viernes, 1 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 24

 


Pedro aspiró el aroma del Pinot Noir de Nueva Zelanda que había enviado desde su bodega en Nueva York a Vista del Mar y anticipó los complejos sabores que prometían bailar sobre sus papilas gustativas.


Le sorprendieron el parecido entre aquel vino y la mujer que estaba a punto de reunirse con él.


Aquel día, había visto destellos de la sirena que prometía ser, la sirena que esperaba tener calentando sus sábanas en muy poco tiempo, la sirena que apaciguaría a su padre y se asegurara que la tierra que llevaba dos siglos en su familia siguiera en las mismas manos. Deseaba aquella granja con una necesidad que le salía de muy dentro, una necesidad que había anidado en su corazón en las primeras vacaciones escolares que se pasó detrás de su abuelo mientras él trabajaba la tierra que amaba por encima de todas las cosas. Incluso tantos años después seguía sintiendo la fuerza de la mano retorcida y trabajada de su abuelo agarrando la suya mientras paseaban por los campos. El dinero jamás le había importado al anciano. Siempre había dicho que la tierra tenía una energía que le devolvía lo que él le daba multiplicado por cuatro.


Incluso en aquellas escasas visitas escolares, Pedro había comprendido a lo que se refería su abuelo. Era una magia que no quería perder. Nunca.


Ya no tenía que perderla. Paula se aseguraría de que su sueño se hiciera realidad. El coste de las compras de aquel día, que ya le había enviado Patricia Adams por correo electrónico, era una pequeña inversión para Pedro, una inversión que recuperaría con todo su valor.





jueves, 30 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 23

 

Más tarde, mientras estaban almorzando, Patricia le explicó lo que iban a hacer el resto de la tarde.


–Creo que ya tienes ropa para la mayoría de eventos sociales, pero me gustaría verte con ropa de trabajo. En cuanto hayamos terminado aquí iremos a comprarte unos trajes y luego te llevaré a la óptica.


–Pero si veo perfectamente bien con estas gafas –protestó Paula.


–Estoy segura de ello, pero, ¿no preferirías llevar lentillas? También te podremos comprar unas súper sexy gafas de sol. Si estás incómoda con las lentillas, te podríamos elegir otras gafas. Algo un poco más suave que saque el máximo partido a tus pómulos.


Paula se reclinó en la silla. Siempre había tenido miedo de probar las lentillas, pero tenía que admitir que estaba más que harta de las gafas. Algún día, cuando hubieran terminado de pagar los préstamos por los estudios de Facundo, tal vez consideraría operarse de la vista. Sin embargo, para eso quedaba mucho.


–Está bien. Me las probaré –afirmó.


Cuando Patricia Adams hablaba de un cambio, era ciertamente a eso a lo que se refería. Pau se miró en el espejo. No sólo llevaba lentillas, que no le irritaban los ojos, sino que también allí en el spa del club de tenis, la habían sometido a un tratamiento corporal y facial, con pedicura y manicura. En aquellos momentos, se sentía maravillosa. Además, su cabello había recibido un tratamiento acondicionador y a un nuevo estilismo que le había dejado las puntas de una oscura y lustrosa melena rozándole suavemente las clavículas.


Casi no se reconocía. La maquilladora que había estado explicándole lo que tenía que hacer para sacar el máximo partido a sus pómulos no había hecho más que decir lo hermosa y exquisita que tenía la piel. Cuando la nueva Paula Chaves quedó al descubierto, hasta Patricia lanzó un largo silbido de apreciación.


–Sí, sí –dijo Patricia–. El señor Alfonso va a estar muy satisfecho –añadió. Entonces, miró el reloj–. Es mejor que te vistamos y te llevemos a su suite. Son casi las siete y media y no me parece la clase de hombre al que le gusta que lo tengan esperando.


De repente, Paula se sintió muy nerviosa.


Patricia tomó la bolsa que contenía el vestido negro que tanto le había gustado a Pedro y la ropa interior que había insistido en que se pusiera.


–Toma. Ponte eso para que veamos lo guapa que estás.


Paula se sintió atrapada. Esa clase de cosas no ocurrían en su mundo. Las compras, la transformación, la calidad de las medias que se puso sobre las piernas depiladas… Era como si todo aquello formara parte de un sueño. Cuando se puso el vestido y se lo abrochó, se sintió un poco mareada.


Se colocó una mano en el estómago para aplacar sus nervios, pero le resultó imposible.


–¿Va todo bien? –le preguntó Patricia desde el otro lado de la puerta.


–Sí, sí. Estoy bien.


–Entonces, sal para que puedas mostrarnos el resultado final.


Paula respiró profundamente. Se puso los zapatos y se miró en el espejo. No era ella. No podía ser ella. Dedicó una sonrisa a la imagen que se reflejaba en el espejo. Ni siquiera los labios pintados de color rojo parecían suyos.


La glamurosa criatura que la observaba no era la misma Pau Chaves que se había marchado de su casa aquella mañana. No. Era la clase de mujer que siempre había deseado ser, pero que jamás había tenido el valor suficiente para alcanzar. Aquella era Paula Chaves.


De repente, se sintió más tranquila. Podía hacerlo. Podía ser la mujer que Pedro Alfonso necesitaba que fuera. Lo haría por Facundo y, más importante aún, por ella misma.


Cerró los ojos y se dijo que, a partir de aquel momento, era Paula Chaves, prometida y asistente personal de uno de los hombres más poderosos de Empresas Cameron.


Tanto la maquilladora como Patricia se mostraron muy contentas con el resultado final. Paula aceptó los cumplidos de ambas. En la mano llevaba un bolso vintage, que había sido regalo de Patricia.


–Toma, algo mío –le había dicho tras darle un abrazo–. Ahora, no te pongas a llorar o te estropearás el maquillaje.


Paula siguió el consejo y, con los buenos deseos de las dos mujeres resonándole en los oídos, respiró profundamente y se dirigió a la suite.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 22

 

Durante un instante, Pau sintió un profundo alivio por no tener que verse sometida al examen de Pedro en todo lo que se probaba. Sin embargo, no tardó en comprender que era la aprobación de él lo que buscaba cada vez que salía del probador.


Era patética. Pedro la estaba chantajeando para que fingiera ser su prometida y ella lo echaba de menos… ¡Qué rápidamente había caído en sus garras!


Sonrió a Patricia.


–Va a ser muy divertido. ¿Qué nos toca ahora?


–Primero, haremos que nos empaqueten todo esto. Luego, te sugiero que vayamos a comprar lencería y a almorzar. Me muero de hambre. ¿Tú no?


Patricia se echó a reír cuando el estómago de Paula comenzó a hacer ruidos.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 21

 


Al escuchar el tono de su voz, Paula se obligó a mirarlo. Entonces, vio, sin duda alguna, lo que él estaba pensando. El deseo se apoderó de ella como si fuera un ser vivo. Sentía que los senos le pesaban y que ansiaban las caricias de Pedro. Tenía una repentina sequedad en la garganta. Se estaba imaginando cosas. Él había dicho que debía fingir ser su prometida, pero en aquellos momentos, la expresión de su rostro distaba mucho de ser fingida. Resultaba evidente el deseo que tenía hacia ella. La lujuria se apoderó de ella hasta lo más íntimo y amenazó con impedirle respirar.


–¿Te pondrás este vestido para mí esta noche? –le preguntó él.


–Si quieres –replicó ella a duras penas.


–Estás muy hermosa. Nada podría darme más placer que tenerte a mi lado con este aspecto. Seré la envidia de todos los hombres que haya en el restaurante.


Pedro sonrió. Paula también lo hizo, pero de pura satisfacción. Por una vez en su vida, se sentía hermosa. La admiración que se reflejaba en el rostro de Pedro era tan evidente que no dejaba lugar a dudas. A pesar de que no estaba dispuesta a examinar cómo la afectaba aquella admiración, no podía dejar de sentir cómo la sensualidad se apoderaba de ella. Era casi imposible.


Alguien se aclaró la garganta, lo que hizo que Paula prestara de nuevo atención a lo que le rodeaba.


–Está bien. Tenemos que ir a algunos sitios más antes de que hayamos terminado. En realidad, casi no hemos empezado.


–Me cambiaré –dijo Paula mientras entraba de nuevo en el probador.


–Toma –comentó Pedro mientras se sacaba las gafas del bolsillo y se las devolvía.


Paula se las puso y cerró la puerta. Al verse en el espejo, sintió que se le cortaba la respiración. Con el cabello suelto sobre los blancos hombros y el escote del vestido, comprendía muy bien por qué Pedro había reaccionado de aquel modo. Recordó que no le había mirado en concreto ninguna parte de su cuerpo. Ella no se había sentido incómoda bajo su escrutinio. Se miró cuidadosamente en el espejo.


El vestido tenía un corte exquisito. Si hubiera sido hecho a medida especialmente para ella, no podría haberle sentado mejor. El modo en el que se curvaba alrededor de la estrecha cintura y se acampanaba sobre las caderas para terminar justo por encima de las rodillas destacaba sus atributos de un modo que ella jamás hubiera podido soñar. Deslizó la mano por la tela para alcanzar la invisible cremallera que llevaba en el costado. Las yemas de los dedos le vibraban mientras se deslizaban sobre la fina tela. Jamás había soñado que pudiera tener algo que le hiciera sentirse tan hermosa como aquel vestido. Y aún quedaba más.


Se lo quitó y se lo entregó a Patricia para que lo añadiera a las otras prendas que Pedro ya había aprobado.


No sabía cuándo iba a ponerse tanta ropa. Hasta aquel momento, ni una sola prenda era adecuada para ir a trabajar. Aparte de cuando salía a tomar café con su amiga Gabriela y Sara, tenía poca vida social. Evidentemente, todo eso iba a cambiar dramáticamente.


Cuando salió del probador, Patricia estaba sola.


–El señor Alfonso ha tenido que marcharse, así que ya estamos las chicas solas –dijo.




lunes, 27 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 20

 


La palabra tortura ni siquiera empezaba a definirlo. Paula lo comprendió cuando se metió en el probador por centésima vez. Era como si ella no existiera como persona. Se quitó el vestido de cóctel azul oscuro que tanto el señor Alfonso como Patricia habían acordado que no era la mejor elección del día y tomó el vestido negro para metérselo por la cabeza con un cierto aire de frustración. Se sentía como si fuera tan sólo un maniquí.


Sin embargo, todo cambió cuando se puso los zapatos negros que Patricia había elegido y salió del probador.


Sus dos torturadores estaban sentados en el sofá de terciopelo que había frente a los probadores con las cabezas juntas. Parecían compenetrarse perfectamente… hasta que fueron conscientes de que ella estaba esperando que opinaran sobre ella.


–Oh –dijo Patricia. Aparentemente se había quedado sin palabras.


Paula miró a Pedro y sintió que la respiración se le aceleraba al ver la expresión de su rostro. Sus ojos brillaban con evidente apreciación.


–Ese por supuesto –dijo.


–Así es –afirmó Patricia.


Pedro se levantó y se acercó a Paula, que estaba de pie muy nerviosa.


–¿Por qué no probamos así, para suavizar las cosas un poco?


Le quitó las gafas y se las guardó en el bolsillo de su chaqueta. Entonces, extendió las manos y soltó el cabello de Paula y se lo alborotó.


–Sí, mucho mejor…





MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 19

 

Iba vestida con un traje a medida que transmitía la elegancia que a Paula siempre le habría gustado lucir, un par de zapatos de altísimo tacón que no estarían fuera de lugar en Sexo en Nueva York y transmitía un aire de seguridad sin esfuerzo alguno. Iba muy bien peinada con un elegante recogido. Por su aspecto, parecía que no había tenido que preocuparse por su apariencia ni un solo día de su vida.


–Señorita Adams, soy Paula Chaves–dijo, decidida a llevar la delantera y a no permitir que la presentaran como la víctima de un sacrificio.


–Paula, te ruego que me llames Patricia. Encantada de conocerte. ¿Me permites? –preguntó antes de dirigir inmediatamente las manos a los botones de la chaqueta de Paula–. Me gusta ver con lo que estoy trabajando desde el principio.


Paula se tensó mientras los hábiles dedos de Patricia volaban por los botones. Tan sólo llevaba una fina blusa bajo la chaqueta, una blusa que se había puesto porque nunca, nunca, se quitaba la chaqueta. Eso lo había aprendido a muy temprana edad, cundo había decidido que era mejor ocultar lo que la convertía en un imán para la atención no deseada de hombres de todas las edades, empezando con sus compañeros de clase cuando pasó de ser un insecto palo para adquirir la forma de un reloj de arena en muy pocos meses.


Miró a Pedro cuando Patricia le entregó la chaqueta con aire distraído. ¿Sería él igual que los demás? ¿Se olvidaría de que ella era una persona y no simplemente un cuerpo?


Sus ojos castaños se cruzaron con los de ella mientras Patricia la examinaba con ojo crítico. Paula esperaba el momento en el que él bajaría la mirada, como lo hacían todos los hombres, para mirarle los pechos. Sin embargo, no lo hizo. Ni siquiera un instante. Cuando Patricia le quitó la chaqueta y ayudó a Paula a ponérsela de nuevo, ella se sintió aliviada. Tal vez no le iba a resultar tan difícil estar con él.


–Esto va a ser maravilloso –dijo Patricia con entusiasmo–. ¿Cuánto tiempo dijiste que teníamos?


–Tenemos una reserva para cenar a las siete y media –respondió Pedro.


–Vaya, es menos tiempo del que había pensado. No importa. Puedo hacerlo –comentó mientras apretaba la mano de Paula para darle ánimos–. Podemos hacerlo. Eres excelente. Cuando haya terminado, no te reconocerás. Confía en mí.


Lo más extraño de todo era que Paula confiaba en ella. Patricia tenía una cálida manera de ser que la atrajo inmediatamente.


Patricia se volvió a Pedro y le dijo: –¿Nos vamos?


–Por supuesto –dijo Pedro inclinando suavemente la cabeza. Tenía una sonrisa en los labios que dejaba al descubierto un ligero hoyuelo en la mejilla derecha–. Estoy a vuestra disposición durante las siguientes horas. Luego tengo algunas reuniones, por lo que os dejaré solas.


Paula se sintió muy inquieta por el hecho de que él fuera a acompañarlas. Ya se lo había dicho y, dado que él iba a pagar todo, tenía sentido que tuviera voz y voto en lo que se adquiría con su dinero. Sin embargo, pensar que tendría que exhibirse delante de él la ponía muy nerviosa. Ella, que siempre trataba de no atraer la atención de nadie sobre sí misma, sería el centro de atención de un hombre al que encontraba casi irresistiblemente atractivo.


Se le aceleró el pulso cuando él le colocó la mano en la espalda y la animó a salir de la suite. Si se sentía tan desconcertada por algo tan sencillo como un gesto caballeroso, las horas que la aguardaban iban a ser una tortura.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 18

 


Había una ligera inflexión en su voz, como si, bajo tanta timidez, ella tuviera de verdad una voluntad de acero. Por alguna razón, a Pedro le resultó una cualidad tremendamente atractiva. Se preguntó si sería así en el dormitorio. ¿Se mostraría dulce y sumisa para luego hacerse con el control? Una inesperada oleada de calor se apoderó de él y le provocó que la sangre se le acumulara en la entrepierna.


–Oh, sí. Claro que tienes opción –dijo. Dudó y vio el modo en el que los hombros de Paula se relajaban y cómo sus generosos pechos se movía bajo la chaqueta antes de proseguir–, hasta cierto punto.


–No voy a permitir que me vista para que yo parezca una ramera.


Ahí estaba de nuevo. Aquella fuerza. Pedro se contuvo para refrenar la necesidad de cruzar la distancia que los separaba y mostrarle lo bien que estaría que dejara que él llevara el control de la situación. Se recordó que era demasiado pronto.


–No te preocupes. Nada más lejos de mi intención –dijo.


Un golpe en la puerta interrumpió el silencio que se extendió entre ellos.


–Esa debe de ser la señorita Adams.


Paula permaneció completamente inmóvil. Aquello iba a ser mucho más difícil de lo que había anticipado. El día anterior todo había parecido muy sencillo. Trabajar como su asistente personal. Fingir que era su prometida. Evitar que Facundo fuera a la cárcel.


Pensar que Pedro Alfonso iba a elegir su ropa, que él iba a fabricarle una imagen para el papel que ella había accedido a interpretar, le provocó un escalofrío. ¿Cómo iba a soportarlo? Ella siempre elegía sus prendas para ir a trabajar en una tienda de segunda mano de su barrio, que recibía las prendas de las zonas más ricas de la ciudad. Todo lo que compraba era de buena calidad, aunque algo pasado de moda. ¿De verdad importaba tanto?


Se lo imaginó esperando al otro lado del probador mientras ella se probaba las prendas que él había elegido para que le diera su aprobación y se sintió muy incómoda. Incómoda y algo más. Algo que le provocaba un escalofrío de anhelo en su interior, en un lugar que ella controlaba sin piedad y que llevaba sometiendo férreamente desde el día en el que asumió la custodia de Facundo.


Tenía responsabilidades. Por supuesto, había tenido algún que otro novio, incluso amantes, pero jamás se había permitido dar un paso más allá. Jamás se había permitido sentir. En aquellos momentos, le daba la sensación de iba a ser más difícil de lo esperado mantener las distancias con Pedro Alfonso.


–Te presento a Patricia Adams.


La voz de Pedro la sacó de sus pensamientos y la obligó a concentrarse en el momento. Había esperado sentir una profunda e inmediata antipatía por Patricia Adams, tan sólo porque Pedro le había ordenado que se dejara aconsejar por ella, pero resultaba difícil sentir antipatía por la joven que estaba frente a ella. Tenía la piel fresca y suave. Una simpática sonrisa le adornaba el rostro mientras que unos poco habituales ojos color violeta brillaban con alegría