jueves, 7 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 46

 


Cuando entró por la puerta principal de su casa, Paula estaba completamente agotada. Había sido un día muy ajetreado y, desgraciadamente, había echado de menos la presencia de Pedro en el despacho. Esto le irritaba y le sorprendía. No estaban prometidos de verdad ni significaban nada el uno para el oro.


–¿No vas a salir con el jefe esta noche?


La voz de Facundo la sobresaltó.


–No –respondió ella cuidadosamente–. ¿Qué tal te ha ido hoy?


–Tan bien como le puede ir a alguien que tiene cien pares de ojos puestos en cada uno de sus movimientos –replicó con amargura.


Paula suspiró. Iba a ser así. Había esperado que pudiera pasar una velada agradable con su hermano. Ver una película en la televisión y disfrutar de la compañía del otro tal y como solían hacer. Como era su vida antes de Pedro Alfonso.


–Al menos sigues teniendo tu trabajo. Podría ser peor, ¿sabes?


Pedro soltó una carcajada que no tenía nada de diversión.


–¿Qué te parece si, por una noche, nos olvidamos de Empresas Cameron? –sugirió ella–. Podríamos sentarnos, pedir algo para cenar y ver alguna película juntos.


–No puedo –dijo Facundo mientras se ponía de nuevo la cazadora.


–¿Y eso?


–Tengo que ir a trabajar.


–¿Cómo? Yo habría pensado que…


–¿Qué habías pensado? ¿Que porque estoy bajo supervisión no me quieren allí más de lo necesario?


–Facundo, eso no es…


–No me importa lo que pienses, Pau. En estos momentos, no quiero estar contigo.


Paula lanzó una exclamación de dolor. Observó cómo Facundo cerraba los ojos durante un par de segundos y suspiraba.


–Diablos, Pau, lo siento. No quiero hacerte daño. Es decir, sé que es ridículo sentirse así. Eres mi hermana y me has cuidado mejor de lo que podría haberlo hecho nadie. Me has dado oportunidades que mamá y papá siempre quisieron que yo tuviera. Incluso has dejado la casa tal y como ellos la dejaron. En algunas ocasiones, me parece un tributo a la vida que teníamos antes de que ellos murieran y la mayoría del tiempo me parece bien. Es algo que los dos tenemos en común. Sin embargo, en otras ocasiones resulta asfixiante y en estos momentos, mirándote, viendo el modo en el que has cambiado para él, viendo lo feliz que eres, es más de lo que puedo soportar.


Pau se acercó a él y le puso una mano en el brazo.


–No tiene por qué ser así, Facundo. Es un buen hombre. He visto un lado de él que es diferente del que ve todo el mundo. Es justo y leal.


–¿Justo? ¿Y puedes decir eso después de lo que me ha hecho a mí?


–Facundo, yo he visto los informes.


–Claro. Crees un puñado de palabras y de números en vez de creerme a mí.


–No tengo ninguna causa para tener lealtad ciega, Facundo –protestó–. Ni siquiera sé si yo conseguí este trabajo por mis propios méritos o porque él quería vigilarme por lo que creía que tú habías hecho.


–Ah, claro. Entonces, eso también es culpa mía. Bueno, hermanita, pues no veo que estés protestando demasiado. Después de todo, mírate. Mírate. Mira lo que llevas puesto ahora. Nunca antes te habríamos visto con esa clase de ropa. Además, ni siquiera conduces ya tu coche.


–¿Estás enfadado conmigo por querer tener buen aspecto? ¿Por necesitar un vehículo que sea más de fiar?


–Siempre has tenido buen aspecto… si alguien se hubiera tomado la molestia alguna de ver de mirar bajo la superficie detrás de la que tú te escondías. No soy estúpido. Sé que lo has hecho deliberadamente y sé que no has cambiado de coche porque hemos estado pagando nuestros préstamos. Sin embargo, ahora estás tan diferente que ni siquiera reconozco a la hermana que hay dentro de ti. ¿Y sabes una cosa? Puedo aceptar los cambios. Incluso puedo aceptar que estés trabajando para ese canalla arrogante, pero lo que más me duele es que lo creas a él y no a mí. A tu propio hermano.


–Facundo, te han dado otra oportunidad.


–¿Cuándo lo vas a comprender, Pau? ¡Yo no hice nada!


Con eso, se dio la vuelta y se dirigió directamente a la puerta principal.


–¡Espera, por favor –exclamó mientras trataba de impedirle el paso para conseguir que se quedara. Para hacerle comprender–. Te quiero mucho, Facundo. Eres mi hermano. Siempre he estado a tu lado, eso ya lo sabes.


–Ya no –dijo él amargamente–, pero cuando te demuestre que tengo razón y que tu maravilloso señor Alfonso está equivocado, tal vez vuelvas a creer en mí.


Se marchó con un portazo. Paula permaneció allí algún tiempo, esperando a que él regresara. No fue así. Facundo arrancó su moto y se marchó.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 45

 


A Paula le costó encontrar las palabras adecuadas, palabras que no sonaran como una descarada mentira. Encontrar el equilibrio entre la verdad y lo que satisfaría a su amiga no iba a ser fácil.


–Es diferente a todo lo que he experimentado –dijo por fin–. Nos conocimos en febrero. ¿Te acuerdas que te dije algo de un beso el baile de San Valentín?


Sara asintió y con su silencio animaba a Paula a continuar.


–Bueno, pues ahí empezó todo. Acabamos de pasar el fin de semana en San Diego. Ha sido maravilloso.


Entonces, le contó a Sara detalles del fin de semana que acababa de compartir con Pedro.


–Vaya –dijo Sara cuando Paula hubo terminado–. Me alegro mucho por ti. Te mereces a alguien especial. Has puesto tus necesidades en un segundo plano durante demasiado tiempo. Es hora de que empieces a pensar en ti.


Paula tragó el sentimiento de culpabilidad que experimentó al escuchar las palabras de su amiga. No era justo engañarla, pero para salvar el trabajo de Facundo tenía que ser muy celosa de la verdad.


–Gracias, Sara. Bueno, ya está bien de hablar de mí. Dime, ¿cómo está tu abuela?


Sara se echó a reír.


–Ya conoces a la abuela Kat. Es genial. Ya me ha liado para que la ayude a planear su fiesta de cumpleaños para dentro de un par de meses. ¡Como si necesitara ayuda!


Paula dejó que la conversación de Sara ocupara la atención y respiró aliviada al ver que había conseguido apartar del centro de la conversación el tema del compromiso de Paula. Unos minutos después, se dio cuenta de que Sara parecía estar esperando a que ella respondiera a algo.


–Lo siento, ¿qué has dicho? –preguntó Paula.


–Disculpas aceptadas. Supongo que estás demasiado ocupada reviviendo ese fin de semana. No puedo culparte. En todo caso, acabo de fijarme en ese tipo de allí. ¿Te resulta familiar? Creo que le conozco de alguna parte.


Paula miró hacia donde su amiga le había indicado y vio a un alto vaquero que se dirigía hacia el edificio principal. Llamaba la atención entre tantos trajes y no de un modo escandaloso. Ciertamente, había algo familiar en su aspecto e incluso en el modo en el que se movía, pero Paula no podía concretar más.


–Sé a lo que te refieres –comentó encogiéndose de hombros–, pero no sé de qué. Tal vez tenga un doble en alguna parte. Dicen que todos lo tenemos.


–Sí, claro… –susurró Sara antes de mirar su reloj–. ¡Dios mío mira la hora que es! Tengo que marcharme. Esta noche empiezo antes mi turno y tengo muchas cosas que hacer antes. Me ha encantado volver a verte. No lo dejes tanto tiempo la próxima vez, ¿de acuerdo?


Paula abrazó a su amiga. Le habría gustado decirle la verdad, compartirla con la única persona que seguramente la comprendería mejor que muchos, pero sabía que no podía.


–No lo haré. Cuídate.


–Por supuesto –dijo Sara. Se puso de pie y comenzó a recoger la basura.


–Déjalo. Tú has traído la comida. Lo mínimo que puedo hacer yo es recoger. Gracias por invitarme a almorzar.


–De nada. La próxima vez te toca a ti –comentó Sara con una sonrisa–. Nos vemos pronto, ¿de acuerdo?


–Claro.


Paula se despidió de su amiga con la mano mientras que Sara se dirigía al aparcamiento. Durante un instante, permaneció sentada en el banco. Cerró los ojos. Estar con Sara había sido una bocanada de aire fresco, pero tenía que regresar al trabajo y a ser la mejor prometida que Pedro Alfonso pudiera desear jamás.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 44

 


El lunes por la mañana supuso el retorno a la rutina que Paula tanto ansiaba. Allí, en su despacho, podía centrar el cien por cien de su energía en su trabajo. Pedro estuvo reunido todo el día y, después de la intensidad del fin de semana, se alegró del espacio que ese hecho le proporcionaba.


Aquel día tenía muchas ganas de ver a una de sus más queridas amigas, Sara Richards. Había quedado con ella para almorzar. Paula se había sorprendido mucho cuando Sara se había casado con Carlos Dobbs. No le había parecido que Carlos fuera su tipo a pesar de que siempre había estado enamorado de Sara, pero habían conseguido que lo suyo funcionara hasta que todo se rompió cuando él falleció en un accidente de automóvil hacía tres años. Paula siempre había admirado la fuerza de su amiga. Sara trabajaba como camarera en el restaurante del club de tenis y Paula había evitado cenar allí con Pedro. Una cosa era mentir al resto del mundo sobre su compromiso, pero no a una de sus mejores amigas.


Sin embargo, Sara no se rendía. Le había dejado a Paula un mensaje en el móvil para decirle que iba a ir a buscarla para almorzar aquel mismo día. A Paula no se le ocurrió ninguna razón para seguir posponiendo lo inevitable. Se miró en las puertas del ascensor mientras bajaba para reunirse con su amiga. Afortunadamente, nadie podía decir con sólo mirarla que había disfrutado del fin de semana más sensual de toda su vida.


–¡Dios mío! ¡Estás fabulosa! –exclamó Sara en el momento en el que la vio–. ¿Qué has estado haciendo? Aunque, si lo pienso bien, tal vez no deberías decirme nada. Sólo me pondría celosa.


Paula sintió que se ruborizaba de vergüenza.


–Sara, sigo siendo yo –dijo, riendo.


–Sí, bueno. Eso ya lo sé, pero me gusta mucho lo que has hecho. En serio, estás maravillosa. Y hay más. Tienes un aura de luz a tu alrededor. Es un hombre, ¿verdad? Cuéntamelo todo. Gabriela me ha dicho que has salido en la Gazette como la mujer misteriosa que acompaña a un cierto ejecutivo de Empresas Cameron. ¿Es cierto? –quiso saber Sara mientras la miraba con curiosidad–. Aunque no estoy segura de que debiera perdonarte por dejar que me entere de tu vida amorosa por las revistas.


–Te prometo que te lo contaré durante el almuerzo –comentó Paula, riendo–. ¿Dónde quieres comer?


–¿Qué te parece si comemos fuera? Hace calor y he traído un par de bocadillos y de refrescos sin azúcar. ¿Te parece bien?


Paula se sintió aliviada. Al menos podrían disfrutar de su mutua compañía en la relativa intimidad de los jardines que rodeaban el edificio de Worth sin preocuparse de quién pudiera escuchar su conversación. Parecía que todo el mundo quería saber de ella desde que todos los que trabajaban en la empresa se habían enterado de su compromiso con Pedro. Incluso más desde que, aquella mañana, había llegado a trabajar con el anillo.


–Me parece estupendo. Gracias.


Después de que se sentaran en un banco, Sara sacó el almuerzo. Tras repartirlo con Paula, le dio un bocado al suyo con sumo placer. Entonces, miró a Paula.


–Es bueno en la cama, ¿verdad? –dijo Sara sin andarse por las ramas.


Paula estuvo a punto de atragantarse con el refresco que se estaba tomando.


–¿Cómo dices?


–Tiene que ser maravilloso. Estás radiante y mira cómo vas vestida. ¿Quién es?


Paula respiró profundamente.


Pedro Alfonso.


–Me estás tomando el pelo. ¿El director financiero de Empresas Cameron? ¿Uno de los hombres más importantes de Rafael?


–Efectivamente.


Sara se recostó sobre el banco y miró a su amiga. Paula supo exactamente el momento en el que los ojos de Sara repararon en el anillo.


–¿Estás prometida con él? ¿Y no me lo habías dicho?


Sara le agarró la mano y observó boquiabierta la belleza de las piedras.


–Todo es muy repentino –dijo Paula–. A mí también me ha tomado por sorpresa.


–Efectivamente no hace mucho que os conocéis. ¿Estáis seguros de esto? No es propio de ti precipitarte.




miércoles, 6 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 43

 


Paula hizo lo que él le había pedido y esperó. El corazón se le sobresaltó un poco cuando él atrapó su dedo anular entre los suyos propios e hizo deslizar sobre él el frío metal.


–Perfecto. ¿Te gusta?


Pedro no le soltó la mano y, cuando Paula abrió los ojos, estos se le llenaron de sorpresa al ver el maravilloso anillo que él le había puesto en el dedo. Los diamantes de corte esmeralda relucían alrededor de un enorme rubí rectangular. El aro de oro era muy sencillo y cedía toda la gloria a las piedras que lo coronaban.


–Es lo más hermoso que he visto nunca –susurró Paula. Los ojos se le habían llenado de lágrimas.


Más que nada en el mundo, deseó que aquello fuera real. Que el hombre que estaba sentado frente a ella estuviera enamorado y que estuviera uniendo su vida a la de ella. Parpadeó para contener la humedad que se le estaba formando en los ojos y trató de recuperar la compostura.


–Te prometo que tendré mucho cuidado –dijo ella mientras retiraba la mano.


–Me costó encontrarlo más de lo que había imaginado –admitió Pedro–, pero en cuanto lo vi, supe que eras tú.


Sus palabras eran como pequeñas astillas de cristal que desgarraban los sueños de Paula. Se había dejado llevar por la fantasía de ser la prometida de Pedro con demasiada facilidad. Necesitaba recordarse toda la verdad: que simplemente era una herramienta para conseguir una finalidad.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 42

 


Su coche se materializó a través del tráfico y se detuvo frente a ellos. Pedro no respondió al comentario de Pau. Se limitó a abrir la puerta y a dejarla pasar delante de él. Paula se preguntó si habría metido la pata con aquellas palabras.


–¿Tienes hambre? –preguntó Pedro.


Paula se dio cuenta de que estaba muerta de hambre. Los ligeros aperitivos que habían consumido en la cama junto con el champán los habían mantenido hasta entonces, pero ella necesitaba algo de más sustancia.


–Sí.


–En ese caso, es una suerte que haya reservado para cenar –dijo guiñándole el ojo.


Ella lo miró a través de la semioscuridad del coche y sintió que se le hacía un nudo en el pecho. Había algo sobre Pedro que la atraía a todos los niveles y que la había atraído desde el primer momento que lo vio y que parecía profundizarse a cada minuto que pasaba con él.


Cuando estuvieron por fin sentados en el íntimo restaurante que Pedro había elegido, Paula se sintió como si cada célula de su cuerpo estuviera sincronizada con las de él. Dejó que él decidiera lo que iban a cenar porque prefería observarlo. Pedro observó el menú con la misma concentración con la que se dedicaba a todo.


Sacó un pie del carísimo zapato y se lo deslizó por la pantorrilla sabiendo que nadie podía ver lo que estaba haciendo gracias al larguísimo mantel. Él ni siquiera se inmutó hasta que el dedo gordo comenzó a trazar la parte interna del muslo.


Pedro la miró y ella vio el deseo.


–Creía que habías dicho que tenías hambre –susurró él.


–Así es. Tengo mucha hambre.


Subió el pie un poco más hasta que encontró la excitada y firme masculinidad de Pedro. Apretó el pie contra ella y sonrió mientras él se rebullía en el asiento. Se sentía muy poderosa. Ella había provocado aquella reacción en él y, en aquellos momentos, tenía toda su atención.


–¿Tenemos tiempo para cenar? –preguntó él.


–Sí, pero que sea rápido…


–Te prometo que la cena será rápida, pero el resto de la velada… –musitó mientras ella lo apretaba de nuevo–. Creo que voy a necesitar que pagues por esto, Paula Chaves.


–Creo que podré hacerlo –bromeó ella–. ¿Y tú?


–Como si hubiera alguna duda al respecto.


Pedro metió una mano por debajo de la mesa y le agarró el pie. Entonces, comenzó a acariciárselo suavemente. Ella no habría imaginado nunca que los pies tenían zonas erógenas. En pocos instantes, comenzó a experimentar un deseo inigualable.


De repente, él le soltó el pie tras darle un suave golpecito antes de apartarlo.


–Tengo algo para ti –dijo Pedro mientras se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta.


–No, Pedro, en serio. Ya me has dado mucho.


–Esto es una parte necesaria de nuestro acuerdo, Paula…


Ella se quedó inmóvil. La ilusión que ella neciamente se había permitido construir se esfumó. Recuperó la compostura y se recordó que su relación era simplemente una mentira.


–Dame la mano izquierda –le dijo él mientras abría un estuche de joyería.


Paula no podía ver lo que había en su interior, pero extendió la mano tal y como le había pedido.


–Cierra los ojos –añadió Pedro.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 41

 

Paula exhalaba un aura de suprema satisfacción mientras salían del teatro. Hasta aquel momento, Pedro se había mostrado muy atento con ella y era un amante muy considerado. Tenía el brazo entrelazado con el de Pedro y sentía que su sensible pecho rozaba contra el brazo de él mientras salían por la puerta del teatro. Incluso a través de la tela de su traje podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo y sentir también cómo ardía el suyo.


Casi no había podido concentrarse en la representación de El violinista en el tejado, aunque había adorado aquella historia desde la infancia. Durante toda la velada, no había hecho más que pensar en el hombre que tenía a su lado, el hombre que la había desnudado para gozar con ella.


Si ella fuera una gata, estaría ronroneando en aquellos momentos. No fue hasta que la vista se le vio cegada por un repentino fogonazo que Paula se dio cuenta de que ya no estaban entre el resto de los espectadores que salían del teatro, sino que estaban en la acera, esperando al coche y al chófer.


–No te preocupes –murmuró Pedro mientras miraba a su alrededor para ver de dónde había salido el flash–. Será sólo un reportero buscando chismes.


–Pues de nosotros no van a averiguar mucho, ¿verdad?


–No lo sé. Con el aspecto que tienes esta noche, probablemente impriman la fotografía para vender más ejemplares.


Paula le golpeó juguetonamente sobre el pecho.


–Estás bromeando.


Sin embargo, los ojos de Pedro la miraron con seriedad.


–Te aseguro que no estoy bromeando. Estás espectacular.


–Si eso es cierto, es gracias a ti. Tú me has convertido en esto.


martes, 5 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 40

 


Más tarde, no sabía cómo, estaban desnudos y tumbados juntos en la cama. La carne ardía por la necesidad que sentían el uno por el otro. Los detalles no importaban, pero varias cosas permanecerían en la memoria de Pedro para siempre.


El modo en el que le temblaban las manos mientras exploraba el cuerpo de Paula. El descarado gozo que ella mostraba ante sus caricias. El agudo suspiro de placer cuando él la llevó al orgasmo. Su sabor al hacerlo. Entonces, la abrumadora sensación de penetrar en su cuerpo, de sentir cómo ella lo apretaba con fuerza antes de alcanzar otro clímax tras el cual Pedro se unió a ella y los dos permanecieron flotando, suspendidos por el placer, antes de regresar lentamente a la realidad.


Permanecieron allí algún tiempo, con las piernas enredadas, los corazones desbocados, los dedos acariciándose el uno al otro antes de que Pedro pudiera volver a pensar racionalmente.


Ya no estaba seguro de si él era el seductor o el seducido. Algo había ocurrido mientras hacían el amor. Había dejado de ser algo que él quería hacer y se había convertido en algo mucho más grande. Algo más. Algo que no quería examinar muy detalladamente y mucho menos en aquellos momentos cuando había tanto en juego.


Tenía que concentrarse en eso. Aún tenían mucho tiempo antes de que tuvieran que prepararse para el espectáculo de aquella noche y Pedro tenía muchas ideas sobre cómo podían emplear el tiempo hasta entonces.