En el breve trayecto en taxi que les separaba del hotel, Paula se peleó con sus pensamientos. Pedro se había mostrado muy atento todo el día y, una vez más, ella se había dejado llevar por la fantasía de que eran pareja. Una pareja de verdad. Necesitaba contenerse. Dejar de esperar que ocurriera lo que no podía ser. Tal vez no estuviera con él del modo que deseaba, pero aprovecharía todo lo que pudiera conseguir.
Entraron en la suite y Pedro cerró la puerta.
–¿Te apetece beber algo? –le preguntó mientras se dirigía al minibar.
–No. En realidad, sólo hay una cosa que deseo en estos momentos…
Pau se acercó a él mientras se quitaba el abrigo y lo dejaba sobre una de las sillas.
Pedro sonrió.
–¿De verdad? –replicó él. De repente, la voz se le había teñido de deseo.
–Sí y creo que tú eres el hombre que puede dármelo –bromeó mientras le recorría el torso con las manos.
Bajo el grueso jersey, Paula sintió los potentes músculos de Pedro. Le deslizó los dedos hasta los hombros antes de anudarlos detrás de su nuca y tirar de su cabeza hacia la de ella. Tanto descaro la sorprendió, pero había llegado su momento de hacerse con el control.
Le trazó la línea de la mandíbula con la punta de la lengua antes de apretar los labios contra los de él. Pedro la estrechó contra su cuerpo con todas sus fuerzas y le hizo saber sin duda alguna lo mucho que la deseaba. Dicho conocimiento le dio a Paula licencia para hacer lo que quería y disfrutó plenamente con aquel poder.
Su cuerpo entero vibraba de necesidad hacia él. Paula se moría de ganas por sentir la piel de Pedro contra la suya. De mala gana, se separó de él, aunque sólo para agarrarle la mano y tirar de él hacia el dormitorio, donde lo empujó sin muchos miramientos sobre la lujosa cama. No tardó en reunirse con él y comenzó a besarlo de nuevo, en aquella ocasión aspirando con fuerza el labio inferior hacia el interior de su boca y acariciándoselo con la lengua. Pedro gruñó de placer mientras apartaba la blusa que ella llevaba puesta y comenzaba a acariciarle la espalda antes de deslizarle las manos por la piel para agarrarle el trasero y apretarlo contra su propio cuerpo.
Una corriente eléctrica de sensaciones la empujó a flexionarse contra él, contra la firme columna de su deseo. Ansiosa por repetir las sensaciones, Paula se abrió de piernas y se incorporó, dejando que fuera la entrepierna el único vínculo con el cuerpo de Pedro. Entonces, lo miró y sonrió.
Él le agarró los muslos y la hizo moverse encima de él.
–Me estás matando –susurró.
–Lo sé… ¿No te parece genial? –bromeó ella.
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