lunes, 4 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 35

 


Iban a pasar la noche fuera. Lejos de los ojos que todo lo veían en el trabajo. Lejos del resentimiento con el que se teñían toda las conversaciones que tenía con su hermano. Sólo pensarlo le hacía sentirse más ligera y más feliz.


Sólo tardó unos minutos en comprobar el informe impreso. Luego, lo copió y lo encuadernó para la reunión que Pedro había organizado para el lunes por la mañana. Entonces, guardó los informes con llave en su armario y le dijo a Pedro que se marchaba a casa.


Ni siquiera el comentario de una de las empleadas de contabilidad que oyó cuando salía por la puerta sobre el hecho de lo agradable que era ser la prometida del jefe y poder marcharse temprano el viernes fue suficiente para nublar el brillo de las horas que la esperaban.


Cuando Pedro llamó a la puerta de su casa, ya estaba preparada. La tarde de abril se había vuelto bastante fresca después del sol primaveral de las primeras horas del día y, como resultado, ella seguramente había metido demasiada ropa en la maleta, pero se consoló diciendo que mejor demasiado que muy poco.


Abrió la puerta y sintió que se le cortaba la respiración. No había visto a Pedro vestido de manera informal nunca, al menos no con nada que se pareciera al jersey gris verdoso que llevaba puesto en aquellos momentos con un par de sexys vaqueros. Las palabras se le ahogaron en la garganta cuando captó la anchura de los hombros y el modo en el que el jersey se le ceñía al torso. La corpulencia que se adivinaba bajo el punto del jersey la dejó sin palabras.


–¿Estamos listos? –le preguntó Pedroon una sonrisa.


–Sí –respondió ella mientras le mostraba la pequeña maleta que tenía sobre el suelo de la entrada.


–¿Nos vamos?


–Claro. Deja que compruebe que he cerrado todo bien con llave.


Paula recorrió la casa comprobando puertas y ventanas y dejando la nota que había escrito para Facundo en un lugar en el que no pudiera pasar desapercibida para su hermano. Cuando salió por la puerta y la cerró con llave, Pedro ya había metido la maleta en el maletero de su Chrysler 300 azul oscuro y estaba esperando junto a la puerta del pasajero para ayudarla a entrar.



–Siento haberte tenido esperando –susurró con timidez.




domingo, 3 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 34

 

–Tengo entradas para un espectáculo en vivo esta noche. ¿Te gustaría ir? Podríamos ir a San Diego después de trabajar y había pensado que nos podíamos quedar allí a pasar la noche… a pasar el fin de semana. ¿Cuánto tiempo te hace falta para preparar una bolsa de viaje?


Paula se irguió en la silla. Detuvo las manos sobre el teclado en el que había estado redactando un informe para Pedro. Llevaban tres días trabajando juntos, sin contar el día en el que la había llevado de compras, y todas las noches habían cenado juntos o en su suite o en uno de los restaurantes que había a lo largo de la costa. Todas las noches, él se había limitado a darle un beso de buenas noches y todas las noches ella se había marchado a su casa ansiando más. Para todos, eran la pareja comprometida que todos creían que era, pero, para Paula, cada día se hacía más difícil separar la verdad de la realidad.


¿Un fin de semana en compañía de Pedro? La idea la excitaba y la aterraba a la vez. Sin duda, Facundo se mostraría contrario, pero la perspectiva de pasar cuarenta y ocho horas a solas con Pedro Tanner era preferible al agobiante ambiente de casa. Se sintió inmediatamente muy desleal por tener ese pensamiento. No era culpa de Jason que él no fuera feliz, pero, ¿por qué tenían que ser los dos infelices? Paula respiró profundamente y respondió.


–Me encantaría. ¿Cuándo necesitas que esté preparada?


–Si has terminado con ese informe, te podrías marchar a casa ahora y yo podría pasar a recogerte –dijo tras mirar el carísimo reloj que llevaba puesto–, en unas dos horas. Eso nos dará tiempo de sobra para ir en coche, registrarnos en el hotel y comer algo. El espectáculo empieza a las ocho y luego podemos ir a cenar más tarde.


–¿Quieres que me ocupe de las reservas del hotel? –le preguntó ella.


–Ya lo he hecho yo –dijo Pedro mientras la miraba por primera vez.


Había algo en los ojos de Pedro que le hacía olvidar lo que estaba haciendo. El pulso se le aceleró. ¿Habría reservado una habitación o dos? Lo descubriría muy pronto.


Se obligó a romper el silencio y miró de nuevo la pantalla del ordenador. Inmediatamente, terminó el documento y lo mandó a la impresora.


–Estaré lista para marcharme dentro de unos minutos. ¿Necesitas mi dirección? –le preguntó ella con tanta compostura como pudo conseguir.


–No hace falta. Tengo todos tus datos.


No era de extrañar, dada la investigación a la que la había sometido a Facundo y a ella.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 33

 


Paula se sintió furiosa. Todo resultaba tan fácil para él. No tenía otra cosa que hacer más que sentarse y juzgarla, a pesar de que ella estaba haciendo todo aquello por él. Si él no…


Una potente ira comenzó a apoderase de ella. Había hecho todo lo que había podido a lo largo de todos aquellos años, pero jamás iba a ser suficiente. Iba siendo hora de que él se enfrentara a algunas verdades.


–Te recomiendo que saques la cabeza del arroyo por una vez y que trates de centrarte en alguien que no sea tú mismo.


Facundo la miró sorprendido al escuchar la dureza de su voz. Paula jamás se había mostrado tan dura con él, ni siquiera cuando la policía lo había llevado a casa cuando tan solo era un adolescente. Decidió suavizar el tono. No iba a servir de nada enfrentarse a él.


–Mira, Pedro Alfonso y yo estamos prometidos.


–Estás loca. Nadie se va a creer eso.


–Tendrán que creérselo. Si alguien te pregunta, puedes decirle que nos hemos estado viendo desde hace dos meses y que… es algo más grande lo que los dos habíamos esperado. No me cabe duda de que todo el mundo estará hablando hoy en el trabajo al respecto. Nos vieron cenando anoche y un periodista de la Gazette nos vio entrar en el restaurante también. Tenemos que decir lo mismo, Facundo, antes de que los chismosos comiencen a hablar al respecto.


–No esperes que yo lo reciba aquí con los brazos abiertos. No puedo soportarle.


–Lo sé. No tienes que preocuparte. No voy a traerlo aquí.


–Eso significa que tú irás a su casa. Estarás a su disposición en el trabajo y en tu tiempo libre.


–Así es. Esa es mi elección, Facundo, una elección que he tomado por los dos. Recuérdalo.


Efectivamente, era su elección, una elección que le gustaría no haberse visto obligada a tomar. Sin embargo, ya no había marcha atrás




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 32

 


Había dormido sorprendentemente bien después del revuelo en el que había terminado la velada. Por suerte, Facundo estaba en su dormitorio con la luz apagada, pero con la televisión puesta. Ella no había querido molestarlo. En realidad, no había querido enfrentarse a sus recriminaciones.


Lo único que tenía que hacer era decidir lo que se iba a poner aquel día para ir a trabajar. Se decidió por un vestido inspirado en los años cuarenta con un profundo escote en uve y mangas tres cuartos. Después de cepillarse el cabello y de aplicarse un ligero maquillaje, se dirigió a la cocina.


Para su sorpresa, Facundo ya estaba allí.


–Anoche regresaste muy tarde a casa –dijo mientras ella se servía una taza de café–. ¿Estuviste trabajando hasta tarde en la oficina?


–No. Salí a cenar. No te molesté cuando entré, ¿verdad?


–¿Molestarme? –replicó él con una carcajada irónica–. Bueno, eso depende de con quién cenaras, ¿no te parece?


–¿Por qué iba a depender de eso?


–Estuviste con él, ¿verdad? Y mírate esta mañana. Eso es nuevo. ¿Te lo ha comprado él?


–El señor Alfonso y yo acordamos que mi antiguo guardarropa era algo inapropiado para mi nuevo papel. Él, muy amablemente, se ofreció a rectificarlo.


–¿Tu nuevo papel? ¿Y qué papel es ese exactamente, Pau? ¿Cuánto tiempo falta para que te tenga calentándole las sábanas?


–¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo? Yo no soy así y lo sabes.


–Sí, pero la hermana que yo conozco no falta a su trabajo todo el día, ignora su teléfono móvil y entra en casa a hurtadillas para que no me entere.


El móvil. Dios. No se le había ocurrido mirarlo en todo el día.


–Lo siento. Estaba distraída.


–Por él.


Facundo pronunció aquellas dos palabras como si fueran veneno.


–Sí, por él. Sin embargo, me gustaría que recordaras, Facundo, que sólo acepté este trabajo para que tú mantengas el tuyo. Sé que no te gusta, pero es así. No nos podemos permitir perder ninguno de nuestros trabajos. Sabes tan bien como yo que trabajar para Empresas Cameron es lo único que nos mantiene la cabeza fuera del agua.


–No me gusta, Pau. Sólo lleva a tu alrededor dos días y ya te ha cambiado. No es sólo la ropa, sino el cabello y… ¿Llevas lentillas? ¿Y eso por qué? ¿Acaso no eras antes lo suficientemente buena para él?


–Como su prometida, se esperará que tenga un cierto aspecto. Además, no creo que yo pueda protestar dado que él lo pagó todo.


–¿Todo? Entonces, supongo que ya no veré más algodón blanco en la ropa sucia.




sábado, 2 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 31

 


Pedro la acompañó a su coche y permaneció a su lado mientras ella trataba de abrir la puerta.


–¿Problemas? –le preguntó.


–No pasa nada. Hace falta un poco de habilidad para conseguir que abra –respondió ella cuando consiguió abrir la puerta.


–Supongo que tienes ahí dentro todo lo que has comprado hoy.


–Sí.


–Algo arriesgado dado lo fácil que sería abrirte el coche.


–Bueno, yo diría que la seguridad del club de tenis se encargaría de que mis paquetes están a salvo –replicó–. Además, están en el maletero, por lo que no los puede ver nadie.


–No, pero cualquiera te podría haber visto meterlos ahí –insistió él–. No me gusta el hecho de que tu seguridad se pueda ver comprometida tan fácilmente. Mañana me encargaré de facilitarte otro coche. No quiero que discutas conmigo, Paula –añadió cuando ella se disponía a protestar–. Necesito que tengas un coche fiable en el que ir y venir al trabajo o realizar otras salidas que tengas que hacer conmigo. Tiene sentido poner un coche a tu disposición.


Paula no pudo pensar en nada que pudiera hacerle cambiar de opinión. Pedro dio un paso al frente y le levantó la barbilla con un dedo.


–¿Estás enfadada conmigo ahora? –le preguntó.


Consciente de que el conductor de la limusina los estaba escuchando porque estaba esperando a Pedro, Paula negó con la cabeza. En realidad, no estaba enfadada, pero se sentía frustrada por haberse visto puesta en una situación que no podía rechazar.


–Entonces, parece que tendré que remediar eso, ¿no te parece?


Antes de que Paula pudiera protestar, Pedro la besó lenta y persuasivamente. Ella emitió un pequeño suspiro de capitulación. Entonces, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, lo abrazó con fuerza y le hundió los dedos de una mano en el corto cabello para sujetarle la cabeza como si jamás se fuera a hartar de él.


Cuando la lengua de él rozó la de ella, Paula sintió que el cuerpo le prendía fuego. Se inclinó sobre él y apretó los senos contra la dureza de su torso, dejando que las caderas se movieran contra las de él en una silenciosa danza de tormento.


Entonces, igual de rápido, él rompió el contacto. Como si hubiera demostrado que hiciera ella lo que hiciera, pensara lo que pensara o dijera lo que dijera, era suya. Cuando y donde la deseara. Debería haberle molestado comprender esto, pero se esforzó en tratar de tranquilizar el deseo que se había apoderado de ella.


–Dulces sueños –susurró él contra sus labios–. Te veré por la mañana.


Ella asintió y se metió en el coche. La mano le temblaba un poco mientras trataba de meter la llave en el contacto para arrancar el coche. Pedro le cerró la puerta y se hizo a un lado para que ella maniobrara. Cuando miró por el retrovisor, vio que él seguía allí, observándola mientras se dirigía hacia la salida del aparcamiento.


No tenía ni idea de cómo iba a controlar el abrumador efecto que tenía sobre ella. Mientras que todas las células de su cuerpo la animaban a que cediera a lo que sentía, a que cediera a él, la lógica le decía que eso sólo le provocaría sufrimiento.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 30


Paula lo pensó durante un instante. Gabriela y Sara, sus mejores amigas, se sorprenderían, pero se mostrarían muy felices por ella si creían que aquel compromiso era de verdad. Facundo era el único problema.


Sin embargo, estaba haciendo todo aquello por él. Para evitar que su hermano perdiera su trabajo. Para evitar que fuera a los tribunales o incluso a la cárcel.


¿Cómo podía haber pasado aquello por alto? ¿Cómo podía haber permitido que su gozo por su nuevo aspecto, por su nuevo guardarropa, por el sencillo hecho de pasar el tiempo con un hombre guapo pudiera haberle hecho olvidar sus responsabilidades hacia su hermano? Sus padres se avergonzarían de que ella hubiera permitido que se le desviara con tanta facilidad de la seriedad de la situación en la que Facundo y ella se encontraban. Se sentía avergonzada.


Vio que estaban llegado al club de tenis. Extendió la mano y golpeó sobre el cristal. Se bajó inmediatamente para dejar al descubierto al conductor.


–¿Podría dejarme aquí, por favor? Tengo el coche en el aparcamiento.


La limusina se dirigió hacia el lugar donde el coche de Paula estaba completamente solo.


–¿Estás segura de que no quieres quedarte aquí en el club? Puedo hacer que te preparen una habitación si no quieres quedarte en mi suite –dijo Pedro con una mirada que le provocó a Paula una extraña calidez en el vientre.


Por mucho que hubiera pasado aquel día, una mirada de Pedro era suficiente para hacer que se deshiciera por dentro.


–No, tengo mi casa. Me gustaría mantenerlo así.


–¿Has sido siempre tan independiente? –le preguntó Pedro con una sonrisa.


–Supongo que desde que mis padres murieron. Se ha hecho costumbre –admitió.


Pedro descendió de la limusina para ayudarla a salir.


–Tal vez vaya siendo hora de que compartas esa carga que llevas –comentó él.


¿Estaba criticando a Facundo? Se sintió automáticamente dispuesta a defender a su hermano.


–Me las arreglo bien –dijo por fin.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 29

 

Vio cómo los cálidos dedos de Pedro rodeaban la mano que ella tenía en el regazo. Entrelazó los dedos con los de ella y se lo llevó a los labios para darle un beso en los nudillos.


–Siento que la velada haya tenido que terminar así, Paula.


–No ha sido culpa tuya.


–No, pero me enoja que tú hayas tenido que sentirte incómodamente simplemente por ser tú. Hermosa.


Aquellas palabras fueron como un bálsamo para el alma de Paula, pero sabía que no debía ni podía aceptarlas.


–No. No soy hermosa –dijo mientras levantaba la mano para acallar las protestas de él–. No estoy diciendo eso para que tú puedas discutir sobre ese punto conmigo. Conozco mis limitaciones y hablando de las mismas –añadió mientras soltaba la mano que él aún tenía agarrada–, tenemos que hablar de cómo vamos a llevar este asunto en el trabajo.


Pedro la observó con cautela. El silencio se extendió entre ellos hasta resultar incómodo. Por fin, él se aclaró la garganta y tomó la palabra.


–Es fácil, ¿no te parece? Tú te comportarás como si fueras mi prometida y mi asistente personal a la vez.


–Pero esto del compromiso es tan repentino… ¿No crees que la gente va a hablar? ¿Estás seguro de que es eso lo que quieres? –protestó ella.


–Nadie se atreverá a hablar de nuestra relación a nuestras espaldas ni tampoco a la cara. De eso puedes estar segura, Paula. Me aseguraré de que no seas tema de conversaciones habituales.


–Tú no puedes controlar la naturaleza humana. La gente va a hablar.


–Si los amenazo con despedirlos, te aseguro que no lo harán –gruñó él en la oscuridad.


–Te ruego que no lo hagas. Después de que hayas regresado a Nueva York, yo tendré que seguir trabajando con estas personas.


Pedro lanzó un gruñido antes de asentir con la cabeza.


–Está bien –dijo de mala gana–. No amenazaré con despedir a nadie, pero dejaré muy claro que nuestra relación no es asunto de nadie más que de nosotros.


«Pues buena suerte con eso», pensó Paula con una triste sonrisa.


–Gracias. Ahora, en el trabajo, ¿va a saber todo el mundo que estamos… juntos?


–Sí –dijo él–. Creo que eso terminará con las conjeturas desde el principio. Eso me recuerda que tenemos que comprarte un anillo. Maldita sea, eso lo tendría que haber pensado hoy. A la gente le extrañará que no lleves uno.


Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Un anillo? Ni siquiera lo había pensado. Sólo pensar en lo que diría Facundo cuando llegara a casa con su nuevo guardarropa era suficiente para provocarle escalofríos.


–¿De verdad es necesario? ¿No podríamos esperar un poco para eso? La gente va a pensar que es todo demasiado precipitado.


–Quiero que lleves mi anillo aunque sólo sea para tu protección, Paula –afirmó él solemnemente–. Nadie se atreverá a cuestionar nuestra relación. Tenemos que mantenernos tan pegados a la realidad como sea posible. Si alguien pregunta, podemos decir que nos conocimos en el baile de San Valentín y que nos hemos estado viendo muy discretamente desde entonces, pero que ahora hemos decidido sacarlo todo a la luz. ¿Te causará eso a ti algún problema entre tus amigas?