viernes, 1 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 25

 


Cuando alguien llamó a la puerta, sintió que se ponía tenso. Lenta y deliberadamente, dejó la copa de vino sobre la mesa y fue a abrir. Ni siquiera se molestó en comprobar quién era por la mirilla. Sabía perfectamente quién estaba al otro lado.


Cuando abrió la puerta, descubrió a Paula en toda su gloria. Y qué gloria. Por primera vez en su vida, Pedro Alfonso se quedó sin palabras. Sus ojos se prendieron de la mujer prácticamente desconocida que esperaba al otro lado de la puerta. Cada una de sus curvas se revelaba con absoluta perfección. El cabello le brillaba como seda negra y sus dedos ansiaban acariciarlo. El maquillaje que llevaba era tan perfecto que su piel se semejaba a la de una muñeca de porcelana.


Todas las células de su cuerpo disfrutaban con aquella visión. Por fin consiguió hablar.


–Estás bellísima –dijo tomándola de la mano y llevándola hacia el interior. Allí, le hizo darse la vuelta lentamente–. ¿Cómo te sientes?


–Como Cenicienta –admitió Paula con una ligera sonrisa.


–Estoy empezando a lamentar la cita que tengo para cenar en Jacques’ esta noche.


–¿Por qué?


–Porque no sé si estoy listo para compartir esta versión tuya con nadie.


No pudo evitar la nota de posesión que se le reflejó en la voz. Él era Pigmalión y ella su Galatea. La quería sólo para él. Ansiaba explorar todas las facetas de aquella transformación y luego retirar cada capa de su nueva sofisticación antes de colocar a la verdadera Paula Chaves desnuda ante sus ojos y ante su ansioso cuerpo.


Paula bajó la cabeza tímidamente. Pedro tuvo que reconocer que, al menos externamente, ella era todo lo que necesitaba de una acompañante femenina, pero que bajo los lujosos adornos que su dinero había proporcionado, ella seguía siendo una chica sencilla. Una chica sencilla con un magnético atractivo que amenazaba con hacer pedazos su ingenio.


Se obligó a sonreír.


–No te preocupes. No voy a ser tan egoísta como para guardarte sólo para mí, al menos en esta ocasión.


–Me alegra oír eso. Tengo ganas de cenar.


–¿Te gustaría tomar una copa de vino antes de que nos marchemos? Estoy seguro de que Henri nos guardará la mesa un poco más.


Paula asintió con un ligero movimiento de cuello. Pedro sentía ganas de explorar cada centímetro de su delicada garganta…


–Sí, me gustaría.


–¿Te gusta el vino tinto? Tengo abierta una botella de un excelente Pinot Noir.


–No puedo decir que lo haya probado, pero estoy dispuesta a hacerlo.


Pedro tomó la botella y sirvió otra copa del vino.


–Toma. Huélelo primero y dime qué es lo que se te ocurre.


Paula tomó la copa que él le ofrecía y se la llevó a la nariz. Cerró los ojos y aspiró suavemente. Todos sus sentidos se centraron en lo que él le había ordenado que hiciera. Abrió los ojos rápidamente.


–Huelo ciruelas y bayas. ¿Es así? Me hace pensar en los largos días de verano.


–Así es. Tienes muy buen olfato. Ahora, saboréalo y dime lo que piensas.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario