sábado, 2 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 27

 


Todo fue muy bien hasta que un grupo de varias parejas entraron en el restaurante. Los hombres eran directivos de Industrias Worth que habían sobrevivido a la absorción. Uno de ellos saludó a Pedro con una inclinación de cabeza y se quedó muy asombrado al reconocer a la mujer que lo acompañaba. Entonces, algo menos agradable y más lascivo tiñó la mirada del hombre mientras viajaba por la suave columna de marfil que era la garganta de Paula y después más abajo aún, hasta el escote.


Un inesperado sentimiento de posesión y la necesidad de protegerla de tan insultante interés se apoderaron de Pedro. Se dio cuenta de que ella había palidecido bajo el escrutinio del otro hombre para luego volver a dejar su taza de café sobre el platillo con gesto muy tranquilo. Pedro se percató de que estaba retorciendo la servilleta que tenía en el regazo con los dedos.


Pedro miró fijamente al directivo hasta que él apartó la mirada del busto de Paula y lo miró a él. Bastó con que Pedro entornara los ojos y lo mirara con frialdad para que el hombre entendiera.


–¿Nos vamos? –preguntó Pedro. Se sentía ansioso por sacarla de allí.


Sus actos contrastaban con lo que había pensado que quería. Ni siquiera el interés mostrado por ellos cuando se encontraron por casualidad con el periodista del corazón del Seaside Gazette al llegar al restaurante no había provocado aquella necesidad de proteger a Paula de un interés no deseado en su relación. No se había parado a considerar las ramificaciones de aquella relación lo suficiente y se prometió que, en el futuro, pensaría más en la reputación de Paula. A pesar de que no había dudado en utilizarla para su propio beneficio, no quería ver cómo ella se convertía en objeto de rumores y de comentarios malintencionados en el trabajo.


–Gracias, sí. Me gustaría marcharme –replicó Paula.


Ninguno de los dos había bebido más de una copa de vino durante la cena, pero Pedro se alegró de tener chófer. Así, podía tener la oportunidad de observar a Paula un poco más y aprender sus gestos. Hasta aquel momento, no le había encontrado fallo alguno, lo que era estupendo si quería convencer a sus padres de que ella era la elegida. Los dos se darían cuenta de que todo era una farsa si él saliera con alguien que careciera de modales.


Mientras la ayudaba a que se acomodara en el asiento trasero de la limusina, vio el encaje que coronaba las medias que llevaba un instante antes de que se alisara la falda por las hermosas caderas. El deseo se apoderó de él con fuerza. El lado racional de su pensamiento le dijo que su reacción no era mejor que la del directivo al que él había reprendido con la mirada en el restaurante. Sin embargo, el lado menos racional, el que había visto a Paula en el baile de San Valentín y había sabido que no se detendría en nada para poseerla, le recordó que él había podido refrenar su pasión a lo largo de la exquisita cena que habían disfrutado en el restaurante. Había sido el perfecto caballero, el perfecto anfitrión. Sin embargo, en aquellos momentos, en el ambiente íntimo del coche y con la pantalla colocada para que el chófer no viera nada, el pensamiento se le desbocó al imaginar todas las cosas que quería experimentar con la señorita Paula Chaves.




viernes, 1 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 26

 


Paula se apretó la copa contra el labio inferior y lo inclinó ligeramente para permitir que una pequeña cantidad del vino penetrara en la delicada boca. Pedro se sintió como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago al observar, completamente hipnotizado, cómo ella tragaba y luego se relamía los labios. No fue nada más que un rápido movimiento de la lengua sobre el labio inferior, pero fue lo suficiente para hacer que la sangre bombeara por las venas con una velocidad que estuvo a punto de marearlo.


–Está muy bueno. Ahora puedo saborear la fruta y algo más…¿Algo de madera?


–Una vez más tienes razón. Muy bien.


Dios Santo… ¿le estaba temblando la mano? Mientras sujetaba la copa y tomaba el trago de vino que tanto había deseado instantes antes. No se podía creer que ella lo afectara tan profundamente y en un periodo de tiempo tan breve. La miró de nuevo. No se podía decir que ella no estuviera también afectada. El rubor le cubría los pómulos y ciertamente no había tomado el suficiente vino como para justificarlo.


La atracción que existía entre ellos era algo muy diferente.


–Cuéntame sobre el resto de tu día –la animó–. Veo que Patricia ciertamente se ha ganado lo que cobra.


Paula le contó todos los detalles del día de compras y lo que las dos habían hecho cuando él se había marchado.


–Habéis hecho muchas cosas. Tengo que decir que me gustan las lentillas –comentó Pedro.


–Habría pensado que me costaría más acostumbrarme a ellas, pero me he llevado una agradable sorpresa. Por supuesto, aún no he intentado quitármelas.


Paula se echó a reír. El sonido de su risa era tan rico y complejo como el vino que tenían en la copa. Los nervios de Pedro estaban tan tensos que amenazaban con romperse. El deseo que sentía por ella nublaba todo pensamiento racional. Tenía que centrarse. No deseaba nada más que tenerla para él solo toda la noche, pero aquello era imposible. Necesitaban ser vistos en público para que se filtrara la noticia y llegara hasta sus padres en Nueva York.


Se asombró al darse cuenta durante la cena que ella era una acompañante muy divertida. Tenía una aguda inteligencia que él había subestimado cuando vio la versión más mojigata de ella en el trabajo.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 25

 


Cuando alguien llamó a la puerta, sintió que se ponía tenso. Lenta y deliberadamente, dejó la copa de vino sobre la mesa y fue a abrir. Ni siquiera se molestó en comprobar quién era por la mirilla. Sabía perfectamente quién estaba al otro lado.


Cuando abrió la puerta, descubrió a Paula en toda su gloria. Y qué gloria. Por primera vez en su vida, Pedro Alfonso se quedó sin palabras. Sus ojos se prendieron de la mujer prácticamente desconocida que esperaba al otro lado de la puerta. Cada una de sus curvas se revelaba con absoluta perfección. El cabello le brillaba como seda negra y sus dedos ansiaban acariciarlo. El maquillaje que llevaba era tan perfecto que su piel se semejaba a la de una muñeca de porcelana.


Todas las células de su cuerpo disfrutaban con aquella visión. Por fin consiguió hablar.


–Estás bellísima –dijo tomándola de la mano y llevándola hacia el interior. Allí, le hizo darse la vuelta lentamente–. ¿Cómo te sientes?


–Como Cenicienta –admitió Paula con una ligera sonrisa.


–Estoy empezando a lamentar la cita que tengo para cenar en Jacques’ esta noche.


–¿Por qué?


–Porque no sé si estoy listo para compartir esta versión tuya con nadie.


No pudo evitar la nota de posesión que se le reflejó en la voz. Él era Pigmalión y ella su Galatea. La quería sólo para él. Ansiaba explorar todas las facetas de aquella transformación y luego retirar cada capa de su nueva sofisticación antes de colocar a la verdadera Paula Chaves desnuda ante sus ojos y ante su ansioso cuerpo.


Paula bajó la cabeza tímidamente. Pedro tuvo que reconocer que, al menos externamente, ella era todo lo que necesitaba de una acompañante femenina, pero que bajo los lujosos adornos que su dinero había proporcionado, ella seguía siendo una chica sencilla. Una chica sencilla con un magnético atractivo que amenazaba con hacer pedazos su ingenio.


Se obligó a sonreír.


–No te preocupes. No voy a ser tan egoísta como para guardarte sólo para mí, al menos en esta ocasión.


–Me alegra oír eso. Tengo ganas de cenar.


–¿Te gustaría tomar una copa de vino antes de que nos marchemos? Estoy seguro de que Henri nos guardará la mesa un poco más.


Paula asintió con un ligero movimiento de cuello. Pedro sentía ganas de explorar cada centímetro de su delicada garganta…


–Sí, me gustaría.


–¿Te gusta el vino tinto? Tengo abierta una botella de un excelente Pinot Noir.


–No puedo decir que lo haya probado, pero estoy dispuesta a hacerlo.


Pedro tomó la botella y sirvió otra copa del vino.


–Toma. Huélelo primero y dime qué es lo que se te ocurre.


Paula tomó la copa que él le ofrecía y se la llevó a la nariz. Cerró los ojos y aspiró suavemente. Todos sus sentidos se centraron en lo que él le había ordenado que hiciera. Abrió los ojos rápidamente.


–Huelo ciruelas y bayas. ¿Es así? Me hace pensar en los largos días de verano.


–Así es. Tienes muy buen olfato. Ahora, saboréalo y dime lo que piensas.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 24

 


Pedro aspiró el aroma del Pinot Noir de Nueva Zelanda que había enviado desde su bodega en Nueva York a Vista del Mar y anticipó los complejos sabores que prometían bailar sobre sus papilas gustativas.


Le sorprendieron el parecido entre aquel vino y la mujer que estaba a punto de reunirse con él.


Aquel día, había visto destellos de la sirena que prometía ser, la sirena que esperaba tener calentando sus sábanas en muy poco tiempo, la sirena que apaciguaría a su padre y se asegurara que la tierra que llevaba dos siglos en su familia siguiera en las mismas manos. Deseaba aquella granja con una necesidad que le salía de muy dentro, una necesidad que había anidado en su corazón en las primeras vacaciones escolares que se pasó detrás de su abuelo mientras él trabajaba la tierra que amaba por encima de todas las cosas. Incluso tantos años después seguía sintiendo la fuerza de la mano retorcida y trabajada de su abuelo agarrando la suya mientras paseaban por los campos. El dinero jamás le había importado al anciano. Siempre había dicho que la tierra tenía una energía que le devolvía lo que él le daba multiplicado por cuatro.


Incluso en aquellas escasas visitas escolares, Pedro había comprendido a lo que se refería su abuelo. Era una magia que no quería perder. Nunca.


Ya no tenía que perderla. Paula se aseguraría de que su sueño se hiciera realidad. El coste de las compras de aquel día, que ya le había enviado Patricia Adams por correo electrónico, era una pequeña inversión para Pedro, una inversión que recuperaría con todo su valor.





jueves, 30 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 23

 

Más tarde, mientras estaban almorzando, Patricia le explicó lo que iban a hacer el resto de la tarde.


–Creo que ya tienes ropa para la mayoría de eventos sociales, pero me gustaría verte con ropa de trabajo. En cuanto hayamos terminado aquí iremos a comprarte unos trajes y luego te llevaré a la óptica.


–Pero si veo perfectamente bien con estas gafas –protestó Paula.


–Estoy segura de ello, pero, ¿no preferirías llevar lentillas? También te podremos comprar unas súper sexy gafas de sol. Si estás incómoda con las lentillas, te podríamos elegir otras gafas. Algo un poco más suave que saque el máximo partido a tus pómulos.


Paula se reclinó en la silla. Siempre había tenido miedo de probar las lentillas, pero tenía que admitir que estaba más que harta de las gafas. Algún día, cuando hubieran terminado de pagar los préstamos por los estudios de Facundo, tal vez consideraría operarse de la vista. Sin embargo, para eso quedaba mucho.


–Está bien. Me las probaré –afirmó.


Cuando Patricia Adams hablaba de un cambio, era ciertamente a eso a lo que se refería. Pau se miró en el espejo. No sólo llevaba lentillas, que no le irritaban los ojos, sino que también allí en el spa del club de tenis, la habían sometido a un tratamiento corporal y facial, con pedicura y manicura. En aquellos momentos, se sentía maravillosa. Además, su cabello había recibido un tratamiento acondicionador y a un nuevo estilismo que le había dejado las puntas de una oscura y lustrosa melena rozándole suavemente las clavículas.


Casi no se reconocía. La maquilladora que había estado explicándole lo que tenía que hacer para sacar el máximo partido a sus pómulos no había hecho más que decir lo hermosa y exquisita que tenía la piel. Cuando la nueva Paula Chaves quedó al descubierto, hasta Patricia lanzó un largo silbido de apreciación.


–Sí, sí –dijo Patricia–. El señor Alfonso va a estar muy satisfecho –añadió. Entonces, miró el reloj–. Es mejor que te vistamos y te llevemos a su suite. Son casi las siete y media y no me parece la clase de hombre al que le gusta que lo tengan esperando.


De repente, Paula se sintió muy nerviosa.


Patricia tomó la bolsa que contenía el vestido negro que tanto le había gustado a Pedro y la ropa interior que había insistido en que se pusiera.


–Toma. Ponte eso para que veamos lo guapa que estás.


Paula se sintió atrapada. Esa clase de cosas no ocurrían en su mundo. Las compras, la transformación, la calidad de las medias que se puso sobre las piernas depiladas… Era como si todo aquello formara parte de un sueño. Cuando se puso el vestido y se lo abrochó, se sintió un poco mareada.


Se colocó una mano en el estómago para aplacar sus nervios, pero le resultó imposible.


–¿Va todo bien? –le preguntó Patricia desde el otro lado de la puerta.


–Sí, sí. Estoy bien.


–Entonces, sal para que puedas mostrarnos el resultado final.


Paula respiró profundamente. Se puso los zapatos y se miró en el espejo. No era ella. No podía ser ella. Dedicó una sonrisa a la imagen que se reflejaba en el espejo. Ni siquiera los labios pintados de color rojo parecían suyos.


La glamurosa criatura que la observaba no era la misma Pau Chaves que se había marchado de su casa aquella mañana. No. Era la clase de mujer que siempre había deseado ser, pero que jamás había tenido el valor suficiente para alcanzar. Aquella era Paula Chaves.


De repente, se sintió más tranquila. Podía hacerlo. Podía ser la mujer que Pedro Alfonso necesitaba que fuera. Lo haría por Facundo y, más importante aún, por ella misma.


Cerró los ojos y se dijo que, a partir de aquel momento, era Paula Chaves, prometida y asistente personal de uno de los hombres más poderosos de Empresas Cameron.


Tanto la maquilladora como Patricia se mostraron muy contentas con el resultado final. Paula aceptó los cumplidos de ambas. En la mano llevaba un bolso vintage, que había sido regalo de Patricia.


–Toma, algo mío –le había dicho tras darle un abrazo–. Ahora, no te pongas a llorar o te estropearás el maquillaje.


Paula siguió el consejo y, con los buenos deseos de las dos mujeres resonándole en los oídos, respiró profundamente y se dirigió a la suite.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 22

 

Durante un instante, Pau sintió un profundo alivio por no tener que verse sometida al examen de Pedro en todo lo que se probaba. Sin embargo, no tardó en comprender que era la aprobación de él lo que buscaba cada vez que salía del probador.


Era patética. Pedro la estaba chantajeando para que fingiera ser su prometida y ella lo echaba de menos… ¡Qué rápidamente había caído en sus garras!


Sonrió a Patricia.


–Va a ser muy divertido. ¿Qué nos toca ahora?


–Primero, haremos que nos empaqueten todo esto. Luego, te sugiero que vayamos a comprar lencería y a almorzar. Me muero de hambre. ¿Tú no?


Patricia se echó a reír cuando el estómago de Paula comenzó a hacer ruidos.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 21

 


Al escuchar el tono de su voz, Paula se obligó a mirarlo. Entonces, vio, sin duda alguna, lo que él estaba pensando. El deseo se apoderó de ella como si fuera un ser vivo. Sentía que los senos le pesaban y que ansiaban las caricias de Pedro. Tenía una repentina sequedad en la garganta. Se estaba imaginando cosas. Él había dicho que debía fingir ser su prometida, pero en aquellos momentos, la expresión de su rostro distaba mucho de ser fingida. Resultaba evidente el deseo que tenía hacia ella. La lujuria se apoderó de ella hasta lo más íntimo y amenazó con impedirle respirar.


–¿Te pondrás este vestido para mí esta noche? –le preguntó él.


–Si quieres –replicó ella a duras penas.


–Estás muy hermosa. Nada podría darme más placer que tenerte a mi lado con este aspecto. Seré la envidia de todos los hombres que haya en el restaurante.


Pedro sonrió. Paula también lo hizo, pero de pura satisfacción. Por una vez en su vida, se sentía hermosa. La admiración que se reflejaba en el rostro de Pedro era tan evidente que no dejaba lugar a dudas. A pesar de que no estaba dispuesta a examinar cómo la afectaba aquella admiración, no podía dejar de sentir cómo la sensualidad se apoderaba de ella. Era casi imposible.


Alguien se aclaró la garganta, lo que hizo que Paula prestara de nuevo atención a lo que le rodeaba.


–Está bien. Tenemos que ir a algunos sitios más antes de que hayamos terminado. En realidad, casi no hemos empezado.


–Me cambiaré –dijo Paula mientras entraba de nuevo en el probador.


–Toma –comentó Pedro mientras se sacaba las gafas del bolsillo y se las devolvía.


Paula se las puso y cerró la puerta. Al verse en el espejo, sintió que se le cortaba la respiración. Con el cabello suelto sobre los blancos hombros y el escote del vestido, comprendía muy bien por qué Pedro había reaccionado de aquel modo. Recordó que no le había mirado en concreto ninguna parte de su cuerpo. Ella no se había sentido incómoda bajo su escrutinio. Se miró cuidadosamente en el espejo.


El vestido tenía un corte exquisito. Si hubiera sido hecho a medida especialmente para ella, no podría haberle sentado mejor. El modo en el que se curvaba alrededor de la estrecha cintura y se acampanaba sobre las caderas para terminar justo por encima de las rodillas destacaba sus atributos de un modo que ella jamás hubiera podido soñar. Deslizó la mano por la tela para alcanzar la invisible cremallera que llevaba en el costado. Las yemas de los dedos le vibraban mientras se deslizaban sobre la fina tela. Jamás había soñado que pudiera tener algo que le hiciera sentirse tan hermosa como aquel vestido. Y aún quedaba más.


Se lo quitó y se lo entregó a Patricia para que lo añadiera a las otras prendas que Pedro ya había aprobado.


No sabía cuándo iba a ponerse tanta ropa. Hasta aquel momento, ni una sola prenda era adecuada para ir a trabajar. Aparte de cuando salía a tomar café con su amiga Gabriela y Sara, tenía poca vida social. Evidentemente, todo eso iba a cambiar dramáticamente.


Cuando salió del probador, Patricia estaba sola.


–El señor Alfonso ha tenido que marcharse, así que ya estamos las chicas solas –dijo.