sábado, 9 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 51

 


Desconectó la llamada con una triste sonrisa en el rostro. En realidad, sólo querían lo mejor para él. Lo sabía. Sin embargo, resultaba muy frustrante que lo trataran constantemente como a un niño. Y ahí estaba el conflicto con sus padres. Siendo el hijo más pequeño, suponía que les costaba más dejarlo marchar que a los hermanos mayores, un hecho que lo había hecho más rebelde y más independiente desde muy joven. Incluso cuando a su padre le habían ofrecido un puesto con una de las instituciones financieras más importantes de Nueva York y la familia se había ido a vivir a los Estados Unidos desde su casa en Nueva Zelanda, Pedro había insistido en permanecer allí para terminar sus estudios en la Universidad de Auckland.


Por mucho que quisiera a su familia, aquel tiempo que había pasado solo, sin su bien intencionada interferencia, había sido un regalo de Dios para él. Le había ayudado a tomar decisiones sobre sí mismo y sobre la clase de futuro que quería sin verse influenciado por los sueños que sus padres tenían para él o por los logros de sus hermanos mayores. Esa decisión lo había llevado a trabajar para Rafe Cameron y había terminado por llevarlo a California.


Se sentía feliz con su vida. El trabajo allí en Vista del Mar, comprobando las complejidades financieras de la última adquisición de Rafael, era la clase de desafío al que le gustaba hincar el diente. En cuanto a Paula Chaves, ella era una puerta para la siguiente etapa de su vida. Una relación transitoria que le estaba proporcionando sorprendente gozo y que lo ayudaría a conseguir exactamente lo que quería de su padre.


–¿Que nos vamos a Nueva York? –le preguntó Paula muy sorprendida.


–Sí. ¿Te supone un problema?


–¿Conocer a tu familia? –replicó ella. Palideció y se dejó caer en la butaca que había frente al escritorio de Pedro.


–Es natural que quieran conocerte ahora que nuestra relación es de dominio público.


Paula tragó saliva. Una cosa era fingir que aquel compromiso era real con sus compañeros de trabajo, amigos y Facundo y otra muy distinta hacerlo delante de sus padres.


–Pero ellos te conocen. Seguramente se darán cuenta. ¿Y si lo estropeo todo?


Pedro se levantó de su butaca y rodeó el escritorio. Se inclinó y le levantó el rostro a Paula hacia el suyo para darle un beso que puso todos sus sentidos patas arriba.


–No te preocupes. Todo saldrá bien. Sólo tienes que ser tú.


Había dicho que sólo tenía que ser ella. Sin embargo, la persona que Pedro Alfonso conocía no era la persona que ella llevaba siendo mucho tiempo. La pelea que había tenido con Facundo la noche anterior era prueba de ello.


–¿Paula?


Ella parpadeó y se dio cuenta de que él había estado hablando con ella.


–Lo siento, ¿qué has dicho?


–Sabes que puedes conseguirlo. Lo único que tienes que hacer es sonreír, ser simpática y convencer a mis padres de que me amas.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 50

 

Le sonó el teléfono móvil. Lo sacó y lo abrió sin comprobar quién le llamaba, algo que lamentó en el momento en el que escuchó la voz de su madre al otro lado de la línea telefónica.


Pedro, ¿te importaría explicarme cómo es que estás comprometido y se te ha olvidado decírselo a tu familia?


–Mamá, me alegra hablar contigo. ¿Cómo está papá, y tú, por supuesto?


–No creas que vas a poder despistarme, jovencito.


–Ya llevo varios años sin ser jovencito –comentó Pedro con una sonrisa. Fuera cual fuera su edad, su madre seguía hablándole como si acabara de entrar del jardín con la ropa llena de barro y las piernas y los brazos llenos de golpes y arañazos–. Por cierto, mi compromiso también es algo nuevo para mí. No he tenido oportunidad de compartir con vosotros la noticia. ¿Cómo te has enterado?


Su madre mencionó el nombre de uno de los periódicos sensacionalistas que solía leer mientras desayunaba por las mañanas. Pedro sonrió. Eso significaba que el reportero que los había sorprendido saliendo del teatro el viernes por la noche los había seguido al restaurante y había visto cómo Pedro le daba a Paula el anillo de compromiso. La noticia se conocería ya en todo el país. Aquello era lo que había buscado, ¿no? Sin embargo, le habría gustado mantenerlo oculto un poco más y así poder librar a Paula de la notoriedad que estaría asociada con su compromiso.


–Vaya, no han tardado mucho.


–No importa lo que hayan tardado, Pedro. Tu padre y yo nos sentimos muy desilusionados porque no te haya parecido bien incluirnos en esto. Yo habría pensado que, dadas las circunstancias, habríamos sido los primeros en saberlo.


La desilusión de Olivia Alfonso irradiaba a través de la línea telefónica y hacía que Pedro se sintiera como si tuviera de nuevo ocho años.


–Si ese reportero no se me hubiera adelantado, yo mismo te habría dado la noticia dentro de unas pocas horas –dijo él–. ¿Podré enmendar las cosas si llevo a Paula para que papá y tú la conozcáis el próximo fin de semana?


–¿Este fin de semana? ¿Puedes venir tan pronto? Por supuesto que nos encantaría conocerla.


El cambio repentino del tono de voz de su madre debería haberle hecho soltar una carcajada, pero sabía que su preocupación provenía del profundo amor que sentía hacia sus hijos.


–Claro, me ha surgido un asunto en Nueva Jersey y tengo que ir de todos modos. No hay razón alguna para que Paula no me acompañe. ¿Por qué no organizas una de tus famosas cenas para el sábado por la noche e invitas a toda la familia?


–Espero que todo el mundo esté libre avisándolos con tan poco tiempo. Bueno, sea como sea, lo conseguiré. Tomaremos un cóctel a las siete.


–Me parece bien.


–¿Te quedarás en tu apartamento o te gustaría que preparara la invitación de invitados en casa?


Pedro sonrió. Tenía que admitir que su madre se merecía puntos por esforzarse tanto, pero no iba a dejar que le hincara las garras a Paula tan fácilmente.


–Creo que esta vez nos alojaremos en un hotel. Es sólo una breve visita. No queremos molestar.


–Entonces, ¿cómo es esta Paula? Tengo que admitir que me sorprende la velocidad con la que os habéis prometido. Ni siquiera sabía que estabas viendo a alguien.


–No se parece a ninguna mujer con la que haya salido antes. Eso es cierto.


–Me alegro. Esas otras chicas eran muy superficiales, Pedro. Para tu padre y para mí resultaba evidente que no tenías intención de sentar la cabeza con ninguna de ellas. ¿Qué te atrajo a esta chica?


–No pude evitarlo. Sé que parece un cliché, pero la vi a través de una sala llena de gente y yo…


Pedro se interrumpió al recordar lo que había sentido al ver a Paula por primera vez. Incluso con el antifaz, ella le había llamado la atención con su actitud y la belleza que se adivinaba por debajo del disfraz que llevaba puesto. Sintió de nuevo la sorpresa y el anhelo. La necesidad de tomar, de poseer. Esa necesidad no se había aminorado. En realidad, se había hecho mucho más fuerte.


La voz de su madre se suavizó considerablemente cuando volvió a hablar.


–Me muero de ganas por conocerla, Pedro. Parece encantadora en la fotografía que hay en el periódico.


–Te gustará aún más en persona.


–Bien. En ese caso deberías dejarme marchar para que empiece a organizarlo todo para el sábado. No me has dejado mucho tiempo.


–Mamá, sólo la familia el sábado por la noche –le advirtió–. No quiero que la asustéis.


–No pienso hacer eso. ¿Cómo puedes sugerirlo siquiera?


–Pues no sé… ¿Tal vez por experiencias pasadas?


–Te aseguro que no sé de qué estás hablando, hijo mío. Vaya, mira qué hora es. Tengo que dejarte. Cuídate, Pedro. Te quiero, hijo.


–Yo también te quiero, mamá. Nos vemos el sábado.




viernes, 8 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 49

 


Él la había obligado a lo que estaban haciendo, algo que no le había preocupado lo más mínimo en su momento. Sin embargo, en aquellos momentos, quería que ella estuviera con él porque así lo deseara y no por una lealtad por un hermano menor. ¿Era ella la clase de mujer que sería capaz de llegar tan lejos como para acostarse con un hombre para evitar que su hermano fuera a la cárcel? Él le había dicho que tenía que ser convincente en su papel. ¿Estaría tratando de convencerlo también a él? Si era así, era una magnífica actriz.


Cualquier otro hombre probablemente le diría que simplemente aceptara su buena suerte. No sólo tenía a alguien dispuesto a actuar como su prometida, sino que esa persona estaba también calentándole las sábanas de buena gana.


Estaba consiguiendo exactamente lo que quería, incluso más. Sin embargo, no estaba satisfecho. En lo más profundo de su ser, la culpabilidad lo devoraba por haber obligado a Paula a hacer algo así. ¿Lo habría hecho sin sentirse obligada a proteger a Facundo? Nunca lo sabría.


Estaba empezando a darle dolor de cabeza. Fuera cual fuera el modo en el que observara la situación, la conclusión era la misma. Paula era una persona muy leal, una cualidad que él respetaba profundamente. Sin embargo, había utilizado esa cualidad en su contra y eso le dejaba un amargo sabor de boca.


Suspiró profundamente y sacudió la cabeza. Sabía que no era lo suficientemente hombre como para dejar que Paula se marchara de buen grado. Después de haberla probado, no podía renunciar a ella. Además, no se podía decir que ella no estuviera sacando nada de aquella relación. Desde su transformación, se comportaba con más seguridad. Eso se lo había dado él. Le había permitido que descubriera a la mujer que era capaz de ser de verdad.


Sin embargo, por mucho que tratara de convencerse de que el fin justificaba los medios, no lograba conseguirlo.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 48

 

Pedro estaba sentado en el escritorio de su despacho. Se reclinó en su silla. Se sentía cansado e irritable después de una noche difícil, por lo que había descartado la posibilidad de dormir y se había marchado temprano al trabajo. La causa de su última noche de insomnio era que Paula Chaves le había llegado muy dentro.


De algún modo, ella había conseguido colarse bajo su gruesa piel. Después de poseerla, quería más. Nunca antes había experimentado una necesidad parecida a la que lo consumía en aquellos momentos. Trató de racionalizarlo, de atribuirlo a la excepcionalidad del largo periodo de tiempo transcurrido desde la primera vez que se vieron en febrero hasta que por fin había estado con ella. La anticipación solía endulzar las cosas, incrementar las expectativas y los placeres que se han de descubrir.


Sin embargo, después de haber tenido relaciones íntimas con Paula, en vez de sentirse más tranquilo, la anticipación había alcanzado cotas aún mayores. Su intensa conexión física lo había sorprendido profundamente. No se podía negar que juntos hacían arder las sábanas. Paula era una amante inesperadamente apasionada y generosa. Sus rotundas curvas femeninas lo volvían loco, tanto si estaba vestida como si no.


Sin artificio alguno, simplemente había sido ella misma. Eso suponía una refrescante bocanada de aire fresco en una vida que se había hecho demasiado superficial en los últimos años o, al menos, así había sido como él tenía intención de mantener sus relaciones con el sexo opuesto. Superficiales y libres de compromiso.


Este hecho le llevaba a la pregunta fundamental. ¿Se podía ser tan generoso sin tener algún motivo? Sus relaciones con las personas en los últimos años sugerían que no. Ni siquiera su padre quedaba libre de manipular para conseguir lo que quería. Entonces, ¿dónde dejaba eso a Pedro con Paula?




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 47

 


Con piernas temblorosas, Paula se marchó a su dormitorio y se tumbó en la cama. ¿Tenía Facundo razón? ¿Estaba tratando de aferrarse a todo lo que tenían antes de que sus padres murieran que estaba ahogando a su hermano? Se había agarrado a él con todas sus fuerzas para impedir que se lo llevaran a un hogar de acogida.


Miró la pared y observó el mapa del mundo cubierto de alfileres rojos que marcaban todos los países que esperaba visitar algún día y con un único alfiler amarillo el lugar en el que estaba. Vista del Mar, California.


Había sacrificado sus propios sueños de estudios y viajes para asegurarse de que Facundo tenía el hogar más estable posible tras el fallecimiento de sus padres. Había renunciado a todo sin pensárselo dos veces o arrepentirse de lo que podría haber hecho con su vida. Lo había hecho porque tenía que hacerlo. Porque necesitaba hacerlo. Porque era lo que sus padres habrían esperado de ella. Porque quería a su hermano.


Por fin, se levantó de la cama y se acercó a la pared. Entonces, muy lentamente, comenzó a retirar los alfileres del mapa. Cuando los hubo quitado todos, los guardó en la caja, quitó el póster de la pared y lo rompió en dos trozos y luego en otros dos. Entonces, y sólo entonces, consiguió librarse de la presión que tenía en el pecho.


No importaba nada. Nada de lo que había hecho nunca. Había fallado a su hermano y en aquellos momentos tenía una relación con un hombre que sólo pensaba en términos de beneficios y pérdidas. Demonios, ni siquiera era una relación de verdad. Era una farsa que estaban representando para que pudiera engañar a su padre y recibir algo que, por derecho, debería haber sido suyo desde el principio.


Paula sabía que seguiría haciendo lo que hiciera falta para que Pedro consiguiera lo que era suyo. Le había dado su palabra y eso para ella era algo sagrado. En la última semana, había visto una faceta muy diferente del hombre que todos calificaban como cruel e inflexible. Una faceta que se relacionaba con ella de un modo que jamás había anticipado.


Había compartido intimidades con él durante el fin de semana que jamás había compartido con otro hombre. Había conocido niveles de placer que eran tan adictivos como seductores. Se había sentido especial, como si fuera la mitad de una pareja verdadera.


Arrojó el póster a un rincón de la habitación y volvió a dejarse caer en la cama sollozando como si el corazón fuera a rompérsele. Un corazón que sabía que pertenecía irrevocablemente a un hombre que no correspondía sus sentimientos. Un hombre cuyo mundo era tan diferente al de ella que, cada vez que entraba en él, se sentía como una princesa de un cuento de hadas.


Sin embargo, el reloj se estaba acercando rápidamente a la medianoche. Cuando Pedro consiguiera lo que deseaba, ella no le serviría de nada, igual que parecía que ya no le servía de nada a Facundo. De repente, su vida se extendía ante ella como un agujero oscuro. Sin las cosas a las que se había anclado, ¿dónde iría? ¿Quién sería?


Todo lo que había hecho hasta aquel momento tenía un propósito. Había tenido un camino que seguir. Se había sentido necesitada. Sin embargo, cuando todo lo relacionado con Pedro Alfonso y Empresas Cameron terminara, ¿en dónde se quedaría ella? Por las revistas, sabía que los hombres como él cambiaban de amantes a menudo. Incluso en la última semana se había empezado a hablar en Seaside Gazette sobre quién sería la siguiente en adornar su brazo. Las fotos que acompañaban al artículo lo habían presentado con varias de sus anteriores novias, algunas de ellas cotizadas modelos, lo que le rompía el corazón aún más.


Dado a lo que él estaba acostumbrado, ¿merecía la pena esperar que pudiera enamorarse de alguien como ella, tal y como ella se había enamorado de él?




jueves, 7 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 46

 


Cuando entró por la puerta principal de su casa, Paula estaba completamente agotada. Había sido un día muy ajetreado y, desgraciadamente, había echado de menos la presencia de Pedro en el despacho. Esto le irritaba y le sorprendía. No estaban prometidos de verdad ni significaban nada el uno para el oro.


–¿No vas a salir con el jefe esta noche?


La voz de Facundo la sobresaltó.


–No –respondió ella cuidadosamente–. ¿Qué tal te ha ido hoy?


–Tan bien como le puede ir a alguien que tiene cien pares de ojos puestos en cada uno de sus movimientos –replicó con amargura.


Paula suspiró. Iba a ser así. Había esperado que pudiera pasar una velada agradable con su hermano. Ver una película en la televisión y disfrutar de la compañía del otro tal y como solían hacer. Como era su vida antes de Pedro Alfonso.


–Al menos sigues teniendo tu trabajo. Podría ser peor, ¿sabes?


Pedro soltó una carcajada que no tenía nada de diversión.


–¿Qué te parece si, por una noche, nos olvidamos de Empresas Cameron? –sugirió ella–. Podríamos sentarnos, pedir algo para cenar y ver alguna película juntos.


–No puedo –dijo Facundo mientras se ponía de nuevo la cazadora.


–¿Y eso?


–Tengo que ir a trabajar.


–¿Cómo? Yo habría pensado que…


–¿Qué habías pensado? ¿Que porque estoy bajo supervisión no me quieren allí más de lo necesario?


–Facundo, eso no es…


–No me importa lo que pienses, Pau. En estos momentos, no quiero estar contigo.


Paula lanzó una exclamación de dolor. Observó cómo Facundo cerraba los ojos durante un par de segundos y suspiraba.


–Diablos, Pau, lo siento. No quiero hacerte daño. Es decir, sé que es ridículo sentirse así. Eres mi hermana y me has cuidado mejor de lo que podría haberlo hecho nadie. Me has dado oportunidades que mamá y papá siempre quisieron que yo tuviera. Incluso has dejado la casa tal y como ellos la dejaron. En algunas ocasiones, me parece un tributo a la vida que teníamos antes de que ellos murieran y la mayoría del tiempo me parece bien. Es algo que los dos tenemos en común. Sin embargo, en otras ocasiones resulta asfixiante y en estos momentos, mirándote, viendo el modo en el que has cambiado para él, viendo lo feliz que eres, es más de lo que puedo soportar.


Pau se acercó a él y le puso una mano en el brazo.


–No tiene por qué ser así, Facundo. Es un buen hombre. He visto un lado de él que es diferente del que ve todo el mundo. Es justo y leal.


–¿Justo? ¿Y puedes decir eso después de lo que me ha hecho a mí?


–Facundo, yo he visto los informes.


–Claro. Crees un puñado de palabras y de números en vez de creerme a mí.


–No tengo ninguna causa para tener lealtad ciega, Facundo –protestó–. Ni siquiera sé si yo conseguí este trabajo por mis propios méritos o porque él quería vigilarme por lo que creía que tú habías hecho.


–Ah, claro. Entonces, eso también es culpa mía. Bueno, hermanita, pues no veo que estés protestando demasiado. Después de todo, mírate. Mírate. Mira lo que llevas puesto ahora. Nunca antes te habríamos visto con esa clase de ropa. Además, ni siquiera conduces ya tu coche.


–¿Estás enfadado conmigo por querer tener buen aspecto? ¿Por necesitar un vehículo que sea más de fiar?


–Siempre has tenido buen aspecto… si alguien se hubiera tomado la molestia alguna de ver de mirar bajo la superficie detrás de la que tú te escondías. No soy estúpido. Sé que lo has hecho deliberadamente y sé que no has cambiado de coche porque hemos estado pagando nuestros préstamos. Sin embargo, ahora estás tan diferente que ni siquiera reconozco a la hermana que hay dentro de ti. ¿Y sabes una cosa? Puedo aceptar los cambios. Incluso puedo aceptar que estés trabajando para ese canalla arrogante, pero lo que más me duele es que lo creas a él y no a mí. A tu propio hermano.


–Facundo, te han dado otra oportunidad.


–¿Cuándo lo vas a comprender, Pau? ¡Yo no hice nada!


Con eso, se dio la vuelta y se dirigió directamente a la puerta principal.


–¡Espera, por favor –exclamó mientras trataba de impedirle el paso para conseguir que se quedara. Para hacerle comprender–. Te quiero mucho, Facundo. Eres mi hermano. Siempre he estado a tu lado, eso ya lo sabes.


–Ya no –dijo él amargamente–, pero cuando te demuestre que tengo razón y que tu maravilloso señor Alfonso está equivocado, tal vez vuelvas a creer en mí.


Se marchó con un portazo. Paula permaneció allí algún tiempo, esperando a que él regresara. No fue así. Facundo arrancó su moto y se marchó.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 45

 


A Paula le costó encontrar las palabras adecuadas, palabras que no sonaran como una descarada mentira. Encontrar el equilibrio entre la verdad y lo que satisfaría a su amiga no iba a ser fácil.


–Es diferente a todo lo que he experimentado –dijo por fin–. Nos conocimos en febrero. ¿Te acuerdas que te dije algo de un beso el baile de San Valentín?


Sara asintió y con su silencio animaba a Paula a continuar.


–Bueno, pues ahí empezó todo. Acabamos de pasar el fin de semana en San Diego. Ha sido maravilloso.


Entonces, le contó a Sara detalles del fin de semana que acababa de compartir con Pedro.


–Vaya –dijo Sara cuando Paula hubo terminado–. Me alegro mucho por ti. Te mereces a alguien especial. Has puesto tus necesidades en un segundo plano durante demasiado tiempo. Es hora de que empieces a pensar en ti.


Paula tragó el sentimiento de culpabilidad que experimentó al escuchar las palabras de su amiga. No era justo engañarla, pero para salvar el trabajo de Facundo tenía que ser muy celosa de la verdad.


–Gracias, Sara. Bueno, ya está bien de hablar de mí. Dime, ¿cómo está tu abuela?


Sara se echó a reír.


–Ya conoces a la abuela Kat. Es genial. Ya me ha liado para que la ayude a planear su fiesta de cumpleaños para dentro de un par de meses. ¡Como si necesitara ayuda!


Paula dejó que la conversación de Sara ocupara la atención y respiró aliviada al ver que había conseguido apartar del centro de la conversación el tema del compromiso de Paula. Unos minutos después, se dio cuenta de que Sara parecía estar esperando a que ella respondiera a algo.


–Lo siento, ¿qué has dicho? –preguntó Paula.


–Disculpas aceptadas. Supongo que estás demasiado ocupada reviviendo ese fin de semana. No puedo culparte. En todo caso, acabo de fijarme en ese tipo de allí. ¿Te resulta familiar? Creo que le conozco de alguna parte.


Paula miró hacia donde su amiga le había indicado y vio a un alto vaquero que se dirigía hacia el edificio principal. Llamaba la atención entre tantos trajes y no de un modo escandaloso. Ciertamente, había algo familiar en su aspecto e incluso en el modo en el que se movía, pero Paula no podía concretar más.


–Sé a lo que te refieres –comentó encogiéndose de hombros–, pero no sé de qué. Tal vez tenga un doble en alguna parte. Dicen que todos lo tenemos.


–Sí, claro… –susurró Sara antes de mirar su reloj–. ¡Dios mío mira la hora que es! Tengo que marcharme. Esta noche empiezo antes mi turno y tengo muchas cosas que hacer antes. Me ha encantado volver a verte. No lo dejes tanto tiempo la próxima vez, ¿de acuerdo?


Paula abrazó a su amiga. Le habría gustado decirle la verdad, compartirla con la única persona que seguramente la comprendería mejor que muchos, pero sabía que no podía.


–No lo haré. Cuídate.


–Por supuesto –dijo Sara. Se puso de pie y comenzó a recoger la basura.


–Déjalo. Tú has traído la comida. Lo mínimo que puedo hacer yo es recoger. Gracias por invitarme a almorzar.


–De nada. La próxima vez te toca a ti –comentó Sara con una sonrisa–. Nos vemos pronto, ¿de acuerdo?


–Claro.


Paula se despidió de su amiga con la mano mientras que Sara se dirigía al aparcamiento. Durante un instante, permaneció sentada en el banco. Cerró los ojos. Estar con Sara había sido una bocanada de aire fresco, pero tenía que regresar al trabajo y a ser la mejor prometida que Pedro Alfonso pudiera desear jamás.