viernes, 17 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 47

 

Fue al juzgado aprovechando el paseo para terminar de despejarse. El juicio se reanudaría a las diez y sabía que, una vez entrara en acción, su mente funcionaría perfectamente.


Su única preocupación era aclarar qué le estaba pasando con aquella indómita mujer. Había querido hacerse con el control y lo había conseguido. Se sentía expuesto, vulnerable en sus manos, como si hubiera conseguido desvelar sus más íntimos deseos. Una y otra vez encontraba refugio en su interior. La forma en que ella lo acogía y lo observaba con una intensa honestidad, la manera en que hundía los dedos en su cabello y su cuerpo se entregaba a él, dejándose arrastrar con las oleadas de la plena satisfacción era algo que él no había experimentado antes. La deseaba con una furia que en lugar de verse satisfecha al poseerla no hacía más que incrementarse. Justamente, lo contrario de lo que hubiera esperado y de lo que había pretendido.


Repasó su agenda y vio que tenía dos citas a la misma hora. Abrió su correo y vio que tenía un montón de mensajes sin leer. No tenía tiempo para todo lo que quería hacer y cada vez quería hacer más cosas. Paula había conseguido que tuviera la sensación de estar perdiéndose algo. Pero, ¿el qué? No necesitaba que nadie le calentara la cama por las noches, no podía ni quería depender de nadie, y menos de ella.


Paula se había encargado de dejarle claro que no permanecía en el mismo lugar demasiado tiempo, y él conocía bien la amargura del abandono. Su padre se había convertido en un adicto al trabajo después de que su madre lo abandonara. Él mismo había padecido su desidia, su falta de amor. Por esos se había jurado no caer jamás en la trampa de creer en la familia feliz. Lo que tenía con Paula no era más que un temporal, simplemente. No era una relación.


Pero su presencia en su casa le robaba la paz.


Por eso mismo tenía que librarse de ella.




jueves, 16 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 46

 

El día pasó en una nebulosa. Paula fue a trabajar pronto para continuar redactando la propuesta que quería presentarle a Lara cuando volviera. Tenía numerosas ideas y por primera vez en su vida estaba ansiosa por llevar a cabo un proyecto y continuarlo hasta el final.


Al final de la tarde empezaron a llegar los primeros clientes, que ya eran habituales. Pedro llegó al anochecer, se acodó en un extremo de la barra y pidió un whisky.


Paula sintió su mirada clavada en ella, siguiendo cada uno de sus movimientos mientras atendía a los clientes, recogía vasos y charlaba con Isabel.


Parecía cansado y no pudo evitar preguntarse qué estaría pensando. Finalmente no pudo aguantar más, fue hasta él, lo tomó de la mano y lo condujo hasta el despacho. Tras indicarle que se sentara en el sofá, cerró la puerta con llave y volvió hacia él con los labios fruncidos en un gesto coqueto que no dejaba lugar a dudas. Al llegar delante, metió las manos por debajo de la falda y se quitó las bragas y se desabrochó la camisa para dejar a la vista el sujetador. Luego, sin mediar palabra, se sentó a horcajadas sobre él, acariciándole el rostro.


Él deslizó las manos por debajo de su falda.


–Me encanta que actúes así –dijo, y empezó a acariciarla–. Adoro tus jadeos y tus gemidos. 


–Deja que entre en ti –jadeó él, mirándola con expresión ardiente–. Necesito entrar en ti ahora mismo.


Ella le puso un preservativo, lo introdujo en su interior y empezó a mecerse lentamente mientras lo observaba. Cuando su mirada se nubló y la sensación se intensificó, aceleró el ritmo, contrayendo sus músculos para arrastrarlo con ella y anular su entendimiento, hasta que la atrapó con fuerza y hundió los dedos en su cabello y gimió su nombre al tiempo que alzaba las caderas para ir al encuentro de las de ella en un ritmo frenético que acompañó con un profundo beso. Y finalmente Paula sintió que estallaba en su interior.


–Deberías ir a casa a dormir –susurró ella entonces–. Mañana tienes mucho trabajo.


–No me iré sin ti.


Volvieron a casa en silencio. Se ducharon juntos y se acostaron para hacer el amor hasta el amanecer. Paula permaneció desvelada pero a gusto. Él la sujetaba contra su costado, profundamente dormido. De pronto abrió los ojos, la miró, miró el despertador y exclamó:

–¡Me he quedado dormido!




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 45

 

Pedro se levantó temprano y ella lo observó afeitarse y ducharse desde la cama. No habló y Paula supo que estaba concentrando en el caso que tenía que defender en el juzgado. Se vistió con un traje oscuro y camisa blanca. El apasionado y divertido amante de la noche desapareció tras un personaje solemne y serio.


Entonces la sorprendió volviéndose con una amplia sonrisa.


–Ven conmigo. Quiero enseñarte mi lugar de trabajo.


–¿Por qué? –preguntó ella, desconcertada.


–¿Por qué no? Te sentará bien el paseo.


Paula se levantó y trató de ignorar el brillo de deseo que vio en los ojos de Pedro mientras se vestía. Pedro sonrió:

–Siempre vas sin ropa interior.


–No, pero ya que te obedezco tengo que hacer algo que me haga sentir que un poco rebelde.


–Me lo imagino –dijo él, sonriendo.


Cuando entraron en el bufete Paula se sintió intimidada y pensó que todo el mundo la observaba.


–Pensarán que soy uno de tus clientes –comentó, avergonzándose de su aspecto desaliñado.


–Probablemente –respondió él, distraído.


Y sin más, le retiró el cabello de la cara, la aproximó hacia sí y le dio un beso apasionado.


–Ya no lo creen –dijo. Paula vio varios pares de ojos fijos en ellos con expresión sorprendida.


Pedro sonrió y fue junto a su equipo.


Paula dio media vuelta y casi chocó con Sara, que le dedicó una sonrisa falsa. Había sido testigo del beso.



NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 44

 

Te cuesta desconectar del trabajo


Cuando Paula volvió, Pedro estaba leyendo en el sofá.


–¿Has cenado? –preguntó él.


Paula negó con la cabeza y, al ver que la cocina estaba inmaculada, comentó:

–No, y tú tampoco.


–Pidamos una pizza –dijo él. Pero en lugar de tomar el teléfono, tiró de Paula, la abrazó y la besó–. A no ser que quieras otra cosa… –dijo, insinuante.


–Quiero gozar contigo y hacerte gozar –dijo ella–. Llama por la pizza. Ahora mismo vengo.


Pedro se fijó al instante en el sombrero de vaquero que llevaba en la mano cuando volvió.


–¿Pretendes que me vista de vaquero? –preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.


–No. Soy yo quien va a montar –dijo ella.


–Pues sube a mi grupa, pequeña. Este pura sangre está deseando que lo domes.


–Te equivocas, prefiero que seas salvaje –Paula caminó hacia él con un provocativo movimiento de caderas–. ¿Alguna vez te has dejado llevar de verdad y perder el control?


–Creía haberlo hecho ayer por la noche.


–No fue bastante. ¿Alguna vez te has entregado tanto que has dejado de pensar?


–Si estuviera pensando no estaría aquí.


Paula sonrió porque sentía lo mismo.


–Baila conmigo –dijo. Él la tomó como si bailaran un vals y la hizo girar con destreza, pero Paula se separó de él y le reprendió con el dedo como si fuera un niño–. Sigues queriendo tener el control, Pedro, y voy a hacer que lo pierdas.


–Tú tampoco sabes ceder el control, Paula. Estás demasiado ocupada buscando respuestas agudas y siendo sarcástica. No quieres que nadie se acerque demasiado a ti. ¿Alguna vez cedes el control? ¿Alguna vez dejas de pensar? –dijo él, devolviéndole las preguntas.


–Cuando bailo.


–Muy bien. Entonces, baila para mí –dijo él con una sonrisa pícara.


Paula pasó la noche en brazos de Pedro, relajada, segura. El destino le había servido una copa envenenada proporcionándole el bienestar con un hombre que no estaba dispuesto a llenar su vacío emocional.




miércoles, 15 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 43

 

Fueron a la cama y, cuando estalló una vez más entre sus brazos, supo que nunca podría verlo como un mero objeto sexual y que estaba metida en un buen lío. Se acurrucó a su lado y se quedó apaciblemente dormida, mecida por el susurró de su acompasada respiración.


Horas más tarde despertó en estado de pánico. Haber dormido en un estado de tal bienestar le angustiaba casi más que la pesadilla que llevaba años asediándola. ¿Cómo podía sentirse tan segura con él cuando la retaba a todos los niveles, cuando parecía tan distante y reservado?


–¿Vamos a repetir? –preguntó–. Espero que no empieces con tonterías como las de la semana pasada.


Paula lo miró boquiabierta y él le empujó la barbilla para cerrársela, al tiempo que le sonreía con tanto encanto que Paula le perdonó la impertinencia.


–Te deseo y somos compatibles en la cama, Paula. Puede que sea lo único que tengamos en común, pero además nos sirve para dormir. ¿O no lo has notado?


Eso era innegable. Hacía años que Paula no se sentía tan descansada.


–Eres la mejor medicina contra el insomnio que haya probado –añadió él.


–No sé si tomármelo como un cumplido o un insulto.


Pedro rió.


–Tienes razón. Perdona –Pedro se incorporó y apoyó los brazos en las rodillas–. Pero es verdad que me agotas física y mentalmente –añadió, riendo.


–¿Y eso es bueno?


–Sí, porque luego duermo y descanso –la miró fijamente–. Y a ti te pasa lo mismo.


Paula habría dado lo que fuera por adivinar qué estaba pensando, pero como había dicho que no mentiría, optó por una media verdad.


–Tienes razón. Duermo muy bien contigo.


–Entonces estamos de acuerdo: desde ahora dormimos juntos… en todos los sentidos.


Paula se dijo que debía negarse, pero quién podía resistirse. Así que si terminaba aceptando dado que se trataba de una tentación irresistible, al menos debía recordar que no había nada más allá, que sólo eran dos insomnes en busca de reposo, y que con eso le bastaba.


–Está bien –dijo finalmente.


Pedro la besó.


–Ahora tengo que trabajar. Nos vemos esta noche.


–¿Después de que cierre?


–Sí. Quedamos en mi cama.


Paula bajó la mirada por temor a que Pedro viera la transformación que se había producido ya en ella, que estaba perdiendo todo atisbo de sarcasmo y estaba derritiéndose por él.


Pedro le hizo alzar la cara para mirarlo.


–Sin arrepentimientos –susurró, antes de volver a besarla más apasionada y provocativamente…


Cuando se hubo marchado, Paula se dijo que lo mejor que podía hacer era irse para no volver, pero en lugar de eso, se arrebujó entre las sábanas y aspiró el aroma de Pedro, diciéndose que acabaría por ocurrírsele una estrategia con la que plantarle cara de nuevo.


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 42

 

Paula nunca se había sentido tan próxima a nadie, ni había experimentado un deseo tan intenso. Sus cuerpos se movieron al unísono sin que ninguno de los dos pareciera dispuesto a romper el contacto visual.


Los movimientos de Pedro replicaban los de ella, cada vez más profunda e intensamente. Y cuanto más intentaba mirar en otra dirección, más imposible le resultaba. Entonces su cuerpo decidió por ella, y sus ojos se cerraron al alcanzar el éxtasis mientras de sus labios escapaba el nombre de Pedro una y otra vez.


Cuando volvió a abrirlos, él seguía mirándola y ella lo besó apasionadamente, anhelando devolverle el placer que él acababa de proporcionarle, aunque con ello desvelara cuánto lo necesitaba. Ya lo sabía y no tenía sentido ocultarlo. Así que lo acarició y le susurró al oído lo que le gustaba que le hiciera, preguntándole qué deseaba de ella. Hasta que el cuerpo de Pedro se tensó antes de que emitiera un gemido que ella absorbió al tiempo que lo abrazaba con fuerza mientras alcanzaba el clímax, y ella, una segunda vez, con él.


Durante un largo rato, todavía temblorosa y en las nubes, ocultó el rostro contra el cuerpo de Pedro.


–No sé tú, pero yo todavía no estoy cansado –dijo él finalmente.


–Yo tampoco –de hecho, Paula pensaba que no volvería a dormir nunca.


La adrenalina le corría por las venas.


–¿Te queda energía para quemar?


¿Cómo podía hablar tan frívolamente del sexo más espectacular posible? ¿Quizá porque para él no lo era? Y si era así, también ella se lo plantearía de la misma manera y lo consideraría una fuente de placer, en lugar del único hombre con el que había experimentado la sensación de convertirse en un sólo cuerpo y una sola alma.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 41

 

Sin esperar respuesta, le puso el dedo bajo la barbilla para obligarla a alzar el rostro, pero en lugar de besarla, la abrazó, sin que ella ofreciera la menor resistencia. Le oyó reír quedamente antes de sentir que la tomaba por detrás de las rodillas para levantarla, y ella permaneció con los ojos cerrados, asiéndose a él, fundiéndose contra su pecho ansiosa por lo que sabía que estaba a punto de suceder.


Al instante sintió que le subía la camiseta y le besaba el vientre, cuyos músculos se contrajeron involuntariamente. Le acarició los senos, que parecían ansiosos por escapar del sujetador. Sus pezones, duros, ansiaban sentir la boca de Pedro. Él los saboreó, los mordisqueó… y Paula, arqueándose, alzó las caderas.


Pedro le quitó la falda y las medias y las tiró al suelo junto con el sujetador. Luego se quitó los calzoncillos y en una fracción de segundo volvió a atenderla, colocando la mano en su entrepierna y mirándola a la cara dijo:

–Abre los ojos –y le mordisqueó el cuello. Al ver que ella apretaba los ojos con aun más fuerza, añadió–: Ábrelos o paro.


Paula obedeció aunque le aterrorizaba que la emoción fuera aún más intensa que su deseo si además de sentir sus caricias lo miraba.


–¿No tienes nada que decir? –preguntó él mirándola fijamente con picardía.


–¿Como qué?


–Quiero que me supliques –al ver que Paula apretaba los labios, sonrió y dijo–: Está bien, sé que quieres que me esfuerce hasta que lo consiga.


Paula por fin abrió los ojos.


Pedro, por favor, hazme el amor –dijo con sorna.


–Vas a tener que seguir intentándolo. Quiero oír una desesperación genuina en tu voz –dijo él.


Y se agachó para mordisquearle los pezones antes de ir deslizándose hacia abajo dejando un rastro de besos por su vientre. Él alcanzó su punto más sensible y lo lamió con fruición hasta que la excitación de Paula alcanzó un punto álgido, entonces susurró:

–La otra noche dijiste que no quería más de esto.


–Yo… –Paula apenas podía hablar mientras él la seguía acariciando con sus dedos–. No pensaba que estuvieras interesado.


–¿Y ahora reconoces que te equivocabas? –y sin esperar respuesta volvió a besarle el vientre.


Paula gimió.


–¿Es así como interrogas a los testigos? –dijo, jadeante–. No me extraña que siempre ganes.


Sintió la sonrisa de Pedro contra su estómago mientras seguía alternando las caricias con sus dedos y su lengua, hasta que se retorció de placer. Entonces susurró:

–¿Qué, Paula?


–Por favor, por favor –suplicó ella.


–No se te ocurra volver a mentirme –dijo.


Paula jadeó. Lo deseaba tanto que le daba miedo. Él se adentró en ella y Paula pensó que la sensación era aun más maravillosa de lo que recordaba.