Había descubierto que él era un hombre íntegro, lo que contrastaba con la actitud arrogante que había transmitido cuando llegó por primera vez.
Durante la cena de la noche anterior él la había explicado las razones por las que necesitaba que ella le ayudara. En particular, le había hablado de la granja de sus abuelos y los planes que tenía su padre de venderla si Pedro no satisfacía su deseo de ver cómo su hijo menor sentaba la cabeza.
Ella había visto un lado de él que nadie había visto antes. Un lado que nadie esperaba. Por lo que parecía, la granja era muy grande y el padre de Pedro estaba dispuesto a sacar todo lo que pudiera y venderla al mejor postor. Sin embargo, Pedro estaba igualmente decidido a que la fina permaneciera en manos de la familia, más concretamente en las suyas. Le había hablado sobre los momentos que había pasado en la granja y lo que dichos momentos habían significado para él, el modo en el que le había ayudado a poner en perspectiva la riqueza de sus padres. Su padre jamás había querido hacerse cargo de la granja, tal y como lo habían hecho generaciones de Alfonso antes de él y había optado por una carrera en el mundo de las finanzas. El genio de Alberto Alfonso lo había llevado a Nueva York y, por consiguiente, toda la familia había tenido que trasladarse al otro lado del mundo.
Sin embargo, Pedro sentía que era de vital importancia mantener aquel vínculo con el pasado de su familia. Generaciones de Alfonso se habían ganado la vida en lo que, en ocasiones, había sido una tierra hostil y en condiciones terribles y, a pesar de todo, habían salido adelante. Aunque no tenía planes para cultivar la tierra él mismo, no veía razón alguna para que no se pudiera dejar a cargo de alguien.
Pensar en Pedro con un par de botas de goma llenas de barro y ropa de trabajo le dibujó a Paula una sonrisa en los labios.
–¿En qué estás pensando? –le preguntó él.
–En lo que me dijiste anoche. Trataba de imaginarte con un par de botas de goma –comentó, entre risas–. En serio, después de verte todos los días con traje, supone un gran esfuerzo para mi imaginación.
Pedro sonrió antes de centrar de nuevo su atención en la carretera.
–Pues créete que ocurre a veces.
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