Le sonó el teléfono móvil. Lo sacó y lo abrió sin comprobar quién le llamaba, algo que lamentó en el momento en el que escuchó la voz de su madre al otro lado de la línea telefónica.
–Pedro, ¿te importaría explicarme cómo es que estás comprometido y se te ha olvidado decírselo a tu familia?
–Mamá, me alegra hablar contigo. ¿Cómo está papá, y tú, por supuesto?
–No creas que vas a poder despistarme, jovencito.
–Ya llevo varios años sin ser jovencito –comentó Pedro con una sonrisa. Fuera cual fuera su edad, su madre seguía hablándole como si acabara de entrar del jardín con la ropa llena de barro y las piernas y los brazos llenos de golpes y arañazos–. Por cierto, mi compromiso también es algo nuevo para mí. No he tenido oportunidad de compartir con vosotros la noticia. ¿Cómo te has enterado?
Su madre mencionó el nombre de uno de los periódicos sensacionalistas que solía leer mientras desayunaba por las mañanas. Pedro sonrió. Eso significaba que el reportero que los había sorprendido saliendo del teatro el viernes por la noche los había seguido al restaurante y había visto cómo Pedro le daba a Paula el anillo de compromiso. La noticia se conocería ya en todo el país. Aquello era lo que había buscado, ¿no? Sin embargo, le habría gustado mantenerlo oculto un poco más y así poder librar a Paula de la notoriedad que estaría asociada con su compromiso.
–Vaya, no han tardado mucho.
–No importa lo que hayan tardado, Pedro. Tu padre y yo nos sentimos muy desilusionados porque no te haya parecido bien incluirnos en esto. Yo habría pensado que, dadas las circunstancias, habríamos sido los primeros en saberlo.
La desilusión de Olivia Alfonso irradiaba a través de la línea telefónica y hacía que Pedro se sintiera como si tuviera de nuevo ocho años.
–Si ese reportero no se me hubiera adelantado, yo mismo te habría dado la noticia dentro de unas pocas horas –dijo él–. ¿Podré enmendar las cosas si llevo a Paula para que papá y tú la conozcáis el próximo fin de semana?
–¿Este fin de semana? ¿Puedes venir tan pronto? Por supuesto que nos encantaría conocerla.
El cambio repentino del tono de voz de su madre debería haberle hecho soltar una carcajada, pero sabía que su preocupación provenía del profundo amor que sentía hacia sus hijos.
–Claro, me ha surgido un asunto en Nueva Jersey y tengo que ir de todos modos. No hay razón alguna para que Paula no me acompañe. ¿Por qué no organizas una de tus famosas cenas para el sábado por la noche e invitas a toda la familia?
–Espero que todo el mundo esté libre avisándolos con tan poco tiempo. Bueno, sea como sea, lo conseguiré. Tomaremos un cóctel a las siete.
–Me parece bien.
–¿Te quedarás en tu apartamento o te gustaría que preparara la invitación de invitados en casa?
Pedro sonrió. Tenía que admitir que su madre se merecía puntos por esforzarse tanto, pero no iba a dejar que le hincara las garras a Paula tan fácilmente.
–Creo que esta vez nos alojaremos en un hotel. Es sólo una breve visita. No queremos molestar.
–Entonces, ¿cómo es esta Paula? Tengo que admitir que me sorprende la velocidad con la que os habéis prometido. Ni siquiera sabía que estabas viendo a alguien.
–No se parece a ninguna mujer con la que haya salido antes. Eso es cierto.
–Me alegro. Esas otras chicas eran muy superficiales, Pedro. Para tu padre y para mí resultaba evidente que no tenías intención de sentar la cabeza con ninguna de ellas. ¿Qué te atrajo a esta chica?
–No pude evitarlo. Sé que parece un cliché, pero la vi a través de una sala llena de gente y yo…
Pedro se interrumpió al recordar lo que había sentido al ver a Paula por primera vez. Incluso con el antifaz, ella le había llamado la atención con su actitud y la belleza que se adivinaba por debajo del disfraz que llevaba puesto. Sintió de nuevo la sorpresa y el anhelo. La necesidad de tomar, de poseer. Esa necesidad no se había aminorado. En realidad, se había hecho mucho más fuerte.
La voz de su madre se suavizó considerablemente cuando volvió a hablar.
–Me muero de ganas por conocerla, Pedro. Parece encantadora en la fotografía que hay en el periódico.
–Te gustará aún más en persona.
–Bien. En ese caso deberías dejarme marchar para que empiece a organizarlo todo para el sábado. No me has dejado mucho tiempo.
–Mamá, sólo la familia el sábado por la noche –le advirtió–. No quiero que la asustéis.
–No pienso hacer eso. ¿Cómo puedes sugerirlo siquiera?
–Pues no sé… ¿Tal vez por experiencias pasadas?
–Te aseguro que no sé de qué estás hablando, hijo mío. Vaya, mira qué hora es. Tengo que dejarte. Cuídate, Pedro. Te quiero, hijo.
–Yo también te quiero, mamá. Nos vemos el sábado.
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