la piel y echó la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda para no ocultarle nada. Él trazó la línea de un pezón con la lengua mientras que apretaba el otro entre los dedos. Las sensaciones que ella experimentó creaban una intensidad que se dirigía al centro de su deseo. Ya no tenía sentimiento alguno de vergüenza o reparo sobre su cuerpo. En vez de eso, lo único que sentía era la abrumadora sensación de que aquello era lo correcto.


Y quería más.


De algún modo, consiguió encontrar la capacidad para agarrar la parte inferior del jersey de Pedro y comenzó a tirar de él. De mala gana, Pedro la soltó para dejar que ella lo despojara tanto del jersey como de la camisa que llevaba puestos. Paula sintió que temblaba cuando ella le arañó ligeramente los hombros y el torso.


La abrazó con fuerza y Paula contuvo el aliento al sentir la cálida piel de Pedro contra la suya. La deliciosa presión del torso contra los senos. Él le mordía delicadamente la sensible piel del cuello y hacía que ella se abrazara con fuerza a él y que le clavara las uñas como resultado del profundo deseo que había cobrado vida dentro de ella y que amenazaba con consumirla.


Pedro le cubrió el cuello y los hombros de besos y le volvió a colocar las manos una vez más sobre los senos. Le encantaba sentir los fuertes dedos de él sobre su cuerpo. Le encantaba el modo en el que él le hacía sentirse…


Le encantaba él.


Lo amaba.


Tal vez nunca podría decirle la verdad de sus sentimientos, pero podría demostrárselos con cada caricia, con cada gesto. Le colocó las manos sobre los hombros y lo empujó sobre la cama. Entonces, se tumbó encima de él. Sus labios encontraron los de él y se unieron a ellos. Las lenguas bailaban una danza sagrada de mutua adoración.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 59

 

En el breve trayecto en taxi que les separaba del hotel, Paula se peleó con sus pensamientos. Pedro se había mostrado muy atento todo el día y, una vez más, ella se había dejado llevar por la fantasía de que eran pareja. Una pareja de verdad. Necesitaba contenerse. Dejar de esperar que ocurriera lo que no podía ser. Tal vez no estuviera con él del modo que deseaba, pero aprovecharía todo lo que pudiera conseguir.


Entraron en la suite y Pedro cerró la puerta.


–¿Te apetece beber algo? –le preguntó mientras se dirigía al minibar.


–No. En realidad, sólo hay una cosa que deseo en estos momentos…


Pau se acercó a él mientras se quitaba el abrigo y lo dejaba sobre una de las sillas.


Pedro sonrió.


–¿De verdad? –replicó él. De repente, la voz se le había teñido de deseo.


–Sí y creo que tú eres el hombre que puede dármelo –bromeó mientras le recorría el torso con las manos.


Bajo el grueso jersey, Paula sintió los potentes músculos de Pedro. Le deslizó los dedos hasta los hombros antes de anudarlos detrás de su nuca y tirar de su cabeza hacia la de ella. Tanto descaro la sorprendió, pero había llegado su momento de hacerse con el control.


Le trazó la línea de la mandíbula con la punta de la lengua antes de apretar los labios contra los de él. Pedro la estrechó contra su cuerpo con todas sus fuerzas y le hizo saber sin duda alguna lo mucho que la deseaba. Dicho conocimiento le dio a Paula licencia para hacer lo que quería y disfrutó plenamente con aquel poder.


Su cuerpo entero vibraba de necesidad hacia él. Paula se moría de ganas por sentir la piel de Pedro contra la suya. De mala gana, se separó de él, aunque sólo para agarrarle la mano y tirar de él hacia el dormitorio, donde lo empujó sin muchos miramientos sobre la lujosa cama. No tardó en reunirse con él y comenzó a besarlo de nuevo, en aquella ocasión aspirando con fuerza el labio inferior hacia el interior de su boca y acariciándoselo con la lengua. Pedro gruñó de placer mientras apartaba la blusa que ella llevaba puesta y comenzaba a acariciarle la espalda antes de deslizarle las manos por la piel para agarrarle el trasero y apretarlo contra su propio cuerpo.


Una corriente eléctrica de sensaciones la empujó a flexionarse contra él, contra la firme columna de su deseo. Ansiosa por repetir las sensaciones, Paula se abrió de piernas y se incorporó, dejando que fuera la entrepierna el único vínculo con el cuerpo de Pedro. Entonces, lo miró y sonrió.


Él le agarró los muslos y la hizo moverse encima de él.


–Me estás matando –susurró.


–Lo sé… ¿No te parece genial? –bromeó ella.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 58

 


Pedro conocía el lugar que más le gustaría. El pequeño e íntimo restaurante griego que él frecuentaba en la zona de los teatros era la solución perfecta para lo que ella quería y lo que él deseaba. No era caro, era informal y Pedro sabía que ella disfrutaría del ambiente, por no mencionar la deliciosa comida. Sin embargo, cuando estuvieron sentados y estaban disfrutando de los entrantes, Pedro vio que ella estaba empezando a sentirse muy cansada.


–¿No me dirás que estás cansada? –bromeó.


–Han pasado tantas cosas hoy. Tantas primeras veces. De verdad, no tienes ni idea.


No. Era cierto. Había muchas cosas de Paula que él no sabía y tanto que ella también desconocía sobre él, detalles que podrían ser necesarios para ayudarlos a superar una cena con la familia de Pedro.


–¿Te apetece que charlemos un poco? –sugirió.


–Claro. ¿De qué quieres hablar?


–De mañana por la noche.


–Ah, sí. Claro –dijo ella irguiéndose con gesto incómodo en la silla–. Sé que dijiste que tan sólo tenía que ser yo, pero, ¿de verdad crees que lo haré bien? Estoy segura de que no me parezco en nada a tus otras no…


–Lo harás bien –le interrumpió él. No quería pensar siquiera en las demás mujeres cuando estaba con ella–. No será en absoluto diferente del trabajo. Si nos mantenemos tan cerca de la verdad como sea posible. Nos conocimos en el baile en febrero, tuvimos una relación discreta hasta que nuestros sentimientos nos superaron y nos dejamos llevar. Mi padre trabaja en las finanzas, pero es un romántico incurable. Estará encantado de ver que me he comprometido.


–¿Y tu pasado? Ya sabes. Colegios, aficiones, cosas que debería saber sobre ti…


–Dado que no hace tanto tiempo que nos conocemos, creo que se sentirán satisfechos con lo que ya sabes de mí. Después de todo, se supone que tenemos el resto de nuestras vidas para conocer nuestros mutuos secretos.


Paula hizo girar el vaso sobre la mesa.


–¿No te preocupa que los estemos mintiendo?


Pedro se tensó.


–Me preocupa tener que hacerlo –dijo fríamente.


Paula extendió una mano y se la colocó sobre el muslo debajo de la mesa.


–Lo siento. No quería enojarte.


Él colocó la mano encima de la de ella antes de hablar.


–No estoy enojado contigo, sino con la situación. Me estás ayudando y te lo agradezco –susurró–. Mira, sé que no nos hemos embarcado en esto de la manera más amistosa o agradable, pero tú no eres feliz, ¿verdad?


–No. Estoy bien. De verdad. Te agradezco que te pensaras lo de Facundo. Sólo siento que la situación llegara a ese punto, pero sobre el modo en el que lo nuestro se ha desarrollado, bueno, yo preferiría pensar que eso es algo diferente a lo que nos ha unido –dijo. Durante un instante, pareció muy triste, pero luego lo miró con calidez–. ¿Podemos volver ahora al hotel?


Pedro sintió un calor que se le extendía por todo el cuerpo al interpretar aquella mirada. Continuarían su conversación más tarde. Mucho más tarde.




domingo, 10 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 57

 


Se pasaron casi una hora en el mirador, observando la ciudad. Desde allí arriba, nada parecía real, como si lo que ocurriera abajo fuera otro mundo.


El sol había empezado a ponerse y había comenzado a cubrir la ciudad de sombras. Pedro le recordó que el tiempo del que disponían juntos era muy breve y que había aún muchas cosas que ver.


Pedro le resultó muy refrescante el modo tan abierto en el que Paula disfrutaba de la ciudad. Pau mostraba una alegría incontenible por todo lo que estaba experimentando. Verla así, tan diferente de la fría y compuesta asistente que trabajaba para él en su despacho, le hizo darse cuenta de lo lejos que la había sacado de su zona de control con aquel viaje. Este hecho le hizo querer ver más de aquella faceta. Quería ser el que le mostrara más de todo.


Se pregunto qué pensaría ella de sus padres. Su madre se sentía muy orgullosa de la casa de Manhattan en la que vivían. Siempre le había gustado el bullicio de la gran ciudad, incluso cuando vivían en Nueva Zelanda, pero había tolerado las zonas residencias para que sus hermanos y él tuvieran un lugar en el que jugar. Cuando sus hermanos se graduaron en el instituto, se mudaron a un lujoso edificio de apartamentos en Auckland aunque él aún no había terminado la educación secundaria. Con la mudanza a Nueva York, su madre había encontrado su hogar espiritual. Jamás había echado de menos lo que habían dejado atrás.


Sintió que Paula temblaba un poco bajo su brazo. La temperatura había bajado mucho, lo que le recordó que, aunque él estaba acostumbrado al clima de Nueva York, ella no. El abrigo que llevaba puesto no servía de mucho para engañar al frío, por lo que detuvo un taxi y pidió que los llevara a su siguiente destino. Si había disfrutado con el Empire State, no tenía ninguna duda de que Paula también se sentiría encantada con lo que iba a mostrarle a continuación.


Times Square por la noche era algo digno de ver. Por el gesto que se reflejó en el rostro de Paula, ella pensaba precisamente eso.


–¿Qué diablos hacen cuando cortan la luz? –preguntó mientras observaba un luminoso tras otro.


Pedro se encogió de hombros y cambió de tema.


–¿Tienes hambre? Nos hemos saltado el almuerzo y yo me muero de hambre.


–Vale, pero nada elegante, ¿de acuerdo?