A medida que los últimos coletazos de adrenalina que había experimentado desde su enfrentamiento con Gastón comenzaban a evaporarse, dejándolo extenuado, apagó la carretilla elevadora con la que había estado moviendo las cargas.
Lo único que había conseguido había sido provocar un caos que uno de los hombres debería limpiar al día siguiente. Antes de tener que marcharse al hotel, había llamado a Mauricio para excusarse a pesar de las protestas de su hermano, pero volver a casa y caminar por las habitaciones vacías mientras imaginaba a Pau allí había sido más que lo que había sido capaz de contemplar. Por eso había ido allí, en busca de cierto solaz en el lugar que él había creado. A agotarse para poder ir a casa y desplomarse en la cama sin verse hostigado por preguntas que no tenían respuesta.
Al oír el sonido de la puerta de atrás cerrándose, seguido de pisadas que cruzaban el almacén vacío, salió de detrás de una serie de contenedores y se frenó en seco.
Parpadeó con fuerza para aclararse la vista, pero siguió viendo la imagen de Pau ir hacia él bajo el resplandor de la iluminación del techo.
—Pedro —lo llamo—. ¿Podemos hablar?
Lo que le faltaba. Al parecer su visión había llegado equipada con audio.
Sabía que no podría esquivarla por completo en una ciudad tan pequeña, pero aún no estaba preparado para verla.
Pau se detuvo cuando todavía los separaba más de un metro. Notó que su cara, aunque tan bonita como siempre, mostraba signos de tensión.
—¿Cómo estás? —Pedro metió las manos en los bolsillos para no caer en la tentación de abrazarla.
Ella se encogió de hombros.
—Bien. ¿Y tú?
—He hablado con Gaston—dijo—. Me contó lo que ha pasado —carraspeó—. Lo siento.
Por un momento, ella no habló, mientras Pedro se preguntaba en qué podría estar pensando.
—Estaba allí —murmuró—. Oí lo que dijiste.
—¿Me oíste?? —repitió él—. No te vi.
Ella decidió contarle que le había oído.
—Me encontraba en el pasillo en el exterior del despacho de Gastón —avanzó unos pasos más hacia él—. Me comporté como una idiota —añadió con voz trémula—. Tú tenías razón y yo estaba equivocada. Debería haberme sentido halagada por todas las molestias que te tomaste por mí. ¿Podrás perdonarme?
—¿Quieres recuperar tu trabajo? —preguntó con voz ronca. ¿Qué iba a hacer si le decía que sí?
Ella dio otro paso, acercándose lo suficiente como para que él pudiera alargar el brazo y tocarla.
—Quiero el paquete completo —respondió, mirándolo con sus ojos castaños.
Llenos con algo que Pedro no había esperado volver a ver.
Amor.