jueves, 16 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 44

 

Te cuesta desconectar del trabajo


Cuando Paula volvió, Pedro estaba leyendo en el sofá.


–¿Has cenado? –preguntó él.


Paula negó con la cabeza y, al ver que la cocina estaba inmaculada, comentó:

–No, y tú tampoco.


–Pidamos una pizza –dijo él. Pero en lugar de tomar el teléfono, tiró de Paula, la abrazó y la besó–. A no ser que quieras otra cosa… –dijo, insinuante.


–Quiero gozar contigo y hacerte gozar –dijo ella–. Llama por la pizza. Ahora mismo vengo.


Pedro se fijó al instante en el sombrero de vaquero que llevaba en la mano cuando volvió.


–¿Pretendes que me vista de vaquero? –preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.


–No. Soy yo quien va a montar –dijo ella.


–Pues sube a mi grupa, pequeña. Este pura sangre está deseando que lo domes.


–Te equivocas, prefiero que seas salvaje –Paula caminó hacia él con un provocativo movimiento de caderas–. ¿Alguna vez te has dejado llevar de verdad y perder el control?


–Creía haberlo hecho ayer por la noche.


–No fue bastante. ¿Alguna vez te has entregado tanto que has dejado de pensar?


–Si estuviera pensando no estaría aquí.


Paula sonrió porque sentía lo mismo.


–Baila conmigo –dijo. Él la tomó como si bailaran un vals y la hizo girar con destreza, pero Paula se separó de él y le reprendió con el dedo como si fuera un niño–. Sigues queriendo tener el control, Pedro, y voy a hacer que lo pierdas.


–Tú tampoco sabes ceder el control, Paula. Estás demasiado ocupada buscando respuestas agudas y siendo sarcástica. No quieres que nadie se acerque demasiado a ti. ¿Alguna vez cedes el control? ¿Alguna vez dejas de pensar? –dijo él, devolviéndole las preguntas.


–Cuando bailo.


–Muy bien. Entonces, baila para mí –dijo él con una sonrisa pícara.


Paula pasó la noche en brazos de Pedro, relajada, segura. El destino le había servido una copa envenenada proporcionándole el bienestar con un hombre que no estaba dispuesto a llenar su vacío emocional.




miércoles, 15 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 43

 

Fueron a la cama y, cuando estalló una vez más entre sus brazos, supo que nunca podría verlo como un mero objeto sexual y que estaba metida en un buen lío. Se acurrucó a su lado y se quedó apaciblemente dormida, mecida por el susurró de su acompasada respiración.


Horas más tarde despertó en estado de pánico. Haber dormido en un estado de tal bienestar le angustiaba casi más que la pesadilla que llevaba años asediándola. ¿Cómo podía sentirse tan segura con él cuando la retaba a todos los niveles, cuando parecía tan distante y reservado?


–¿Vamos a repetir? –preguntó–. Espero que no empieces con tonterías como las de la semana pasada.


Paula lo miró boquiabierta y él le empujó la barbilla para cerrársela, al tiempo que le sonreía con tanto encanto que Paula le perdonó la impertinencia.


–Te deseo y somos compatibles en la cama, Paula. Puede que sea lo único que tengamos en común, pero además nos sirve para dormir. ¿O no lo has notado?


Eso era innegable. Hacía años que Paula no se sentía tan descansada.


–Eres la mejor medicina contra el insomnio que haya probado –añadió él.


–No sé si tomármelo como un cumplido o un insulto.


Pedro rió.


–Tienes razón. Perdona –Pedro se incorporó y apoyó los brazos en las rodillas–. Pero es verdad que me agotas física y mentalmente –añadió, riendo.


–¿Y eso es bueno?


–Sí, porque luego duermo y descanso –la miró fijamente–. Y a ti te pasa lo mismo.


Paula habría dado lo que fuera por adivinar qué estaba pensando, pero como había dicho que no mentiría, optó por una media verdad.


–Tienes razón. Duermo muy bien contigo.


–Entonces estamos de acuerdo: desde ahora dormimos juntos… en todos los sentidos.


Paula se dijo que debía negarse, pero quién podía resistirse. Así que si terminaba aceptando dado que se trataba de una tentación irresistible, al menos debía recordar que no había nada más allá, que sólo eran dos insomnes en busca de reposo, y que con eso le bastaba.


–Está bien –dijo finalmente.


Pedro la besó.


–Ahora tengo que trabajar. Nos vemos esta noche.


–¿Después de que cierre?


–Sí. Quedamos en mi cama.


Paula bajó la mirada por temor a que Pedro viera la transformación que se había producido ya en ella, que estaba perdiendo todo atisbo de sarcasmo y estaba derritiéndose por él.


Pedro le hizo alzar la cara para mirarlo.


–Sin arrepentimientos –susurró, antes de volver a besarla más apasionada y provocativamente…


Cuando se hubo marchado, Paula se dijo que lo mejor que podía hacer era irse para no volver, pero en lugar de eso, se arrebujó entre las sábanas y aspiró el aroma de Pedro, diciéndose que acabaría por ocurrírsele una estrategia con la que plantarle cara de nuevo.


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 42

 

Paula nunca se había sentido tan próxima a nadie, ni había experimentado un deseo tan intenso. Sus cuerpos se movieron al unísono sin que ninguno de los dos pareciera dispuesto a romper el contacto visual.


Los movimientos de Pedro replicaban los de ella, cada vez más profunda e intensamente. Y cuanto más intentaba mirar en otra dirección, más imposible le resultaba. Entonces su cuerpo decidió por ella, y sus ojos se cerraron al alcanzar el éxtasis mientras de sus labios escapaba el nombre de Pedro una y otra vez.


Cuando volvió a abrirlos, él seguía mirándola y ella lo besó apasionadamente, anhelando devolverle el placer que él acababa de proporcionarle, aunque con ello desvelara cuánto lo necesitaba. Ya lo sabía y no tenía sentido ocultarlo. Así que lo acarició y le susurró al oído lo que le gustaba que le hiciera, preguntándole qué deseaba de ella. Hasta que el cuerpo de Pedro se tensó antes de que emitiera un gemido que ella absorbió al tiempo que lo abrazaba con fuerza mientras alcanzaba el clímax, y ella, una segunda vez, con él.


Durante un largo rato, todavía temblorosa y en las nubes, ocultó el rostro contra el cuerpo de Pedro.


–No sé tú, pero yo todavía no estoy cansado –dijo él finalmente.


–Yo tampoco –de hecho, Paula pensaba que no volvería a dormir nunca.


La adrenalina le corría por las venas.


–¿Te queda energía para quemar?


¿Cómo podía hablar tan frívolamente del sexo más espectacular posible? ¿Quizá porque para él no lo era? Y si era así, también ella se lo plantearía de la misma manera y lo consideraría una fuente de placer, en lugar del único hombre con el que había experimentado la sensación de convertirse en un sólo cuerpo y una sola alma.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 41

 

Sin esperar respuesta, le puso el dedo bajo la barbilla para obligarla a alzar el rostro, pero en lugar de besarla, la abrazó, sin que ella ofreciera la menor resistencia. Le oyó reír quedamente antes de sentir que la tomaba por detrás de las rodillas para levantarla, y ella permaneció con los ojos cerrados, asiéndose a él, fundiéndose contra su pecho ansiosa por lo que sabía que estaba a punto de suceder.


Al instante sintió que le subía la camiseta y le besaba el vientre, cuyos músculos se contrajeron involuntariamente. Le acarició los senos, que parecían ansiosos por escapar del sujetador. Sus pezones, duros, ansiaban sentir la boca de Pedro. Él los saboreó, los mordisqueó… y Paula, arqueándose, alzó las caderas.


Pedro le quitó la falda y las medias y las tiró al suelo junto con el sujetador. Luego se quitó los calzoncillos y en una fracción de segundo volvió a atenderla, colocando la mano en su entrepierna y mirándola a la cara dijo:

–Abre los ojos –y le mordisqueó el cuello. Al ver que ella apretaba los ojos con aun más fuerza, añadió–: Ábrelos o paro.


Paula obedeció aunque le aterrorizaba que la emoción fuera aún más intensa que su deseo si además de sentir sus caricias lo miraba.


–¿No tienes nada que decir? –preguntó él mirándola fijamente con picardía.


–¿Como qué?


–Quiero que me supliques –al ver que Paula apretaba los labios, sonrió y dijo–: Está bien, sé que quieres que me esfuerce hasta que lo consiga.


Paula por fin abrió los ojos.


Pedro, por favor, hazme el amor –dijo con sorna.


–Vas a tener que seguir intentándolo. Quiero oír una desesperación genuina en tu voz –dijo él.


Y se agachó para mordisquearle los pezones antes de ir deslizándose hacia abajo dejando un rastro de besos por su vientre. Él alcanzó su punto más sensible y lo lamió con fruición hasta que la excitación de Paula alcanzó un punto álgido, entonces susurró:

–La otra noche dijiste que no quería más de esto.


–Yo… –Paula apenas podía hablar mientras él la seguía acariciando con sus dedos–. No pensaba que estuvieras interesado.


–¿Y ahora reconoces que te equivocabas? –y sin esperar respuesta volvió a besarle el vientre.


Paula gimió.


–¿Es así como interrogas a los testigos? –dijo, jadeante–. No me extraña que siempre ganes.


Sintió la sonrisa de Pedro contra su estómago mientras seguía alternando las caricias con sus dedos y su lengua, hasta que se retorció de placer. Entonces susurró:

–¿Qué, Paula?


–Por favor, por favor –suplicó ella.


–No se te ocurra volver a mentirme –dijo.


Paula jadeó. Lo deseaba tanto que le daba miedo. Él se adentró en ella y Paula pensó que la sensación era aun más maravillosa de lo que recordaba.




martes, 14 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 40

 

Sabes controlar tus deseos y evitar las tentaciones


Al día siguiente se marcharía. Incluso el albergue era mejor que permanecer allí mientras Pedro estaba con otras mujeres. De hecho, iba recoger sus cosas en ese mismo instante.


Se giró hacia la puerta y dio un grito al ver a Pedro.


–¿Estás bien? –preguntó él.


¿Cómo iba a estar bien si lo tenía delante, en calzoncillos? ¿Por qué no usaba pijama?


–¿Qué haces aquí?


–Es mi casa. Intentaba dormir, pero es imposible con el ruido que haces –dijo un paso hacia ella–. ¿Por qué le has dicho a Sara que vivimos juntos?


Paula disimuló su incomodad sacando un vaso de un armario.


–Porque es verdad –dijo, llenándolo de agua.


–Para que lo sepas, Sara nunca me ha interesado.


Paula se volvió. Pedro se había acercado un poco más.


–¿No es tu tipo? –preguntó, fingiendo indiferencia. Bebió un trago–. Debe ser muy difícil satisfacerte.


–No lo sé. Tú lo conseguiste la otra noche.


A Paula se le deslizó el vaso de la mano al suelo. Con el corazón acelerado, se agachó al instante a recoger los fragmentos y se cortó.


–Déjalo –dijo Pedro.


Fue a por el recogedor y retiró los cristales. Luego se volvió a Paula, que en silencio admiraba los músculos de su espalda y sus brazos, y tomándole la mano dijo:

–Déjame ver –una fina línea de sangre le cruzaba la palma–. Voy a por una tirita.


Cuando volvió, Paula no se había movido.


–Soy una estúpida –se excusó–. No consigo dormir y cada día estoy más torpe.


–Yo tampoco duermo apenas –dijo él, colocándole la tirita. Luego la miró fijamente y preguntó–: ¿Crees que podemos ayudarnos mutuamente?


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 39

 

Pedro estaba verdaderamente irritado. Paula llevaba demasiados días trabajando demasiadas horas y parecía exhausta. Y él no podía dejar de pensar en ella en lugar de concentrarse en el complejo caso en el que debía sumergirse al día siguiente.


Era tozuda, completamente distinta a él y beligerante. También era preciosa.


No podía apartar la mirada de ella, lo perturbaba. Aquella tarde había tenido que marcharse de casa. Por la mañana, le había resultado tan difícil concentrarse sabiendo que dormía en el cuarto de al lado, que acabó decidiéndose a despertarla. Había ansiado pasar tiempo con ella, conocerla mejor, saber si quería algo más de él.


Hasta entonces, él había actuado con frialdad, pero no creía poder seguir manteniendo esa fachada cuando lo consumía el deseo. Había trabajado con el equipo en el despacho para evitar estar cerca de ella, y si había acudido después al bar era porque, aun sin saber por qué, se sentía extrañamente como en casa. Pero no había querido coincidir con ella.


Sara apareció y le dio un whisky.


–Eres muy misterioso –dijo con una mirada escrutadora que lo puso en guardia.


–¿Por qué dices eso?


–No sabía que vivieras con alguien.


Pedro siguió la dirección de su mirada hacia Paula y estuvo a punto de atragantarse.


–¿Te lo ha dicho ella?


En ese momento, Paula, que servía una cerveza, los miró. A Pedro le gustó que se sobresaltara y desviara la mirada al instante. Siguió observándola por el rabillo del ojo y sonrió al percibir que le lanzaba constantes miradas, como si no pudiera evitarlo, como le sucedía a él con ella.


–Así es –dijo, sonriendo de oreja a oreja–. ¿No te parece fantástica?


–Bueno… no es lo que esperaba.


–Ya –Pedro sonrió de nuevo.


–¿Lo vuestro es serio?


Pedro miró el contenido del vaso y farfulló una respuesta ambigua. Claro que no lo era, pero casi blandió un puño triunfal en el aire. Su esquiva encargada estaba celosa, y sólo se experimentaban celos si la otra persona significaba algo. Por fin tenía una prueba que le permitía vaticinar que conseguiría vencer su resistencia. Además, tenía que agradecerle que le quitara a Sara de encima.


Sintiéndose más feliz que en mucho tiempo, mantuvo un gesto adusto cada vez que Pauls lo miró, pero no dejó de pensar en el placer que le iba a proporcionar volver a sacar de ella la criatura apasionada que llevaba en su interior. Hasta entonces le haría sufrir un poco. Pidió a Sara y los demás que esperaran fuera y fue a despedirse de Paula.


–Sigue trabajando tan bien como hasta ahora –dijo en un tono paternalista que recibió la mirada de odio que esperaba–. Voy a llevar a Sara a casa –le guiñó un ojo–. No me esperes despierta.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 38

 

En ese momento Pedro la miró, y Paula vio que se enfadaba. ¿Sería la morena la razón de que le hubiera dicho que no fuera a trabajar aquella noche? ¿Acaso no quería que su novia y su amante de una noche coincidieran?


Paula se cuadró de hombros y, escondiendo su rabia, atendió a un cliente. En cuestión de segundos, Pedro estaba en el extremo de la barra, solo.


–Paula, ¿qué estás haciendo aquí?


Paula sintió un escalofrío ante el tono amenazador de Pedro.


–¿Tú qué crees?


–Te he dicho que no vinieras.


–Soy una mujer libre.


–Te he dicho que te despediría –Pedro miró hacia la barra, en la que se agolpaban los clientes, y dijo–: Hoy es tu última noche.


–Como quieras –dijo ella alejándose de él, furiosa porque la hubiera mentido, y aún más consigo misma por seguir deseándolo, por sentir el impulso de echarlo sobre la mesa de billar y demostrarle quién mandaba.


Pedro permaneció durante unos minutos donde estaba, lanzándola miradas asesinas. Al volverse hacia un lado para atender a otro cliente, Paula descubrió que se trataba de la morena, que la miraba con cara de pocos amigos.


–¿Conoces a Pedro? –preguntó a bocajarro.


–Sí –dijo Paula, sonriendo con fingida dulzura.


–Yo soy Sara y trabajo con él. ¿Tú eres…?


–Paula.


Así que, aunque por su actitud claramente preferiría y quizá llegaría ser otra cosa, sólo era una compañera de trabajo.


–¿Sois amigos?


Por cómo preguntaba era definitivamente abogada. Paula se hartó y decidió provocarla.


–Vivimos juntos –dijo, y tuvo que reprimir una carcajada al ver su cara de sorpresa.


–No sabía que Pedro mantuviera una relación seria. Se rumorea que no sale con la misma mujer más que un par de veces.


Paula preparó unas copas intentando disimular que le temblaban las manos.


–Le gusta ser discreto con su vida privada –al ver que iba a pagar, alzó una mano–. Invita la casa.


Se sentía culpable de interferir en la vida de Pedro, pero por otro lado, si aquella mujer le interesaba, no debía haberse acostado con ella y mucho menos haber tenido el sexo más espectacular concebible, aunque siempre cabía la posibilidad de que para él hubiera sido normal.


Paula se dijo que debía dejar de pensar en ello y pensó por un momento en marcharse, pero luego miró hacia la pista de baile y vio la animación que había en el local y decidió quedarse.