miércoles, 6 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 41

 

Paula exhalaba un aura de suprema satisfacción mientras salían del teatro. Hasta aquel momento, Pedro se había mostrado muy atento con ella y era un amante muy considerado. Tenía el brazo entrelazado con el de Pedro y sentía que su sensible pecho rozaba contra el brazo de él mientras salían por la puerta del teatro. Incluso a través de la tela de su traje podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo y sentir también cómo ardía el suyo.


Casi no había podido concentrarse en la representación de El violinista en el tejado, aunque había adorado aquella historia desde la infancia. Durante toda la velada, no había hecho más que pensar en el hombre que tenía a su lado, el hombre que la había desnudado para gozar con ella.


Si ella fuera una gata, estaría ronroneando en aquellos momentos. No fue hasta que la vista se le vio cegada por un repentino fogonazo que Paula se dio cuenta de que ya no estaban entre el resto de los espectadores que salían del teatro, sino que estaban en la acera, esperando al coche y al chófer.


–No te preocupes –murmuró Pedro mientras miraba a su alrededor para ver de dónde había salido el flash–. Será sólo un reportero buscando chismes.


–Pues de nosotros no van a averiguar mucho, ¿verdad?


–No lo sé. Con el aspecto que tienes esta noche, probablemente impriman la fotografía para vender más ejemplares.


Paula le golpeó juguetonamente sobre el pecho.


–Estás bromeando.


Sin embargo, los ojos de Pedro la miraron con seriedad.


–Te aseguro que no estoy bromeando. Estás espectacular.


–Si eso es cierto, es gracias a ti. Tú me has convertido en esto.


martes, 5 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 40

 


Más tarde, no sabía cómo, estaban desnudos y tumbados juntos en la cama. La carne ardía por la necesidad que sentían el uno por el otro. Los detalles no importaban, pero varias cosas permanecerían en la memoria de Pedro para siempre.


El modo en el que le temblaban las manos mientras exploraba el cuerpo de Paula. El descarado gozo que ella mostraba ante sus caricias. El agudo suspiro de placer cuando él la llevó al orgasmo. Su sabor al hacerlo. Entonces, la abrumadora sensación de penetrar en su cuerpo, de sentir cómo ella lo apretaba con fuerza antes de alcanzar otro clímax tras el cual Pedro se unió a ella y los dos permanecieron flotando, suspendidos por el placer, antes de regresar lentamente a la realidad.


Permanecieron allí algún tiempo, con las piernas enredadas, los corazones desbocados, los dedos acariciándose el uno al otro antes de que Pedro pudiera volver a pensar racionalmente.


Ya no estaba seguro de si él era el seductor o el seducido. Algo había ocurrido mientras hacían el amor. Había dejado de ser algo que él quería hacer y se había convertido en algo mucho más grande. Algo más. Algo que no quería examinar muy detalladamente y mucho menos en aquellos momentos cuando había tanto en juego.


Tenía que concentrarse en eso. Aún tenían mucho tiempo antes de que tuvieran que prepararse para el espectáculo de aquella noche y Pedro tenía muchas ideas sobre cómo podían emplear el tiempo hasta entonces.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 39



Cuando ella retiró la copa de los labios, permaneció en ellos una ligera humedad que lo tentaba, que lo desafiaba. Pedro le quitó la copa de las manos y la volvió a poner sobre la mesa junto a la suya. Entonces, tomó a Paula entre sus brazos.


Cuando los labios de él sellaron los de ella, sintió y oyó la rendición de Paula. Había ocurrido del mismo modo cada vez que él la había besado aquella última semana. El suave murmullo que ella hacía lo embriagaba de un modo que no podría hacerlo ningún otro estimulante. Todo su cuerpo se centró en aquel sonido y todos los nervios se tensaron de anticipación.


Ella lo abrazó, como si casi no pudiera sostenerse sin él. Su beso era tan abierto y tan entregado como él había esperado. Pedro adoraba su sabor, su textura. Tenía que agarrarse a la cordura, recordarse que aquella seducción debería progresar poco a poco, no estallar en una explosión de incontrolada necesidad. Sin embargo, por mucho que se esforzara, su cuerpo pedía más. Y lo pedía en aquel mismo instante.


De mala gana rompió el beso y vio con placer cómo ella se arrepentía de que así hubiera sido. Le agarró la mano y la condujo hacia la escalera. Lentamente comenzaron a subir. En lo alto, volvió a tomarla entre sus brazos.


Los botones de su blusa de seda se desabrocharon con facilidad. Él dejó que su mirada se diera un festín con aquella suave y delicada piel. El encaje blanco cubría sus generosos pechos y, por mucho que le gustara, ocultaba lo que tanto deseaba ver. Le deslizó la blusa por los brazos y absorbió sus pequeños gemidos de placer con los labios mientras él deslizaba los dedos por los brazos, persiguiendo a la tela hasta que cayó al suelo.


Paula había estado toda la semana atormentándolo con unas prendas que sugerían y ocultaban a la vez sus femeninas curvas. Era la mujer más sensual que había conocido nunca y, al mismo tiempo, también la más modesta. Aquella yuxtaposición resultaba intrigante y provocadora al mismo tiempo, pero, por fin, ella estaba a su merced para que él pudiera descubrirla.


Con un sencillo giro, el broche del sujetador cedió y aquellos gloriosos pechos se derramaron ante él. Le deslizó las manos por las costillas para colocarlas bajo los cremosos senos antes de cubrirlos con las manos suavemente. Ella contuvo el aliento cuando Pedro le acarició los rosados pezones con los pulgares y los hizo endurecerse bajo sus dedos.


Depositó pequeños besos desde la comisura de la boca hasta la mandíbula mientras gozaba con el peso y la firmeza que tenía entre las manos. Cuando inclinó la cabeza un poco más y atrapó un tierno pezón entre los dientes, un profundo gemido escapó de la garganta de Paula. Él dudó un instante antes de lamer la aureola. Estaba seguro de que ella le mandaría parar, pero Paula le hundió los dedos en el cabello y le inmovilizó la cabeza para que siguiera.


La satisfacción se apoderó de él. Pau deseaba aquello tanto como él. No se arrepentiría de nada, de eso estaba seguro. Se lo daría todo hasta que no le quedara nada.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 38

 


Pedro esperó en la planta de abajo mientras Paula investigaba lo que la suite tenía que ofrecer. ¿Se había dado cuenta de que sólo había reservado un dormitorio? Había sido una decisión consciente por su parte aunque si ella protestaba no tendría ningún problema en reservarla otra habitación para ella. Sin embargo, en su opinión había llegado el momento de que llevaran su relación a un nivel más allá. Ella se sentía cómoda con él física socialmente, aunque si quería que convenciera a sus padres de que verdaderamente era su prometida lo tendría que estar aún más. Pedro había esperado tomarse su tiempo para seducirla, pero había recibido un correo electrónico de su madre aquella semana en el que ella le comentaba que su padre estaba entrevistando a agentes inmobiliarios de Nueva Zelanda que se especializaran en fincas rústicas. Retrasarlo aún más sería correr un riesgo que Pedro no estaba dispuesto a afrontar.


Miró a Paula mientras ella bajaba por la escalera para dirigirse de nuevo al salón.


–¿Champán? –le preguntó él.


Pau dudó. ¿Iba a comentar en aquel instante su oposición a que durmieran juntos? Pedro contuvo el aliento hasta que ella pareció decidirse y se acercó a él.


–¿Por qué no? Sería un modo genial de empezar el fin de semana.


Pedro se relajó. Todo iba saliendo según lo esperado. Con habilidad, abrió la botella de champán y sirvió el líquido dorado en las copas que había sobre la mesa. Entonces, tomó ambas y le ofreció una a Paula.


–Por nosotros –dijo él.


Pau lo miró con seriedad en sus ojos oscuros.


–Por nosotros –replicó antes de chocar suavemente su copa contra la de él.


Sin dejar de mirarla, Pedro se llevó la copa a los labios y bebió. Ella repitió lo que él hacía sin dejar de mirarlo. Pedro sintió que el deseo que llevaba toda la semana conteniendo comenzaba a desenroscarse y a cobrar vida.



lunes, 4 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 37

 


El viaje a San Diego transcurrió sin incidentes. No les llevó más de media hora. Antes de que Paula tuviera tiempo de apreciar lo que les rodeaba, se detuvieron frente a uno de los hoteles más conocidos de la ciudad. Un portero les abrió la puerta del coche.


Ella se quedó boquiabierta cuando entraron en el vestíbulo del hotel. No había visto nada igual en toda su vida. Del techo colgaban arañas de cristal y el suelo estaba cubierto de alfombras de seda sobre las que temía pisar.


–¿Te gusta? –le preguntó Pedro.


–Tanto que ni siquiera sabría cómo describirlo.


–Espera hasta que veas nuestra suite.


Una suite. Eso podría significar dos dormitorios, ¿no? Paula no estaba segura de si aquello la aliviaba o la apenaba. Sin embargo, no tuvo que esperar demasiado para averiguarlo. En poco tiempo les llevaron a una suite que tenía dos plantas.


Mientras que Pedro se ocupaba de darle propina al botones, Paula recorrió la suite. La planta baja constaba de un salón que daba a una enorme terraza completamente amueblada. Sacudió la cabeza. Si no había sido consciente antes de lo diferentes que eran los mundos en los que Pedro y ella vivían, lo habría sido en aquel momento.


Se dirigió a la escalera y colocó la mano sobre la barandilla de madera de nogal. En lo alto de la escalera estaba la habitación principal. Pensó que tal vez la puerta que había en un lateral conducía a otro dormitorio. Abrió la puerta y descubrió un lujoso baño de mármol. Cerró la puerta y miró a su alrededor.


Una cama. Una cama enorme y lujosa cubierta de suaves almohadones y fina ropa de cama. Los nervios se le tensaron. No era que no se hubiera imaginado durante la última semana lo que sería estar entre los brazos de Pedro en su cama, pero enfrentarse por fin a esa posibilidad era algo completamente diferente. ¿Estaba preparada para aquello? En muchos sentidos, no. Sin embargo, una voz se iba haciendo más fuerte en su interior y parecía decir que sí. Pedro había dicho que no tendría que obligarla y había estado en lo cierto.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 36

 


Había descubierto que él era un hombre íntegro, lo que contrastaba con la actitud arrogante que había transmitido cuando llegó por primera vez.


Durante la cena de la noche anterior él la había explicado las razones por las que necesitaba que ella le ayudara. En particular, le había hablado de la granja de sus abuelos y los planes que tenía su padre de venderla si Pedro no satisfacía su deseo de ver cómo su hijo menor sentaba la cabeza.


Ella había visto un lado de él que nadie había visto antes. Un lado que nadie esperaba. Por lo que parecía, la granja era muy grande y el padre de Pedro estaba dispuesto a sacar todo lo que pudiera y venderla al mejor postor. Sin embargo, Pedro estaba igualmente decidido a que la fina permaneciera en manos de la familia, más concretamente en las suyas. Le había hablado sobre los momentos que había pasado en la granja y lo que dichos momentos habían significado para él, el modo en el que le había ayudado a poner en perspectiva la riqueza de sus padres. Su padre jamás había querido hacerse cargo de la granja, tal y como lo habían hecho generaciones de Alfonso antes de él y había optado por una carrera en el mundo de las finanzas. El genio de Alberto Alfonso lo había llevado a Nueva York y, por consiguiente, toda la familia había tenido que trasladarse al otro lado del mundo.


Sin embargo, Pedro sentía que era de vital importancia mantener aquel vínculo con el pasado de su familia. Generaciones de Alfonso se habían ganado la vida en lo que, en ocasiones, había sido una tierra hostil y en condiciones terribles y, a pesar de todo, habían salido adelante. Aunque no tenía planes para cultivar la tierra él mismo, no veía razón alguna para que no se pudiera dejar a cargo de alguien.


Pensar en Pedro con un par de botas de goma llenas de barro y ropa de trabajo le dibujó a Paula una sonrisa en los labios.


–¿En qué estás pensando? –le preguntó él.


–En lo que me dijiste anoche. Trataba de imaginarte con un par de botas de goma –comentó, entre risas–. En serio, después de verte todos los días con traje, supone un gran esfuerzo para mi imaginación.


Pedro sonrió antes de centrar de nuevo su atención en la carretera.


–Pues créete que ocurre a veces.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 35

 


Iban a pasar la noche fuera. Lejos de los ojos que todo lo veían en el trabajo. Lejos del resentimiento con el que se teñían toda las conversaciones que tenía con su hermano. Sólo pensarlo le hacía sentirse más ligera y más feliz.


Sólo tardó unos minutos en comprobar el informe impreso. Luego, lo copió y lo encuadernó para la reunión que Pedro había organizado para el lunes por la mañana. Entonces, guardó los informes con llave en su armario y le dijo a Pedro que se marchaba a casa.


Ni siquiera el comentario de una de las empleadas de contabilidad que oyó cuando salía por la puerta sobre el hecho de lo agradable que era ser la prometida del jefe y poder marcharse temprano el viernes fue suficiente para nublar el brillo de las horas que la esperaban.


Cuando Pedro llamó a la puerta de su casa, ya estaba preparada. La tarde de abril se había vuelto bastante fresca después del sol primaveral de las primeras horas del día y, como resultado, ella seguramente había metido demasiada ropa en la maleta, pero se consoló diciendo que mejor demasiado que muy poco.


Abrió la puerta y sintió que se le cortaba la respiración. No había visto a Pedro vestido de manera informal nunca, al menos no con nada que se pareciera al jersey gris verdoso que llevaba puesto en aquellos momentos con un par de sexys vaqueros. Las palabras se le ahogaron en la garganta cuando captó la anchura de los hombros y el modo en el que el jersey se le ceñía al torso. La corpulencia que se adivinaba bajo el punto del jersey la dejó sin palabras.


–¿Estamos listos? –le preguntó Pedroon una sonrisa.


–Sí –respondió ella mientras le mostraba la pequeña maleta que tenía sobre el suelo de la entrada.


–¿Nos vamos?


–Claro. Deja que compruebe que he cerrado todo bien con llave.


Paula recorrió la casa comprobando puertas y ventanas y dejando la nota que había escrito para Facundo en un lugar en el que no pudiera pasar desapercibida para su hermano. Cuando salió por la puerta y la cerró con llave, Pedro ya había metido la maleta en el maletero de su Chrysler 300 azul oscuro y estaba esperando junto a la puerta del pasajero para ayudarla a entrar.



–Siento haberte tenido esperando –susurró con timidez.