Te cuesta desconectar del trabajo
Cuando Paula volvió, Pedro estaba leyendo en el sofá.
–¿Has cenado? –preguntó él.
Paula negó con la cabeza y, al ver que la cocina estaba inmaculada, comentó:
–No, y tú tampoco.
–Pidamos una pizza –dijo él. Pero en lugar de tomar el teléfono, tiró de Paula, la abrazó y la besó–. A no ser que quieras otra cosa… –dijo, insinuante.
–Quiero gozar contigo y hacerte gozar –dijo ella–. Llama por la pizza. Ahora mismo vengo.
Pedro se fijó al instante en el sombrero de vaquero que llevaba en la mano cuando volvió.
–¿Pretendes que me vista de vaquero? –preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.
–No. Soy yo quien va a montar –dijo ella.
–Pues sube a mi grupa, pequeña. Este pura sangre está deseando que lo domes.
–Te equivocas, prefiero que seas salvaje –Paula caminó hacia él con un provocativo movimiento de caderas–. ¿Alguna vez te has dejado llevar de verdad y perder el control?
–Creía haberlo hecho ayer por la noche.
–No fue bastante. ¿Alguna vez te has entregado tanto que has dejado de pensar?
–Si estuviera pensando no estaría aquí.
Paula sonrió porque sentía lo mismo.
–Baila conmigo –dijo. Él la tomó como si bailaran un vals y la hizo girar con destreza, pero Paula se separó de él y le reprendió con el dedo como si fuera un niño–. Sigues queriendo tener el control, Pedro, y voy a hacer que lo pierdas.
–Tú tampoco sabes ceder el control, Paula. Estás demasiado ocupada buscando respuestas agudas y siendo sarcástica. No quieres que nadie se acerque demasiado a ti. ¿Alguna vez cedes el control? ¿Alguna vez dejas de pensar? –dijo él, devolviéndole las preguntas.
–Cuando bailo.
–Muy bien. Entonces, baila para mí –dijo él con una sonrisa pícara.
Paula pasó la noche en brazos de Pedro, relajada, segura. El destino le había servido una copa envenenada proporcionándole el bienestar con un hombre que no estaba dispuesto a llenar su vacío emocional.